lunes, 27 de septiembre de 2021

Libros proféticos del Antiguo Testamento. Profetas "mayores" ("Isaías", "Jeremías", "Ezequiel" y "Daniel").

  Los libros proféticos del Antiguo Testamento han sido clasificado tradicionalmente en mayores y menores, y, sorprendentemente, la razón para incluirlo en uno u otro grupo no está en la importancia de sus profecías o visiones, sino simple y llanamente en la extensión de los textos. Me ha sorprendido extraordinariamente (y defraudado, claro está) la simpleza extrema de esta clasificación. Teniendo en cuenta los miles de exégetas bíblicos que, a lo largo de la historia, han dedicado su vida (algún desaprensivo diría "desperdiciado su vida") a esclarecer el más mínimo versículo bíblico, dándole mil y una interpretaciones y contrargumentaciones hasta llegar a perder el sentido primero (y probablemente más razonable), que los dieciocho libros proféticos del canon bíblico puedan ser divididos en dos grupos tan sólo por su extensión me parece ridículo.
 Por cierto, no puedo dejar de notar que el exégeta que introduce estos libros en la versión de la Editorial San Pablo, edición de bolsillo de 1988 (tengo, obviamente, más ediciones en casa, pero por comodidad estoy usando ésa) llega a hacer una reivindicación tan ridícula de los profetas que, al menos desde una visión del siglo XXI, los inhabilita, al presentarlos poco menos que como zumbados que tienen "sueños o visiones", es decir, igual que un psicótico tiene alucinaciones y delirios. No sé, la viejísima tradición de decir que el Espíritu Santo habla por sus bocas resulta un tanto inverosímil hoy en día, pero lo de los "sueños o visiones"...
 En fin,  paso a comentar brevemente estos cuatro profetas mayores, que no están en orden con el resto de los libros proféticos del Antiguo Testamento y que, además, alguno de ellos ni siquiera se considera profético hoy en día. Veremos...
 Isaías: escrito en una época turbulenta de la antigüedad (¿hubo alguna que no lo fuera?), pues el Imperio asirio amenazaba Israel y Judá. Esto crea en el profeta la sensación de abandono divino. Con todo, Isaías da un mensaje esperanzado, realmente mesiánico en algunos momentos y en otro preocupantemente coyuntural. El mensaje principal es que hay que abordar las crisis desde la esperanza cifrada en la instauración del reino mesiánico en el que todos los fieles podrán vivir sin angustia alguna. Este mensaje es atemporal y perfectamente entendible para un cristiano del siglo XXI; pero, como decía antes, hay fragmentos en los que se hacen profecías "muy judías", en las que se busca (o así lo he entendido yo) la revancha del pueblo de Israel que acabará dominando el mundo (no he podido dejar de pensar en el sionismo internacional  de finales del XIX y principios del XX). Otro problema no resuelto con el libro de Isaías es su autoría, se consideran al menos tres autores: Isaías I, que abomina de la corrupción de Israel hasta el punto que justifica el ataque asirio por esta corrupción, y que también incluye la profecía del nacimiento de Cristo (por lo que se lee en Adviento);  Isaías II o Deuteroisaías, en el que se introduce el personaje central de Ciro, héroe de Israel; e Isaías III o Tritoisaías, que ejemplifica la gloriosa redención de Sión.
 Jeremías: otro profeta que vivió durante la dominación asiria, éste, de hecho, murió en el exilio, en Egipto. También anuncia la llegada del Mesías liberador que restaurará el trono de Israel, pero, al igual que en Isaías, se recuerda que la destrucción de Israel a manos de los mesopotámicos está justificada por el alejamiento de los israelitas de Dios. Esto es una muestra clara de ese sentimiento de culpa que la Biblia hebrea (y, por supuesto, la cristiana) imprime a sus creyentes: "si me pasa algo malo, seguro que ha sido por culpa mía", esto, desgraciadamente ha sido utilizado de forma torticera por miles, si no millones, de rabinos, curas, obispos y demás caterva de aprovechados para conseguir beneficios personales a costa de los apesadumbrados fieles. Vamos, que para que el señor obispo de Madrid, por ejemplo, disfrute de un espléndido ático de varios centenares de metros cuadrados en la mejor zona de la ciudad es necesario que los feligreses se expriman el bolsillo, y para eso nada mejor que meterles un poquito de sentimiento de culpa... Desgraciadamente, historias como esas (ésta tomada de la realidad de hace un par de décadas) han existido desde tiempos del profeta Jeremías, y existirán, mucho me temo, por siempre. Aprovechados y caraduras que viven de atormentar almas cándidas los ha habido siempre y siempre los habrá  en todas y cada una de las iglesias, instituciones pura y totalmente humanas.
 Ezequiel: es el profeta de la esperanza, sin embargo, según el exégeta de la Editorial San Pablo: "presenta ciertos rasgos de anormalidad", "reflejados en gestos estrambóticos y reacciones desconcertantes, que a veces rayan el el delirio". Lo cierto es que sus visiones sí parecen producto más de la enfermedad mental, como la de los híbridos entre hombres y toros que, muy probablemente, tengan que ver con los lamassus mesopotámicos. Ezequiel tiene también algunas de las profecías que son icónicas en el ámbito católico, como aquella de los "huesos secos" que tanto se usa como símbolo de resurrección a partir de un hálito de vida. Por lo demás, sigue profetizando la restauración del trono de Israel tras la llegada del Mesías.
 Daniel: uno de los libros más hermosos del Antiguo Testamento (para mí, personalmente, hasta el punto de hacerme elegir ese nombre para mi propio hijo), aunque hoy en día no se considera realmente profético sino apocalíptico (pues expresa su confianza en la salvación tras la Parusía, la segunda venida de Cristo). Pero, además, el libro de Daniel contiene algunos de los fragmentos más bellos que son verdaderos iconos veterotestamentarios que tuvieron en tiempos pretéritos gran difusión entre los artistas (principalmente escultores) del arte Paleocristiano. Por ejemplo: la historia en que Daniel es arrojado al foso de los leones por el rey Nabucodonosor al no querer abjurar de su fe, y como éstos lo respetan es algo que muchos niños cristianos teníamos en nuestra cabeza desde la catequesis de Primera Comunión; otra es la de los hebreos arrojados al horno por no querer apostatar y cómo no se queman; o la de la casta Susana, engañada por libidinosos viejos que tratan de acusarla a ella. Son historias bellísimas que tienen como mensaje último que aquél que confía en Dios no ha de temer nada en esta vida mundana de mero tránsito.

"El quinto elefante", por Terry Pratchett.

  Vigésimo cuarta entrega de la saga del Mundodisco. La tortuga cósmica Gran A'Tuin sigue surcando el Multiverso, con sus cuatro gigantescos elefantes sobre su concha, sobre los cuales descansa el Mundodisco, sorprendentemente diferente al planeta Tierra en su geografía y extraordinariamente semejante al mismo en la estupidez de sus habitantes. Precisamente, el título hace referencia al mito según el cual un quinto elefante descomunal salió despedido de la concha de la tortuga cósmica para caer, tras haber descrito una elegante órbita, en pleno Mundodisco, generando así tal movimiento tectónico que alteró la geografía del mismo para siempre.
 Esta vez, la burla de Pratchett se centra en las relaciones internacionales y diplomáticas. En esencia, los ciudadanos de Überwald (un oscuro país lleno de hombres lobo, vampiros y enanos que guarda una más que sospechosa semejanza con el estereotipo alemán) van a elegir un nuevo rey; desde Ankh-Morpork se envía una comitiva diplomática para asistir al evento, nadie mejor que Sam Vimes, jefe de la guardia y noble por vía conyugal. Para acompañarle los más cercanos a la idiosincrasia "überwaldiana" son, claro está, una mujer lobo, Angua; una enana, Jovial Culopequeño; y un troll, el sargento Detritus.
 Claro, en la pluma de Terry Pratchett, tamaña aventura es un cúmulo de despropósitos desternillantes, no tanto por lo cómico de las situaciones, sino por la soberbia parodia de la idiotez humana, en este caso de los empingorotados eventos de la alta sociedad. Porque, como el inglés deja claro, las relaciones internacionales o diplomáticas no son sino una extensión de las más normales relaciones humanas, eso sí, con frac o chaqué. Así, todas las imbecilidades de nuestros gobernantes a las que asistimos impotentes los abochornados ciudadanos de bien se parodian en esta novela. Desde ese empingorotado comportamiento al que antes hacía referencia, a la vanidad colectiva (en esencia igual que la individual pero mucho más peligrosa y más tendente a guerras y conflictos), pasando por el uso y abuso de todo tipo de estereotipos y prejuicios nacionales.
 Alguien con sentido de humor y fina inteligencia que leyera (y comprendiera plenamente) esta novela no podría sino hacer de esas relaciones internacionales algo más natural y menos soberbio. Un ejemplo genial del uso de la ironía por parte de Pratchett son todos las falsedades con las que esos señorones repiten protocolos centenarios que sirven para ocultar las verdaderas intenciones que los ha llevado hasta allí. Léase, por ejemplo, salutación al nuevo rey donde debiera decirse injerencia en el nuevo gobierno; afianzamiento de las relaciones comerciales donde se pretende explotar inhumanamente las riquezas del vecino; o defensa de las minorías del país vecino cuando, en realidad, se quiere subvertir el orden social de la zona en beneficio propio. Vamos, lo que lleva haciendo el ser humano desde que se bajó del árbol.
 La genialidad de Terry Pratchett da para que el tema principal arriba esbozado sea acompañado por temas secundarios como las relaciones entre jefes y subordinados (con el ascenso a capitán del sargento Colon y su atontamiento consecuente) o los celos (personificados en el capitán Zanahoria tras la partida a Überwald de su novia Angua, una mujer lobo en camino a su país de origen, repleto de jóvenes y atléticos individuos de su especie). Estos temas secundarios dan mayor empaque a la novela, haciéndola más memorable si cabe. Lo digo siempre que hago una recensión de las novelas de Pratchett: si los lectores inteligentes se deshicieran de sus prejuicios para entender las parodias sociales del autor inglés y luego se aplicara masivamente a nuestras vidas, otro gallo nos cantara.

En tiempos bíblicos ya se hablaba de los gobernantes, políticos, periodistas, líderes sociales... "Salmo 140".

 1 Al Director. Salmo de David.
2 Líbrame, Señor, del malvado, | guárdame del hombre violento:  
3 que planean maldades en su corazón | y todo el día provocan contiendas;  
4 afilan sus lenguas como serpientes, | con veneno de víboras en los labios. (Pausa)  
5 Defiéndeme, Señor, de la mano perversa; | guárdame de los hombres violentos, | que preparan zancadillas a mis pasos.  
6 Los soberbios me esconden trampas; | los perversos me tienden una red | y por el camino me colocan lazos. (Pausa)  
7 Pero yo digo al Señor: «Tú eres mi Dios»; | Señor, atiende a mis gritos de socorro;  
8 Señor Dios, mi fuerte salvador, | que cubres mi cabeza el día de la batalla.  
9 Señor, no le concedas sus deseos al malvado, | no des éxito a sus proyectos. (Pausa)  
10 Levantan la cabeza los que me rodean, | la iniquidad de sus labios los cubra.  
11 Caigan sobre ellos carbones encendidos, | arrójalos en la fosa y no se levanten.  
12 No arraigue en la tierra el deslenguado, | el mal persiga al violento hasta desterrarlo.  
13 Yo sé que el Señor hace justicia al afligido | y defiende el derecho del pobre.  
14 Los justos alabarán tu nombre, | los honrados habitarán en tu presencia. 

miércoles, 22 de septiembre de 2021

"Arriva l'autunno"

 

Autunno (1563). Giuseppe Arcimboldo. Olio su tavola. Museo del Louvre (París).
Imagen tomada de Wikimedia Commons

miércoles, 15 de septiembre de 2021

"Yoga for Readers", by Grant Snider. (www.incidentalcomics.com).

 

Image taken from the web www.incidentalcomics.com

Inciso cinematográfico: "Les maudits", dirigida en 1947 por René Clément.

  Película extrañamente atractiva que ganó el Premio a la mejor película de aventura y crimen en el Festival de Cannes de 1947. Digo "extrañamente atractiva" tal vez porque los tiempos cambian y así hacen los gustos del público, pero también es extraña en el buen sentido ya que, habiendo sido rodada en 1947 y siendo perteneciente al género bélico, no tiene el más mínimo atisbo de patrioterismo o chovinismo. Es, obviamente, una película francesa rodada desde un punto de vista francés, pero se hace más hincapié en los personajes y sus personalidades que en las nacionalidades de los mismos. No hay propiamente dicho buenos y malos, héroes y malvados, hay un grupo humano heterogéneo a más no poder que trata de sobrevivir en un momento (el fin de la Segunda Guerra Mundial) en que todo parecía venirse abajo, incluso para los supuestos vencedores.
 El argumento es el siguiente: un submarino alemán huye de Europa, su tripulación incluye un jefe de la Gestapo, un general alemán, un industrial italiano y un periodista francés colaborador nazi. Conocen bien los derroteros (adversos para ellos) que está tomando la guerra; planean huir a Sudamérica y desde allí tratar de resucitar el Tercer Reich. Por un accidente sin importancia se ven obligados a buscar un médico, y a su paso por Royan, cerca de Burdeos, tres de ellos secuestran a un galeno. Este médico francés es el protagonista principal, si esto se puede llegar a decir de una película coral, pues a través de él vamos a saber de los distintos planes y suspicacias de los otros protagonistas. Lo cierto es que en el opresivo ambiente del submarino, las sospechas mutuas se desatan, desarrollándose un peligroso juego de desconfianzas que acabará con varios asesinatos y suicidios.
 Imagen tomada del sitio IMDb.com
 El argumento es francamente enrevesado, no es fácil prever que va a ocurrir, tanto que, quizá influido por la lengua francesa en la que está rodada, he pensado en una novela de Georges Simenon, el genio de habla francesa en cuestión de intriga y suspense. Pero, como antes decía, lo mejor es la ausencia de chovinismo alguno y el desarrollo muy redondo de los personajes, que evolucionan en su pensamiento, concretamente de una adhesión sin fisuras al nazismo a un desencanto y búsqueda de alternativa para sobrevivir. Todo muy sucio pero a la vez muy humano. En la película no se llega a hacer un juicio de valor sobre los comportamientos y razonamientos de los pro-nazis, algo que, supongo yo, pudo provocar algún problema para la exhibición de la cinta en la Francia triunfante (demolida hasta los cimientos, pero triunfante) de 1947.
 Entre el elenco actoral hay joyas extraordinarias como el polifacético Marcel Dalio, que tiene un pequeño papel pero que lo borda como siempre. Dalio era el nombre artístico de Israel Moshe Blauschild, como su nombre indica, de origen judío, que tuvo papeles secundarios en Casablanca, Pepe le Moko, Los caballeros las prefieren rubias o Las nieves del Kilimanjaro. Era lo que se dice un auténtico superviviente de la barbarie nazi que pudo vivir de lo que quería sin contar con padrinos o con un físico deslumbrante. También están actores alemanes que, a la vista está, conseguían trabajar en Francia haciendo de jerarcas nazis con un trabajo actoral francamente encomiable, así está Andreas von Halberstadt (el general alemán) o Jo Dest (el jefe de la Gestapo), ambos retratados en el fotograma debajo de estas líneas.
 Imagen tomada del sitio www.cageyfilms.com
 Es una pequeña joya que probablemente no sea del gusto de las masas, pero que incluye visos de una Europa convulsa pero que, al menos entre las élites, todavía conservaba algo de macedonia cultural y nacional. Lamentablemente y como es sabido, esa macedonia cultural y nacional desapareció en la segunda mitad de los años 40 y décadas siguientes en favor de estados monocolores en los que la más mínima diferencia lingüística y cultural era objeto de delación para su inmediata eliminación.

Libros sapienciales del Antiguo Testamento: "Job", "Salmos", "Proverbios", "Eclesiastés", "Cantar de los cantares", "Sabiduría" y "Sirácida".

  Estos siete libros contienen. como su nombre indica, la sabiduría antigua y religiosa condensada en máximas edificantes de diverso tipo. Tradicionalmente se los ha separado en tres grupos: Salmos, Proverbios, Cantar de los cantares y Sirácida serían atribuibles a Salomón; en ellos se trata de organizar al pueblo de Israel al modo egipcio y fenicio. Se trata de una sabiduría de orden práctico, aunque también moral pues su máxima aspiración es que el creyente discierna sobre el bien y el mal, lo bueno y lo malo. En todos los casos se recuerda que Dios creó el mundo con un orden establecido, así, el hombre que se adapta a ese orden es sabio y por tanto feliz, el hombre que no se adapta es necio e infeliz. Un segundo grupo de estos libros sapienciales, el conformado por Job y Eclesiastés da una versión más íntima y personal de la sabiduría. ¿Por qué existo? ¿Por qué sufro si soy justo? Estas magnas preguntas parecen ser las principales en estos dos libros, lo cual los hacen más cercanos, más humanos. Por último, tendremos el libro de Sabiduría, que presenta una sabiduría religiosa que acaba llegando a concluir que la sabiduría es, en verdad, el temor de Dios. Así que podemos ver que la sabiduría a la que hacen referencia los libros sapienciales en general no es la que hoy en día consideramos como el conocimiento extremo de una determinada materia científica, claro está, sino una "sabiduría de la vida" que tiene que ver directamente con el amor a Dios y Su voluntad.
 Job: Todo el mundo, incluso aquéllos con escasa cultura religiosa (cada vez, lamentablemente, más), conoce aunque sea de oídas el libro de Job; el famoso dicho popular "tener más paciencia que el santo Job" ayuda a su conocimiento, y, en verdad, no está desencaminado en absoluto. El mensaje principal de este libro se puede resumir en otro dicho popular, aquel que rezaba: "Dios aprieta, pero no ahoga". O dicho de una forma más elaborada: la fe es puesta a prueba cada día de nuestras vidas; la fidelidad a Dios es premiada, pues esta vida es temporal, lo importante es la Vida Eterna. Desde un punto de vista estilístico el libro tiene una gran belleza narrativa (cabría decir que es prosa poética) con algunas frases verdaderamente brillantes que resumen todo: "Desnudo salí del vientre de mi madre, desnudo allí regresaré. El Señor me lo había dado, el Señor me lo ha quitado; sea bendito el nombre del Señor". Job 1,21.
 Salmos: verdadera antología de poemas religiosos. Oraciones sencillas pero con fundamento, algunas de ellas bellísimas (en mi opinión, las llamadas de "religión personal"); otras siguen siendo de una temática muy veterotestamentaria, en el sentido de que presentan una religión tribal, de lucha contra el enemigo, son aquellos salmos que piden protección personal pero también la destrucción de los enemigos. Teóricamente fueron compuestos por el rey David, aunque esto es harto improbable, principalmente porque narran cosas que aún no existían en su reinado.
 Proverbios: Otro libro atribuido al rey Salomón. Se incluyen consejos aplicables a todo momento de la vida. Recuerda la necesidad de confiar en Dios, pero también cómo relacionarse con la familia, los amigos, la profesión, lo material... Como no podía ser de otra forma teniendo en cuenta la minuciosidad de los proverbios, algunos son muy coyunturales, habiendo quedado totalmente obsoletos hasta llegar a ser del todo inmorales (véase, por ejemplo, el trato que se ha de deparar a los esclavos). Otros mantienen su vigencia, con algunos párrafos hermosos y memorables.
 Qohélet o Eclesiastés: Parece que ahora esté más de moda el primer nombre, de origen hebreo, que significa "discutir" o "argüir", aunque yo sigo prefiriendo el segundo, de origen griego, con el que lo conocí de niño. Es un libro sapiencial clásico, de una enorme belleza, que, en realidad, busca a Dios y a la Vida Eterna por vía de la negación de lo material hasta llegar a un verdadero nihilismo material. Para llegar a concluir que lo único que tiene sentido en la vida terrenal es la vida espiritual, denuesta de forma eficaz la vida terrena (las riquezas, los títulos, las vanidades humanas) con su volubilidad e inconsistencia. Está narrada como confesión personal, lo cual le da un grado de cercanía e intimidad que agradece cualquier alma atormentada (que es la de cualquiera que haya vivido en el mundo de los hombres con un poco de sensibilidad y espiritualidad). Es totalmente atemporal, por tanto, rabiosamente actual; lo entienden (y sienten) por igual un hombre del siglo XXI y uno de la época de Cristo.
 Cantar de los cantares: la excepción sorprendente no ya de los libros sapienciales, sino del Antiguo Testamento y aun de toda la Biblia. Es, ya se sabe, un poema amoroso-erótico. La explicación más plausible desde un punto de vista religioso es que las referencias constantes al esposo y a la amada, que son cambiados por Dios y el alma. La verdad es que, en algunos fragmentos, dicha asimilación está más que cogida por los pelos... Lo digo porque hay descripciones físicas de la amada en la que es poco menos que imposible traer a colación nada remotamente espiritual. Haciendo de abogado del Diablo, es evidente que este poema, aunque también atribuido a Salomón, es, en realidad, un poema persa, y, en el ámbito persa, y después árabe, eran muy frecuentes este tipo de poemas amorosos o eróticos.
 Sabiduría: También considerado de origen salomónico en un principio, hoy se piensa muy posterior. Esto es por razones obvias: fue escrito directamente en griego y tiene como finalidad prevenir al creyente del supuesto peligro del helenismo. El helenismo, ya sabemos fue un brutal dominio cultural que se inició con Alejandro Magno y que influyó a casi todo el mundo antiguo, también a los reinos de Israel y Judá. Hoy, al menos en el ámbito europeo, vemos esta época como una de las primeras típicamente europeas, cuyos posos llegan hasta nuestros días; pero para los líderes del pueblo de Israel de aquella época, el helenismo era terriblemente peligroso por su capacidad de seducir con una belleza estética y material que dichos líderes consideraban contraria a la pureza hebrea. En un sentido estructural tiene tres partes: en la primera se recuerda que la verdadera sabiduría viene de Dios; luego se afirma que la justicia de Dios es inmortal; para acabar rememorando los hechos más notables narrados en el Éxodo para aplicar sus consecuencias a nuestras vidas.
 Sirácida: El extraño nombre de este libro hace referencia a su supuesto autor, un tal Ben Sirá. El mensaje es, de nuevo, claro: la única sabiduría posible viene de Dios. Al igual que el anterior pone en solfa al helenismo, cultura que obligaba a los israelitas a hablar griego y a practicar el politeísmo griego. Se dan consejos varios de aplicación diaria: humildad, prudencia, valor de la mujer prudente y los buenos amigos...

martes, 14 de septiembre de 2021

"La sal de la tierra", por Józef Wittlin.

  La nueva edición de Minúscula presenta esta gran novela junto con un fragmento de Muerte sana, la que tendría que ser la continuación de La sal de la tierra y conformar una trilogía sobre la I Guerra Mundial que, desgraciadamente, nunca se llegó a terminar. En cualquier caso, se puede apreciar claramente que La sal de la tierra es una gran novela inconclusa, pues pergeña un argumento y unos personajes que tienen mucho más recorrido que las trescientas páginas de esta edición. Es, verdaderamente, una pena que no haya continuidad a la novela inicial, de una calidad difícilmente igualable.
 Lo primero es lo primero: La sal de la tierra narra la vida de un campesino hutsul (grupo étnico ucraniano localizado en los Cárpatos), Piotr Niewiadomski, analfabeto, greco-católico y ferviente súbdito del emperador austro-húngaro Francisco José, que es movilizado en el verano de 1914 para contrarrestar los ataques que sufría el Imperio a manos de serbios. El conflicto, es bien sabido, se expandiría por toda Europa como la pólvora y acabaría siendo llamado inicialmente "Gran Guerra" o "Guerra del 14", hasta que, tres décadas después ya recibiera el nombre actual de "Primera Guerra Mundial". La novela es sutilmente antibelicista. Digo "sutilmente" porque en ningún momento se denuesta de forma manifiesta el conflicto bélico, sino que se pone en evidencia la sinrazón e inhumanidad de cualquier guerra, en contraposición de la vida más natural y comprensible en tiempos de paz.
 Józef Wittlin era un ejemplo claro de esa heterogénea mezcla de gentes, lenguas, religiones y culturas conocido como Imperio Austro-Húngaro, que dio, sin embargo, extraordinarios escritores como los archiconocidos y admirados Joseph Roth y Stefan Zweig. Wittlin era lingüísticamente polaco, étnicamente judío y de nacionalidad austro-húngara, mezcla que en su caso fue claramente enriquecedora, ya que le aportó una visión globalizada a la vez que respetuosa de las diferencias de todos aquellos que formaron parte de aquel país. 
 El personaje principal, Niewiadomski, deja a las claras que es un arquetipo humano más que un personaje real. Su apellido proviene, parece ser, de la expresión polaca nie wiadomo, "no se sabe", que podía ser traducido al español, por tanto, como "Pedro Expósito", aunque también como "Pedro Nadie". Vamos, que en el protagonista están concentrados no sólo todos los ciudadanos de aquel heterogéneo imperio, sino la esencia misma de cualquier ser humano.
 La prosa de Wittlin tiene una calidad difícil de igualar. Apenas hay diálogos, sino que todo se basa en minuciosas descripciones tanto físicas como psicológicas que, sin embargo, no hacen que el texto sea de lectura lenta ni farragosa. Pese a haber sido escrito hace más de un siglo, el texto (de profusa adjetivación) no es en absoluto rebuscado ni anticuado, sino que resulta moderno y actual, probablemente por la atemporalidad del tema. Es, me atrevo a decir, prosa poética, principalmente por lo primoroso en la descripción psicológica que llega a ser un verdadero cuadro digno del mejor Dostoievsky.

 Como antes decía, deja una sensación triste terminar la novela, pues es evidente que está inconclusa, y que sería una de las mejores novelas del siglo XX si hubiese terminado los otros dos tercios que el propio Wittlin tenía planeado. La acción concluye con el inicio de la guerra, habiéndose centrado la novela en los prolegómenos del conflicto y la llamada a filas de todos los varones jóvenes de aquel imperio centroeuropeo. Es a todas luces evidente que Wittlin había pergeñado tan cuidadosamente como lo había hecho con la primera parte las otras dos novelas, tarea quizá ingente que comprometió de manera nefasta su realización. Como lector buscador de la excelencia lo lamento profundamente, ya que, leyendo La sal de la tierra, queda fuera de toda duda la sobresaliente calidad literaria de Józef Wittlin. En todo caso, por sí sola esta novela es una pequeña joya que aúna esa calidad literaria excelsa con una humanidad y compasión por el "mono con pantalones" y su sociedad que hace que uno pueda congraciarse, aunque sea momentáneamente, con sus congéneres.

sábado, 28 de agosto de 2021

"Escrito a lápiz", compilación de "microgramas" de Robert Walser.

  Erre que erre... ¡Cuántas veces habré dicho de un autor que no me gustaba su forma de escribir o sus temas, y sigo leyéndolo! Pues eso, decenas de veces. De los ejemplos más evidentes es el de Robert Walser, alguien a quien admiro y odio a partes iguales. Lo admiro porque tiene una prosa límpida y cristalina  como pocas, con una adjetivación profusa pero no rebuscada, con un dominio del lenguaje escrito, en definitiva, que es muy difícil de encontrar en autores del siglo XX; y lo odio... ¿que por qué lo odio? No sé, quizá porque sus personajes tienen una humildad rayana en la abyección y autodestrucción que me parece inhumana y rechazable... o tal vez porque estaba como una cabra... Según este humilde blog que nadie lee, un servidor leyó Jakob von Gunten, supuesta obra cumbre de Walser, allá por junio de 2016, y, releyendo la entrada, me costó Dios y ayuda acabarlo. Esta novela es el ejemplo más claro de una persona de altísima cultura que, sin embargo, posee una autoestima a nivel del betún, lo que le lleva a "autoaniquilarse" sin compasión; la cuestión estilística está fuera de toda duda, pero el tema... Sin embargo, otras obras de este autor, como por ejemplo El pequeño zoológico o El paseo unen a esa alta calidad literaria unos temas de una humanidad maravillosa, que le reconcilia a uno con la vida, lo opuesto, vaya, a Jakob von Gunten.
 Es por esto que me debato entre la admiración más sincera y la repulsa más brusca ante el bueno de Robert Walser. El hecho, no menor, de que el propio Walser pasase cerca de treinta años en una institución psiquiátrica no mejora un ápice la disyuntiva, claro está. Así que, cuando veo libros como éste en la biblioteca, mi mano se acerca con presteza a su lomo, mientras una vocecilla en mi cabeza me dice "vete, huye, no encontrarás más que enfermedad mental ahí". Y, a la vista está, la mano, irreflexiva y no prejuiciosa ganó.
 Este tomo es el segundo que edita Siruela sobre los llamados "microgramas", palabro inventado por sus sesudos estudiosos que hace referencia simplemente a que Walser tenía la costumbre de escribir con letra minúscula (parece incluso que la primera dificultad consistió en descifrar la escritura) en hojas viejas de calendario lo que su mente le dictaba en los largos paseos a los que era aficionado (paseos, por cierto, que fue lo último que hizo, ya que la muerte lo sorprendió en uno de ellos en la Navidad de 1956). Bueno, lo cierto es que esos escritos son reflexiones variopintas tomadas a vuelapluma (en este caso, "vuelalápiz") durante los años 1926 y 1927.
 ¿Y cómo son? Son típicamente "walserianos", en el sentido de que tienen una prosa compleja, con multitud de frases subordinadas, muy anticuada, la prosa, para haber sido escrita hace menos de un siglo, y, en la temática, son complejos... pero complejos en el mal sentido. Quiero decir que no es que sean complejos porque incorporan reflexiones en varias direcciones sobre un mismo asunto, sino que son complejos porque, claramente, son las digresiones de alguien al límite de la enfermedad mental. Claro, afirmar eso sabiendo que el pobre hombre se pasaría las últimas tres décadas de su vida recluido en un psiquiátrico no parece muy valiente por mi parte, pero es que, aunque no hubiese conocido este dato se podría inferir sin grandes dificultades ni conocimientos de psiquiatría que su autor tiene un punto de locura evidente.
 Parece ser que Robert Walser fue diagnosticado como esquizofrénico, enfermedad que también afectó a otros familiares directos suyos; estos "microgramas" demuestran una percepción de la realidad que, ciertamente, no parecen tener mucha consistencia; el escritor parece tomar otras voces a la hora de escribir, algunas veces las de mujeres, narrando en primera persona siempre pero con distintas personalidades, muy frecuentemente obsesivas. Otras veces, las reflexiones parecen más ajustadas a la realidad, al menos son más entendibles desde este presente. En fin, ni puedo ni me corresponde enjuiciar a nadie por sus escritos, pero, siendo lego en la materia, sí parece que al bueno de Walser "le faltaba algún tornillo".
 Pero, bueno, eso del tornillo es lo de menos... ¡Cuántos excelentes escritores han tenido algún que otro problemilla (o problemazo) en la sesera y, sin embargo, han dejado textos memorables que enriquecen a aquél que los lee... Lo que ya no tengo claro es que estos "microgramas" merecieran ser publicados. No tengo dudas en absoluto referente a las tres obras que he citado anteriormente, pero estos textos fueron escritos por Walser, aparentemente, como un ejercicio intelectual, no para ser publicados, algo que claramente deseaba con otras obras suyas. Siento incluso que se haya podido incurrir en descortesía al editar estas notas, sin duda privadas, de alguien que nunca pretendió que fueran leídas por otros.

domingo, 22 de agosto de 2021

"El hombre de negro", de Robert Louis Stevenson.

  Cinco relatos de terror (el llamado "terror gótico") del inmortal autor de La isla del tesoro o El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde, paradigmas de la novela de piratas y del desdoblamiento psicológico respectivamente. Con tamañas obras es normal que el resto de la obra de Stevenson haya quedado en segundo plano, pero hemos de recordar que el escocés fue autor de una veintena de novelas y cientos de relatos, así como de poesía, obra extensísima creada en apenas cuarenta y cuatro años de vida.
 Los relatos contenidos en este tomito de Ediciones Abraxas son monumentos a ese gusto por lo sobrenatural, lo anómalo, lo fantasmagórico que tanto estaba de moda durante el reinado de Victoria en el Imperio Británico, y cuya influencia llega hasta nuestros días. Son relatos cortos, impactantes, como un directo al mentón, que dejan al lector entusiasmado, preguntándose si leerlo de nuevo o, simplemente, recordarlo en toda su intensidad.
 Ya que menciono la editorial, he de hacerme eco de una crítica acerba pero justificada. Entiendo que la labor editorial (que tantas veces denuesto desde este humilde blog, pero sin la cual no sé dónde andaríamos los lectores) es compleja y laboriosa, que la perfección, que no existe en nada humano, es imposible de otear siquiera en este ámbito, pero tengo que afirmar que ésta es el texto que he leído que contiene más erratas. La edición que tengo en las manos es de 2002, lo digo por si han sacado a las librerías otra edición posterior, subsanando los errores, en cuyo caso, no hay más de qué hablar; pero, en esta edición es terrible la cantidad de erratas... Erratas digo, no faltas de ortografía o puntuación, pues normalmente consiste en la ausencia de artículos o preposiciones cuando no en la no concordancia de género o número entre sustantivos y adjetivos. Ya digo, desde la comprensión a la dificultad de la tarea editorial, es imprescindible que la corrección de las galeradas sea más minuciosa, so pena de publicar textos que constantemente sacan al lector de la concentración necesaria para poder disfrutar de la lectura. En este ejemplar concreto, sacado de una biblioteca pública, otro lector previo ha tenido a bien (o a mal, no sé) corregir todas esas erratas que plagan las páginas del libro hasta superar el centenar.
 En fin, volviendo a Stevenson, los relatos son extraordinarios, especialmente los tres primeros, de los cuales destaca Markheim, con una excelente descripción psicológica del personaje. El inicio de este relato es sorprendentemente semejante a Crimen y castigo de Dostoievsky, pues el protagonista, Markheim, asesina de forma más o menos involuntaria a un anticuario (prestamista, en realidad) como aquel famoso Raskolnikoff del ruso. Toda la debacle psicológica que en Crimen y castigo se da antes del crimen, se da, al ser casual, tras el asesinato en Markheim: las dudas morales, la contraposición de los principios morales y la supuesta superación de estos por ciertos individuos...
 Los dos últimos relatos contenidos en este volumen están ambientados en los Mares del Sur, zona del Océano Pacífico donde Stevenson residió hasta su muerte. El primero de ellos, El diablo de la botella, es una excelente muestra de ese terror gótico del que hablaba antes ambientado en mares supuestamente preñados de piratas, resultando un relato extraordinario que define al autor escocés de forma prototípica. Pero el último, La isla de las voces, me ha parecido caótico en su estructura, con una temática basada en la mitología hawaiana, no ha conseguido engancharme para nada, y eso que pocas cosas hay que enganchen más que un relato de Robert Louis Stevenson...