Erre que erre... ¡Cuántas veces habré dicho de un autor que no me gustaba su forma de escribir o sus temas, y sigo leyéndolo! Pues eso, decenas de veces. De los ejemplos más evidentes es el de Robert Walser, alguien a quien admiro y odio a partes iguales. Lo admiro porque tiene una prosa límpida y cristalina como pocas, con una adjetivación profusa pero no rebuscada, con un dominio del lenguaje escrito, en definitiva, que es muy difícil de encontrar en autores del siglo XX; y lo odio... ¿que por qué lo odio? No sé, quizá porque sus personajes tienen una humildad rayana en la abyección y autodestrucción que me parece inhumana y rechazable... o tal vez porque estaba como una cabra... Según este humilde blog que nadie lee, un servidor leyó Jakob von Gunten, supuesta obra cumbre de Walser, allá por junio de 2016, y, releyendo la entrada, me costó Dios y ayuda acabarlo. Esta novela es el ejemplo más claro de una persona de altísima cultura que, sin embargo, posee una autoestima a nivel del betún, lo que le lleva a "autoaniquilarse" sin compasión; la cuestión estilística está fuera de toda duda, pero el tema... Sin embargo, otras obras de este autor, como por ejemplo El pequeño zoológico o El paseo unen a esa alta calidad literaria unos temas de una humanidad maravillosa, que le reconcilia a uno con la vida, lo opuesto, vaya, a Jakob von Gunten.
Es por esto que me debato entre la admiración más sincera y la repulsa más brusca ante el bueno de Robert Walser. El hecho, no menor, de que el propio Walser pasase cerca de treinta años en una institución psiquiátrica no mejora un ápice la disyuntiva, claro está. Así que, cuando veo libros como éste en la biblioteca, mi mano se acerca con presteza a su lomo, mientras una vocecilla en mi cabeza me dice "vete, huye, no encontrarás más que enfermedad mental ahí". Y, a la vista está, la mano, irreflexiva y no prejuiciosa ganó.
Este tomo es el segundo que edita Siruela sobre los llamados "microgramas", palabro inventado por sus sesudos estudiosos que hace referencia simplemente a que Walser tenía la costumbre de escribir con letra minúscula (parece incluso que la primera dificultad consistió en descifrar la escritura) en hojas viejas de calendario lo que su mente le dictaba en los largos paseos a los que era aficionado (paseos, por cierto, que fue lo último que hizo, ya que la muerte lo sorprendió en uno de ellos en la Navidad de 1956). Bueno, lo cierto es que esos escritos son reflexiones variopintas tomadas a vuelapluma (en este caso, "vuelalápiz") durante los años 1926 y 1927.
¿Y cómo son? Son típicamente "walserianos", en el sentido de que tienen una prosa compleja, con multitud de frases subordinadas, muy anticuada, la prosa, para haber sido escrita hace menos de un siglo, y, en la temática, son complejos... pero complejos en el mal sentido. Quiero decir que no es que sean complejos porque incorporan reflexiones en varias direcciones sobre un mismo asunto, sino que son complejos porque, claramente, son las digresiones de alguien al límite de la enfermedad mental. Claro, afirmar eso sabiendo que el pobre hombre se pasaría las últimas tres décadas de su vida recluido en un psiquiátrico no parece muy valiente por mi parte, pero es que, aunque no hubiese conocido este dato se podría inferir sin grandes dificultades ni conocimientos de psiquiatría que su autor tiene un punto de locura evidente.
Parece ser que Robert Walser fue diagnosticado como esquizofrénico, enfermedad que también afectó a otros familiares directos suyos; estos "microgramas" demuestran una percepción de la realidad que, ciertamente, no parecen tener mucha consistencia; el escritor parece tomar otras voces a la hora de escribir, algunas veces las de mujeres, narrando en primera persona siempre pero con distintas personalidades, muy frecuentemente obsesivas. Otras veces, las reflexiones parecen más ajustadas a la realidad, al menos son más entendibles desde este presente. En fin, ni puedo ni me corresponde enjuiciar a nadie por sus escritos, pero, siendo lego en la materia, sí parece que al bueno de Walser "le faltaba algún tornillo".
Pero, bueno, eso del tornillo es lo de menos... ¡Cuántos excelentes escritores han tenido algún que otro problemilla (o problemazo) en la sesera y, sin embargo, han dejado textos memorables que enriquecen a aquél que los lee... Lo que ya no tengo claro es que estos "microgramas" merecieran ser publicados. No tengo dudas en absoluto referente a las tres obras que he citado anteriormente, pero estos textos fueron escritos por Walser, aparentemente, como un ejercicio intelectual, no para ser publicados, algo que claramente deseaba con otras obras suyas. Siento incluso que se haya podido incurrir en descortesía al editar estas notas, sin duda privadas, de alguien que nunca pretendió que fueran leídas por otros.
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