lunes, 27 de septiembre de 2021

"El quinto elefante", por Terry Pratchett.

  Vigésimo cuarta entrega de la saga del Mundodisco. La tortuga cósmica Gran A'Tuin sigue surcando el Multiverso, con sus cuatro gigantescos elefantes sobre su concha, sobre los cuales descansa el Mundodisco, sorprendentemente diferente al planeta Tierra en su geografía y extraordinariamente semejante al mismo en la estupidez de sus habitantes. Precisamente, el título hace referencia al mito según el cual un quinto elefante descomunal salió despedido de la concha de la tortuga cósmica para caer, tras haber descrito una elegante órbita, en pleno Mundodisco, generando así tal movimiento tectónico que alteró la geografía del mismo para siempre.
 Esta vez, la burla de Pratchett se centra en las relaciones internacionales y diplomáticas. En esencia, los ciudadanos de Überwald (un oscuro país lleno de hombres lobo, vampiros y enanos que guarda una más que sospechosa semejanza con el estereotipo alemán) van a elegir un nuevo rey; desde Ankh-Morpork se envía una comitiva diplomática para asistir al evento, nadie mejor que Sam Vimes, jefe de la guardia y noble por vía conyugal. Para acompañarle los más cercanos a la idiosincrasia "überwaldiana" son, claro está, una mujer lobo, Angua; una enana, Jovial Culopequeño; y un troll, el sargento Detritus.
 Claro, en la pluma de Terry Pratchett, tamaña aventura es un cúmulo de despropósitos desternillantes, no tanto por lo cómico de las situaciones, sino por la soberbia parodia de la idiotez humana, en este caso de los empingorotados eventos de la alta sociedad. Porque, como el inglés deja claro, las relaciones internacionales o diplomáticas no son sino una extensión de las más normales relaciones humanas, eso sí, con frac o chaqué. Así, todas las imbecilidades de nuestros gobernantes a las que asistimos impotentes los abochornados ciudadanos de bien se parodian en esta novela. Desde ese empingorotado comportamiento al que antes hacía referencia, a la vanidad colectiva (en esencia igual que la individual pero mucho más peligrosa y más tendente a guerras y conflictos), pasando por el uso y abuso de todo tipo de estereotipos y prejuicios nacionales.
 Alguien con sentido de humor y fina inteligencia que leyera (y comprendiera plenamente) esta novela no podría sino hacer de esas relaciones internacionales algo más natural y menos soberbio. Un ejemplo genial del uso de la ironía por parte de Pratchett son todos las falsedades con las que esos señorones repiten protocolos centenarios que sirven para ocultar las verdaderas intenciones que los ha llevado hasta allí. Léase, por ejemplo, salutación al nuevo rey donde debiera decirse injerencia en el nuevo gobierno; afianzamiento de las relaciones comerciales donde se pretende explotar inhumanamente las riquezas del vecino; o defensa de las minorías del país vecino cuando, en realidad, se quiere subvertir el orden social de la zona en beneficio propio. Vamos, lo que lleva haciendo el ser humano desde que se bajó del árbol.
 La genialidad de Terry Pratchett da para que el tema principal arriba esbozado sea acompañado por temas secundarios como las relaciones entre jefes y subordinados (con el ascenso a capitán del sargento Colon y su atontamiento consecuente) o los celos (personificados en el capitán Zanahoria tras la partida a Überwald de su novia Angua, una mujer lobo en camino a su país de origen, repleto de jóvenes y atléticos individuos de su especie). Estos temas secundarios dan mayor empaque a la novela, haciéndola más memorable si cabe. Lo digo siempre que hago una recensión de las novelas de Pratchett: si los lectores inteligentes se deshicieran de sus prejuicios para entender las parodias sociales del autor inglés y luego se aplicara masivamente a nuestras vidas, otro gallo nos cantara.

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