Se trata de especular sobre el paso del tiempo, la importancia relativa de las cosas con el paso del mismo... En esencia, el argumento es éste: los auditores de la realidad (seres espirituales, incorpóreos e incapaces de tener emociones o sentimientos) quieren acabar con la realidad, quieren detener el tiempo y reorganizar todo lo existente. Para ello encarga a Jeremy Relójez, excelso maestro relojero, que construya un reloj que marcará con absoluta precisión el tiempo, para poder, en última instancia, detenerlo. Ese es, digamos, el “equipo de los malos”, el de los buenos son los Monjes de la Historia, protectores del paso impertérrito del tiempo; de ellos, un simple barredor, Lu-Tze, es el más capacitado. Lu-Tze toma como aprendiz a Lobsang, que luego se revelará como hermano gemelo (antitético, en realdiad) de Jeremy. Lobsang y Lu-Tze se encargarán de que no se detenga el tiempo y de eliminar a los auditores. Para ello contarán la ayuda de Susan Sto Helit, nieta de la Muerte, y de una auditora que descubre el placer de ser imperfecto y falible, esto es, de ser humano. La Muerte en persona no podrá ayudarles porque tendrá que hacer su entrada triunfal con los otros Jinetes del apocalipsis, que, por cierto, aquí no son cuatro, sino cinco, a saber: la Muerte, la Peste, la Guerra, el Hambre y... y un lechero llamado Ronnie Soak (véase aquí la broma de Pratchett al invertir el nombre al supuesto quinto jinete que no es otro que el Kaos, nombre más punki y guerrero que el tradicional Caos).
Como siempre digo, lo que más me gusta de la apabullante imaginación de Terry Pratchett es su facilidad para ironizar sobre todo lo humano, ambientado en un planeta imaginario, con personajes de ficción, pero con atributos meramente humanos. En Ladrón del tiempo, Pratchett delinea a un tipo obsesionado con el tiempo (en la novela, Jeremy Relójez), exacto hasta la náusea, incapaz de la más mínima creatividad, un hombrecillo gris cumplidor de su obligación sin corazón ni alma; luego está otro personaje, desgraciadamente poco frecuente, que es el sabio humilde (encarnado en Lu-Tze), alguien que no destaca por nada, que desempeña las tareas más modestas, pero que es, con diferencia el más sabio de todos; por último, los auditores representan a los controladores compulsivos, que tienen que llenar sus vidas de reglas y normas sin las cuales se sienten perdidos, gente cuadriculada en fin, sin imaginación alguna.