miércoles, 1 de diciembre de 2021

Inciso cinematográfico: "Krotkaya" ("A gentle creature"), dirigida en 2017 por Sergei Loznitsa.

  Kafka vive... y es ruso... Tercera película que veo de Sergei Loznitsa, aclamado documentalista con aspiraciones a mucho más (además de a director, a activista social y político) que es muy reconocido y admirado en festivales y absolutamente desconocido por el gran público. De 2010 es My Joy, una cinta muy controvertida en Rusia, al criticar de forma muy agria la corrupción policial que campa por sus respetos en aquel inmenso país, corrupción policial que mantiene enfangada la vida de gran parte de sus ciudadanos, especialmente los más débiles; de 2012 es En la niebla, ambientada en la Segunda Guerra Mundial, con la supuesta ejecución sumarísima por traición a un campesino bielorruso. Ambas muestran unos personajes que quizás puedan ser estereotípicamente muy rusos: fatalistas, pero ya habiendo aceptado su fatal destino, sin fuerzas para luchar, ya sea contra la corrupción política y de las fuerzas de seguridad o contra una sociedad indiferente al sufrimiento ajeno. Esta película, Krotkaya, es la tercera que veo, de 2017, dudo que llegara a estrenarse fuera de los circuitos de festivales (supongo que Loznitsa debe ser uno de los tipos más perseguidos por el régimen del "tío Vladimir"), y, de nuevo, incide en esa corrupción institucionalizada, con puntos verdaderamente kafkianos.
Imagen tomada del sitio filmaffinity.com
 Sin embargo, el propio director asegura que está basada en La sumisa de Dostoievsky, aunque, claro está, traído a la época moderna. El argumento es simple: una mujer que vive sola y en práctica pobreza en una zona rural rusa recibe una notificación oficial en la que se le permite  visitar a su marido encarcelado. Comienza todo, pues, con un viaje interminable en obsoletos autobuses atestados que traquetean por carreteras secundarias; una vez en la prisión (prisión gigantesca, al tamaño soviético, que implica la creación de una ciudad paralela para albergar a trabajadores y todo el personal que necesita la cárcel), una despótica funcionaria rechaza la entrada de esta mujer y su paquete al centro, ¿razón? Obviamente ninguna, simplemente "es rechazada". Empieza entonces la bajada a los infiernos sociales de la protagonista, que es engañada por todo tipo de personajes de bajos fondos (prostitutas, policías corruptos, proxenetas, traficantes de drogas...) para tratar de hundirla en la misma miseria en que ellos viven. Esta "bajada a los infiernos" representa más de la mitad de la película, y es de una sordidez y dureza difícilmente aguantables, principalmente por la verosimilitud con la que Loznitsa lo muestra. A todo esto, la actitud callada, casi autista de la protagonista consigue que el espectador se solidarice con ella, viéndola como una víctima inocente de una sociedad hundida en todo tipo de vicios y defectos y que no tiene solución alguna. Y queda el "lindo final": por puro agotamiento, la protagonista se queda dormida en la estación de tren de esa ciudad-cárcel y sueña una pesadilla kafkiana a más no poder: todas las personas con las que ha convivido en los últimos días (desde los compañeros de autobús, pasando por trabajadoras de ONG, proxenetas, prostitutas...) montan un juicio sumarísimo en el que, finalmente, es autorizada a entregar el dichoso paquete a su marido. No puede ser más delirantemente kafkiano.
Imagen tomada del sitio tiempodecine.co
 En fin, una de esas películas que le dejan a uno un mal cuerpo que espanta, no por lo que cuentan, sino por cómo lo cuentan, con qué verosimilitud y realismo. Ya digo, el bueno de Sergei Loznitsa (bielorruso de nacimiento aunque ucraniano de nacionalidad) debe tener un ángel de la guarda de primera categoría, porque si no los esbirros de nuestro querido Putin ya le habrían preparado una rica sopita de polonio... Bromas sin gusto aparte, Sergei Loznitsa es de esos directores que, a base de jugarse el cuello, consigue que la opinión pública mundial sepa cuál es la situación social y política en ese gigante país que alumbró a genios como Dostoievsky, Tolstoi, Goncharov, Pushkin, Gógol, Pasternak o Turguénev (muchos de los cuales, por cierto, ya sufrieron en carne propia los desmanes de sus gobernantes).

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