Una de las últimas novelas del gran autor victoriano, fuera de las llamadas Crónicas de Barsetshire (las más exitosas, todas ellas ambientadas en la pequeña ciudad ficticia de Barchester) y de las Novelas de Palliser (sátiras inmisericordes de la nobleza y gobernanza británicas); de hecho, es una de sus últimas novelas, muy breve para un autor victoriano y de menor complejidad que las otras.
Sin embargo contiene las características de Trollope: extensísima descripción psicológica de los personajes, sutil sátira (a veces, no tan sutil) de las costumbres sociales de la época, ritmo lento y sosegado... Lo que ocurre es que en nuestra época gustan más las novelas ambientadas en Barchester, que son mucho más complejas o las de Palliser por el morbo de ver las corruptelas políticas propias de la época victoriana (y de toda época, lamentablemente). En todo caso, a pesar de las escasas doscientas cincuenta páginas del texto (un relato largo para esta gente) se puede disfrutar suficientemente de la inmersión intelectual en un mundo ya desaparecido en lo externo, pero no en los sentimientos.
Porque precisamente de eso, de sentimientos, va la novela. El argumento en sí es secundario cuando se tiene la capacidad de crear personajes como lo hace Anthony Trollope. Aquí el argumento gira en torno a la herencia de una casa solariega con varias fincas agrícolas añadidas que el anciano caballero Indefer Jones, cercana ya su muerte, tiene que dejar en testamento a una u otra persona. El anciano no tiene hijos, tan sólo un par de sobrinos (primos entre sí) que son como la noche y el día. Ella, Isabel Brodrick, estuvo sus últimos años a su lado, es impetuosa, terca como una mula, falta de empatía, trabajadora y materialista; él, Henry Jones, trabaja como oficinista en Londres, es introvertido, dubitativo, apocado y espiritual. Esas son las dos opciones. Indefer Jones prefiere nombrar heredera única a Isabel, pero también quiere cumplir con la tradición de hacer heredero al primogénito varón, tradición que trataba de evitar que las posesiones se fueran dividiendo y se perdieran con gente que tenían otros apellidos (como es el caso, Brodrick en lugar de Jones). El caso es que el viejo, con la cabeza no muy clara ya, redacta varios testamentos, anulando cada uno el anterior, claro, el último conocido respetando la primogenitura varonil, pero haciendo otro posterior privado nombrando a Isabel heredera universal. Este último testamento es conocido por la propia Isabel y un par de arrendatarios, pero no por el notario ni funcionario alguno del registro. Así, al morir Indefer Jones, entra en vigor el último testamento registrado, el que hacía heredero universal a Henry (el famoso "primo Henry") que se apresta a dejar su oficina y apartamento londinenses para ser dueño y señor de la finca solariega. Tanto Isabel como los arrendatarios saben que existe un testamento posterior que no llegó a ser registrando anulando el que ha sido ejecutado, por lo cual desprecian profundamente a Henry que, sabiendo dónde está oculto el mismo, no lo hace público.
Ese es el argumento principal, ya digo, pero la novela, verdaderamente, empieza a partir de aquí, con una descripción psicológica extraordinaria de todos los remordimientos, sensaciones y pensamientos de Henry, que se debate entre callarse la localización del testamento de marras y quedarse con todo, o ser honradez y entregar al notario el testamento que lo perjudica.
Dicen en la contraportada los de Editorial Belvedere que El primo Henry "se trata de un estudio de caracteres". No puedo estar más de acuerdo, porque aunque la personalidad de Jones, con sus dudas, sus angustias, sus remordimientos es la principal parte de ese estudio de caracteres, tampoco se puede dejar de lado la descripción de Indefer Jones, "ultraconservador", tradicionalista, huraño y desconfiado; así como la de Isabel, una mula con apariencia humana, con una sola cosa en mente; o los leguleyos, con su moral inicua, capaces de despellejar a quien sea por un plato de lentejas...
Además de ese estudio de caracteres, también se satirizan o, al menos, se ponen en solfa, las tradiciones inmemoriales como la de la primogenitura varonil, lo que ocurre es que Trollope lo hace de forma sutil, para que el lector tome conciencia de ello debido a los problemas que su aplicación generan en la sociedad.
De nuevo, Anthony Trollope, un francotirador de élite que ametralla su hipócrita sociedad con una pluma por rifle y tinta por balas.