Concierto del 14 de octubre de 2022, Auditorio Miguel Delibes, Valladolid. Primer concierto dirigido por Thierry Fischer, director suizo de amplia trayectoria, director también de la Orquesta del Estado de Sao Paulo y de la Sinfónica de Utah. La obra de Fazil Say (Concierto para violonchelo y orquesta, "Never give up", op. 73) con el violonchelista Alban Gerhardt, también de amplísima carrera profesional y múltiples grabaciones. Y, por supuesto, la orquesta "poseedora de la cátedra" en el Miguel Delibes, la Orquesta Sinfónica de Castilla y León, compuesta por talentosos músicos venidos de todo el mundo, ya con una trayectoria de más de treinta años.
Concierto clásico (en el sentido de esperable, frecuentemente representado) y rompedor, valga el contrasentido. Me explico: es esperable un concierto sinfónico con obras de Haydn y de Brahms; quizá la Sinfonía nº 95 "El milagro" (aunque sea más habitual representar la Sinfonía nº 101 "El reloj" o la 94 "La sorpresa") del compositor austriaco; del alemán es precisamente la Sinfonía nº 1 la más tocada a lo largo y ancho del mundo. La obra de Fazyl Say, sin embargo, y no sólo por contemporánea, es mucho más infrecuentemente representada, quizá por su dureza, ahora lo veremos; de aquí lo de "rompedor" que antes decía, por el contraste tremendo entre los compositores centroeuropeos y el turco.
El programa es toda una declaración de intenciones por parte del nuevo director de la OSCYL, de Thierry Fischer. Obviamente hay intencionalidad en la condición contrastante del concierto: dos obras amables, conciliadoras y reconfortantes, conocidas por todos, que nos llenan de paz y buenas vibraciones... con el bocadillo intermedio de una obra contemporánea brusca, impactante, que trata de que el espectador se sienta incómodo en su butaca (en el buen sentido de la expresión, claro, para hacerle sentir y pensar). El orden del programa tampoco es baladí. Puedo asegurar que si un servidor hubiera salido a la calle después de haber escuchado la obra de Say, sin ningún otra obra a continuación, habría salido con un estado anímico cercano al desequilibrio, a la excitación indignada... luego explicaré la razón.
Pero, primero, Haydn. El "Padre de la sinfonía" nos regala cuatro movimientos con la elegancia y la sublime belleza que sólo la música del Periodo Clásico nos puede dar. Poco más de veinte minutos para reconciliarse con la vida, su hermosura y carencia de maldad. Por cierto, parece que el sobrenombre de "El milagro" se debe a que cuando fuera representada en Londres a finales del siglo XVIII cayó una gigantesca lámpara de araña sobre el patio de butacas, siendo un verdadero "milagro" que no resultara nadie herido.
Y así, como quien no quiere la cosa, llegamos a Fazyl Say, compositor y pianista turco que tiene la misma edad que quien esto escribe y que ha deslumbrado a crítica y espectadores por su talento y su personalidad musical. De su obra aquí escuchada, el Concierto para violonchelo y orquesta "Never give up", op. 73, no se puede decir nada más, al menos para empezar, que mantiene al oyente en una montaña rusa anímica, en una tensión, buscada, por supuesto, que te despierta del "buenismo" (perdón por el palabro) de Haydn. Hay que explicar que el compositor turco creó este concierto para violonchelo y orquesta tras los terribles atentados terroristas de París de noviembre de 2015. Tanto recuerda la obra a aquella barbarie que incluso llega a reproducir el sonido de las ametralladoras a golpe de timbal ¡verdaderamente angustiante! Afortunadamente, el tercer movimiento de este concierto, titulado precisamente Song of Hope, "Canción de esperanza", es más amable, más esperanzador, esperando que todos hayamos sacado una lección del inaceptable uso de la violencia con la finalidad de que no se vuelva a repetir. La elección del violonchelo es, claro, la apropiada por la capacidad que tiene ese instrumento de mostrar sentimientos desgarrados.
Y así se llega al descanso del concierto, con una sensación de desasosiego unida a la admiración por la capacidad que tiene Fazyl Say para transmitir sentimientos de desesperación y brutalidad, ya digo con los "ametrallamientos" de los timbales se saldría a la calle en un estado de ansiedad y nerviosismo que podrían ser peligrosos... Pero que nadie se alarme... llega la paz...llega Brahms.
Y nada menos que la Sinfonía nº 1, una de sus obras más representadas, como es lógico. Es lógico que se represente a menudo en todo el planeta porque lo tiene todo: tiene momentos dramáticos y oscuros (sobre todo en el primer movimiento); escenas más relajadas y suaves (en el segundo movimiento), con tonos juguetones (de scherzo, "broma" en italiano) en el tercer movimiento; para acabar con un cuarto movimiento con melodías inmortales, que todo melómano ha escuchado cientos de veces y que nos sacan una sonrisa de satisfacción al escucharlas. Dicen los musicólogos que Brahms trató de homenajear a Beethoven en esta sinfonía, hasta el punto de utilizar algunos acordes de la Sinfonía nº. 9 del genial sordo; parece ser, incluso, que algunos críticos musicales tacharon a Brahms de plagiador, algo estúpidamente injusto habida cuenta su talento compositor.
En fin, un concierto contrastante, como decía antes, un "bocadillo musical" de una calidad sublime, para poder sentir la música en todas sus dimensiones: acariciante, enervante, tranquilizadora, energizante...
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