Séptima novela que leo del Nobel de Literatura de 1972, sin duda la peor, incluso una que no debería haberse publicado. No voy a reseñar las otras seis novelas que leí, sólo las nombraré: Pero ¿qué será de este muchacho?, ¿Dónde estabas, Adán?, El tren llegó puntual, Retrato de grupo con señora, El honor perdido de Katharina Blum y Opiniones de un payaso. En todas ellas se aprecia las mismas líneas generales: realismo rayando en el naturalismo, pues no oculta la fealdad de la posguerra, sus miserias materiales y morales; prosa rápida, frases cortas y poca adjetivación; ambientación en la Alemania de posguerra, entre ruinas, aspecto que dio pie a los críticos para llamarla Bildungsroman (Literatura de escombros); y personajes perdidos, alienados en una realidad que los supera y aliena. Bien, todas esas características están en El ángel callaba, pero ésta es una novela deslavazada, con claras inconsistencias temporales, como si alguien hubiera quitado algún capítulo que deja un vacío que no se llega a comprender. Leyendo el epílogo firmado por un tal Werner Bellmann se comprende plenamente que fue lo que pasó.
Argumento general de la novela: Hans Schnitzler, sargento de la Wehrmacht, llega a una ciudad del occidente alemán (no se llega a mencionar cuál, pero por la alusión al río Rin y el origen del escritor se sobreentiende que es Colonia) tras la derrota de Alemania en la Segunda Guerra Mundial. El escenario es apocalíptico: edificios destruidos sin reconstrucción posible, miles de supervivientes vestidos con harapos y hambrientos, falta de funcionamiento de los suministros más básicos... ¡vamos, lo que viene siendo una guerra! Hans intenta reconstruir su vida previa con los pocos retazos que le quedan, pero no encuentra prácticamente a nadie de su vida anterior, y todas su escasas energías las gasta en buscar un trozo de pan duro para sobrevivir hasta el día siguiente. Se narra someramente que el sargento logró salvar la vida milagrosamente cuando un teniente coronel se cambió por él estando en cautiverio, a pocas horas de ser fusilado; que ese oficial de alto rango diera su vida por la suya propia es algo que no llega a comprender plenamente. Con el paso del tiempo, el protagonista entra en contacto con otra víctima de la guerra, una mujer, Regina, con la que compartirá refugio en una casa bombardeada y con la que acabará por establecer una relación de pareja. Esta mujer es, en realidad, otro zombi producto de la guerra: una persona totalmente solitaria, madre soltera que perdió a su bebé en un bombardeo; al igual que Hans pulula por la ciudad destruida sin saber muy bien por qué esta viva y para qué estarlo. Así, El ángel callaba es, en verdad, una historia de amor, lineal, sin complicaciones, pero las circunstancias que rodean a los amantes es tan brutal que acaba siendo incluso sórdida. Son dos personas perdidas, destruidas, puede que no en lo físico pero sí en lo moral e intelectual, que se entregan el uno al otro para combatir la soledad, la zozobra... sin compromisos ni alegrías.
Entre los capítulos que narran esta triste historia de amor se entrelazan otros que narran a personajes secundarios que dan un poco más de empaque a la narración. Así, se presenta a un tal Fischer (Hans lo llama humorísticamente "Geldfischer", -pescador de dinero-) que se ha enriquecido con la guerra (su familia siempre tuvo una especial habilidad para enriquecerse mientras los demás sufrían) al traficar con obras de arte que son expoliadas de museos e iglesias y exportadas fuera de Europa. Este tal Fischer y su hermana son utilizados como contrapunto de la extrema pobreza material y zozobra intelectual del resto de la ciudad.
En fin, como se puede apreciar, es una obra típica de Böll, están todos los ingredientes apreciables en sus otras novelas, y que, para alguien con sentido común y sensibilidad, sirven para abominar de la guerra y su barbarie (parece ser que hay poca gente con sentido común y sensibilidad toda vez que sigue habiendo guerras en todos los continentes). Pero lo cierto es que la sensación que deja su lectura, ya dije, es de estructura deslavazada, como si alguien hubiese hurtado algún capítulo que explicara algo importante, o le faltase a la novela un poco más de desarrollo. Eso sí, el epílogo lo explica todo.
El epílogo está firmado por Werner Bellmann (escritor y crítico especializado en Böll) y en él se detallan todos los pormenores que llevaron a la editorial que publicaba en Alemania a Böll a rechazar El ángel callaba. Según se dice, la novela fue escrita entre 1949 y 1950; la editorial la rechazó porque, según ellos, el público alemán no era prono a leer en aquella época un recordatorio de tan amarga situación. Por otro lado, el autor y la propia editorial quitaron un par de capítulos y luego añadieron otro; esto es, sin duda, lo que da esa sensación de estructura deslavazada al leerla. La novela fue publicada finalmente en 1992, ya muerto Böll, con esas mermas y añadidos. En fin... ya se sabe que las editoriales no son "hermanitas de la caridad", que sólo buscan el beneficio económico puro y duro, y que, igual que rechazan un original si creen que no lo van a vender, publican "lo que sea" si creen que venderá, independientemente de su calidad. Así, de un autor en boga, típico, claro está, de uno que ha ganado el Nobel de Literatura, se publica hasta lo que escribe en papel higiénico (perdón por la referencia escatológica). En mi opinión, El ángel callaba podía haberse convertido en otra excelente novela de Heinrich Böll si el autor le hubiera dado un par de vueltas más, hubiera corregido las inconsistencias temporales y enlazado los capítulos en que se aprecia un hueco.
El epílogo del tal Bellmann, por otro lado, es excelente para comprender las miserias a las que estuvo sometido Böll, siendo un escritor de gran éxito, premiado con un Nobel. Así, se muestra al alemán empobrecido pero empeñado en vivir de la literatura, aceptando pequeñas sumas de su editorial a cuenta de futuros beneficios (es decir, endeudándose con la editorial), o aceptando trabajos mal pagados para mantener a la familia pero que lo alejaban de la posibilidad de seguir escribiendo. Nada que no haya sufrido la inmensa mayoría de escritores, pero que duele leer aplicado a alguien como Heinrich Böll. En fin, esa es otra guerra, la de los poderosos contra los débiles, léase la de las editoriales contra los escritores, guerras sin bombardeos pero que dejan igualmente víctimas por el camino.