De nuevo la prolífica relación entre la literatura y el cine, pero en este caso, a diferencia de lo habitual, temo que la película es considerablemente mejor que la novela. Normalmente, si la novela está bien escrita, suele encontrarse muchos argumentos secundarios que no llegan a estar plasmados en el celuloide; los personajes están mejor delineados, siendo más redondos, más verosímiles en el papel; y el texto tiene más empaque, más profundidad que la cinta. Claro, por otro lado, la fuerza visual de muchas escenas cinematográficas superan en expresividad a la letra escrita, aquello de "vale más una imagen que mil palabras" (aunque, a decir verdad, nunca he estado muy seguro de esta frase popular, siempre pensé que no lo había dicho un buen lector con suficiente imaginación). Lo cierto es que en el caso de la novela de Ondaatje (escritor de origen neerlandés, nacido en Sri Lanka, criado en Inglaterra y residente en Canadá) la estructura está demasiado deslavazada, con tantas analepsis y saltos en el tiempo, que uno acaba por perder el hilo conductor. La adaptación cinematográfica de 1996, dirigida por Anthony Minghella y que obtuvo la friolera de nueve Oscars en 1997, también tiene muchos flashbacks, pero se entiende mejor. Por otro lado, el escritor se detiene con tanta minuciosidad en digresiones filosóficas de cada pequeño giro argumental que llega a ser hastioso.
Y sí, también es importante la fuerza visual de las imágenes del film: los vuelos en biplano sobre el desierto, el detalle en las descripciones del arte renacentista toscano, amén de las excelentes actuaciones del elenco actoral (Oscar para Juliette Binoche como actriz secundaria y nominaciones para otros), la maravillosa banda sonora que acompaña todas las escenas memorables... Sí, aquí la magia del cine hace mucho, pero he de decir que si la novela no fuera tan anárquica en su planteamiento estructural luciría mucho más.
La novela (y la película) alterna dos periodos espacio-temporales: el desierto del Sáhara durante el periodo de entreguerras y la Toscana en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial. En África se sitúa la acción de unos arqueólogos y el triángulo amoroso que acabará en desastre (la muerte de los tres); en Italia uno de esos arqueólogos y amantes, abrasado y moribundo debido a que su avión fue derribado, queda al cuidado de una enfermera, recibiendo la atención en un bombardeado convento cerca de Florencia. Entre esos dos presentes salta alternativamente la trama. Ondaatje usa una argucia literaria muy habitual: la de describir inicialmente a unos personajes, dejando a otro en el desconocimiento del lector, siendo los personajes conocidos los que habrán de darlo a conocer, obviamente, el personaje ignoto es el propio paciente inglés. Los personajes conocidos son Hana, la joven enfermera canadiense que abandona su unidad militar para cuidar al arqueólogo quemado; Caravaggio, un canadiense de origen italiano que, habiendo sido ladrón en su juventud, es reclutado por los aliados como espía; y Kip, un zapador de origen sij encargado de desminar esa parte de la Toscana. A esos tres personajes se unirá el paciente inglés (Ladislao de Almásy, conde húngaro) y Katharine Clifton (amante del húngaro). La relación entre esos personajes principales está mejor pergeñada, al menos es más clara, en la película que en el libro, en éste todo queda demasiado enmarañado con los circunloquios filosóficos y artísticos.
En todo caso, leyéndose con calma, la novela tiene un pase. Es, en realidad, una historia de amor en unas condiciones políticas y sociales terribles (la guerra). Da un poco de pena porque creo que la película de Minghella es una de las mejores de todos los tiempos, aunando todas las características que han convertido al cine en el séptimo arte, mientras que la novela, si se pudiera reescribir también sería una gran obra.