sábado, 4 de mayo de 2024

Inciso musical: concierto de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León dirigida por Thierry Fischer. Obras de Copland, Tower, Adams y Beethoven.

  Decimosexto concierto de abono de la temporada 23-24 de la OSCyL, dirigida por su habitual batuta. Leyendo el título de esta entrada ya pongo en palabras la idea que tengo en la cabeza: la primera parte del concierto fueron obras de Copland, Tower y Adams, la segunda parte, de Beethoven. ¿Qué parte del concierto me gustó más, cuál tuvo más calidad? La respuesta es obvia, ¿no? Pero, como diría un buen programador de conciertos, éstos tienen que ser contrastantes, variados y diversos. No puede ser más diverso un concierto en cuya primera mitad se interpreta a compositores del siglo XX y, en la parte final, a un gigante como Beethoven. Y, bien mirado, en la variación está el gusto, también en el ámbito musical, aunque suponga cambios notables en el número de músicos y su disposición, algo que pone en un brete la logística y organización del escenario. Y es que no puede haber muchos cambios más profundos que organizar el escenario para que toquen una fanfarria de Copland o Tower, todo con viento metal y percusión, y, en unos pocos minutos, disponer todo para que toque una orquesta sinfónica completa. Desde este humilde blog vaya mi reconocimiento y admiración a los esforzados trabajadores de la logística del auditorio, grandes olvidados, sin los que no sería posible el cotidiano milagro del disfrute musical.
 En la primera parte, pues, obras del siglo XX. La Fanfarria para el hombre común es una obra muy reconocible, que hemos escuchado en multitud de películas, documentales y videos. En sus escasos tres minutos se condensa una música épica, imponente y subyugante que sólo la combinación entre los instrumentos de viento metal y la percusión puede producir. Por ello se ha utilizado tanto para ilustrar momentos únicos de heroicidades y descubrimientos varios. Si al lector de este blog, como es probable, no le viene a la cabeza la melodía de esta fanfarria, búsquese en internet y seguro que se emite un "ah, sí..." Pues eso. Hay piezas cuyo autor, en este caso Aaron Copland, no son conocidos para la gran audiencia, pero sí sus melodías. Según parece, Copland compuso su Fanfarria para el hombre común en 1942 en una suerte de concurso para homenajear a los combatientes que se dejaban la vida en la entonces en curso Segunda Guerra Mundial. Hubiera sido mejor homenaje suspender los combates, pero bueno, al menos nos ha quedado esta excelente y breve pieza.
 Después, estamos en 2024 y en Europa, parece ser que es necesario hacer un contrarresto para buscar la "igualdad de género", con lo que se programa la Fanfarria para la mujer fuera de lo común, de Joan Tower, compuesta en 1987. Poco más se puede decir que esto tan recurrido de la "igualdad de género" (de hecho, en el programa de mano del concierto de ayer es lo único que se destaca). La obra es de mucho menor empaque que la anterior; a pesar del viento metal y la percusión, no tiene la fuerza que debiera, resultando ser una pieza anodina y vulgar.
 Pero el programador, demostrando que todo se puede empeorar, propone la Absolute Jest (Broma total) de John Adams. Obra de 2012, tiene la peculiaridad de estar compuesta para que un cuarteto de cuerda (en el concierto de ayer, el Cuarteto Casals) la interprete acompañada del resto de la orquesta sinfónica. Lo mejor de esta pieza es lo exigente que es con los solistas, sacando a relucir su virtuosismo con el arco (no el de las flechas, claro, sino con el arco del violín, viola y chelo... Perdón por el chiste fácil, pero no me he podido resistir). Por lo demás, la obra es una verdadera broma, como su nombre indica, un ejercicio de virtuosismo carente de una melodía que sirva de hilo conductor.
 Pero, para terminar, a modo de colofón, de recordatorio de la belleza que inunda el sórdido matadero que antes llamábamos Humanidad, para poder reconciliarnos con el mundo... toca la Sinfonía nº3 de Beethoven, la "Heroica". ¡Menos mal! Porque si no el resultado de la primera mitad, con la obra de Adams al final hubiera sido francamente desilusionante. Pero aquí está el bueno de Ludwig para recordarnos que su mera existencia mejoró la condición humana y elevó el espíritu de este "mono con pantalones" que es el homo sapiens. Bueno, paro ya, que me estoy poniendo tremendo. Como comenté en otra entrada, la Orquesta Sinfónica de Castilla y León tomó la acertadísima decisión de interpretar las nueve sinfonías de Beethoven a lo largo de tres temporadas. ¡Magno y loable propósito! Entiendo la dificultad organizativa y el desafío que supone abordar tal reto, pero como rendido melómano beethoveniano aplaudo la soberbia meta. En la temporada 23-24 ha tocado, pues, las tres primeras sinfonías, hoy la Tercera, comúnmente llamada Heroica. Y, entonces, el mundo se para. Las bromas anteriores, la "igualdad de género" y demás zarandajas desaparecen, y emerge la genialidad de un gigante como Beethoven. En apenas cuatro movimientos y cincuenta y tantos minutos, la sublimidad se hace audible. El primer movimiento, Allegro con brio, contiene una de las frases musicales más reconocibles de toda la música culta, una maravilla sin igual que, teniendo sensibilidad suficiente, emociona y cura de todas las enfermedades del alma que uno acumula con los años. Tanto el tempo como la melodía es amable y alegre, no exenta de pomposidad (recordemos que Beethoven compuso su Tercera sinfonía inicialmente para Napoleón, aunque luego lo dedicara finalmente al príncipe vienés Lobkowitz) y rotundidad. Los musicólogos consideran que con esta sinfonía Beethoven iniciaría su "periodo intermedio o heroico" que acabaría por comenzar el periodo del Romanticismo musical. El segundo movimiento, Marcia funebre, Adagio assai, supone el contrapunto perfecto, otra melodía reconocible por cualquier melómano, ésta triste y pausada como corresponde a una marcha fúnebre. La alegría y el ritmo es retomado con el tercer movimiento, Scherzo, Allegro vivace, evolución natural en Beethoven de los antiguos minuetos. El último movimiento, Finale, Allegro molto, incluye un tutti glorioso que remata una de las más bellas sinfonías del genio de Bonn. La influencia posterior de esta sinfonía es tan inmensa que se considera un punto de inflexión en la música culta que pone el quiebro entre el Clasicismo, con su claridad de melodías y su simetría de frases y el Romanticismo, con sus contrastes melódicos, sus ritmos variados y su mayor dramatismo. En el día de ayer, su interpretación por la OSCyl me reconcilió de nuevo con el género humano.

viernes, 26 de abril de 2024

"Cuento de invierno", de William Shakespeare.

  Un profundo error de nuestros días es tomar a los egregios autores del pasado, los "clásicos", como hombres de letras, eruditos, intelectuales que dedicaban su vida a dejar obras para la posteridad que serían estudiadas milimétricamente por otros eruditos. La verdadera Historia nos muestra a Miguel de Cervantes, por ejemplo,  como un tipo cuya vida no pudo ser más compleja y azarosa: soldado de fortuna, cobrador de impuestos, pasó años en la cárcel, hambre y miserias a más no poder, quedó tullido en batalla... Vamos, que el autor de El Quijote no fue precisamente un sabio recluido en su estudio, sino un tipo que vivió una existencia arrastrada hasta el mismo día de su muerte. Algo semejante le pasó a William Shakespeare (aprovecho a juntarlos ahora que desde las altas instituciones académicas y lingüísticas se los quiere meter en el mismo saco, sobre todo porque se cree que pudieron morir el mismo día). Procedente de una familia de clase media baja, el Bardo de Avon casó a los dieciocho años con una mujer de veintiséis como dice la labia popular, "de penalti" (que ya habían consumado antes del altar, vamos), después de mil problemas se afincaron en Londres, peleándose con todo y con todos para poder estrenar alguna obra de cuando en cuando; ya en 1611 se retiró a Stratford-upon-Avon, un villorrio por aquel entonces, para huir de amenazas y acreedores de la capital, muriendo a la edad de cincuenta y dos años. Por otro lado, ni Cervantes ni Shakespeare, máximas lumbreras de la lengua castellana e inglesa respectivamente pisaron universidad alguna, ambos eran simples bachilleres... Vamos, que quien busque ilustración, erudición y vida de sabio recluido en estos dos se equivoca de lado a lado.
 Y, en el caso de Shakespeare, la azarosa vida del dramaturgo tenía más que ver con buscar empresarios que aceptaran representar sus obras para así poder cobrar algo, que en escribir (el propio autor acabó comprando un teatro para poder representar). De hecho, la producción teatral de Shakespeare, hoy fundamental en la lengua inglesa, estaba supeditada a la representación, tanto era así que no tenía problema en quitar o añadir algo a la obra si el empresario teatral así lo exigía, como en adaptar obras ajenas.
 Y precisamente una obra ajena es Cuento de invierno, basada en un romance de temática pastoril de Robert Greene llamado Pandosto. Shakespeare modifica algunos personajes, algo el argumento y cambia el final, pero el argumento principal es el del romance. Es evidente, pues, que Shakespeare no estaba especialmente interesado en "quedar para la posteridad" o "crear alta literatura", sino salir del paso adaptando un poema para que fuera una obra teatral representable y exitosa.
 Bueno, en todo caso, Cuento de invierno es un drama (tragicomedia, podría ser; romance, sí; comedia, no) dividido en cinco actos, muy distintos entre sí de longitud y temática, ambientados entre Sicilia y Bohemia. Por cierto, el autor comete el supuesto error de hablar de "la costa de Bohemia", que es, ya se sabe, una región interior (se discute si fue un error geográfico o una licencia artística) que chirría un poco al leerlo hoy en día.
 El argumento es, muy abreviado, éste: Acto I: en Sicilia, el rey de la isla mediterránea, Leontes, y el de Bohemia, Políxenes, se intercambian lisonjas y parabienes. Leontes pretende que su invitado  se quede unos días más, para ello mete a su esposa en danza, Hermíone, quien requiebra también a Políxenes. En ese momento, Leontes entra en una locura celosa, creyendo que su mujer se excede y que, en realidad, mantiene relaciones adulterinas con el bohemio, incluso que la criatura que lleva en el vientre es del centroeuropeo. Tan terribles son los celos del siciliano, que ordena a Camilo, noble y copero del rey, que envenene a Políxenes. El copero real se niega a cumplir la orden, avisa al bohemio y juntos huyen de Sicilia. Acto II: Leontes, todavía ciego de celos, acusa públicamente a Hermíone de adúltera y la encarcela. La reina, con el sofoco, pare prematuramente a su hija. Paulina, noble y esposa de Antígono, presenta a la recién nacida a Leontes, con el fin de ablandarlo. Lejos de apiadarse, Leontes exige a Antígono que se lleve a la niña y la abandone en una lejana región. Simultáneamente, Leontes ha enviado mensajeros hasta Grecia para que consulten al Oráculo de Delfos sobre la culpabilidad de su mujer. Acto III: los mensajeros, ya de vuelta, abren los sellos del oráculo y revelan que el dios Apolo conoce la inocencia de Hermíone y la paternidad de Leontes. Con todo, la reina es juzgada por adúltera y traidora. En mitad del juicio, un sirviente anuncia la muerte del príncipe siciliano, Mamilio. Hermíone, con la aflicción se desmaya y (aparentemente) muere. Es entonces cuando el rey de Sicilia entra por fin en razón, olvida sus celos y se avergüenza de su locura que ha provocado tanta desgracia. Por otro lado, Antígono (noble siciliano, esposo de Paulina) llega en barco a las "costas de Bohemia" (error geográfico al que antes aludía) con la niña de Leontes y Hermíone a la que han bautizado apropiadamente Perdita, la abandonan en un paraje deshabitado y cuando van a regresar, Antígono es atacado y muerto por un oso, y el barco con toda su tripulación se hunde en el mar. La niña, con sus ricos ropajes y una joya muy específica es salvada por un humilde pastor. Acto IV: han pasado dieciséis años, en Bohemia, Camilo y Políxenes espían disfrazados de pastores a Florisel, el príncipe heredero, quien se ha enamorado de una joven pastora (ignoran que, en realidad, es Perdita, la princesa siciliana). Tras comprobar el arrobado enamoramiento de los dos jóvenes, Políxenes se descubre como rey y prohíbe a su hijo lleva a cabo un matrimonio tan disparejo. Camilo, que quiere volver a su isla de origen, convence a Florisel y Perdita para que vayan a Sicilia donde serán bien recibidos. Acto V: en Sicilia, Leontes sigue lamentando que su locura de celos llevara a la muerte a Hermíone y a Mamilio. Arriba a la isla el barco con Florisel y Perdita, seguido de otro con Políxenes y Camilo. Se aclara todo: cómo Perdita es, en realidad, la princesa siciliana, la terrible muerte de Antígono y su tripulación... En la escena final, Paulina  presenta a Leontes una realista estatua de Hermíone, tan realista que ha envejecido los dieciséis años que han pasado desde su muerte y acaba cobrando vida. Leontes, conmovido por este supuesto milagro, pide perdón a Hermíone y a Políxenes, además de facilitar el matrimonio entre Florisel y Perdita, y, ya de paso, el de Paulina y Camilo.
 El romance Pandosto de Robert Greene termina con el suicidio de Leontes, que es omitido para buscar el fin feliz que requiere la obra por Shakespeare. Pero es evidente que tiene los ingredientes de un romance de temática pastoril, con sus amores, desamores, celos y final feliz. Sin duda, un intento de Shakespeare por reconciliarse con el público dándole una obra con mordiente suficiente (celos, locura, muerte, amor y desamor) pero con el final edulcorado que todos querían.

martes, 23 de abril de 2024

"How Do You Make a Poetry Comic?", by Grant Snider (www.incidentalcomics.com).

 

Image taken from the website www.incidentalcomics.com

Inciso cinematográfico: "Storm Center" ("El ojo del huracán"), dirigida en 1956 por Daniel Taradash.

  Pequeña pero interesante película que pone en solfa la dictadura del pensamiento en tiempos de guerra o de posguerra (y siempre son tiempos de guerra). Es necesario, para poder comprender bien la película, recordar que tras la Segunda Guerra Mundial, en Estados Unidos se produjo una ola de fanatismo patriotero y político que fue conocido como el "McCarthysm", por ser el senador McCarthy el principal instigador de esa caza de brujas contra todo lo que podría oler a comunista, "rojo" o antiamericano. Esa paranoia llevó a investigar a decenas de actores y directores de Hollywood que tuvieron que demostrar que no tenían absolutamente nada que ver con el comunismo; muchos de los que no lo lograron perdieron sus trabajos e incluso acabaron en la trena. Esta película va sobre eso.
Imagen tomada del sitio www.imdb.com
 La película, por cierto, está magistralmente interpretada por Bette Davis, genial como casi siempre, en el papel de la bibliotecaria viuda de veterano de guerra cuya vida está consagrada a la promoción de la lectura entre sus conciudadanos, especialmente los niños.
 El argumento es éste: en una pequeña ciudad norteamericana, una entregada bibliotecaria es llamada a capítulo por el pleno del ayuntamiento para preguntarle la razón por la que está disponible en la biblioteca un libro político titulado El sueño comunista. Ella hace una encendida defensa de la libertad de opinión a la vez que se burla del absurdo ("preposterous") contenido del libro y de la propia teoría comunista. En un principio accede a retirar el libro a cambio de una ampliación de la zona infantil de la biblioteca, pero luego piensa en la necesidad de la libre expresión en una democracia, y lo reintegra a la misma. En el ambiente un tanto cerril de la pequeña ciudad, pronto se sabe que la bibliotecaria mantiene libros comunistas al alcance de cualquiera, comienzan a correr bulos sobre el pasado revolucionario de la empleada y a sufrir un hostigamiento laboral. Finalmente, es despedida por el ayuntamiento, con la aquiescencia de la población. La película finaliza con un chico de apenas diez años, otrora ferviente admirador de la bibliotecaria, que, habiendo sufrido el típico lavado de cerebro, ahora odia a muerte a la misma, llegando a provocar un incendio que destruye la biblioteca (escena que emula a las hordas nazis quemando libros en los años treinta).
Imagen tomada del sitio www.parkcircus.com
 La película es muy corrientita, ya digo, sólo la redonda actuación de Bette Davis la salva de la mediocridad, pero me parece muy interesante la defensa de la libertad de pensamiento y el ataque al borreguismo generalizado de la sociedad. Hay que recordar la coyuntura sociopolítica de los años cincuenta, pero, cambiando alguna cosa, los hechos podrían trasladarse al siglo XXI. Hoy han cambiado los temas, el comunismo ya está derrotado, pero el pensamiento único sigue imponiéndose a través de los medios de comunicación. Un ejemplo palpable es que nada menos que en 2022 se cortó el acceso desde los países de Europa Occidental a los sitios de internet rusos a raíz de la Invasión de Ucrania por Rusia. ¿Acaso necesitamos protección? ¿Creen que no tenemos espíritu crítico para saber lo que tenemos que leer? ¿Quién es nadie para decir lo que podemos leer en internet? Efectivamente, la policía del pensamiento sigue activa (como siempre), imponiendo su pensamiento único para que todos seamos buenos borregos obedientes. En la película, Bette Davis acaba admitiendo que no sólo tiene libros comunistas en la biblioteca, sino uno que le repulsa hasta la náusea: Mein Kampf (Mi lucha), de Adolf Hitler; su presencia en la biblioteca se incluye en la libertad de elección que es sagrada en una democracia que se precie. En nuestros días, la censura campa por sus respetos, todos tienen miedo a ser revocado o suprimido, el revisionismo está a la orden del día, la libertad ha muerto... Y da igual desde que lado del espectro político se impone el pensamiento único, todo político, en su esencia íntima, es liberticida.

lunes, 22 de abril de 2024

"La corona del pastor", de Terry Pratchett.

 Cuadragésimo primera (y última) entrega de la saga del Mundodisco. Pertenece al "arco argumental" de Tiffany Dolorido y las brujas. Por última vez, la tortuga cósmica Gran A'Tuin sigue avanzando con sus cuatro gigantescos elefantes que pisan su concha, sobre cuyos lomos descansa el Mundodisco. Han sido cuarenta y una aventuras, a cual más descacharrante, irónica y satírica... Sólo la muerte prematura pudo frenar a Terry Pratchett de crear un mundo tan diferente y a la vez tan igual al nuestro. De hecho, según sus editores, Pratchett tenía varias continuaciones en la cabeza antes de que el Alzheimer se lo llevara por delante. ¡Qué paradoja, que una de las mentes más lúcidas de los últimos tiempos acabara laminada por la enfermedad mental! Pero la impiedad de la Parca tiene estas cosas. En esta última novela se puede apreciar que tiene un final un tanto abrupto para lo que acostumbra Pratchett; Neil Gaiman, escritor de éxito y amigo íntimo suyo, afirmó que el autor tenía pensado un final más largo y elaborado, pero, desgraciadamente, la enfermedad lo impidió.
 El argumento de La corona del pastor es, grosso modo, como sigue: Yaya Ceravieja, la bruja más anciana y poderosa del Mundodisco, fallece dejando un hueco difícil, si no imposible de cubrir. Una bruja joven, sin embargo, es la favorita para suplirla: Tiffany Dolorido, la bruja de la Caliza, sin desearlo en absoluto, va a ser la elegida. Por otro lado, un trasgo resentido que no quiere incorporarse al nuevo mundo al que todos los trasgos de Mundodisco son llamados (la construcción y posterior explotación del ferrocarril) y que anhela los tiempos pasados de la magia y el oscurantismo está encabezando una revolución de seres feéricos (elfos, principalmente). Serán las brujas lideradas por Tiffany las que devuelvan el orden social al Mundodisco. 
 Ese es el argumento, los temas incluidos son el afianzamiento personal en la juventud, en la persona de Tiffany Dolorido, que finalmente será ella misma y no una mala copia de Yaya Ceravieja; también la lucha contra los personajes resentidos y tóxicos que tanto abundan, en ese mundo y en éste, y que tanto enfangan la vida de todos.
 Por cierto, el título original, "The Sepherd's Crown" es el nombre popular que recibe el fósil de los erizos de mar, que se encuentran con mucha frecuencia en los terrenos de piedra caliza de Inglaterra. Tiffany Dolorido lleva uno de ellos en el bolsillo para recordarse a sí misma quién es y de dónde viene. En español, este nombre no se conoce y queda un poco coja la explicación que se da en el texto.
 En fin, la última aventura de Mundodisco y una de las peor pergeñadas, la verdad. Me da un poco de pena escribirlo, sobre todo pensando en la superación de la enfermedad que supone escribir una novela con el Alzheimer destruyendo toda estructura cerebral de alguien con una inteligencia privilegiada, pero es así: la novela no está bien terminada y, en algunos puntos, es demasiado simple. Las últimas novelas de Mundodisco, ésta incluida, fueron firmadas por Terry Pratchett y su hija Rhianna, pero sospecho que era más de tipo nominal y que su hija pintaba muy poco en ello. Lo cierto es que esta novela baja bastante el nivel del resto de la saga, así que supongo que su publicación se debe más a cuestiones de interés editorial que literario.

domingo, 14 de abril de 2024

"Patria", de Robert Harris.

  Novela publicada por primera vez en 1992, Patria es una ucronía distópica en la que el III Reich alemán no llegó a perder la Segunda Guerra Mundial, ya que Estados Unidos no entró en el conflicto (al menos en el terreno europeo), llegando Alemania a derrotar a todos sus enemigos. Sobrevive a duras penas la Unión Soviética pero relegada más allá de los Urales, por tanto Moscú, Leningrado, Stalingrado y otras grandes ciudades de la Rusia europea se encuentran bajo dominio alemán. Así, en 1964, cuando Adolf Hitler cumple setenta y cinco años, el Nacionalsocialismo se ha estabilizado en un país más o menos pacífico, tremendamente jerarquizado y autoritario, pero relativamente próspero y floreciente. Pero, como todo país salido de una guerra, la sensación que transmite la novela es de una sociedad acogotada, temerosa, en la que los agentes de la Gestapo y de la SS hacen y deshacen a su voluntad, amedrentando a los civiles con una posible deportación al Este (a los Urales, donde persiste una guerra de baja intensidad) a la más mínima. En ese contexto histórico inventado se desarrolla la novela, que no es ni más ni menos que una novela policíaca.
 Y a mí, la verdad, no me gusta la novela policíaca. Entiendo que es un subgénero que vende millones y millones de ejemplares por todo el mundo, que engancha a todo tipo de lectores, que permite, en definitiva, subsistir a editoriales que pueden gracias a ello publicar cosas más decentes... Pero, vamos, que no me gusta la novela policíaca. No me gusta porque me parece que todas tienen muchos lugares comunes, muy poca originalidad y que lo que cambia son simplemente las circunstancias secundarias y las localizaciones. Por ejemplo: en esta novela el investigador es un mayor de las SS (lo novedoso aquí sólo es el cuerpo militar al que pertenece) que es, digamos, un outsider, alguien cuestionado, raro, diferente, peculiar... alguien como Sherlock Holmes en las novelas de Arthur Conan Doyle (o Poirot en Agatha Christie, Maigret en Simenon o el padre Brown de Chesterton); otro lugar común es el ayudante del brillante y extraño detective (como el doctor Watson de Conan Doyle, el capitán Hastings de Christie o la señora McCarthy de Chesterton), en esta novela es Charlie Maguire, una periodista estadounidense criada en Alemania, alguien que actúa como contraparte, dando a entender al lector las agudas deducciones del detective. Otro lugar común de las novelas policíacas son los giros argumentales con respecto a ciertos personajes, es decir, personajes que en un primer momento parecen totalmente inocentes y otros claramente culpables y que, al final, se invierte la situación. En fin... la novela también juega con el morbo de ¿y si todo hubiera sido diferente y los nazis ganaran la guerra? ¿Cómo sería una sociedad nacionalsocialista en paz? ¿Por qué siempre van a ser los nazis malos? Bueno, pues Harris contesta a estas preguntas con una Alemania nazi en paz, con problemas pero mirando hacia adelante, y con un investigador nada menos que de las odiadas SS que es todo virtud.
 El argumento de la novela es, grosso modo, el siguiente: el detective de las SS Xavier March (por cierto, por la parte que me toca del nombre, en la primera versión alemana se puso el nombre correcto, es decir, Xaver März, aunque en inglés y en el resto de traducciones se mantuvo ese nombre anglosajón) investiga el asesinato de un alto mando del Reich, obteniendo todo tipo de reticencias y rechazos por parte de las altas esferas que debían ser los primeros interesados en descubrir al autor y la razón del asesinato. Estando en ello, otros dos jerarcas nazis son asesinados, más misterio y silencio desde las autoridades. Entonces, March empieza a sufrir ciertos ataques, él y su ayudante (y amante) Maguire sienten peligrar sus vidas. Después sacan a colación que los gerifaltes asesinados lo eran de verdad, habían robado multitud de cuadros de alto valor a sus legítimos propietarios y creado una red de venta de los mismos. Finalmente (cuidado, aquí destripo la novela), será quién y cómo se organizó la "solución final" para los judíos la razón de los asesinatos.
 Bien, la novela, reconozco, está bien pergeñada en el sentido histórico (no se aprecian gazapos en la construcción de ese hipotético país); es eficaz en su capacidad de atrapar al lector, de crear intriga; es verosímil a pesar de ser una distopía. Pero, en mi opinión, los personajes no están muy bien delineados, no son redondos; y el final es un poco flojo, no está bien rematado.

sábado, 13 de abril de 2024

Inciso musical: concierto de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León, dirigida por Thierry Fischer. Obras de Mozart y Mahler.

  Decimoquinto concierto de abono de la temporada 23-24, ayer volvió la Orquesta Sinfónica de Castilla y León a su casa, conducida por su director titular, Thierry Fischer. El concierto programado para hoy es bastante típico, hasta el punto de que la obertura de La flauta mágica se ha representado en este auditorio ya cuatro veces, el Exultate, jubilate, tres, y la Sinfonía nº4 de Mahler es la décima vez que se representa en el Auditorio Miguel Delibes. La soprano para la primera obra de Mozart y el último movimiento de la de Mahler fue la surcoreana Hera Hyesang Park, de gran renombre en la actualidad y artista exclusiva para Deutsche Grammophon.
 Pero el concierto comienza con música instrumental, nada menos que la obertura de La flauta mágica, cuya melodía es reconocible por muchos de los que no han escuchado ópera jamás (además del dúo cómico Papageno-papagena). Lo malo que tiene la representación de fragmentos de ópera en una sala sinfónica es que se pierde la mágica maravilla del espectáculo teatral que hace de la ópera un acto global, para disfrutar con todos los sentidos; pero, bueno, estamos donde estamos. El argumento de La flauta mágica, ya se sabe, es discutible: unos simplemente ven un cuento de hadas en el que el príncipe Tamino decide rescatar a la hija de la Reina de la noche junto con su compañero, un hombre-pájaro llamado Papageno; mientras otros sabihondos ven referencias a la masonería y mil y un simbolismos. En fin, la obertura es una pieza redonda, mozartiana, alegre pero no inocente, profunda pero sin amaneramientos exagerados, brillante sin apostura, eso, mozartiana.
 Luego el Exultate, jubilate, como dije, cantado por Hera Hyesang Park. Como su nombre indica, es una pieza que mueve a la alegría, al regocijo. Una pieza que mueve al gozo que emana el cristianismo, en este caso la veneración de la Virgen María como intercesora ante Dios de sus pequeñas criaturas. En todo caso, siendo música sacra, no es una obra que exija gravedad y solemnidad, de hecho está llena de florituras y adornos que la soprano Park entiende e interpreta a la perfección.
 Y, para terminar, la Cuarta sinfonía de Gustav Mahler. Es la más corta de sus diez sinfonías (cincuenta y cinco minutos, más o menos), pero tiene el característico aire mahleriano, un tanto melancólico y nostálgico. De nuevo, los musicólogos interpretan que ese aire melancólico fue producto de las trabas con las que se encontró por el hecho de ser descendiente de judíos, la muerte de su hija María y sus propios problemas de salud que lo llevaron a una concepción trágica de la existencia. La Sinfonía nº4 se estructura en cuatro movimientos: el primero, "Bedächtig, nicht eilen" (Despacio, no te apresures), tiene campanillas y temas populares a tutiplén, dándole un aire alegre que contradice lo que antes apunté; el segundo, "In gemächlicher Bewegung, ohne Hast" (En un movimiento pausado, sin prisas), es una suerte de scherzo, de hecho es interpretado como la danza de la muerte, lo más notable aquí es que el concertino usa dos violines alternativamente, uno de ellos afinado afinado un tono más alto, como supuesta muestra de ironía y sarcasmo; el tercer movimiento, "Ruhevoll" (Calma), es un adagio que termina con un tutti orquestal; por último, el cuarto, "Wir geniessen die Himmlischen Freuden. Sehr behaglich" (Disfrutemos de los gozos del Cielo), es el lied interpretado ayer por la soprano surcoreana, que es una oda a la vida celestial con placeres cuasi gastronómicos. En fin, una obra un tanto compleja si se desgrana con cuidado, pero de una belleza sublime si se escucha en su totalidad sin buscar simbolismos ulteriores.

viernes, 12 de abril de 2024

Inciso cinematográfico: "A Woman's Face", dirigida en 1941 por George Cukor.

  Llevo varios días visionando películas del gran actor alemán Conrad Veidt. Tanto es así, que pensaba dedicar esta entrada al inmortal actor de El gabinete del doctor Caligari o Casablanca. Resultaría incompleto hablar del cine expresionista alemán, que dominó el séptimo arte de aquel país (e influyó en todo el mundo durante décadas) sin hablar de Conrad Veidt. Parece que incluso su físico hubiera sido construido para ese cine angustioso y deformante que trataba de mostrar los sentimientos sobre la descripción objetiva: exageradamente alto para la época, muy delgado, con un rostro anguloso, mirada atormentada... era el perfecto malvado, el genio enloquecido, pero también con un sentido del gusto, de la caballerosidad que concitaba un extraño sentimiento de admiración por parte del público.
Conrad Veidt. Imagen tomada de Wikimedia Commons.
 Conrad Veidt fue el protagonista fundamental de El gabinete del doctor Caligari, de hecho la película de Robert Wiene habría quedado desleída con otro actor; pero hubiera sido imposible rodar El hombre que ríe (Paul Leni, 1928), adaptación de la novela homónima de Víctor Hugo que narra la terrible existencia de una criatura que fue amputada quirúrgicamente para parecer que sonreía siempre (y que incluye otra leyenda popular, la de los "comprachicos" -en español en el original-, malvados que compraban niños a familias pobres para maltratarlos, matarlos o, como en la novela, deformarlos) sin el protagonismo del alemán. El hombre que ríe es la quintaesencia del cine expresionista, una verdadera joya. Pero con el paso del tiempo, Veidt no se quedó anquilosado en esos papeles tan  estrambóticos, sino que evolucionó hacia papeles de secundario en los que su extraordinario físico, unido al poso que daban los años y el leve acento alemán al hablar en inglés le permitían ser el malvado encantador, el infame cultivado, el perverso cortés. Así sería el elegante pero perverso mayor nazi Heinrich Strasser en Casablanca; en esa misma línea está el papel del cautivador asesino Torsten Barring en la película que hoy reseño.
Imagen tomada de la web filmaffinity.com
 De nuevo, Veidt será papel secundario, dejando el protagonismo a Joan Crawford y Melvyn Douglas. De ellos, Crawford tiene una actuación notable, representando el papel de mujer marcada físicamente, lo que la lleva al resentimiento y la maldad; Douglas es el doctor que, con manos cuasi milagrosas, devuelve la belleza a la anterior. Son personajes bien pergeñados y bien interpretados por sus actores, pero, de nuevo, el papel de Conrad Veidt, un ambicioso heredero que no parará mientes en asesinar a su sobrino, un niño de cuatro años, para convertirse en heredero universal será el que destaque. Porque como decía antes, Veidt roza la perfección al jugar el papel de embaucador adorable, que seduce a la pobre Crawford, mujer necesitada de afecto y cariño, para que sea ella quien asesine al niño. Claro, el final edulcorado se hace inevitable, y el niño se salva, el asesino en potencia muere, y la pareja se enamora... Con todo, el endulzamiento comercial del final no quita mérito a la película, un poco como el final de Casablanca, que no evita que sea una de las mejores películas de la historia de la cinematografía. A Woman's Face no alcanza a la película de Michael Curtiz, pero tiene una brillantez memorable, sobre todo por la participación de Veidt.
Imagen tomada de la página web IMdB.com
 En fin, ya digo, prometo una entrada sobre la obra de Conrad Veidt, excelente actor que vio truncada su apasionante carrera al morir prematuramente con tan solo cincuenta años de edad.

jueves, 11 de abril de 2024

"The Lark Ascending", by George Meredith.

 THE LARK ASCENDING (La alondra ascendiendo)
He rises and begins to round,
He drops the silver chain of sound
Of many links without a break,
In chirrup, whistle, slur and shake,
All intervolved and spreading wide,
Like water-dimples down a tide
Where ripple ripple overcurls
And eddy into eddy whirls;
A press of hurried notes that run
So fleet they scarce are more than one,
Yet changeingly the trills repeat
And linger ringing while they fleet,
Sweet to the quick o' the ear, and dear
To her beyond the handmaid ear,
Who sits beside our inner springs,
Too often dry for this he brings,
Which seems the very jet of earth
At sight of sun, her music's mirth,
As up he wings the spiral stair,
A song of light, and pierces air
With fountain ardour, fountain play,
To reach the shining tops of day,
And drink in everything discerned
An ecstasy to music turned,
Impelled by what his happy bill
Disperses; drinking, showering still,
Unthinking save that he may give
His voice the outlet, there to live
Renewed in endless notes of glee,
So thirsty of his voice is he,
For all to hear and all to know
That he is joy, awake, aglow,
The tumult of the heart to hear
Through pureness filtered crystal-clear,
And know the pleasure sprinkled bright
By simple singing of delight,
Shrill, irreflective, unrestrained,
Rapt, ringing, on the jet sustained
Without a break, without a fall,
Sweet-silvery, sheer lyrical,
Perennial, quavering up the chord
Like myriad dews of sunny sward
That trembling into fulness shine,
And sparkle dropping argentine;
Such wooing as the ear receives
From zephyr caught in choric leaves
Of aspens when their chattering net
Is flushed to white with shivers wet;
And such the water-spirit's chime
On mountain heights in morning's prime,
Too freshly sweet to seem excess,
Too animate to need a stress;
But wider over many heads
The starry voice ascending spreads,
Awakening, as it waxes thin,
The best in us to him akin;
And every face to watch him raised,
Puts on the light of children praised,
So rich our human pleasure ripes
When sweetness on sincereness pipes,
Though nought be promised from the seas,
But only a soft-ruffling breeze
Sweep glittering on a still content,
Serenity in ravishment.

For singing till his heaven fills,
'Tis love of earth that he instils,
And ever winging up and up,
Our valley is his golden cup,
And he the wine which overflows

To lift us with him as he goes:
The woods and brooks, the sheep and kine
He is, the hills, the human line,
The meadows green, the fallows brown,
The dreams of labour in the town;
He sings the sap, the quickened veins,
The wedding song of sun and rains
He is, the dance of children, thanks
Of sowers, shout of primrose-banks,
And eye of violets while they breathe;
All these the circling song will wreathe,
And you shall hear the herb and tree,
The better heart of men shall see,
Shall feel celestially, as long
As you crave nothing save the song.

Was never voice of ours could say
Our inmost in the sweetest way,
Like yonder voice aloft, and link

All hearers in the song they drink:
Our wisdom speaks from failing blood,
Our passion is too full in flood,
We want the key of his wild note
Of truthful in a tuneful throat,
The song seraphically free
Of taint of personality,
So pure that it salutes the suns
The voice of one for millions,
In whom the millions rejoice
For giving their one spirit voice.

Yet men have we, whom we revere,
Now names, and men still housing here,
Whose lives, by many a battle-dint
Defaced, and grinding wheels on flint,
Yield substance, though they sing not, sweet
For song our highest heaven to greet:
Whom heavenly singing gives us new,

Enspheres them brilliant in our blue,
From firmest base to farthest leap,
Because their love of Earth is deep,
And they are warriors in accord
With life to serve and pass reward,
So touching purest and so heard
In the brain's reflex of yon bird:
Wherefore their soul in me, or mine,
Through self-forgetfulness divine,
In them, that song aloft maintains,
To fill the sky and thrill the plains
With showerings drawn from human stores,
As he to silence nearer soars,
Extends the world at wings and dome,
More spacious making more our home,
Till lost on his aerial rings
In light, and then the fancy sings.

 El poema de George Meredith (1828-1909) no es gran cosa. Contraviniendo la más frecuente característica, está mejor en la traducción al español que en su versión original, principalmente porque Meredith seguía con una métrica de orden menor en rima consonante aabb, que sale un poco infantil cuando se declama (inténtelo el lector); con todo, denota una sensibilidad extrema del autor victoriano, sintiendo la belleza en los movimientos de un vulgar pajarillo parduzco, y asimilándolos a los sentimientos del corazón humano. Pero si a mí me interesa el poema es porque, parece ser, inspiró a Ralph Vaughan Williams a componer la obra de su vida, homónima a la del poema. Como el poema, la pieza musical destila sutileza y sensibilidad, algo desgraciadamente infrecuente y no valorado en este mundo de bombazos, gritos, soberbias y vanidades. Quien quiera (y tenga sensibilidad suficiente) para entender la delicadeza y ternura de la obra de Vaughan Williams puede pinchar en el enlace a YouTube que aparece a continuación para deleitarse con esta sencilla belleza (que aparecerá, claro, después del impepinable peñazo publicitario).

domingo, 7 de abril de 2024

Inciso musical: concierto de la Orquesta Nacional de España, dirigida por David Afkham. Obra de Bruckner.

  Anómalo pero interesante concierto el de ayer. Anómalo, primero porque la OSCyL sigue de gira, con lo que la de ayer fue la Orquesta Nacional de España; segundo, que no se programaron varias obras con el consabido intermedio, sino la Octava Sinfonía de Anton Bruckner, sin descanso. Al final de los noventa minutos había muchos espectadores que se quejaban de no haber podido "estirar las piernas" desde hacía tanto tiempo y (comprensible en este país de extrovertidos y conversadores compulsivos) no haber podido "pegar la hebra" con el vecino. Un servidor, introvertido en un océano de charlatanes, se refugia en la lectura durante el intermedio (y aun así, me interrumpen los cercanos, aunque sea para decirme lo mucho que les gusta el autor que leo -esto es cierto, me ha pasado este mismo año-), con lo que no me levanto de mi butaca en casi dos horas, pero entiendo que, teniendo en cuenta que la media de edad del espectador del auditorio supera ampliamente mis cincuenta y tantas castañas, el respetable necesite de ese momento de estirar piernas y charlar con el de al lado. Digo esta bobada porque no sé hasta que punto es un acierto programar una obra como la Sinfonía nº8 de Bruckner en un auditorio como el Miguel Delibes. Vamos, no pongo en duda la calidad de la obra del austriaco, ni mucho menos, de hecho, sus wagnerianos acordes tienen mucho tirón entre un cierto tipo de público, pero para el público general, la estructuración del concierto con su correspondiente descanso y, si puede ser, con obras contrastantes entre sí me parece un mayor acierto.
 Creo haber ya esbozado aquí la discusión de los dos estilos musicales del Romanticismo en Alemania entre los "conservadores de Leipzig", defensores de Brahms, Schumann y Mendelssohn, de un cierto clasicismo en las formas, rechazando la música que "describía imágenes" y el poema sinfónico en última instancia; y por el otro lado los del llamado "Club de Weimar" con Franz Liszt a la cabeza que invocaban a Richard Wagner como dios supremo, con melodías evocadoras y sugerentes, no tan pendientes de las formas clásicas, en este último grupo, además de Liszt y Wagner (parientes políticos entre sí, ya se sabe) estaba el propio Bruckner. Ahora que lo pienso bien, ojalá todas las discusiones sociales fueran de índole cultural como ésta y no si gana el Barça o el Madrid o la izquierda o la derecha. En fin, degenerando vamos... Bueno, lo cierto es que el propio Anton Bruckner se declaró arrobado admirador de Wagner, incluso algunos musicólogos llegan a afirmar que Bruckner es más wagneriano que el propio autor de El oro del Rin. Desde luego, ayer la sección de viento metal se hizo dueña del concierto en ciertos momentos, con la tuba, las trompetas, trombones y, sobre todo, las trompas con una potencia apabullante. Con todo, la Octava sinfonía de Bruckner no tiene el componente épico que atribuimos a las óperas wagnerianas, digamos que las trompas tienen un aportación más evocadora que épica, puede decirse que incluso es delicada (habrá quien diga que la delicadeza y el viento metal no pegan bien, pero en Bruckner sí es capaz de hacerlo). 
 El parto de la Sinfonía nº8 fue doloroso y largo, según parece. Bruckner presentó tres versiones ante las críticas de los musicólogos más influyentes de la época. Los cambios fueron, en general, hacia la disminución de la extensión y la eliminación de compases para darle un toque más "brahmsiano", menos wagneriano a la composición. La versión que escuchamos ayer (y que se representa siempre en la actualidad) es una intermedia editada por el musicólogo Robert Haas, que trata de recuperar la obra tal cual Bruckner la quiso presentar, pero dejando las mejoras que él mismo había implementado.
 Se trata de una sinfonía articulada en cuatro movimientos: allegro moderado, scherzo, adagio y finale. En el primer movimiento se suceden tres temas que, según el compositor, son "como personajes o entidades indescifrables, que sufren metamorfosis y resurrecciones hasta que suena un pasaje de trompas y trompetas que anuncia la muerte"; es, por tanto, una representación del fin de todo ser vivo. El segundo movimiento, el scherzo, plasma un mito popular alemán, el llamado "Der deutsche Michel" (Miguel, el alemán), personificación nacional del pueblo alemán, referencia a sus supuestas características de ingenuidad y credulidad. En el adagio, el tema principal es un evidente remedo de Tristán e Isolda, pagando así sus respetos al maestro. El finale concita, claro, toda la potencia orquestal de una orquesta romántica, en este caso versión wagneriana, con los nada menos que dieciocho músicos de viento-metal llenando cada milímetro cúbico de la sala sinfónica; según Bruckner, pretendía dar el último toque a ese "Miguel, el alemán", esa personificación, con una marcha de la muerte y luego la transfiguración.
 En fin, una obra global, un mundo en sí misma, una composición para escuchar una y otra vez tratando de encontrar esas personificaciones y esos paralelismos. Y un verdadero lujo poderla escuchar en el Auditorio Miguel Delibes de la excelsa mano de la Orquesta Nacional de España.