Decimosexto concierto de abono de la temporada 23-24 de la OSCyL, dirigida por su habitual batuta. Leyendo el título de esta entrada ya pongo en palabras la idea que tengo en la cabeza: la primera parte del concierto fueron obras de Copland, Tower y Adams, la segunda parte, de Beethoven. ¿Qué parte del concierto me gustó más, cuál tuvo más calidad? La respuesta es obvia, ¿no? Pero, como diría un buen programador de conciertos, éstos tienen que ser contrastantes, variados y diversos. No puede ser más diverso un concierto en cuya primera mitad se interpreta a compositores del siglo XX y, en la parte final, a un gigante como Beethoven. Y, bien mirado, en la variación está el gusto, también en el ámbito musical, aunque suponga cambios notables en el número de músicos y su disposición, algo que pone en un brete la logística y organización del escenario. Y es que no puede haber muchos cambios más profundos que organizar el escenario para que toquen una fanfarria de Copland o Tower, todo con viento metal y percusión, y, en unos pocos minutos, disponer todo para que toque una orquesta sinfónica completa. Desde este humilde blog vaya mi reconocimiento y admiración a los esforzados trabajadores de la logística del auditorio, grandes olvidados, sin los que no sería posible el cotidiano milagro del disfrute musical.
En la primera parte, pues, obras del siglo XX. La Fanfarria para el hombre común es una obra muy reconocible, que hemos escuchado en multitud de películas, documentales y videos. En sus escasos tres minutos se condensa una música épica, imponente y subyugante que sólo la combinación entre los instrumentos de viento metal y la percusión puede producir. Por ello se ha utilizado tanto para ilustrar momentos únicos de heroicidades y descubrimientos varios. Si al lector de este blog, como es probable, no le viene a la cabeza la melodía de esta fanfarria, búsquese en internet y seguro que se emite un "ah, sí..." Pues eso. Hay piezas cuyo autor, en este caso Aaron Copland, no son conocidos para la gran audiencia, pero sí sus melodías. Según parece, Copland compuso su Fanfarria para el hombre común en 1942 en una suerte de concurso para homenajear a los combatientes que se dejaban la vida en la entonces en curso Segunda Guerra Mundial. Hubiera sido mejor homenaje suspender los combates, pero bueno, al menos nos ha quedado esta excelente y breve pieza.
Después, estamos en 2024 y en Europa, parece ser que es necesario hacer un contrarresto para buscar la "igualdad de género", con lo que se programa la Fanfarria para la mujer fuera de lo común, de Joan Tower, compuesta en 1987. Poco más se puede decir que esto tan recurrido de la "igualdad de género" (de hecho, en el programa de mano del concierto de ayer es lo único que se destaca). La obra es de mucho menor empaque que la anterior; a pesar del viento metal y la percusión, no tiene la fuerza que debiera, resultando ser una pieza anodina y vulgar.
Pero el programador, demostrando que todo se puede empeorar, propone la Absolute Jest (Broma total) de John Adams. Obra de 2012, tiene la peculiaridad de estar compuesta para que un cuarteto de cuerda (en el concierto de ayer, el Cuarteto Casals) la interprete acompañada del resto de la orquesta sinfónica. Lo mejor de esta pieza es lo exigente que es con los solistas, sacando a relucir su virtuosismo con el arco (no el de las flechas, claro, sino con el arco del violín, viola y chelo... Perdón por el chiste fácil, pero no me he podido resistir). Por lo demás, la obra es una verdadera broma, como su nombre indica, un ejercicio de virtuosismo carente de una melodía que sirva de hilo conductor.
Pero, para terminar, a modo de colofón, de recordatorio de la belleza que inunda el sórdido matadero que antes llamábamos Humanidad, para poder reconciliarnos con el mundo... toca la Sinfonía nº3 de Beethoven, la "Heroica". ¡Menos mal! Porque si no el resultado de la primera mitad, con la obra de Adams al final hubiera sido francamente desilusionante. Pero aquí está el bueno de Ludwig para recordarnos que su mera existencia mejoró la condición humana y elevó el espíritu de este "mono con pantalones" que es el homo sapiens. Bueno, paro ya, que me estoy poniendo tremendo. Como comenté en otra entrada, la Orquesta Sinfónica de Castilla y León tomó la acertadísima decisión de interpretar las nueve sinfonías de Beethoven a lo largo de tres temporadas. ¡Magno y loable propósito! Entiendo la dificultad organizativa y el desafío que supone abordar tal reto, pero como rendido melómano beethoveniano aplaudo la soberbia meta. En la temporada 23-24 ha tocado, pues, las tres primeras sinfonías, hoy la Tercera, comúnmente llamada Heroica. Y, entonces, el mundo se para. Las bromas anteriores, la "igualdad de género" y demás zarandajas desaparecen, y emerge la genialidad de un gigante como Beethoven. En apenas cuatro movimientos y cincuenta y tantos minutos, la sublimidad se hace audible. El primer movimiento, Allegro con brio, contiene una de las frases musicales más reconocibles de toda la música culta, una maravilla sin igual que, teniendo sensibilidad suficiente, emociona y cura de todas las enfermedades del alma que uno acumula con los años. Tanto el tempo como la melodía es amable y alegre, no exenta de pomposidad (recordemos que Beethoven compuso su Tercera sinfonía inicialmente para Napoleón, aunque luego lo dedicara finalmente al príncipe vienés Lobkowitz) y rotundidad. Los musicólogos consideran que con esta sinfonía Beethoven iniciaría su "periodo intermedio o heroico" que acabaría por comenzar el periodo del Romanticismo musical. El segundo movimiento, Marcia funebre, Adagio assai, supone el contrapunto perfecto, otra melodía reconocible por cualquier melómano, ésta triste y pausada como corresponde a una marcha fúnebre. La alegría y el ritmo es retomado con el tercer movimiento, Scherzo, Allegro vivace, evolución natural en Beethoven de los antiguos minuetos. El último movimiento, Finale, Allegro molto, incluye un tutti glorioso que remata una de las más bellas sinfonías del genio de Bonn. La influencia posterior de esta sinfonía es tan inmensa que se considera un punto de inflexión en la música culta que pone el quiebro entre el Clasicismo, con su claridad de melodías y su simetría de frases y el Romanticismo, con sus contrastes melódicos, sus ritmos variados y su mayor dramatismo. En el día de ayer, su interpretación por la OSCyl me reconcilió de nuevo con el género humano.