Decimoquinto concierto de abono de la temporada 23-24, ayer volvió la Orquesta Sinfónica de Castilla y León a su casa, conducida por su director titular, Thierry Fischer. El concierto programado para hoy es bastante típico, hasta el punto de que la obertura de La flauta mágica se ha representado en este auditorio ya cuatro veces, el Exultate, jubilate, tres, y la Sinfonía nº4 de Mahler es la décima vez que se representa en el Auditorio Miguel Delibes. La soprano para la primera obra de Mozart y el último movimiento de la de Mahler fue la surcoreana Hera Hyesang Park, de gran renombre en la actualidad y artista exclusiva para Deutsche Grammophon.
Pero el concierto comienza con música instrumental, nada menos que la obertura de La flauta mágica, cuya melodía es reconocible por muchos de los que no han escuchado ópera jamás (además del dúo cómico Papageno-papagena). Lo malo que tiene la representación de fragmentos de ópera en una sala sinfónica es que se pierde la mágica maravilla del espectáculo teatral que hace de la ópera un acto global, para disfrutar con todos los sentidos; pero, bueno, estamos donde estamos. El argumento de La flauta mágica, ya se sabe, es discutible: unos simplemente ven un cuento de hadas en el que el príncipe Tamino decide rescatar a la hija de la Reina de la noche junto con su compañero, un hombre-pájaro llamado Papageno; mientras otros sabihondos ven referencias a la masonería y mil y un simbolismos. En fin, la obertura es una pieza redonda, mozartiana, alegre pero no inocente, profunda pero sin amaneramientos exagerados, brillante sin apostura, eso, mozartiana.
Luego el Exultate, jubilate, como dije, cantado por Hera Hyesang Park. Como su nombre indica, es una pieza que mueve a la alegría, al regocijo. Una pieza que mueve al gozo que emana el cristianismo, en este caso la veneración de la Virgen María como intercesora ante Dios de sus pequeñas criaturas. En todo caso, siendo música sacra, no es una obra que exija gravedad y solemnidad, de hecho está llena de florituras y adornos que la soprano Park entiende e interpreta a la perfección.
Y, para terminar, la Cuarta sinfonía de Gustav Mahler. Es la más corta de sus diez sinfonías (cincuenta y cinco minutos, más o menos), pero tiene el característico aire mahleriano, un tanto melancólico y nostálgico. De nuevo, los musicólogos interpretan que ese aire melancólico fue producto de las trabas con las que se encontró por el hecho de ser descendiente de judíos, la muerte de su hija María y sus propios problemas de salud que lo llevaron a una concepción trágica de la existencia. La Sinfonía nº4 se estructura en cuatro movimientos: el primero, "Bedächtig, nicht eilen" (Despacio, no te apresures), tiene campanillas y temas populares a tutiplén, dándole un aire alegre que contradice lo que antes apunté; el segundo, "In gemächlicher Bewegung, ohne Hast" (En un movimiento pausado, sin prisas), es una suerte de scherzo, de hecho es interpretado como la danza de la muerte, lo más notable aquí es que el concertino usa dos violines alternativamente, uno de ellos afinado afinado un tono más alto, como supuesta muestra de ironía y sarcasmo; el tercer movimiento, "Ruhevoll" (Calma), es un adagio que termina con un tutti orquestal; por último, el cuarto, "Wir geniessen die Himmlischen Freuden. Sehr behaglich" (Disfrutemos de los gozos del Cielo), es el lied interpretado ayer por la soprano surcoreana, que es una oda a la vida celestial con placeres cuasi gastronómicos. En fin, una obra un tanto compleja si se desgrana con cuidado, pero de una belleza sublime si se escucha en su totalidad sin buscar simbolismos ulteriores.
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