sábado, 18 de mayo de 2024

"El caballero y la muerte", de Leonardo Sciascia.

  Todavía, a mis cincuenta y tres años, más de cuarenta de ávido lector, sigo descubriendo autores notables e incluso sobresalientes. Me congratula esto. Denota que todavía tengo que aprender, lo cual quiere decir que no soy tan viejo, que tengo hueco entre los vivos, que puedo mejorar como ser humano, que el mañana tiene un sentido... El lector estará pensando que me he levantado hoy con pie sensiblero, pero es que muchos de los que leen este blog (sospecho que no todos, sospecho que hay algunos muy cercanos) no saben que en mi familia, como en tantas de este sacrosanto país, se valora por encima de todo la adhesión infatigable a principios sempiternos a los que uno ha de suscribirse desde la más tierna adolescencia, entonces se apaga el cerebro y se sigue sobreviviendo seis, siete u ocho decenios más. En esa incapacidad de aprendizaje y cambio desde los escasos veinte años se encuentran mis señores padres, se encontraban mis abuelos, ya fallecidos, y otros muchos consanguíneos del que escribe. Creen ellos que así demuestran carácter, personalidad y principios; creo yo que así sólo demuestran estolidez y tozudez. De modo que, en mi opinión, que un quincuagenario pueda admitir abiertamente ignorancia sobre algo y afán de ilustración evidencia que ese individuo está vivo todavía, que su corazón late y, más importante, su cerebro piensa.
 A Leonardo Sciascia me lo recomendó un vecino de mi localidad del Auditorio Miguel Delibes, italiano meridional, como el propio escritor, hablando de uno de los grandes de la lengua de Dante, de Primo Levi, y de la Editorial Einaudi en la que ambos publicaban. No me extrañó mi ignorancia, pues desprecio altaneramente (de forma un tanto vanidosa y estúpida, reconozco) la literatura contemporánea, pero es que, conociendo el infame negocio editorial que promueve a escritorzuelos de medio pelo para vender libros como rosquillas, prefiero dejar que el tiempo ponga a cada uno en su lugar. He comprobado que, a la vuelta de cien años, lo que eran meros "fenómenos editoriales", simples promociones comerciales, decaen, mientras que la buena literatura de verdad se sigue leyendo y sigue influenciando a otros escritores. En fin, sea como fuere, leí a este tal Sciascia (1921-1989) en lo que parece ser un relato publicado en las postrimerías de su vida (1988) con un personaje enfermo del mismo cáncer que acabaría con su propia existencia.
 Bien, reconozco que, en un primer momento, tuve sensaciones contrapuestas al leer El caballero y la muerte: por un lado admitía la calidad de su prosa, con frases largas y adjetivadas para ser un escritor de la segunda mitad del siglo XX, con personajes bien pergeñados y un enfoque  novedoso del argumento; pero, por otro lado, se trata de una novela policíaca, subgénero al que yo no soy muy afecto. Al ser un relato de poco más de cien páginas destaca mucho el ritmo que se da a la narración y, sobre todo, el brusco giro argumental del final, sin duda lo mejor de la novela. Ese giro final da una originalidad que deja un sabor de boca excelente, haciéndole olvidar a uno el subgénero policíaco al que aludía antes.
 En esencia se trata de un policía que investiga el asesinato de un abogado a manos de un grupúsculo terrorista autodenominado "Los hijos del 89", juego de palabras, pues la acción se desarrolla en 1989, pero los asesinos, en realidad, se identifican con el año 1789, el de la Revolución Francesa. Ya decía que este policía es un alter ego del escritor, fumador empedernido y enfermo de cáncer, es avispado sobremanera para ser un simple policía, en buena medida por ser culto y erudito, gran aficionado a la literatura y el arte en general. En fin, es tan corto el texto que el argumento está poco desarrollado, pero el excelente remate final lo mejora notabilísimamente.
 Prometo leer más adelante a Leonardo Sciascia de nuevo, narraciones más extensas y, preferentemente, que no sean de tipo policíaco, pero el sabor que me ha dejado El caballero y la muerte ha sido muy bueno.

miércoles, 15 de mayo de 2024

"Los herederos", de Isaac Bashevis Singer.

  Otra novela más del Nobel de literatura de 1978, ésta es la continuación argumental de La casa de Jampol. Ahora son los hijos y nietos del patriarca familiar, Calman Jacoby, aquél que se asentó en Jampol en la propiedad de un noble polaco e hizo fortuna con una mina y la construcción del ferrocarril. El propio Calman tuvo vida complicada con amantes, hijos de distintas mujeres, avatares y vicisitudes variadas... Pero sus hijos tendrán muchas más dificultades, tanto económicas como sociales y políticas. Pero los escollos más notables a los que Singer presta atención son los cambios de costumbres religiosas y sociales: la secularización de los judíos, que abandonan sus liturgias e incluso acaban renegando de Dios, y abrazan las nuevas tendencias sociopolíticas que estaban anegando el planeta en aquel fin del siglo XIX, el comunismo, el anarquismo, la revolución social... Todo ello lleva a la judería polaca a cambiar en pocos decenios lo que no se había hecho en siglos. Durante generaciones, los israelitas habían vivido igual, pero ahora los padres no reconocen a los hijos. En ese fin de siglo, además, el antisemitismo entre la población mayoritaria de Polonia lleva a miles de judíos a la diáspora en busca de horizontes más pacíficos: muchos a Estados Unidos, otros a Palestina, unos pocos a Europa Occidental... Las familias hebreas se rompen tanto por separación geográfica como emocional. Todo esto, claro, genera mucho dolor, pero también abre nuevos horizontes que parecían vedados cuando, antaño, los hijos vivían como sus padres y abuelos. Y ahí está la genialidad de Isaac Bashevis Singer, en retratar esa zozobra emocional de los judíos centroeuropeos que modeló en cierta forma la historia de todo el continente.
 Porque a la vez que se narran las mil circunstancias vitales de los personajes (la intrahistoria, que diría Unamuno), se narran vagamente también los hechos más destacados de la alta política: las revueltas antirrusas en Polonia, el militarismo creciente de Prusia, la preocupante animadversión entre ese país y Francia, las huelgas obreras en toda Europa, el tsunami comunista y anarquista que conquista a millones en todo el continente, el aumento del antisemitismo... Todo como un trasfondo entre los amoríos y desamores entre los personajes, sus cambios de costumbres, la secularización de muchos, el retorno a los viejos hábitos de unos pocos... 
 Como en La casa de Jampol el personaje más interesante, por ser el mejor delineado y al que el autor dedica más extensión, es Clara. Clara representa ese espíritu estereotípicamente judío, capaz de arrostrar cualquier dificultad, de adaptarse a la cambiante realidad para sacar lo mejor (o lo menos malo, si no queda otra) de cada día. Una resiliencia que ha permitido sobrevivir durante milenios a uno de los colectivos étnicos más odiados en el planeta. Ahora, Clara se debate entre los amores de Alexander Zipkin, el médico asentado en Nueva York, y Mirkin, un rico empresario ruso; Clara es apasionada, pero la pasión no ciega su visión economicista de la relación, sopesando qué puede ser mejor para sí misma y para sus hijos... Es un personaje tan humano, tan verosímil que uno cree conocerla perfectamente.
 Finalmente, Singer reflexiona (como lo hace un narrador, en la mente y las palabras de sus personajes) sobre la razón última de la existencia, la conveniencia de adherirse a antiguas liturgias y costumbres o adaptarse a los cambios que traen los nuevos tiempos... Releyendo su biografía, uno puede descubrir rasgos del escritor en sus personajes: en la propia Clara y su capacidad de supervivencia, en Ezriel y su tendencia al vegetarianismo, en Jochanan y su adhesión a la religión de sus padres... Se puede decir que todos los personajes tienen algo de su creador.
 Por otro lado, todo es expuesto sin acaloramiento y, sobre todo, sin sectarismos. Singer no toma partido por ninguna tendencia, simplemente las muestra, dejando al lector que madure su propio criterio. Esto es especialmente tangible cuando, por ejemplo, describe hechos a través de los protagonistas que retratan, cada uno desde su perspectiva, los acontecimientos, será el lector el que llegue a la conclusión de qué ha ocurrido, al leer referencias complementarias o contrarias. Es, en sí mismo, la defensa a ultranza de la relatividad de todo, de la ausencia de hechos absolutos, de la inexistencia de verdades o mentiras totales, de la carencia de "instrucciones para vivir". No hay líneas maestras, no hay líderes infalibles, sólo se puede cargar con nuestra propia inseguridad y abrirse camino en la oscuridad. Ya lo decía Machado: "Caminante, no hay camino, se hace camino al andar..."

domingo, 5 de mayo de 2024

"El amor de un hombre de cincuenta años", de Anthony Trollope.

  Novela menor de Trollope, menor tanto en extensión (menos de trescientas páginas en su época hubiera sido considerado más un relato que una novela), como en su calidad (nada que ver con las novelas del ciclo de Barchester o las llamadas políticas). Es un ejemplo típico de lo que yo injustamente llamo "literatura de té y pastas", en el sentido de que su argumento, amores y desamores de gente burguesa, es perfecta para que las señoronas también aburguesadas las leyeran en sus interminables horas de ocio y luego las comentaran con sus amigas (algo semejante con lo que hoy ocurre con los culebrones televisivos). Pero, ya digo, es injusto denominarla así porque la calidad literaria es verdaderamente excelsa. Ojalá esta "literatura de té y pastas" fuera la forma de matar el tiempo de esta época en lugar de estar enganchados a basura televisiva o internáutica. 
 El argumento es, en efecto, los amores y desamores de gente acomodada que no tiene mucho que hacer: un rico gentleman de cierta edad (a este respecto es curioso que se haya traducido la novela por El amor de un hombre de cincuenta años cuando el título original es An Old Man's Love, si bien es cierto que desde el principio, Trollope describe al señor Whittlestaff como un cincuentón, aludiendo a que no es viejo todavía pero ya no joven para esos amoríos) acoge en su casa a una joven de veinte años, Mary Lawrie, tras la muerte sucesiva de sus padres y su tía. Esta tal Mary Lawrie era hija de un íntimo amigo de Whittlestaff al cual prometió cuidar de su única hija cuando le faltara apoyo familiar. La señora Baggett, ama de llaves de la mansión, entrometida y mandona, desaconseja a su señor que acoja a una jovencita ya talluda de la que, muy probablemente, se acabe enamoriscando. El señor de la casa, contra el consejo de la vieja, acoge a la chica y, como la vieja predijo, se acaba por prendar de ella. Tras mucho pensar, Whittlestaff acaba por pedirla en matrimonio, cosa que la joven acaba aceptando más por obligación que por otra cosa, no sin ocultarle que dio palabra de amor en el pasado a un joven que fue rechazado por su pobreza. Bien, el joven en cuestión, John Gordon, regresa de Sudáfrica, donde ha conseguido enriquecerse con acciones de minas de diamantes. La llegada de Gordon (joven apuesto, antiguo enamorado de Mary, y ahora rico) completa este triángulo amoroso clásico entre la joven indecisa, el viejo paternalista, y el joven y antiguo amor. 
 Una historia muy vieja, como se puede ver, pero Trollope la cuece a fuego lento dando avances y retrocesos, decisiones e indecisiones, dimes y diretes en las relaciones entre los tres, con el entrometimiento de la señora Baggett, su alcohólico marido, un cura deslenguado y una familia amiga que compone toda la troupe de la novela. 
 Ése es el argumento. Los temas tratados en la novela serán la soledad, el afán de compañía aunque sea con relaciones disparejas y la validez de la palabra dada. Leyéndola ciento cuarenta años después de ser escrita (lo fue en 1884) habrá que incluir entre la temática los roles de sexo entre la mujer que no tiene otra salida que esperar la decisión de un hombre (dos en este caso) sobre ella, o la de los hombres cuya situación económica lo es todo. Pero, aclaro, eso sería en la evolución social de nuestros tiempos, la novela se puede entender perfectamente (si se tiene un cierto nivel cultural, claro) sin sacarla de su contexto histórico.
 Pero, en mi opinión, lo mejor de la novela, habitual en Anthony Trollope, y que lo eleva a la más alta categoría de los escritores de todos los tiempos es la extraordinaria verosimilitud de los personajes. Trollope es un excelente creador de personajes, los dota de vida de una manera tan convincente que el lector acaba por "conocerlos" perfectamente. Una de las formas de dar credibilidad a personajes de ficción es describir sus sentimientos y pensamientos con detalle, con mimo y en eso Trollope es un maestro; otra forma es hacer que los personajes evolucionen en el tiempo, cambiando sus pensamientos y sentimientos, para que el lector pueda ver que están vivos, que son reales. En El amor de un hombre de cincuenta años, Trollope se esmera en la evolución psicológica de los tres personajes principales, pasando todos por distintas fases como una persona real hace a lo largo de su vida. Esa es una de las mayores grandezas de este autor, algo que hace meritoria su lectura aunque el argumento nos parezca un tanto ñoño.

sábado, 4 de mayo de 2024

Inciso musical: concierto de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León dirigida por Thierry Fischer. Obras de Copland, Tower, Adams y Beethoven.

  Decimosexto concierto de abono de la temporada 23-24 de la OSCyL, dirigida por su habitual batuta. Leyendo el título de esta entrada ya pongo en palabras la idea que tengo en la cabeza: la primera parte del concierto fueron obras de Copland, Tower y Adams, la segunda parte, de Beethoven. ¿Qué parte del concierto me gustó más, cuál tuvo más calidad? La respuesta es obvia, ¿no? Pero, como diría un buen programador de conciertos, éstos tienen que ser contrastantes, variados y diversos. No puede ser más diverso un concierto en cuya primera mitad se interpreta a compositores del siglo XX y, en la parte final, a un gigante como Beethoven. Y, bien mirado, en la variación está el gusto, también en el ámbito musical, aunque suponga cambios notables en el número de músicos y su disposición, algo que pone en un brete la logística y organización del escenario. Y es que no puede haber muchos cambios más profundos que organizar el escenario para que toquen una fanfarria de Copland o Tower, todo con viento metal y percusión, y, en unos pocos minutos, disponer todo para que toque una orquesta sinfónica completa. Desde este humilde blog vaya mi reconocimiento y admiración a los esforzados trabajadores de la logística del auditorio, grandes olvidados, sin los que no sería posible el cotidiano milagro del disfrute musical.
 En la primera parte, pues, obras del siglo XX. La Fanfarria para el hombre común es una obra muy reconocible, que hemos escuchado en multitud de películas, documentales y videos. En sus escasos tres minutos se condensa una música épica, imponente y subyugante que sólo la combinación entre los instrumentos de viento metal y la percusión puede producir. Por ello se ha utilizado tanto para ilustrar momentos únicos de heroicidades y descubrimientos varios. Si al lector de este blog, como es probable, no le viene a la cabeza la melodía de esta fanfarria, búsquese en internet y seguro que se emite un "ah, sí..." Pues eso. Hay piezas cuyo autor, en este caso Aaron Copland, no son conocidos para la gran audiencia, pero sí sus melodías. Según parece, Copland compuso su Fanfarria para el hombre común en 1942 en una suerte de concurso para homenajear a los combatientes que se dejaban la vida en la entonces en curso Segunda Guerra Mundial. Hubiera sido mejor homenaje suspender los combates, pero bueno, al menos nos ha quedado esta excelente y breve pieza.
 Después, estamos en 2024 y en Europa, parece ser que es necesario hacer un contrarresto para buscar la "igualdad de género", con lo que se programa la Fanfarria para la mujer fuera de lo común, de Joan Tower, compuesta en 1987. Poco más se puede decir que esto tan recurrido de la "igualdad de género" (de hecho, en el programa de mano del concierto de ayer es lo único que se destaca). La obra es de mucho menor empaque que la anterior; a pesar del viento metal y la percusión, no tiene la fuerza que debiera, resultando ser una pieza anodina y vulgar.
 Pero el programador, demostrando que todo se puede empeorar, propone la Absolute Jest (Broma total) de John Adams. Obra de 2012, tiene la peculiaridad de estar compuesta para que un cuarteto de cuerda (en el concierto de ayer, el Cuarteto Casals) la interprete acompañada del resto de la orquesta sinfónica. Lo mejor de esta pieza es lo exigente que es con los solistas, sacando a relucir su virtuosismo con el arco (no el de las flechas, claro, sino con el arco del violín, viola y chelo... Perdón por el chiste fácil, pero no me he podido resistir). Por lo demás, la obra es una verdadera broma, como su nombre indica, un ejercicio de virtuosismo carente de una melodía que sirva de hilo conductor.
 Pero, para terminar, a modo de colofón, de recordatorio de la belleza que inunda el sórdido matadero que antes llamábamos Humanidad, para poder reconciliarnos con el mundo... toca la Sinfonía nº3 de Beethoven, la "Heroica". ¡Menos mal! Porque si no el resultado de la primera mitad, con la obra de Adams al final hubiera sido francamente desilusionante. Pero aquí está el bueno de Ludwig para recordarnos que su mera existencia mejoró la condición humana y elevó el espíritu de este "mono con pantalones" que es el homo sapiens. Bueno, paro ya, que me estoy poniendo tremendo. Como comenté en otra entrada, la Orquesta Sinfónica de Castilla y León tomó la acertadísima decisión de interpretar las nueve sinfonías de Beethoven a lo largo de tres temporadas. ¡Magno y loable propósito! Entiendo la dificultad organizativa y el desafío que supone abordar tal reto, pero como rendido melómano beethoveniano aplaudo la soberbia meta. En la temporada 23-24 ha tocado, pues, las tres primeras sinfonías, hoy la Tercera, comúnmente llamada Heroica. Y, entonces, el mundo se para. Las bromas anteriores, la "igualdad de género" y demás zarandajas desaparecen, y emerge la genialidad de un gigante como Beethoven. En apenas cuatro movimientos y cincuenta y tantos minutos, la sublimidad se hace audible. El primer movimiento, Allegro con brio, contiene una de las frases musicales más reconocibles de toda la música culta, una maravilla sin igual que, teniendo sensibilidad suficiente, emociona y cura de todas las enfermedades del alma que uno acumula con los años. Tanto el tempo como la melodía es amable y alegre, no exenta de pomposidad (recordemos que Beethoven compuso su Tercera sinfonía inicialmente para Napoleón, aunque luego lo dedicara finalmente al príncipe vienés Lobkowitz) y rotundidad. Los musicólogos consideran que con esta sinfonía Beethoven iniciaría su "periodo intermedio o heroico" que acabaría por comenzar el periodo del Romanticismo musical. El segundo movimiento, Marcia funebre, Adagio assai, supone el contrapunto perfecto, otra melodía reconocible por cualquier melómano, ésta triste y pausada como corresponde a una marcha fúnebre. La alegría y el ritmo es retomado con el tercer movimiento, Scherzo, Allegro vivace, evolución natural en Beethoven de los antiguos minuetos. El último movimiento, Finale, Allegro molto, incluye un tutti glorioso que remata una de las más bellas sinfonías del genio de Bonn. La influencia posterior de esta sinfonía es tan inmensa que se considera un punto de inflexión en la música culta que pone el quiebro entre el Clasicismo, con su claridad de melodías y su simetría de frases y el Romanticismo, con sus contrastes melódicos, sus ritmos variados y su mayor dramatismo. En el día de ayer, su interpretación por la OSCyl me reconcilió de nuevo con el género humano.

viernes, 26 de abril de 2024

"Cuento de invierno", de William Shakespeare.

  Un profundo error de nuestros días es tomar a los egregios autores del pasado, los "clásicos", como hombres de letras, eruditos, intelectuales que dedicaban su vida a dejar obras para la posteridad que serían estudiadas milimétricamente por otros eruditos. La verdadera Historia nos muestra a Miguel de Cervantes, por ejemplo,  como un tipo cuya vida no pudo ser más compleja y azarosa: soldado de fortuna, cobrador de impuestos, pasó años en la cárcel, hambre y miserias a más no poder, quedó tullido en batalla... Vamos, que el autor de El Quijote no fue precisamente un sabio recluido en su estudio, sino un tipo que vivió una existencia arrastrada hasta el mismo día de su muerte. Algo semejante le pasó a William Shakespeare (aprovecho a juntarlos ahora que desde las altas instituciones académicas y lingüísticas se los quiere meter en el mismo saco, sobre todo porque se cree que pudieron morir el mismo día). Procedente de una familia de clase media baja, el Bardo de Avon casó a los dieciocho años con una mujer de veintiséis como dice la labia popular, "de penalti" (que ya habían consumado antes del altar, vamos), después de mil problemas se afincaron en Londres, peleándose con todo y con todos para poder estrenar alguna obra de cuando en cuando; ya en 1611 se retiró a Stratford-upon-Avon, un villorrio por aquel entonces, para huir de amenazas y acreedores de la capital, muriendo a la edad de cincuenta y dos años. Por otro lado, ni Cervantes ni Shakespeare, máximas lumbreras de la lengua castellana e inglesa respectivamente pisaron universidad alguna, ambos eran simples bachilleres... Vamos, que quien busque ilustración, erudición y vida de sabio recluido en estos dos se equivoca de lado a lado.
 Y, en el caso de Shakespeare, la azarosa vida del dramaturgo tenía más que ver con buscar empresarios que aceptaran representar sus obras para así poder cobrar algo, que en escribir (el propio autor acabó comprando un teatro para poder representar). De hecho, la producción teatral de Shakespeare, hoy fundamental en la lengua inglesa, estaba supeditada a la representación, tanto era así que no tenía problema en quitar o añadir algo a la obra si el empresario teatral así lo exigía, como en adaptar obras ajenas.
 Y precisamente una obra ajena es Cuento de invierno, basada en un romance de temática pastoril de Robert Greene llamado Pandosto. Shakespeare modifica algunos personajes, algo el argumento y cambia el final, pero el argumento principal es el del romance. Es evidente, pues, que Shakespeare no estaba especialmente interesado en "quedar para la posteridad" o "crear alta literatura", sino salir del paso adaptando un poema para que fuera una obra teatral representable y exitosa.
 Bueno, en todo caso, Cuento de invierno es un drama (tragicomedia, podría ser; romance, sí; comedia, no) dividido en cinco actos, muy distintos entre sí de longitud y temática, ambientados entre Sicilia y Bohemia. Por cierto, el autor comete el supuesto error de hablar de "la costa de Bohemia", que es, ya se sabe, una región interior (se discute si fue un error geográfico o una licencia artística) que chirría un poco al leerlo hoy en día.
 El argumento es, muy abreviado, éste: Acto I: en Sicilia, el rey de la isla mediterránea, Leontes, y el de Bohemia, Políxenes, se intercambian lisonjas y parabienes. Leontes pretende que su invitado  se quede unos días más, para ello mete a su esposa en danza, Hermíone, quien requiebra también a Políxenes. En ese momento, Leontes entra en una locura celosa, creyendo que su mujer se excede y que, en realidad, mantiene relaciones adulterinas con el bohemio, incluso que la criatura que lleva en el vientre es del centroeuropeo. Tan terribles son los celos del siciliano, que ordena a Camilo, noble y copero del rey, que envenene a Políxenes. El copero real se niega a cumplir la orden, avisa al bohemio y juntos huyen de Sicilia. Acto II: Leontes, todavía ciego de celos, acusa públicamente a Hermíone de adúltera y la encarcela. La reina, con el sofoco, pare prematuramente a su hija. Paulina, noble y esposa de Antígono, presenta a la recién nacida a Leontes, con el fin de ablandarlo. Lejos de apiadarse, Leontes exige a Antígono que se lleve a la niña y la abandone en una lejana región. Simultáneamente, Leontes ha enviado mensajeros hasta Grecia para que consulten al Oráculo de Delfos sobre la culpabilidad de su mujer. Acto III: los mensajeros, ya de vuelta, abren los sellos del oráculo y revelan que el dios Apolo conoce la inocencia de Hermíone y la paternidad de Leontes. Con todo, la reina es juzgada por adúltera y traidora. En mitad del juicio, un sirviente anuncia la muerte del príncipe siciliano, Mamilio. Hermíone, con la aflicción se desmaya y (aparentemente) muere. Es entonces cuando el rey de Sicilia entra por fin en razón, olvida sus celos y se avergüenza de su locura que ha provocado tanta desgracia. Por otro lado, Antígono (noble siciliano, esposo de Paulina) llega en barco a las "costas de Bohemia" (error geográfico al que antes aludía) con la niña de Leontes y Hermíone a la que han bautizado apropiadamente Perdita, la abandonan en un paraje deshabitado y cuando van a regresar, Antígono es atacado y muerto por un oso, y el barco con toda su tripulación se hunde en el mar. La niña, con sus ricos ropajes y una joya muy específica es salvada por un humilde pastor. Acto IV: han pasado dieciséis años, en Bohemia, Camilo y Políxenes espían disfrazados de pastores a Florisel, el príncipe heredero, quien se ha enamorado de una joven pastora (ignoran que, en realidad, es Perdita, la princesa siciliana). Tras comprobar el arrobado enamoramiento de los dos jóvenes, Políxenes se descubre como rey y prohíbe a su hijo lleva a cabo un matrimonio tan disparejo. Camilo, que quiere volver a su isla de origen, convence a Florisel y Perdita para que vayan a Sicilia donde serán bien recibidos. Acto V: en Sicilia, Leontes sigue lamentando que su locura de celos llevara a la muerte a Hermíone y a Mamilio. Arriba a la isla el barco con Florisel y Perdita, seguido de otro con Políxenes y Camilo. Se aclara todo: cómo Perdita es, en realidad, la princesa siciliana, la terrible muerte de Antígono y su tripulación... En la escena final, Paulina  presenta a Leontes una realista estatua de Hermíone, tan realista que ha envejecido los dieciséis años que han pasado desde su muerte y acaba cobrando vida. Leontes, conmovido por este supuesto milagro, pide perdón a Hermíone y a Políxenes, además de facilitar el matrimonio entre Florisel y Perdita, y, ya de paso, el de Paulina y Camilo.
 El romance Pandosto de Robert Greene termina con el suicidio de Leontes, que es omitido para buscar el fin feliz que requiere la obra por Shakespeare. Pero es evidente que tiene los ingredientes de un romance de temática pastoril, con sus amores, desamores, celos y final feliz. Sin duda, un intento de Shakespeare por reconciliarse con el público dándole una obra con mordiente suficiente (celos, locura, muerte, amor y desamor) pero con el final edulcorado que todos querían.

martes, 23 de abril de 2024

"How Do You Make a Poetry Comic?", by Grant Snider (www.incidentalcomics.com).

 

Image taken from the website www.incidentalcomics.com

Inciso cinematográfico: "Storm Center" ("El ojo del huracán"), dirigida en 1956 por Daniel Taradash.

  Pequeña pero interesante película que pone en solfa la dictadura del pensamiento en tiempos de guerra o de posguerra (y siempre son tiempos de guerra). Es necesario, para poder comprender bien la película, recordar que tras la Segunda Guerra Mundial, en Estados Unidos se produjo una ola de fanatismo patriotero y político que fue conocido como el "McCarthysm", por ser el senador McCarthy el principal instigador de esa caza de brujas contra todo lo que podría oler a comunista, "rojo" o antiamericano. Esa paranoia llevó a investigar a decenas de actores y directores de Hollywood que tuvieron que demostrar que no tenían absolutamente nada que ver con el comunismo; muchos de los que no lo lograron perdieron sus trabajos e incluso acabaron en la trena. Esta película va sobre eso.
Imagen tomada del sitio www.imdb.com
 La película, por cierto, está magistralmente interpretada por Bette Davis, genial como casi siempre, en el papel de la bibliotecaria viuda de veterano de guerra cuya vida está consagrada a la promoción de la lectura entre sus conciudadanos, especialmente los niños.
 El argumento es éste: en una pequeña ciudad norteamericana, una entregada bibliotecaria es llamada a capítulo por el pleno del ayuntamiento para preguntarle la razón por la que está disponible en la biblioteca un libro político titulado El sueño comunista. Ella hace una encendida defensa de la libertad de opinión a la vez que se burla del absurdo ("preposterous") contenido del libro y de la propia teoría comunista. En un principio accede a retirar el libro a cambio de una ampliación de la zona infantil de la biblioteca, pero luego piensa en la necesidad de la libre expresión en una democracia, y lo reintegra a la misma. En el ambiente un tanto cerril de la pequeña ciudad, pronto se sabe que la bibliotecaria mantiene libros comunistas al alcance de cualquiera, comienzan a correr bulos sobre el pasado revolucionario de la empleada y a sufrir un hostigamiento laboral. Finalmente, es despedida por el ayuntamiento, con la aquiescencia de la población. La película finaliza con un chico de apenas diez años, otrora ferviente admirador de la bibliotecaria, que, habiendo sufrido el típico lavado de cerebro, ahora odia a muerte a la misma, llegando a provocar un incendio que destruye la biblioteca (escena que emula a las hordas nazis quemando libros en los años treinta).
Imagen tomada del sitio www.parkcircus.com
 La película es muy corrientita, ya digo, sólo la redonda actuación de Bette Davis la salva de la mediocridad, pero me parece muy interesante la defensa de la libertad de pensamiento y el ataque al borreguismo generalizado de la sociedad. Hay que recordar la coyuntura sociopolítica de los años cincuenta, pero, cambiando alguna cosa, los hechos podrían trasladarse al siglo XXI. Hoy han cambiado los temas, el comunismo ya está derrotado, pero el pensamiento único sigue imponiéndose a través de los medios de comunicación. Un ejemplo palpable es que nada menos que en 2022 se cortó el acceso desde los países de Europa Occidental a los sitios de internet rusos a raíz de la Invasión de Ucrania por Rusia. ¿Acaso necesitamos protección? ¿Creen que no tenemos espíritu crítico para saber lo que tenemos que leer? ¿Quién es nadie para decir lo que podemos leer en internet? Efectivamente, la policía del pensamiento sigue activa (como siempre), imponiendo su pensamiento único para que todos seamos buenos borregos obedientes. En la película, Bette Davis acaba admitiendo que no sólo tiene libros comunistas en la biblioteca, sino uno que le repulsa hasta la náusea: Mein Kampf (Mi lucha), de Adolf Hitler; su presencia en la biblioteca se incluye en la libertad de elección que es sagrada en una democracia que se precie. En nuestros días, la censura campa por sus respetos, todos tienen miedo a ser revocado o suprimido, el revisionismo está a la orden del día, la libertad ha muerto... Y da igual desde que lado del espectro político se impone el pensamiento único, todo político, en su esencia íntima, es liberticida.

lunes, 22 de abril de 2024

"La corona del pastor", de Terry Pratchett.

 Cuadragésimo primera (y última) entrega de la saga del Mundodisco. Pertenece al "arco argumental" de Tiffany Dolorido y las brujas. Por última vez, la tortuga cósmica Gran A'Tuin sigue avanzando con sus cuatro gigantescos elefantes que pisan su concha, sobre cuyos lomos descansa el Mundodisco. Han sido cuarenta y una aventuras, a cual más descacharrante, irónica y satírica... Sólo la muerte prematura pudo frenar a Terry Pratchett de crear un mundo tan diferente y a la vez tan igual al nuestro. De hecho, según sus editores, Pratchett tenía varias continuaciones en la cabeza antes de que el Alzheimer se lo llevara por delante. ¡Qué paradoja, que una de las mentes más lúcidas de los últimos tiempos acabara laminada por la enfermedad mental! Pero la impiedad de la Parca tiene estas cosas. En esta última novela se puede apreciar que tiene un final un tanto abrupto para lo que acostumbra Pratchett; Neil Gaiman, escritor de éxito y amigo íntimo suyo, afirmó que el autor tenía pensado un final más largo y elaborado, pero, desgraciadamente, la enfermedad lo impidió.
 El argumento de La corona del pastor es, grosso modo, como sigue: Yaya Ceravieja, la bruja más anciana y poderosa del Mundodisco, fallece dejando un hueco difícil, si no imposible de cubrir. Una bruja joven, sin embargo, es la favorita para suplirla: Tiffany Dolorido, la bruja de la Caliza, sin desearlo en absoluto, va a ser la elegida. Por otro lado, un trasgo resentido que no quiere incorporarse al nuevo mundo al que todos los trasgos de Mundodisco son llamados (la construcción y posterior explotación del ferrocarril) y que anhela los tiempos pasados de la magia y el oscurantismo está encabezando una revolución de seres feéricos (elfos, principalmente). Serán las brujas lideradas por Tiffany las que devuelvan el orden social al Mundodisco. 
 Ese es el argumento, los temas incluidos son el afianzamiento personal en la juventud, en la persona de Tiffany Dolorido, que finalmente será ella misma y no una mala copia de Yaya Ceravieja; también la lucha contra los personajes resentidos y tóxicos que tanto abundan, en ese mundo y en éste, y que tanto enfangan la vida de todos.
 Por cierto, el título original, "The Sepherd's Crown" es el nombre popular que recibe el fósil de los erizos de mar, que se encuentran con mucha frecuencia en los terrenos de piedra caliza de Inglaterra. Tiffany Dolorido lleva uno de ellos en el bolsillo para recordarse a sí misma quién es y de dónde viene. En español, este nombre no se conoce y queda un poco coja la explicación que se da en el texto.
 En fin, la última aventura de Mundodisco y una de las peor pergeñadas, la verdad. Me da un poco de pena escribirlo, sobre todo pensando en la superación de la enfermedad que supone escribir una novela con el Alzheimer destruyendo toda estructura cerebral de alguien con una inteligencia privilegiada, pero es así: la novela no está bien terminada y, en algunos puntos, es demasiado simple. Las últimas novelas de Mundodisco, ésta incluida, fueron firmadas por Terry Pratchett y su hija Rhianna, pero sospecho que era más de tipo nominal y que su hija pintaba muy poco en ello. Lo cierto es que esta novela baja bastante el nivel del resto de la saga, así que supongo que su publicación se debe más a cuestiones de interés editorial que literario.

domingo, 14 de abril de 2024

"Patria", de Robert Harris.

  Novela publicada por primera vez en 1992, Patria es una ucronía distópica en la que el III Reich alemán no llegó a perder la Segunda Guerra Mundial, ya que Estados Unidos no entró en el conflicto (al menos en el terreno europeo), llegando Alemania a derrotar a todos sus enemigos. Sobrevive a duras penas la Unión Soviética pero relegada más allá de los Urales, por tanto Moscú, Leningrado, Stalingrado y otras grandes ciudades de la Rusia europea se encuentran bajo dominio alemán. Así, en 1964, cuando Adolf Hitler cumple setenta y cinco años, el Nacionalsocialismo se ha estabilizado en un país más o menos pacífico, tremendamente jerarquizado y autoritario, pero relativamente próspero y floreciente. Pero, como todo país salido de una guerra, la sensación que transmite la novela es de una sociedad acogotada, temerosa, en la que los agentes de la Gestapo y de la SS hacen y deshacen a su voluntad, amedrentando a los civiles con una posible deportación al Este (a los Urales, donde persiste una guerra de baja intensidad) a la más mínima. En ese contexto histórico inventado se desarrolla la novela, que no es ni más ni menos que una novela policíaca.
 Y a mí, la verdad, no me gusta la novela policíaca. Entiendo que es un subgénero que vende millones y millones de ejemplares por todo el mundo, que engancha a todo tipo de lectores, que permite, en definitiva, subsistir a editoriales que pueden gracias a ello publicar cosas más decentes... Pero, vamos, que no me gusta la novela policíaca. No me gusta porque me parece que todas tienen muchos lugares comunes, muy poca originalidad y que lo que cambia son simplemente las circunstancias secundarias y las localizaciones. Por ejemplo: en esta novela el investigador es un mayor de las SS (lo novedoso aquí sólo es el cuerpo militar al que pertenece) que es, digamos, un outsider, alguien cuestionado, raro, diferente, peculiar... alguien como Sherlock Holmes en las novelas de Arthur Conan Doyle (o Poirot en Agatha Christie, Maigret en Simenon o el padre Brown de Chesterton); otro lugar común es el ayudante del brillante y extraño detective (como el doctor Watson de Conan Doyle, el capitán Hastings de Christie o la señora McCarthy de Chesterton), en esta novela es Charlie Maguire, una periodista estadounidense criada en Alemania, alguien que actúa como contraparte, dando a entender al lector las agudas deducciones del detective. Otro lugar común de las novelas policíacas son los giros argumentales con respecto a ciertos personajes, es decir, personajes que en un primer momento parecen totalmente inocentes y otros claramente culpables y que, al final, se invierte la situación. En fin... la novela también juega con el morbo de ¿y si todo hubiera sido diferente y los nazis ganaran la guerra? ¿Cómo sería una sociedad nacionalsocialista en paz? ¿Por qué siempre van a ser los nazis malos? Bueno, pues Harris contesta a estas preguntas con una Alemania nazi en paz, con problemas pero mirando hacia adelante, y con un investigador nada menos que de las odiadas SS que es todo virtud.
 El argumento de la novela es, grosso modo, el siguiente: el detective de las SS Xavier March (por cierto, por la parte que me toca del nombre, en la primera versión alemana se puso el nombre correcto, es decir, Xaver März, aunque en inglés y en el resto de traducciones se mantuvo ese nombre anglosajón) investiga el asesinato de un alto mando del Reich, obteniendo todo tipo de reticencias y rechazos por parte de las altas esferas que debían ser los primeros interesados en descubrir al autor y la razón del asesinato. Estando en ello, otros dos jerarcas nazis son asesinados, más misterio y silencio desde las autoridades. Entonces, March empieza a sufrir ciertos ataques, él y su ayudante (y amante) Maguire sienten peligrar sus vidas. Después sacan a colación que los gerifaltes asesinados lo eran de verdad, habían robado multitud de cuadros de alto valor a sus legítimos propietarios y creado una red de venta de los mismos. Finalmente (cuidado, aquí destripo la novela), será quién y cómo se organizó la "solución final" para los judíos la razón de los asesinatos.
 Bien, la novela, reconozco, está bien pergeñada en el sentido histórico (no se aprecian gazapos en la construcción de ese hipotético país); es eficaz en su capacidad de atrapar al lector, de crear intriga; es verosímil a pesar de ser una distopía. Pero, en mi opinión, los personajes no están muy bien delineados, no son redondos; y el final es un poco flojo, no está bien rematado.

sábado, 13 de abril de 2024

Inciso musical: concierto de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León, dirigida por Thierry Fischer. Obras de Mozart y Mahler.

  Decimoquinto concierto de abono de la temporada 23-24, ayer volvió la Orquesta Sinfónica de Castilla y León a su casa, conducida por su director titular, Thierry Fischer. El concierto programado para hoy es bastante típico, hasta el punto de que la obertura de La flauta mágica se ha representado en este auditorio ya cuatro veces, el Exultate, jubilate, tres, y la Sinfonía nº4 de Mahler es la décima vez que se representa en el Auditorio Miguel Delibes. La soprano para la primera obra de Mozart y el último movimiento de la de Mahler fue la surcoreana Hera Hyesang Park, de gran renombre en la actualidad y artista exclusiva para Deutsche Grammophon.
 Pero el concierto comienza con música instrumental, nada menos que la obertura de La flauta mágica, cuya melodía es reconocible por muchos de los que no han escuchado ópera jamás (además del dúo cómico Papageno-papagena). Lo malo que tiene la representación de fragmentos de ópera en una sala sinfónica es que se pierde la mágica maravilla del espectáculo teatral que hace de la ópera un acto global, para disfrutar con todos los sentidos; pero, bueno, estamos donde estamos. El argumento de La flauta mágica, ya se sabe, es discutible: unos simplemente ven un cuento de hadas en el que el príncipe Tamino decide rescatar a la hija de la Reina de la noche junto con su compañero, un hombre-pájaro llamado Papageno; mientras otros sabihondos ven referencias a la masonería y mil y un simbolismos. En fin, la obertura es una pieza redonda, mozartiana, alegre pero no inocente, profunda pero sin amaneramientos exagerados, brillante sin apostura, eso, mozartiana.
 Luego el Exultate, jubilate, como dije, cantado por Hera Hyesang Park. Como su nombre indica, es una pieza que mueve a la alegría, al regocijo. Una pieza que mueve al gozo que emana el cristianismo, en este caso la veneración de la Virgen María como intercesora ante Dios de sus pequeñas criaturas. En todo caso, siendo música sacra, no es una obra que exija gravedad y solemnidad, de hecho está llena de florituras y adornos que la soprano Park entiende e interpreta a la perfección.
 Y, para terminar, la Cuarta sinfonía de Gustav Mahler. Es la más corta de sus diez sinfonías (cincuenta y cinco minutos, más o menos), pero tiene el característico aire mahleriano, un tanto melancólico y nostálgico. De nuevo, los musicólogos interpretan que ese aire melancólico fue producto de las trabas con las que se encontró por el hecho de ser descendiente de judíos, la muerte de su hija María y sus propios problemas de salud que lo llevaron a una concepción trágica de la existencia. La Sinfonía nº4 se estructura en cuatro movimientos: el primero, "Bedächtig, nicht eilen" (Despacio, no te apresures), tiene campanillas y temas populares a tutiplén, dándole un aire alegre que contradice lo que antes apunté; el segundo, "In gemächlicher Bewegung, ohne Hast" (En un movimiento pausado, sin prisas), es una suerte de scherzo, de hecho es interpretado como la danza de la muerte, lo más notable aquí es que el concertino usa dos violines alternativamente, uno de ellos afinado afinado un tono más alto, como supuesta muestra de ironía y sarcasmo; el tercer movimiento, "Ruhevoll" (Calma), es un adagio que termina con un tutti orquestal; por último, el cuarto, "Wir geniessen die Himmlischen Freuden. Sehr behaglich" (Disfrutemos de los gozos del Cielo), es el lied interpretado ayer por la soprano surcoreana, que es una oda a la vida celestial con placeres cuasi gastronómicos. En fin, una obra un tanto compleja si se desgrana con cuidado, pero de una belleza sublime si se escucha en su totalidad sin buscar simbolismos ulteriores.