Todavía, a mis cincuenta y tres años, más de cuarenta de ávido lector, sigo descubriendo autores notables e incluso sobresalientes. Me congratula esto. Denota que todavía tengo que aprender, lo cual quiere decir que no soy tan viejo, que tengo hueco entre los vivos, que puedo mejorar como ser humano, que el mañana tiene un sentido... El lector estará pensando que me he levantado hoy con pie sensiblero, pero es que muchos de los que leen este blog (sospecho que no todos, sospecho que hay algunos muy cercanos) no saben que en mi familia, como en tantas de este sacrosanto país, se valora por encima de todo la adhesión infatigable a principios sempiternos a los que uno ha de suscribirse desde la más tierna adolescencia, entonces se apaga el cerebro y se sigue sobreviviendo seis, siete u ocho decenios más. En esa incapacidad de aprendizaje y cambio desde los escasos veinte años se encuentran mis señores padres, se encontraban mis abuelos, ya fallecidos, y otros muchos consanguíneos del que escribe. Creen ellos que así demuestran carácter, personalidad y principios; creo yo que así sólo demuestran estolidez y tozudez. De modo que, en mi opinión, que un quincuagenario pueda admitir abiertamente ignorancia sobre algo y afán de ilustración evidencia que ese individuo está vivo todavía, que su corazón late y, más importante, su cerebro piensa.
A Leonardo Sciascia me lo recomendó un vecino de mi localidad del Auditorio Miguel Delibes, italiano meridional, como el propio escritor, hablando de uno de los grandes de la lengua de Dante, de Primo Levi, y de la Editorial Einaudi en la que ambos publicaban. No me extrañó mi ignorancia, pues desprecio altaneramente (de forma un tanto vanidosa y estúpida, reconozco) la literatura contemporánea, pero es que, conociendo el infame negocio editorial que promueve a escritorzuelos de medio pelo para vender libros como rosquillas, prefiero dejar que el tiempo ponga a cada uno en su lugar. He comprobado que, a la vuelta de cien años, lo que eran meros "fenómenos editoriales", simples promociones comerciales, decaen, mientras que la buena literatura de verdad se sigue leyendo y sigue influenciando a otros escritores. En fin, sea como fuere, leí a este tal Sciascia (1921-1989) en lo que parece ser un relato publicado en las postrimerías de su vida (1988) con un personaje enfermo del mismo cáncer que acabaría con su propia existencia.
Bien, reconozco que, en un primer momento, tuve sensaciones contrapuestas al leer El caballero y la muerte: por un lado admitía la calidad de su prosa, con frases largas y adjetivadas para ser un escritor de la segunda mitad del siglo XX, con personajes bien pergeñados y un enfoque novedoso del argumento; pero, por otro lado, se trata de una novela policíaca, subgénero al que yo no soy muy afecto. Al ser un relato de poco más de cien páginas destaca mucho el ritmo que se da a la narración y, sobre todo, el brusco giro argumental del final, sin duda lo mejor de la novela. Ese giro final da una originalidad que deja un sabor de boca excelente, haciéndole olvidar a uno el subgénero policíaco al que aludía antes.
En esencia se trata de un policía que investiga el asesinato de un abogado a manos de un grupúsculo terrorista autodenominado "Los hijos del 89", juego de palabras, pues la acción se desarrolla en 1989, pero los asesinos, en realidad, se identifican con el año 1789, el de la Revolución Francesa. Ya decía que este policía es un alter ego del escritor, fumador empedernido y enfermo de cáncer, es avispado sobremanera para ser un simple policía, en buena medida por ser culto y erudito, gran aficionado a la literatura y el arte en general. En fin, es tan corto el texto que el argumento está poco desarrollado, pero el excelente remate final lo mejora notabilísimamente.
Prometo leer más adelante a Leonardo Sciascia de nuevo, narraciones más extensas y, preferentemente, que no sean de tipo policíaco, pero el sabor que me ha dejado El caballero y la muerte ha sido muy bueno.