Un hombre prolífico donde los haya, autor de inolvidables novelas que retratan como pocas la sociedad zarista a lo largo de generaciones, "Guerra y paz", "Ana Karénina", "La muerte de Iván Illich", "Resurrección", "Hadji Murat"... prolífico porque tuvo nada más y nada menos que trece hijos con la misma mujer; pero sobre todo prolífico porque cultivó todos los géneros literarios, es mundialmente admirado por su narrativa, pero también escribió poesía, teatro y ensayo. En este último género me quiero centrar.
Los ensayos de Tolstoi giraron en torno a la naturaleza humana, la estructuración de la sociedad y sus creencias religiosas. El autor se movió dentro del Cristianismo Ortodoxo en el que fue educado, pero trató siempre de volver a las Escrituras para buscar la esencia última de los Evangelios: la liberación del ser humano.
Tolstoi hace especial referencia al "Sermón de la montaña"; aquél que condena la religiosidad hipócrita, que ensalza la igualdad entre los seres humanos, más aún, busca la igualdad entre todos como hijos de Dios. El escritor era un hombre rico, poseedor de haciendas ("dachas" según la cultura rusa), fortuna e incluso título nobiliario; de todo se deshizo, en busca de una pobreza voluntaria (que no fue del todo permitida por el autoritario carácter de su mujer y alguno de sus hijos) y trató de vivir lo más acorde posible a dicho texto evangélico.
Tolstoi es uno de los grandes teóricos, al igual que Luther King, Dostoievsky o Iván Illich (no confundir con el personaje de la novela tolstoyana, éste fue un sacerdote católico teólogo y pedagogo), del llamado anarquismo cristiano, que basa la igualdad entre los seres humanos en esa igualdad como hijos de Dios, propugna una sociedad sin autoridad, ya que la única autoridad admisible es la de Dios (ergo la autoridad humana tiene un origen demoníaco).
El anarquismo cristiano promueve una sociedad sin desigualdades, una búsqueda del Reino de los Cielos en la misma tierra (de ahí el título del ensayo, epónimo de la frase evangélica), una no resistencia al mal y, por supuesto, reniega de todas las Iglesias como estructuras piramidales humanas muestra evidente de esa autoridad demoníaca (no en vano, el propio Tolstoi sería excomulgado de su Iglesia Ortodoxa Rusa), siempre, claro está, dentro del pacifismo que se supone a los discípulos de Jesús de Nazaret.