5 - Gerhard Bremer
No fueron días fáciles. Sin embargo, físicamente se
encontraba con más fuerzas casi cada hora que pasaba, las comidas y
cuidados de Núria obraban cotidianos milagros en el, por otra parte,
sano cuerpo de un joven de veintitantos años; pero en el ámbito
espiritual, no parecían veinte años sino ochenta. El mazazo que
supuso el asesinato de Sarah le dejó sin fe alguna en la humanidad;
ahora entendía mejor como un individuo podía ser un guardián en
una estructura carcelaria como es un campo de concentración, en el
que se “almacenaba” y eliminaba sistemáticamente a miles de
seres humanos, eran los mismos “principios” que seguían aquéllos
que habían matado a sangre fría a Sarah Löwenstein, sin un juicio
aunque fuera amañado, era el principio que se basaba en el más
absoluto desprecio por la vida humana, la cosificación más brutal
de un semejante.
Un abrazo, eso fue todo lo que aceptó su accidental
casera como pago por su alojamiento, cuidados, alimentación. En
realidad le habían salvado, una vez más, la vida, y él solo podía
seguir adelante sin detenerse, ¡qué absurdo! Todo era indiferente:
la muerte, la vida parecían simples casualidades a las que no se
debería prestar gran atención. Un mundo animalizado, sin humanidad
alguna. La guerra con sus barbaries había acabado hacía más de
veinte años, pero la sociedad parecía haberse acostumbrado a la
sinrazón y a la vida cuasi-animal. Había leído no sabía donde que
los anglosajones llamaban a la vida apresurada y sin verdadero
sentido algo así como rat race, y en efecto así
lo conceptuaba él, como una carrera de ratas que no tenía lógica
alguna. Hacía pocos días, una testigo de primera mano de la
barbarie que nunca debiera repetirse, había sido abatida a tiros por
una patrulla de la Guardia Civil española solo por haber pasado
ilegalmente la frontera, o por ser confundida con contrabandistas,
así, sin más. Imaginaba el desconcierto de los asesinos cuando
hubieran registrado su documentación austriaca, quizá, incluso, no
hubieran sido capaces de adivinar su condición de judía aún
llamándose Sarah y apellidándose Löwenstein, en aquel país en el
que casi cinco siglos antes se había eliminado todo resto de sangre
judía. Un sinsentido, un absurdo. La vida o la muerte de un ser
humano decidido en un momento como si fuera una hormiga... El sentido
de irrealidad caprichosa dejaba la aventura de Lars totalmente fuera
de lugar, ¿quién habría de creerle si lo contara? Y, sin embargo,
esa irrealidad le impulsaba a seguir buscando a su padre biológico
para tratar de hilar su existencia con el hilo de la lógica, aunque
esta fuera brutal.
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