3 – Sarah Löwenstein
Habían pasado ya varios días desde la muerte de su
madre. Con sorprendente rapidez había arreglado tareas
administrativas que consideraba penosas y tediosas: la liquidación
del dinero del banco, que había supuesto unos ingresos mayores de
los que había previsto; la toma de contacto con una inmobiliaria
para la puesta en venta de la casa, dicha agencia parecía que se
encargaría de todo y pensaban que en pocas semanas estaría vendida;
y la obtención de su pasaporte y un visado de turismo para viajar a
la República Federal de Alemania. Pero sin duda el cambio más
importante se había producido en su interior: parecía haber
superado sus dudas anteriores, ahora sabía perfectamente quién era
y que quería.
Estuvo considerando que pasos que debía dar en
adelante. La situación europea en 1967 no era fácil, de hecho se
sorprendió con la facilidad con la que obtuvo el visado para viajar
a Berlín. Supuso que sus primeros pasos en Alemania serían ir al
consulado noruego y tratar de averiguar algo sobre Günther Berghoff.
Sabía de la existencia de registros militares en las oficinas que
años antes habían constituidos los gobiernos de ocupación
estadounidense, británico y francés, y que ahora eran, al menos
aparentemente, oficinas meramente diplomáticas, aunque desconocía
si podría tener acceso a ellos. En cualquier caso no le preocupaba,
una vez que tuvo toda la documentación necesaria, recopiló todo el
dinero y cambió una fuerte cantidad en marcos alemanes.
Los preparativos parecían ir viento en popa: cuando ya
había comprado el billete de Lufthansa que le habría de llevar de
Oslo a Berlín, recibió una llamada de la agencia inmobiliaria
informándole de la existencia de un posible comprador dispuesto a
pagar en efectivo en los próximos días si se reducía algo el
precio, Lars accedió y la venta de su casa se produjo con celeridad
y sin problemas. Quizás no fue consciente de ello, pero al morir su
madre, vender la casa y liquidar la cuenta bancaria estaba cortando
el cordón umbilical con su ciudad natal.
En los días anteriores al viaje, pudo saber que la
Autoridad de Control Aliado estaba en Berlín-Schöneberg.
Según parecía, allí estaban los cuarteles generales desde los
cuales se habían promovido la “desnazificación” de la sociedad
civil alemana, investigado y elaborado una lista de criminales de
guerra, disuelto el ejército del Tercer Reich y en general tratado
de llevar a cabo todas las directrices salidas de la Conferencia de
Potsdam. El edificio elegido había sido la anterior Corte Regional
de Berlín, la Kammergericht que decían los alemanes. Allí
tenían información sobre todos los miembros relevantes de las SS.
Allí, pensaba Lars, tendrían completa información sobre Günther
Berghoff.
Al llegar al aeropuerto de Berlín-Tempelhof, no
pudo menos que sentir un escalofrío, aquel pequeño aeropuerto
prácticamente rodeado por la ciudad, había sido un escenario
privilegiado de las escaramuzas logísticas en plena guerra fría, de
hecho seguía siendo hasta la fecha el único enlace posible que
tenía Berlín occidental con el resto de la República Federal. Al
bajar de su avión de Lufthansa se sorprendió de ver todavía
soldados americanos en pleno año 67, casi toda Europa pensaba que
Alemania Occidental había superado la posguerra, pero Berlín era un
caso aparte, la ocupación allí era patente todavía.
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