Es muy frecuente que grandes escritores del pasado y del presente
sean grandes tímidos que escondían en el “negro sobre blanco”
su incapacidad de transmitir sus pensamientos, deseos, temores,
alegrías y ansias de forma oral. Caso conocido es el de Franz Kafka,
autor genial en esa genialidad que bordea la locura; Kafka escondía
su incomprensión al mundo que lo rodeaba, él mismo se sentía como
su personaje de la metamorfosis: extraño, incomprendido,
innecesario, mediocre y pequeño; escribiendo huía de la sociedad
aria que lo reprobaba como judío, del pequeño e insignificante
trabajo con el que mantenía su espartana vida, de las mujeres a las
que deseaba y de las que se sabía indeseado, de los caseros de las
sórdidas pensiones en las que era siempre observado con resquemor...
Borges es otro caso fácilmente observable, su incapacidad visual
le abrió enormemente la visión de la sensibilidad, la capacidad de
separar cuerpo y mente para alcanzar la posición del otro, para
sentir en piel ajena, escapando así de la maldición a que había
sido condenado por un extraño y “creativo” demiurgo
todopoderoso.
Hesse retrató una importante parte de la sociedad de cualquier
tiempo en su lobo estepario, es precisamente el personaje fundamental
de esta obra sin par otro ser perdido, incapaz de encontrar su rol en
la sociedad que lo rodea, incapaz de asumir los principios
indiscutibles que ésta propugna, no dotado, en fin, de esa cualidad
tan frecuente que es la sociabilidad.
La sensibilidad: esa es la característica común de los grandes
literatos. Una capacidad poco frecuente en esta sociedad que premia
el amor propio con esa animalidad que se nos exige para seguir
alentando. El deleznable orgullo y la vanidad que raya en el onanismo
nos proporcionará una vida tranquila, sin desasosiegos, sin
angustias vitales, felices como seremos retozando en el lodazal de
nuestra propia mediocridad; ¿para qué preocuparnos de las
necesidades afectivas de otros, de sus éxitos o fracasos personales,
de sus sinsabores o rotundos fracasos? En confrontación a todo esto,
la capacidad de detectar el pálpito de los demás nos hará sufrir
con sus derrotas y pérdidas, pero nos enriquecerá sin límites,
desarrollándonos una nueva cualidad: la de sufrir en cabeza ajena;
sin embargo la sensibilidad también nos facilitará un pasaje al
fracaso, entendido éste como un concepto social y comúnmente
asumido.
El fracaso humano y social son frecuentemente confundidos, sin
distinguir que muchos individuos consideran su fracaso social como
verdadera demostración de su éxito en cuanto que ser humano,
distanciándose así de las mediocridades generales; por el contrario
otros consideran ambos fracasos distintas caras de una misma moneda.
La sonrisa cotidiana que denota, sin duda, la estupidez materializada
en solo gesto, es símbolo del más rotundo éxito humano, poco
importa que ese individuo sea absolutamente incapaz de sentir nada
más que no sea una maravillosa admiración por su insondable
mediocridad; esa sonrisa le sirve además para despreciar a aquel que
sí puede estrujarse el intelecto para ver más allá de la mera
apariencia, aunque esto le provoque más desasosiego que felicidad.