2 - Ingrid Larssen
Le costó reconocerla. Solo habían pasado cinco años
desde la última vez que la vio, pero había envejecido mucho,
demasiado para alguien que todavía no había cumplido los cincuenta.
El escaso pelo gris caía lacio, sin vida. Nunca había sido gorda,
pero ahora estaba demacrada, los pómulos se marcaban en su piel como
si fueran una calavera, solo los grandes ojos azules parecían no
haber cambiado. Una sonrisa desdentada le dio la bienvenida.
- Mi niño bonito, mi niño bonito. -Fue lo único que acertó a balbucear mientras alargaba sus cadavéricos brazos hacia él.
Lars se acercó con frialdad, no sabiendo muy bien que
hacer... Finalmente se sentó en su cama y le dio un formal beso en
la frente. Ella le sonrió en respuesta.
- Acércate un poco más, quiero tocar tu cara. Eres todo un hombre.
Su madre y él se separaron cuando tomó aquel empleo en
la compañía naviera de la que se acababa de despedir. Nunca
tuvieron una gran relación. Lars fue hijo póstumo, e Ingrid tuvo
que trabajar duro para poderlo sacar adelante. Trabajaba como
limpiadora en un edificio gubernamental y por las tardes limpiaba
casas para poder redondear el sueldo; cuando llegaba a casa estaba
tan agotada físicamente que apenas podía ocuparse de su hijo, así
este creció en práctica orfandad, vigilado por vecinas y con los
libros de la biblioteca pública como sus mejores amigos. Cuando se
separaron, Lars no sintió un gran dolor, quizás algo de
remordimiento por abandonar a quien se había desvivido para darle un
futuro.
- ¿Cómo estás? ¿Estás cómoda aquí? -Al decir esto miró mecánicamente a las otras dos pacientes de la habitación, dos mujeres de edad y aspecto semejante a su madre que, sin duda, se alegraban de tener espectáculo gratis con la visita de su compañera de infortunio.
- Bien, estoy bien. Un poco cansada, eso es todo.
En ese momento entró un médico, que, seriamente, se
dirigió a Lars.
- ¿Es usted el hijo de Ingrid Larssen?
- Sí, yo soy.
- Acompáñeme un momento, por favor.
Le siguió maquinalmente hasta el pasillo, donde se
volvió hacia él.
- Le supongo al corriente de la gravedad del estado de su madre.
- Sí, pero no conozco los detalles.
- Verá, su madre padece lo que se llama un carcinoma mamario, cáncer de mama es más conocido. Hemos estudiado el tumor y hemos encontrado metástasis -otros nódulos tumorales- en pulmón e hígado. Es totalmente inoperable.
A pesar de lo conocido, no pudo reprimir un escalofrío.
La jerga médica siempre le alteró el animo, la enumeración fría y
sistemática de la enfermedad le parecía totalmente deshumanizada.
- ¿Se puede hacer algo?
- Me temo que no. El grado de debilidad es extremo, y el desenlace se producirá en breve. Cuando días atrás le preguntamos si tenía algún pariente nos habló de usted, por eso le convencimos de que le llamara. Por otra parte parece que tiene algo importante que decirle. En administración le podrán indicar que pasos se han de dar con el papeleo. Lo siento mucho.
- Gracias. -Respondió mecánicamente mientras el médico se daba la vuelta y se alejaba por el pasillo.
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