martes, 6 de enero de 2015

Ahora leyendo: "El idiota", de Fyódor Dostoyevski

 Cuando estoy con esta gente (Dostoyevski, Tolstoi, Proust...) entiendo por qué leer es mi refugio principal ante la mezquindad de la vida que nos ha tocado vivir; es como si todo se detuviese, como si no existiera nada fuera de las casi mil páginas que tengo delante. En verdad, la lectura de Dostoyevski me traslada una extraña tranquilidad basada en la atemporalidad absoluta del texto que disipa la ansiedad existencial que a todo ser racional acompaña.
  El idiota narra la vida del príncipe Myshkin, un dechado de virtudes humanas, si no fuera porque es considerado como tal idiota por el resto de sus coetáneos. Por encima de todas, la virtud principal del personaje es la humildad, pues siendo ejemplo a seguir para todos, se conduce con una modestia que lo engrandece más aún. Es probable que no haya muchas semejanzas entre las sociedades rusa y española, sobre todo si se piensa en la Rusia zarista y la España contemporánea, pero sí coinciden ambas en tener a la soberbia (primer pecado capital, recuerdo) como más frecuente defecto entre sus ciudadanos (increíblemente, en países como el nuestro, la soberbia es considerada una virtud, así, los ensoberbecidos y vanidosos llegan a las más altas cotas de la desnaturalizada sociedad).
  Así que, viendo las diferencias que pueden existir entre este y aquel país, esta y aquella sociedad, no se puede colegir otra cosa que no sea que el orgullo, la altivez, el engreimiento, la fatuidad son atributos esenciales de ese animal degenerado que es el hombre.
 En contraposición a sus contemporáneos, Myshkin es arquetipo de virtudes, un Jesucristo renacido entre lobos al igual que lo hiciera el primigenio. Sufrirá el desprecio de todos que, puestos en evidencia por la candidez del príncipe, no soportan su propia iniquidad. 
 Novela escrita en torno al año 1866, es difícil encontrar alguna diferencia importante con la sociedad de 2015. 

sábado, 20 de diciembre de 2014

"Deseos", de Larkin

Aparte de todo esto, el deseo de estar solo:
por mucho que el cielo se oscurezca con invitaciones
por mucho que sigamos las instrucciones impresas del sexo
por mucho que la familia se fotografíe bajo el asta de la bandera:
aparte de todo esto, el deseo de estar solo.

Por debajo de todo, un anhelo de olvido:
a pesar de las astutas tensiones del calendario,
el seguro de vida, los programados ritos de fertilidad,
la costosa aversión de los ojos a la muerte:
por debajo de todo, un anhelo de olvido.



Beyond all this, the wish to be alone / However the sky grows dark with invitation-cards / However we follow the printed directions of sex / However the family is photographed under the flagstaff / Beyond all this, the wish to be alone // Beneath it all, desire of oblivion runs: / Despite the artful tensions of the calendar, / The life insurance, the tabled fertility rites, / The costly aversion of the eyes from death / Beneath it all, desire of oblivion runs. 

jueves, 18 de diciembre de 2014

Ahora leyendo, en poesía: "Poesía reunida", de Philip Larkin

 Lumen edita una antología de Larkin, con poemas de sus principales poemarios: Engaños, Las bodas de pentecostés y Ventanas altas. Todo un lujo que, estando como están las cosas en el ámbito editorial español, se publiquen estos poemas tan marginales de público.
   La poesía de Larkin no es, desde luego, la mejor para esos días bajos de ánimo en los que todo parece quebrarse ante nuestros ojos... no, en esos días mejor no acordarse de este tipo, el efecto podría ser demoledor. Sin embargo, su sarcástica y experimentada cosmovisión es buena para evitar caer en  ilusorias esperanzas sobre una humanidad decente y una vida individual acorde... Larkin es el poeta de la desesperanza vestida de gris, de la desilusión sin fondo que rompe toda promesa de mejora en un mundo sin Dios ni futuro.
 A mí, particularmente, me estimula la rotundidad de sus afirmaciones, sus incontestables verdades que tan impropias parecen de cualquier poesía. Para todos nosotros que fuimos educados en esa poesía optimista, simplona de adolescente enamoriscado, Larkin es como un desentumecedor jarro de agua fría.
 

martes, 16 de diciembre de 2014

Ahora leyendo: "La pata de mono y otros cuentos macabros", por W. W. Jacobs

 Muchos relatos fantásticos no son fácilmente clasificables como de terror o de angustia. Los señores de Valdemar han tenido a bien denominar "cuentos macabros" a los de este inglés que forma así parte de la pléyade de escritores fomentados por la que se ha convertido en mi editorial favorita.
  Los escritores anglosajones del siglo XIX copan un género que, probablemente, nunca pasará de moda. Son autores de relatos impactantes, espectaculares, que nos estimulan, asustan y permiten sobrellevar la tediosa existencia que llevamos. Son como el picante en una buena comida: no nos alimenta, pero mejora cualquier plato.
 De Jacobs, como de otros tantos, no había leído nada hasta una recopilación de Valdemar, así que la editorial madrileña cumple con una de las más sagradas funciones editoriales: la difusión cultural.
  Esta claro que este autor no es Lovecraft, Poe, Stoker o Bierce, pero sí un escritor talentoso que merece ser degustado con esmero, si te gusta el género, claro. De lo leído por el momento me sorprende su modernidad estilística, pues, aun siendo un hombre a caballo de los dos siglos precedentes, su prosa es rápida y poco adjetivada, casi periodística, como estamos acostumbrados en nuestros días.

jueves, 11 de diciembre de 2014

Inciso cinematográfico: "Oliver Twist", dirigida por David Lean en 1948

 Adaptar cualquier obra literaria al cine es complicado: o se cae en el defecto de ser demasiado literal o en el de que el director (que suelen tener grandes egos) quiera dar una visión demasiado personal de la novela. En el caso del Oliver Twist de David Lean quizás se escore hacia el primer caso que es, en mi opinión, el menos dañino. Lo cierto es que David Lean es uno de los mejores directores cinematográficos que ha dado Reino Unido y que, precisamente, se destacó como fiel adaptador de grandes novelas inmortales: además de la que nos ocupa, también rodó una versión de Grandes esperanzas del mismo novelista; Lawrence de Arabia, basada en la vida, mitad de aventurero, mitad de militar imperialista británico de Thomas Edward Lawrence; o la inolvidable Doctor Zhivago de Boris Pasternak. Uno de los grandes, vaya.
  Con Oliver Twist hubiera sido fácil caer en la patraña sentimentaloide para que los dignos burgueses británicos se emocionaran en el cine al recordar la terrible vida que sufrió gran parte de la infancia y el conjunto de la sociedad en la época más brillante (según los nacionalistas británicos) de su país, la era victoriana; pero no, Lean es fiel al texto de Dickens sin buscar efectismos. El uso de la fotografía es clásico pero con interesantes avances, teniendo en cuenta que fue rodada en 1948. Así, los decorados de los barrios más degradados de Londres siempre están en tonos muy oscuros y con paredes de geometrías inverosímiles que recuerdan lejanamente la sensación opresiva del cine surrealista alemán y que contrastan vivamente con los grandes salones luminosos y lujosamente decorados de las mansiones de los ricos. Con respecto a los actores, los chicos, incluido el que interpreta a Oliver están perfectamente creíbles y dignos en su papel, el resto también, pero sobre todo destaca uno que, aunque controvertido, sigue encandilando al que esto escribe: Alec Guinness.
 El gran Alec Guinness, Sir Alec Guinnes, uno de los mejores actores que esa pequeña isla ha dado al mundo. Su papel en Oliver Twist es el de la imagen superior: el judío Fagin, perista y líder de los chiquillos que utiliza para robar a las damas y caballeros desapercibidos. El papel, lo estereotípico de judío que tiene, logró una denuncia de la Liga Antidifamación por antisemitismo manifiesto. Lo cierto es que en el texto de Dickens se pinta a Fagin como un "alegre vejete" y no se hace referencia a los tópicos antisemitas de siempre: enorme nariz ganchuda, larga barba desaseada y, sobre todo, desaforado amor por la riqueza, hasta llegar a la usura. Es probable que tanto en la concepción dickensiana como en la interpretación de Lean haya algo de antisemitismo, o, al menos, de seguir propalando viejos estereotipos, pero, al margen de esto, aun siendo importante sin duda, la actuación del inglés es espectacular. La de los maquilladores también lo fue, está claro, como ejemplo véase la secuencia siguiente:

  En cualquier caso, admitiendo que se perpetúan viejos mitos antisemitas, la película es una excelente adaptación de la novela de Dickens, una escapatoria fácil para aquéllos (me temo que son demasiados) que prefieren visionar la película a leer la novela, aunque pierdan mil detalles de tramas secundarias y descripciones de paisajes y personajes.

miércoles, 10 de diciembre de 2014

V de Vendetta

 Alan Moore no es precisamente santo de mi devoción. Tengo, sin embargo, varios cómics firmados por él; principalmente porque ha tratado temas muy queridos para mí: el mundo de Lovecraft, extraños sucesos históricos no aclarados -Jack el Destripador-... aunque también ha estado, como es sabido, muchos años ligado al universo Marvel, que nunca me atrajo.
  Sin embargo, Moore es más conocido por esta obra: V de Vendetta, que supuso un tremendo éxito en todo el mundo, que fue posteriormente llevado al cine con otro "exitazo" de público y crítica, y que ha llevado a la dichosa máscara a ser un icono de nuestros días. Desde luego no se puede negar una gran originalidad temática en esta obra, otra patada en la boca para los que piensan que los cómics son cosa de chicos, es una trama sencilla pero bien hilada y con una ambigüedad que hace que sea tomada como banderín de enganche por gentes de muy distinto origen y condición.
 Moore, haciendo una vez más de enfant terrible, abominó de la versión cinematográfica y se alejó públicamente de ella. Yo, en mi humilde opinión, no he visto grandes distancias entre la novela gráfica y la película, aparte, por supuesto, de las necesarias por el distinto formato. Puede que haya algo de ego herido en el escritor... quién sabe.
  Lo tremendo del tema es que la idea central de la novela gráfica es profunda y sanamente ácrata, pues lucha contra todo orden y poder establecido; sin embargo, el verdadero poder y orden de nuestros días -el dinero- hizo también bandera de V de Vendetta, moviendo cientos de millones de dólares, euros, libras, yens y demás monedas infernales entre la distribución de la película y el merchandising posterior. Esa parece ser la maldición de Moore: un tipo en lucha contra lo comercial que tiene la extraña bendición/maldición de vender todo lo que hace como si de churros se tratase. Mejor quedarse, en cualquier caso, con la obra del escritor al margen de los devaneos del mercado.

domingo, 7 de diciembre de 2014

Ahora leyendo: "Oliver Twist", de Charles Dickens

 Creo que ya lo escribí: la llamada literatura victoriana es, para mí, la vuelta al hogar. Sus largas y adjetivadas oraciones; sus personajes dibujados con mil y un epítetos; sus paisajes industriales o rurales con una brutal diferencia social, son la referencia literaria más noble que alguien que escribe puede tener... otra cosa es que nadie, hoy, pueda escribir como Dickens, Eliot, las hermanas Brontë o Stevenson, y no solo por su calidad, sino porque habríamos de ser hombres y mujeres de finales del XIX para poder llevar el ritmo de vida y creación que se plasmaría en sus obras. Sin embargo, envueltos como estamos en "literatura basura" con la que las editoriales dominantes, meras máquinas de hacer dinero y repartirlo injustamente, nos bombardean sin piedad, la vuelta al ideal literario parece más necesario que nunca. En verdad uno acaba preguntándose qué sentido tiene leer a un autor contemporáneo teniendo a un Dickens.
  Algún sesudo crítico literario de las otrora llamadas "Islas Británicas" (hoy, Reino Unido) ha categorizado al inmortal autor como "literatura humanitaria y humorística", y, en realidad, no me parece en absoluto desafortunado. Pocas novelas he leído en las que la compasión verdadera, sin doblez y sin sensiblería (aquí quien quiera puede adjetivarlo como "compasión cristiana", la de verdad, no la farisaica de la secta de Roma) por los más desatendidos de nuestra animalesca sociedad. En el caso concreto de Oliver Twist, la denuncia social es fundamental, hecha carne en un pobre huérfano que es maltratado y utilizado como bestia de carga por todos los adultos que lo rodean. En otros casos, esa crítica viene a través del humor, irónico y sarcástico, como en Los papeles de Pickwick. Es por ello que esa definición, aparentemente demasiado simplona, no hace mella alguna en la inmortal obra de Dickens. 
 Es destacable que muchos de los escritores más notables, para mí, ejemplo de que la especie humana todavía merece seguir existiendo (aunque, desde luego, la mayoría se gana sobradamente la eliminación en masa), hicieron del humor y la compasión (por otro lado, virtudes hoy en desuso) el armazón principal de sus novelas: búsquese humor y compasión humana en El Quijote y en otras obras cervantinas.
  Al final los grandes son grandes no por lo enrevesado de su prosa sino por todo lo contrario, ya podrían aprender la pléyade de pretenciosos escritorzuelos que defienden su obra desde la soberbia de su sillón de académico.

sábado, 29 de noviembre de 2014

Ahora leyendo: "Con la risa en los huesos", relatos de humor compilados por Valdemar

 Tanto leer a Dostoyevski, literatura victoriana y de terror acaba por marcar el carácter. Por eso es bueno buscar horizontes más risueños, aunque, eso sí, de calidad; nada mejor que confiar, una vez más, en Valdemar.
  Porque cuando se edita una recopilación de relatos humorísticos de Dickens, Conan Doyle, Lewis Carroll, Saki, Jan Potocki, Mark Twain o Kafka no se puede defraudar. Todos ellos, y algunos más, marcaron indeleblemente la literatura universal y las vidas de muchos de nosotros con novelas y relatos que poco tenían de cómicos, pero también han dejado verdaderas joyas satíricas que la editorial Valdemar presenta en este volumen de su colección El Club Diógenes.
  Como el prólogo advierte, hay muchos tipos de humor aquí: desde el humor negro anglosajón de Conan Doyle, al surrealista de Lewis Carroll o al amargo y ligeramente resentido de Ambrose Bierce; pero todos ellos coinciden en la brevedad, y es que, al igual que ocurre con el terror, en los relatos de humor "lo bueno, si breve, dos veces bueno", pues con una rápida lectura nos deja un sabor intenso, como un trago de tequila que nos espabila al instante.

viernes, 28 de noviembre de 2014

Inciso cinematográfico: "The Zero Theorem", dirigida por Terry Gilliam

 Una película rara, en el buen sentido de la expresión: con muchas interpretaciones -probablemente tantas como espectadores-, con una estética tan peculiar que hechiza; con una actuación del genial Cristoph Waltz, la bella y sensual miniatura femenina de Mélanie Thierry, la hierática dureza de la gigantesca Tilda Swinton y la afortunadamente escasa aparición de Matt Damon.
  La acción -poca en el sentido físico, más en el intelectual- ocurre en un futuro "distópico" en el que Waltz es un matemático informático que, trabajando desde "su casa" -luego hablaré de "su casa"-, trata de demostrar el sentido de la vida. El tipo en cuestión, Qohen Leth, es un verdadero enfermo psicológico, no más que cualquier otro; desde su ordenador -a medias futurista a medias sacado de una novela de steampunk- busca la explicación a la existencia mientras espera una llamada que se la dé y que nunca llega. En su vida se cruza una prostituta virtual que se acaba enamorando de él interpretada por Mélanie Thierry, la nueva Lolita del cine francés: una tipa de poco más de metro y medio que desborda sensualidad por todos los poros. También, quizá como antítesis física, a Leth le trata una psicóloga virtual interpretada por Tilda Swinton, la gigantona Bruja Blanca de Las Crónicas de Narnia que tiene la sensualidad de un contenedor de basuras.
  En mi opinión, -la opinión buena siempre es la propia, lo contrario es dogmatismo-, The Zero Theorem es una alegoría de la vida, de la búsqueda de sentido de la misma. La "casa" de Qohen Leth a la que antes hice alusión no es sino una iglesia abandonada, en el altar está el soberbio ordenador de su puesto de trabajo y en el órgano está su cama. Es sencillo representarse a Qohen Leth como un eremita que busca a Dios en un mundo sin Dios; la espera de la llamada es algo que todos los que tenemos ya cierta edad hemos escuchado cientos de veces en nuestra catequizada adolescencia: "la llamada de Dios". Frente a la espiritualidad y la búsqueda de sentido a todo, la sensualidad apasionada de la Thierry, que desempeña una versión actualizada de la profesión de María Magdalena y que supone la tentación para el timorato de Leth.
  La respuesta final a la búsqueda de sentido parece estar en un agujero negro, reduciendo así la noción de Dios a la más razonable, científica y desesperanzadora del Big Bang.
 Una muy buena película, de nuevo, para mí. Waltz no alcanza la pericia interpretativa con la que nos deslumbró en Inglorious Bastards, pero cumple ampliamente; el resto del elenco cumple sobradamente con las expectativas. Pero lo más destacable es la fotografía de la película, casi en su totalidad de interiores, con una espléndida adaptación de esa casa-iglesia.