Inicio con este autor judío checo de la primera mitad del siglo XX, con una vida azarosa e interesante donde las haya. Weil nació en una pequeña ciudad cerca de Praga en 1900, estudiará letras en la universidad de aquella ciudad; a sus veinte años se convierte en un ferviente comunista y marcha a Moscú donde entrará en contacto con la élite intelectual rusa; sufrirá las purgas estalinistas por criticar el régimen soviético y probará la brutalidad del gulag en Kazajistán; en 1935 regresará a Praga ya bajo ocupación nazi, allí, debido a su alta preparación intelectual y cultural, será encargado de dirigir el Museo Judío, eso sí, con fecha de caducidad, cuando haya de ser deportado a un campo de exterminio; Weil no se amilana y finge un suicidio para evitar el "lager"; vivirá oculto en Praga durante toda la guerra, sobreviviendo, según parece, en un estado de salud lamentable; por último, en la Checoslovaquia comunista dirigirá de nuevo el Museo Judío de Praga y continuará escribiendo, todo hasta que muera de cáncer en 1959.
Con una vida tan complicada pero llamativa, pudo haber sido un escritor mediocre, que duda cabe, pero al menos vivió experiencias que puestas negro sobre blanco pueden ser más que notables. Mendelssohn en el tejado narra las peripecias de un checo con aspiraciones a miembro de las SS, un tal Schlesinger, cuyo apellido podría ser judío aunque el es católico y poseedor del certificado ario que le exonera del campo de exterminio. Schlesinger es uno de los más bajos escalones de los ocupantes nazis en Praga, se encarga de tareas subalternas y engorrosas, pero tiene tal afán de convertirse en parte de los dominadores que cumple todas las órdenes con prontitud y miedo por fallar; dentro de estas órdenes está retirar la estatua de Mendelssohn (compositor, ya se sabe, de origen judío) del tejado del Rudolfinum (máxima sala de conciertos de música clásica) de Praga. La situación es tan hilarante que, no sabiendo quien es Mendelssohn, decide quitar la estatua que tenga la nariz más grande, siguiendo las instrucciones racistas que le dieron en su formación nazi sobre las razas superiores e inferiores. Cual será su pesar, cuando descubre que de todas las estatuas, la del apéndice nasal más grande no es sino la de Richard Wagner, gran referencia musical del Tercer Reich.
Y, como decía un viejo concurso de la televisión pública, "hasta aquí puedo leer". De momento, el tipo de humor, un tanto absurdo pero muy sutil, es semejante al de Jaroslav Hasek y su soldado Svejk. En el prólogo firmado por Philip Roth, este se deshace en elogios hacia Weil, y lo compara con Isaac Bábel, tal vez porque ambos sufrieron las iras del sistema comunista en cuanto comenzaron a escribir de forma libre, saliéndose de la estrecha pauta que les habían marcado.