domingo, 21 de mayo de 2017

"Dosto", el mejor psicólogo.

 Es difícil encontrar una fineza psicológica, una descripción del temperamento tan aguda  como se halla leyendo a Dostoyevski. En El doble, la evolución psicológica del personaje está tan bien pergeñada que uno se ve reflejado a sí mismo y a muchos otros insignes representantes de nuestra docta y evolucionada sociedad.
Imagen tomada de Wikipedia
  Con Dosto se disfruta de la lectura en un plano que excede con mucho lo meramente cultural y llega a las cotas más profundas de descripción de la psique humana, ya sea en comportamiento individual o colectivo. Es muy fácil sentir a Goliadkin como lo es hacerlo con Raskolnikoff o los Karamazov. Es una lástima que haya tanta gente que lea bazofia contemporánea promocionada por las grandes editoriales.

lunes, 15 de mayo de 2017

Ahora leyendo: "El doble", de Fyodor Dostoyevski.

 El doble es una novela (cuando fue escrita su extensión lo clasificaría como relato) "menor" del atormentado escritor ruso. No es Crimen y castigo, ni Los hermanos Karamázov, ni Los endemoniados, ni El jugador, ni El idiota, de hecho podría ser considerada una obra juventud, pues fue publicada en 1846, a los 25 años del autor. Sin embargo, El doble ya incluye las líneas maestras de su obra: temas como la pobreza extrema junto al derroche más reprochable, la minuciosa descripción psicológica de los personajes que son literalmente diseccionados delante del lector y el nacimiento de los movimientos filosófico-políticos (comunismo, anarquismo...) tan efervescentes a mediados del siglo XIX.
  El personaje principal, el funcionario Goliadkin, es un tipo que solo vive para medrar socialmente, de modo que no duda en aparentar ser quien no es (alquilando coches de caballos y trajes de etiqueta, así como adoptando una actitud prepotente y arrogante) para codearse con una fracción de la sociedad más elevada que aquella a la que pertenece. Al sufrir un desaire por parte de su jefe que lo rechaza en una comida en honor de la hija de éste, Goliadkin se divide en dos: el personaje real y el que ha ascendido (supuestamente) a esa esfera social superior. El tratamiento literario que da Dostoyevski a la esquizofrenia real de Goliadkin es solo esperable en autores como Freud o Jung, una verdadera proeza que solo alguien que pasó un verdadero infierno mental (como el ruso) puede llegar a desarrollar.
  Al margen de lo esquizoide del personaje, hay una evidente crítica a la falsedad de la sociedad rusa del momento, de su superficialidad, de una verdadera degradación moral de la que, me temo, estamos viviendo de nuevo en estos tiempos.

domingo, 7 de mayo de 2017

Feria del libro de Valladolid, 2017.

 Cincuenta años de ferias del libro en la ciudad del Pisuerga, ya recuperada la ubicación que todos los interesados prefieren: la Plaza Mayor.
Imagen tomada del sitio web ferialibrovalladolid.com
 

miércoles, 26 de abril de 2017

Ahora leyendo: "Lección de alemán", por Siegfried Lenz.

 Un verdadero descubrimiento este Lenz. Eso es lo malo (o bueno, según se mire) que tienen los premios: que proyectan al escritor premiado a todas las lenguas y países, mientras que los no premiados quedan en el ostracismo. Porque siendo Günter Grass y Heinrich Böll premios Nobel de literatura, uno se pregunta que habrá hecho o dejado de hacer este tipo para no conseguir tal galardón. Siegfried Lenz tiene una calidad literaria que, en algunos textos, supera claramente a los de sus compatriotas, especialmente en lo referente al aspecto formal, al dominio del lenguaje. Tras leer El barco faro, comienzo con esta.
  La prosa de Lenz es preciosista, con un afán por la descripción minuciosa y una lentitud en el tempo que parece más ruso que alemán. Tal vez los temas no están tan implicados en la sociedad alemana de posguerra ni en el escudriñamiento de la mente humana como los de Böll o Grass (sobre todo Böll), ese, tal vez, sea el único defecto que le pueda poner a este autor. En eso no encaja tan bien en la llamada "Literatura de escombros" que psicoanalizaba la culpa germánica por haberse dejado llevar por los cantos de sirena del nazismo.
 En Lección de alemán, Siegfried Lenz toma un hecho trivial, la redacción de una composición literaria de un joven en un centro penitenciario, para pintar un fresco de la sociedad del momento, con una transición suave y perfectamente engrasada, tanto que nos lleva de un lado para otro sin que el lector se llegue a dar cuenta.
  Una suerte descubrir autores como Lenz, un verdadero bálsamo tras la lectura de novelas actuales con un ritmo apresurado y periodístico.

miércoles, 19 de abril de 2017

"Huraños y esquivos", por Antonio Paniagua (ABC del 22 de enero de 2012).. y quién no...

 Ahora que el escritor ya no es un ser anónimo, sino un sujeto expuesto a todos tipo de exhibiciones impúdicas, sorprende que haya autores que hayan desarrollado una inequívoca vocación de permanecer invisibles. No debiera sorprender que el escritor escoja el silencio. Al fin y al cabo la soledad es elemento imprescindible de la escritura. Lo que tendría que causar estupor son los autores que buscan denodadamente el bullicio como si fuesen modelos que desfilan en la pasarela. J. D. Salinger, Thomas Pynchon o Cormac McCarthy apostaron por el anonimato, incluso la misantropía, haciendo que el aura de misterio acrecentase su espléndida obra.
 Hay muchas formas de desaparecer. Juan Rulfo escribió dos obras extraordinarias -'Pedro Páramo' y 'El llano en llamas'- y se refugió en el silencio. Nunca abandonó la pluma, pero no quiso entregar nada a la imprenta. Como si ya lo hubiera dicho todo. Desde que nació parecía predestinado a pasar desapercibido. Vino al mundo en Pulco, un pueblo que ni siquiera aparece en los mapas, y se crió en un orfanato. "El pánico que le tengo yo a la multitud, a la gente, es una cosa congénita", solía decir Rulfo.
 Uno de los más grandes escritores latinoamericanos, Juan Carlos Onetti, de carácter hosco y retraído, pasó los últimos años de su vida en la cama, alejado del mundo. Un amigo definió al escritor uruguayo como un "juntasilencios". En una ocasión dejó plantado en la Sorbona a unos cien estudiantes que se congregaron para rendirle homenaje. Sus enclaustramientos llegaron a ser proverbiales. Ejerció la presidencia del I Congreso Internacional de Escritores, celebrado en Gran Canaria, encerrado en su cuarto, del que solo salía para ir al bar a beber acompañado de su gran amigo Juan Rulfo. No acudió a la cena de honor que le organizaron para festejar la concesión del Premio Cervantes, que le dieron en 1980, a pesar de que era esperado por los Reyes.
 El paradigma de escritor furtivo es J. D. Salinger. El autor de 'El guardián entre el centeno' hizo de sus escapadas de su casa de New Hampshire todo un acontecimiento. Tanto es así que su presencia suscitaba tanta expectación como una aparición mariana. No se sabe muy bien por qué Salinger eligió la vida del ermitaño. Desde 1965 el prosista no entregó una sola línea a la imprenta. El escritor, que murió en 2009, se hizo querer tanto que cualquier cotilleo sobre su persona se elevaba a la categoría de noticia. Su hija Margaret le describió como un tirano y maltratador con extrañas manías, como la de beberse su propia orina para depurar su organismo. "No me extraña en absoluto que su mundo esté tan vacío de personas reales ni que sus personajes de ficción se suiciden tan a menudo", escribió Margaret Salinger en una biografía implacable que en España publicó Debate.

Entrevistas, pocas

 Comarc McCarthy tiene por norma conceder una entrevista cada diez años. Lo poco que se sabe de su persona procede una entrevista en 'The New York Times' y un perfil en 'Vanity Fair'. Su única concesión al espectáculo fue una aparición por sorpresa en el programa televisivo de Oprah Winfrey. La entrevista fue fiasco. Durante toda la conversación el escritor mantuvo un tono seco y cortante. Cuando terminó, los devotos de McCarthy, que son legión desde la publicación de 'Meridiano de sangre', seguían sin saber nada de él. Por no saber, nadie sabe dónde vive, si en El Paso, Knoxville, Galveston o Santa Fe. Lo único cierto es que su hogar está cerca de la frontera mexicana.
 Si McCarthy puede jactarse de ser esquivo con la prensa, Thomas Pynchon le aventaja: jamás ha concedido una entrevista. Por un tiempo se creyó que este eremita de la literatura era en realidad J. D. Salinger, pero los hechos se encargaron de refutarlo. Cuando le dieron el National Book Award envió a recogerlo a un cómico que dio las gracias por el galardón a Brezhnev, Kissinger y Truman Capote. Pynchon, sin embargo, se ha permitido algunas humoradas, como cuando prestó su voz para interpretar a su personaje en dos episodios de 'Los Simpsons'. Eso sí, el personaje de Pynchon se cuida de cubrir su rostro con una bolsa de papel.
 Como Rulfo, la española Carmen Laforet fue una escritora condenada al silencio, un silencio que se impuso ella misma. Siendo muy joven publicó, en 1944, 'Nada', un éxito que tuvo un efecto pernicioso: acreció su inseguridad patológica, circunstancia que le hizo rehuir el contacto social. Acabó sus días padeciendo una enfermedad degenerativa que devastó su memoria.
 Elfriede Jelinek hubiera querido que le tragase la tierra el día que le concedieron el Nobel de Literatura en 2004. La escritora austríaca no pudo recoger el galardón por su fobia social. Ante la ausencia de la homenajeada, la Academia sueca optó por exhibir un vídeo en el que se mostraba a Jelinek y algunas escenas cotidianas cerca de su domicilio en Viena.
 La norteamericana Joyce Carol Oates forma parte también de ese selecto club de escritores clandestinos. Es tan celosa de su intimidad que una de sus biografías se titula, no en balde, 'Escritora invisible'. Aunque desprecia las invitaciones que se le hacen y es alérgica a la vida mundana, no pasa desapercibida. Su grafomanía es tal que no hay año sin que publique uno o dos títulos.
 Don de DeLillo, que narrativamente sigue los pasos de Pynchon, escribió toda una novela sobre el síndrome de Salinger. En 'Mao II', de 1991, DeLillo aborda las tensiones entre el individuo y los colectivos que tratan de anular la personalidad en pro de un ideal superior. Todos estos escritores ocultos debe de haberse dado cuenta de que la estrategia de la distracción es la mejor manera para que cobre protagonismo lo verdaderamente relevante de un autor: su obra.

lunes, 17 de abril de 2017

Ahora leyendo: "Doctor sueño", por Stephen King.

 Supongo que a más gente le pasará como a mí con Stephen King, que tengo sentimientos contrariados: por un lado se le desprecia como a un autor de "best sellers" cuya mera firma en un texto lanza a éste al estrellato editorial; por otro lado, he de reconocer que, hoy por hoy, Stephen King es el mejor escritor de novelas de terror (más bien fantásticas) vivo. El verano pasado leí una recopilación de relatos sobre licantropía, El ciclo del hombre lobo, y me defraudó bastante. A pesar de todo me lanzo ahora a esta.
  Doctor sueño es, hasta cierto punto, una continuación de El resplandor, que casi todos asocian a la película homónima dirigida por Stanley Kubrick con Jack Nicholson como protagonista, aquella en que una pareja con un niño pequeño se hacen cargo de un hotel en las montañas de Colorado que queda deshabitado en invierno. Bueno, pues el protagonista principal de Doctor sueño es Dan Torrance, el niño de El resplandor. Ahora, ya convertido en adulto, sigue con las visiones telepáticas que le llevan a descubrir a una jovencita de Maine (estado natal de King, recurrente en sus novelas) con un poder mental aún superior al suyo y a un grupo de asesinos (vampiros iba a escribir) que recorren Estados Unidos en busca de gente como ellos dos para torturarlos y alimentarse de sus poderes. En fin, dicho así, muchos creerán que es el típico bodrio de ciencia ficción para adolescentes... nada más lejos de la realidad, quien haya leído a King sabrá que por sus profusas descripciones sociales y geográficas de su país, los lectores tipos son gente adulta con una visión relativamente internacionalista, no "ombliguista" de Estados Unidos (de hecho el escritor es un conocido activista político que lucha contra la América profunda que parece gobernar hoy aquel país).
  Al margen de temas políticos, la prosa de King es bastante potable para un "best seller" de talla mundial, vaya que si el común de los mortales leyese al menos a Stephen King no habría tanto analfabeto suelto con puesto de responsabilidad en nuestra querida y biempensante sociedad.

lunes, 10 de abril de 2017

"Carpe diem", by Grant Snider (www.incidentalcomics.com)


Ahora leyendo: "La raza", de Pío Baroja.

 La raza es, como todo el mundo sabe, la trilogía formada por La dama errante, La ciudad de la niebla y El árbol de la ciencia. De ellas, con gran diferencia, es la última la más leída y aclamada, de hecho, en mi juventud era "lectura obligatoria" en bachillerato. A mis ya lejanos catorce o quince años me entusiasmó El árbol de la ciencia, sentí cierta empatía con Andrés Hurtado y su afán por alejarse del mundanal ruido. Ahora retomo la novela pero con las dos anteriores, en una edición de Tusquets.
  Ya he leído La dama errante, y he de decir que me ha decepcionado bastante. Es una novela con un cierto apresuramiento y ligereza; es, en cierto modo, una novela de viajes, ya que narra la huida de Madrid del doctor Aracil y su hija María tras verse tangencialmente involucrados en un atentado terrorista (copia según el propio Baroja del atentado contra Alfonso XIII perpetrado por Mateo Morral) camino de Portugal. No creo haber sido injusto al describir como apresurada y ligera esta novela, sobre todo cuando es obra de Baroja, capaz de entretejer historias de una forma mucho más eficaz y espesa (la propia El árbol de la ciencia lo demuestra); hasta tal punto afirmo esto que estoy seguro de que si su autor no hubiese sido el célebre vasco probablemente no hubiera sido publicada ni conocida. Así son las cosas: "el mejor escribiente echa un borrón", y el mejor escritor escribe alguna novela olvidable.
  Con todo, Baroja está ahí con la profusa descripción psicológica de sus personajes, enlazando todo con una naturalidad pasmosa. Es decir: la calidad de la obra "barojiana" se aprecia en el fondo, pero en La dama errante no alcanza las altas cotas que se degusta en la última parte de la trilogía. En fin, seguimos para bingo...