Delibes es, para mí (y para tantísimos), un recuerdo de la adolescencia, de la juventud. En mi ferozmente lectora adolescencia me lancé primero hacia los grandes de la llamada "literatura juvenil", pero la de calidad, no la morralla comercial, es decir, leí a Julio Verne, a Emilio Salgari, Stevenson, Joseph Conrad, Rudyard Kipling... a lo más granado de una literatura de aventuras, muy ingenua en cuanto que los personajes eran separados en mitades opuestas de "buenos" y "malos", que acababan de manera impepinable con el triunfo del bien sobre el mal. Grandes lecturas, en todo caso, que me llevaron a ser lector de por vida. Además de esos autores también, en mi adolescencia, leí a Delibes. Y me alegro muchísimo de haberlo hecho, pues, aunque no se diga habitualmente, buena parte de la literatura de Delibes es juvenil. Es literatura juvenil, por ejemplo, El camino, que narra el paso de la infancia a la adolescencia de Daniel, "el mochuelo", alter ego evidente de Delibes, y su marcha a la ciudad para estudiar el Bachillerato; también es lo que los alemanes llaman "bildungsroman" (novela de aprendizaje, de formación) La sombra del ciprés es alargada, una novela de la que el propio Delibes no se sentía muy orgulloso, pero que sin embargo era "delibesiana" pura; Las ratas también cuentan con protagonistas juveniles; El príncipe destronado es, obviamente, la reacción del hermano mayor ante la llegada del hermano que lo destrona como hijo único... En fin, como para tantos autores, el paso de la infancia a la adolescencia y a la juventud han sido terreno abonado para excelentes novelas de Delibes, un escritor de sentimientos, pero eso sí bajo la austeridad que levamos en los genes los castellanos.
Hace dieciocho años vine a vivir a la ciudad natal de Miguel Delibes por razones principalmente económicas. Casualidades de la vida, allá por 2007, 2008, pasaba todos los días varias horas en el entorno de la calle del Dos de Mayo de la capital del Pisuerga, calle donde vivía Delibes, y eran muchos los días que me cruzaba con un ya anciano y enfermo Miguel Delibes, siempre del brazo de su hija Elisa. Por supuesto, el paso lento y doloroso del egregio autor era interrumpido muchas veces por vecinos y paseantes con un "¡Buenos días, don Miguel!", "¡un placer saludarlo!", y salutaciones semejantes, que el bueno de Delibes respondía con una silente sonrisa. Mi habitual timidez me impedía acercarme, pero recuerdo con cierta nostalgia la emoción que sentía al pasar a menos de dos metros de uno de los escritores que más me marcó en mi primera juventud. Bien, creo que siempre tendré un grato recuerdo de Miguel Delibes, recuerdo que va inexorablemente unido a la ciudad de Valladolid en la que, quién sabe, quizá reside el tiempo que Dios me dé de vida.
Bueno, pues, no sé por qué el otro día cogía esta publicación menor en la obra de Delibes: Viejas historias de Castilla la Vieja. Digo publicación menor comparada con el resto de novelas, pero desde luego es un texto muy "delibesiano". Lo es porque el tema tratado es la Castilla rural, su austero paisaje y su adusto paisanaje; también por, de nuevo, ser una novela de aprendizaje, pues se inicia con la salida del pueblo de un joven y termina con su vuelta cuarenta y ocho años después. Además, el gusto de Delibes por describir los severos paisajes castellanos, que han creado caracteres humanos igualmente hoscos y secos es una constante en su literatura; el autor es una verdadera enciclopedia de voces populares de Castilla, muchas de las cuales se han perdido ya.
Una originalidad del texto es que es circular, pues el primer párrafo comienza como el último, con el encuentro del protagonista, Isidoro, con el Aniano, que le espeta un "¿Dónde va el estudiante?", ya sea cuando éste es un chico que va a la capital a ampliar estudios o, cuarenta y ocho años después, cuando regresa al pueblo. Cada capítulo (aunque no están estrictamente nombrados así) enlaza con el anterior con el tema que trata, ya sea un personaje o un elemento del paisaje, que es personaje en sí mismo.
La edición de La Fábrica acompaña el texto de Delibes con las fotografías de Ramón Masats, imágenes en blanco y negro, de mitad del siglo pasado, del paisaje castellano, puro y duro. Parece ser que la edición primera, de 1964, supuso el trabajo conjunto del fotógrafo catalán con el escritor castellano, lo cual resultó en un extraordinario documento en el que el texto y las imágenes se complementan a la perfección.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.