domingo, 1 de julio de 2018

"Mort. Una novela del Mundodisco", por Terry Pratchett.

 Siempre me gustó alternar. Especialmente entre literatura de hace más de un siglo (alguien dirá clásica) y la contemporánea. Así que no se me ocurre nada mejor que intercalar entre la sesuda prosa de Hardy o de Alejandro Dumas (que leeré después) una novela de Terry Pratchett, con su ironía burlesca que no deja títere con cabeza. Continúo con la saga del Mundodisco, ahora con la cuarta entrega: Mort.
  La ambientación es la misma: el Mundodisco, ese planeta con forma de disco que descansa sobre los lomos de cuatro gigantescos elefantes que, a su vez, reposan sobre la gran tortuga cósmica A'Tuin. Ahora, sin embargo, cambian los personajes, no son magos ni brujas sino la Muerte. Y no tanto la Muerte en sí misma como el aprendiz que toma, un desgarbado adolescente llamado Mort (de Mortimer, aunque el nombre sea bien a propósito). Este chico aprenderá el eterno oficio de segar vidas no sin cierto escepticismo y aportando comportamientos de su cosecha que hará de tan seria y funeral profesión una disparatada sucesión de calamidades.
  Pratchett es la quintaesencia del escritor de ficción: alguien que tiene la capacidad de imaginar lo inimaginable a partir de la más sosa realidad. Tenía esa fantasía desbordante que, para aquéllos que, desgraciadamente, ya la hemos ido perdiendo con la edad, te saca la sonrisa en todo momento. Leer a Terry Pratchett es, en definitiva, un trago de agua fresca y limpia en esta putrefacta sociedad que nos ha tocado vivir.

viernes, 29 de junio de 2018

Consideraciones sobre "Lejos del mundanal ruido"

 Siempre que leo literatura victoriana tengo los mismos sentimientos encontrados: por un lado la maestría formal de Dickens, Hardy, las Brönte, Henry James y compañía dan mil vueltas a lo que hoy se escribe hasta el punto de que o lo de ahora no es literatura o a lo de aquéllos se le pone un epíteto engrandecedor; pero por otro lado no puedo dejar de pensar en lo tremendamente comercial de los victorianos y las terribles imposiciones editoriales a las que se vieron sujetos y que mermó la calidad de sus obras. Dicho de otro modo: si nos plantamos en la Inglaterra de 1900 con unos cuantos miles de libras, buscamos a Hardy y le decimos: "escucha, Tom, te voy a pagar para que no tengas que trabajar nunca más y no te sometas a editores avaros, pero con una condición, rehaz todas tus novelas como verdaderamente escribiría alguien que no tiene que ganar dinero con ellas". Si se pudiera hacer tal cosa, las novelas de Hardy y Dickens especialmente (Henry James, por ejemplo, era rico, no escribía para comer) habrían salido mucho mejor, no tendrían la evidente división en capítulos para encajar en una revista semanal y el resultado final sería mucho más redondo.
Imagen tomada de Commons Wikimedia
  En Lejos del mundanal ruido es evidente que el bueno de Hardy tuvo que hacer de artesano de la escritura para ir dividiendo en capítulos (uno se lo imagina contando con los dedos en su mugriento estudio cuántas páginas había escrito antes de mandárselo al editor) y hacer que todos y cada uno de ellos tenga un giro argumental al final que deje al lector en ascuas y esperando que salga el siguiente número de la revista para continuar leyendo. Si lo pensamos fríamente eso es la "antiliteratura", la imposición del sistema editorial sobre el talento del escritor. Es por ello que, una vez leída la novela, se piensa: aquí quitas paja, ahondas en las descripciones psicológicas de los personajes (que no eran del agrado de los lectores de revistas de principios del siglo XX) y te queda un "novelón". Ya, pero es que ya es un "novelón", así que, fíjate tú, les tenemos que agradecer a los editores de hace más de cien años que su estúpido mercantilismo haya supuesto cortapisas y tapujos al talento literario de toda esta gente.
 

jueves, 28 de junio de 2018

"Ándeme yo caliente", Góngora.

 Para aquéllos que creen que lo importante en la vida es la persecución del dinero, la fama, amoríos de postín y otras estupideces temporales, una letrilla de un tal Góngora, escrita hace tan sólo cuatro siglos y medio.

 Ándeme yo caliente
  Y ríase la gente.
 Traten otros del gobierno
Del mundo y sus monarquías,
Mientras gobiernan mis días
Mantequillas y pan tierno,
Y las mañanas de invierno
Naranjada y aguardiente,
  Y ríase la gente.

 Coma en dorada vajilla
El príncipe mil cuidados,
Cómo píldoras dorados;
Que yo en mi pobre mesilla
Quiero más una morcilla
Que en el asador reviente,
  Y ríase la gente.


 Cuando cubra las montañas
De blanca nieve el enero,
Tenga yo lleno el brasero
De bellotas y castañas,
Y quien las dulces patrañas
Del Rey que rabió me cuente,
  Y ríase la gente.


 Busque muy en hora buena
El mercader nuevos soles;
Yo conchas y caracoles
Entre la menuda arena,
Escuchando a Filomena
Sobre el chopo de la fuente,
  Y ríase la gente.


 Pase a media noche el mar,
Y arda en amorosa llama
Leandro por ver a su Dama;
Que yo más quiero pasar
Del golfo de mi lagar
La blanca o roja corriente,
  Y ríase la gente.


 Pues Amor es tan cruel,
Que de Píramo y su amada
Hace tálamo una espada,
Do se junten ella y él,
Sea mi Tisbe un pastel,
Y la espada sea mi diente,
  Y ríase la gente


                       Luis de Góngora, 1581

jueves, 21 de junio de 2018

"Lejos del mundanal ruido", por Thomas Hardy.

 Y vuelvo a la literatura victoriana como "abeja que vuelve al panal". De nuevo esa prosa lenta, prolija en adjetivos, con pocos diálogos y muchas descripciones... ¡el hogar! Al menos para mí. Obviamente, la literatura victoriana está muy anticuada, parece incluso ingenua... y de puro ingenuo, los personajes parecen mal pergeñados... Nada más lejos de la realidad. En autores como Hardy es donde uno aprende a delinear el alma humana, sus alegrías, sus miedos, sus zozobras y su evolución.
  Lejos del mundanal ruido es una de las llamadas "novelas de Wessex" de Hardy, por estar ambientadas en el ámbito rural de esa arcaica región inglesa. Wessex es el nombre de un antiguo reino, ya no existe como tal entidad administrativa, sin embargo, Thomas Hardy lo retoma para hablar de lo que hoy es el condado de Dorset y algunas comarcas circundantes. Entre esas novelas están El alcalde de Casterbridge o Jude el oscuro, que ya leí y reseñé en este blog. Todas coinciden en la ambientación en esa campiña inglesa idílica que, aunque preñada de problemas, no deja de ser un referente del paraíso terrenal perdido. En muchos lugares he leído que las novelas de Thomas Hardy son principalmente pesimistas, pero no estoy totalmente de acuerdo. Sí es cierto que los personajes (alguno de forma especial, como Tess en Tess la de los Ubberville) parecen abocados a una vida de tristezas y penurias, pero en todas las novelas el medio rural es pintado como un esperanzador recuerdo de la existencia de un Dios benigno y compasivo que, finalmente, se apiadará de nosotros. Por otra parte, creo haber escrito ya que las novelas de Thomas Hardy tienen varias lecturas, de las cuales dos emergen soberanas: por un lado la superficial, que suele ser romances un tanto almibarados a la vez que imposibles entre personas de distinto estrato social; por otro la más fija en el ámbito social que destila una terrible crítica a la deshumanizada sociedad industrial que había creado la Revolución Industrial en Inglaterra. 
  El argumento principal  de Lejos del mundanal ruido son los amoríos de la joven Bathseba Everdene con tres personajes antagónicos: el sencillo, honrado y desventurado pastor Oak, el rico y tosco hacendado Boldwood, y el apuesto y cosmopolita sargento Troy. Ese desigual "cuadrado amoroso" sirve a Hardy para dibujar la sociedad de su momento con una belleza no exenta en absoluto de mordaz crítica.

viernes, 15 de junio de 2018

"Reading goals", by Grant Snider (www.incidentalcomics.com)

Imagen tomada del sitio www.incidentalcomics.com

"Humo y espejos", una compilación de relatos de Neil Gaiman.

 No son relatos de terror. Son más bien cuentos en los que lo fantástico se mezcla con la más corriente cotidianeidad. Es este un subgénero narrativo que floreció espectacularmente con el Romanticismo literario (lo que los ingleses llaman "literatura victoriana"). Escritores a este lado y el otro del Atlántico enriquecieron la literatura universal creando este subgénero al socaire de un gusto social por lo extraño, lo imprevisto, lo anormal y lo fantástico. Nada de extrañar teniendo en cuenta que sucedió en plena Revolución Industrial y con la Ilustración dejando fuera de las mentes de los occidentales todo lo fantástico, por eso, precisamente por eso, para luchar contra ello surgió este gusto social por lo extraño. Y así, todos los grandes escritores de aquella época cultivaron los relatos fantásticos: Dickens, Henry James, Guy de Maupassant, Joseph Sheridan Le Fanu, Bram Stoker, M.R. James, Hawthorne, Poe...
  Neil Gaiman no es Edgar Allan Poe. ¡Qué más quisiera! Pero de los escritores vivos es uno de sus herederos, sin lugar a dudas, y un digno heredero para ser sincero. La deuda estilística del inglés con el americano es evidente. Sigue siendo eso: la mezcla de la actualidad más rabiosa con los  mitos y leyendas urbanas más arcaicas (el Santo Grial, el trol bajo el puente, los juguetes encantados...), todo con una prosa sencilla pero no ramplona, con una más que aceptable calidad literaria.
 Gaiman es mundialmente conocido en el ámbito de los cómics como autor, no dibujante, y también de relatos y novelas para jóvenes. Los relatos contenidos en Humo y espejos son para adultos, tal vez porque tengan un tono más negro, frecuentemente acaban con un giro un tanto macabro que no encaja bien un lector inmaduro, no porque tengan violencia o sexo. Son, simplemente, la visión de las cosas cotidianas de alguien que no se conforma con la primera mirada o lo más superficial, sino que trata de retorcer un poco la realidad.
 

lunes, 11 de junio de 2018

"El ratoncito", por Robert Walser.

 Es un pequeño texto en forma de prosa poética, no gran cosa, pero muestra la sensibilidad de la que podía hacer gala el autor suizo y que, desgraciadamente, tan poco abunda en la Humanidad. Porque es precisamente eso lo que destila el texto: humanidad, compasión, sencillez y, como dije, gran sensibilidad. Uno piensa que si abundarán más este tipo de personalidades no habría guerras, violencias y agresiones entre los hombres... lástima que Walser estaba "loco".

Hace poco, al ver en medio del camino
un ratoncito muerto,
me detuve y dije: ¿por qué?
¿Por qué yaces ahí tan quieto?
¿A qué viene tanta prisa?
Apenas llegado a la vida,
huyes y la abandonas.
En fin, dejáme al menos
analizar tu alegre senda vital:
seguro que a tu llegada 
no se derrocharon palabras,
el bautizo sería innecesario.
Jamás fuiste a la escuela;
es difícil que los maestros se vieran
perturbados por tu causa.
Desde el primer día supiste
adaptarte a la vida.
En lo referente a la instrucción, educación superior,
saber, conocimiento,
puedes prescindir de todo eso.
No habrás recibido nunca
clases de piano,
de baile, de gimnasia y otras.
Gracia y agilidad
y una gentileza del todo natural
eran innatas en ti.
No has conocido
zapatos, calcetines, sombrero ni guantes.
Siempre llevaste el mismo traje.
¿Tuviste hermanitos y hermanitas;
tío, tía, primas y primos?
¿Te habrás casado?
Estas son preguntas que,
por ser demasiado complicadas,
nosotros preferimos dejar sin resolver.
Sin duda, tú, mi querido ratoncito,
no tenías que preocuparte de nada.
Nosotros albergamos numerosos reparos;
nos llenamos la mente de Dios sabe qué,
nos amargamos todo lo posible
la estancia en el mundo;
nos matamos a trabajar y nos consumimos;
por tantas preocupaciones espinosas
solemos perder el tino.
Es evidente que tú te alegrabas muchísimo
de la mera existencia;
apenas te asaltaron pensamientos
que, en la mayoría de los casos,
son sumamente paralizantes.
Seguro que no yerro mucho
si pienso que sentías predilección
por colarte por agujeros estrechos.
Una escasa cantidad de follaje
era el mundo en el que vivías,
te gustaba deslizarte por debajo de las piedras.
Lo que a nosotros los humanos nos parecen simples  plantas
para ti era enorme. 
Los árboles, por ejemplo los robles,
debían parecerte descomunales, 
suponiendo  que alguna vez pudieras abarcar con la vista
semejante grosor y altura.
Seguro que una liebre
te parecía de lo más respetable.
Pero los gatos te aterrorizaban de tal modo
que nunca te faltaron dificultades.
Tu voz parecía un silbido,
y tu paso, un raudo deslizamiento.
Nunca aprendiste a hablar alemán,
ni francés, ni inglés;
te mantuviste fiel al lenguaje de los ratones,
te bastaba con entenderte
con tus semejantes.
No conseguiste cuajar
un proyecto vital digno de mención;
te guardaste mucho de viajar.
Mas no por ello dejaste de estar
en las bondadosas manos de nuestro Padre,
arriba, en las nubes,
que permanecían suspendidas sobre ti,
igual que sobre el resto de seres.
Adiós, pues.
Tras haber dicho todo esto,
proseguí mi camino. 

sábado, 9 de junio de 2018

"El pequeño zoológico", de Robert Walser.

 No consigo ser firme con los propósitos antiguos. Decidí hace pocos años no volver a leer a Walser. Y aquí estoy ahora, leyéndolo de nuevo. De Robert Walser ya dije que tengo sentimientos encontrados: por un lado admiro su prosa intricada, lenta, minuciosa y cuidada, propia de alguien que se deleita con la cuidadosa observación de lo más nimio; por otro lado, el carácter obsesivo del autor suizo le llevó a escribir como lo haría un maniático, un enfermo mental, como alguien que no puede salir de un pensamiento circular; también, lo comenté en otra ocasión, su humildad extrema, enfermiza, indigna, hasta la abyección más absoluta me hacía sentir náuseas de tal condición humana. Hay muchos tipos de humildad, me refiero dentro de un escritor. En algunos, como Tolstoi, la humildad engrandece al autor, pues presenta esta cualidad como la respuesta natural ante un mundo deshumanizado. En el ruso, devoto cristiano, la humildad y, sobre todo, la igualdad absoluta entre los seres humanos es la forma de acercarse a Dios y vivir según los designios cristianos. Teniendo en cuenta que Tolstoi provenía de una noble y rica familia (emparentada, incluso, con los zares), el rechazo a lo material y humano para buscar el Reino de los Cielos tiene, si cabe, mayor valor. En el suizo, por desgracia, la humildad extrema solo es aniquilación ante el hombre superior. Walser fue educado (en buena medida, por sí mismo) como sirviente, en el sentido más anticuado y repugnante de la expresión. Walser hubiera sido uno de esos mayordomos abyectos que doblaron el espinazo toda su vida para servir a orondos nobles que no habían hecho nada en toda su vida; pero no lo haría por un plato de lentejas, sino por pura falta de dignidad, de autoestima, de respeto propio. Y, para mí al menos, lo peor de todo es que Robert Walser fue un tipo de una sensibilidad e inteligencia emocional sin parangón, un hombre con un talento literario de los que aparece uno en cada siglo. 
 Afortunadamente, El pequeño zoológico, no muestra esta indignidad, esta humillación, pues está dedicado, como su nombre indica, a los pequeños que nos acompañan en nuestra vida: gatos, gorriones, ratones...
  En El pequeño zoológico destaca esa capacidad de observación tan maravillosa que tenía el autor. Uno se lo imagina dando larguísimos paseos en solitario, con una pequeña libreta en la que apunta, con letra minúscula, los pensamientos más hermosos que le inspira la contemplación de un pequeño animal en cualquier lugar de la ciudad. Esa es una de las esencias de la creatividad literaria (y también de la sensibilidad lectora): la  capacidad de admirarse ante lo más nimio, lo más vulgar, y sacar de allí un hermoso texto que, cuando el lector lo lea, conseguirá establecer un vínculo de admiración por la vida en sus más pequeños ámbitos en ambos. Este libro es, por tanto, principalmente optimista, pues nos da motivos para sonreír a la vida ante cosas que a la mayor parte de la población le pasa, desgraciadamente, desapercibida.
 La mirada de Walser es la mirada de un naturalista que humaniza al animal, lo compara consigo mismo con ojos compasivos y afectuosos, pero no exentos de agudeza social e incluso cierta crítica. 
 Es una pequeña joya, más parecida a El paseo que a Jakob von Gunten, lo cual lo hace mucho más llevadera.
  La editorial Siruela es la que se encarga de traernos esta pequeña obra "walseriana" con una encuadernación preciosista que realza su valor como pequeña joya literaria.

lunes, 4 de junio de 2018

"Bajo el volcán", de Malcolm Lowry.

 Novela complicada donde las haya. Narra el naufragio en alcohol del cónsul británico en Cuernavaca, Geoffrey Firmin, que, entre trago y trago rememora el pasado reciente con su retornada mujer, Yvonne, y su hermano Hugh. Es, por tanto, un triángulo amoroso pero que se diferencia de todos los demás por haber sido contado con total indiferencia por uno de sus componentes. La indiferencia con la que el cónsul recibe de nuevo a la mujer de la que se había divorciado es la misma indiferencia con la que observa cómo se acerca de nuevo a su hermano. Todo ello con una verborrea inacabable provocada por el marasmo alcohólico en el que se encuentra el protagonista principal. Novela difícil, muy difícil.

  Novela difícil por el aura de irrealidad que provoca el alcoholismo evidente del personaje que le lleva a discurrir en círculos sin tomar decisión alguna, siendo un espectador más de su propia autodestrucción que, indolentemente, asiste a su naufragio entre vaso y vaso de mezcal. Así, es una novela amarga, dura, aunque exenta de crueldad, es evidente que se trata de un suicidio a largo plazo. Hace más duro el texto saber que el autor murió alcoholizado a la edad de cuarenta y siete años (casualmente la edad actual de quien esto escribe) y que había vivido años en Cuernavaca, donde tuvo una relación tempestuosa con su primera mujer. Vamos, que es parcialmente autobiográfica, que el tal Geoffrey Firmin es el alter ego del autor.
 Sin embargo, Bajo el volcán ha sido considerada "una de las grandes novelas del siglo XX", algo tal vez exagerado (la típica exageración comercial del editor), pero tiene un valor notable que no reside en el argumento sino en la forma. Estuviera Lowry alcoholizado o no, lo cierto es que su prosa es francamente brillante, impropia, incluso, de la primera mitad del siglo XX. En efecto, las frases largas, con multitud de oraciones subordinadas, adjetivación muy abundante y ritmo lento en general (que, dicho sea de paso, no parece muy propio de un alcohólico) situaría la novela de forma más apropiada en el siglo XIX, especialmente salida de la pluma de un ruso, de Dostoievsky o de Tolstoi, por ejemplo.
  Esa es la verdadera virtud de la novela, la calidad de la prosa, tan inusual en nuestros días. En todo caso, y a pesar de que no parece lógico que un borracho razone tan brillantemente, aunque en círculos, como lo hace el cónsul, la prosa tan lenta y florida ahonda en la sensación de irrealidad provocada por el consumo abusivo de alcohol, dejando una sensación de desazón y desaliento.

sábado, 26 de mayo de 2018

"Ritos iguales", por Terry Pratchett.

 La tercera novela del Mundodisco. Esta vez abandona el "arco argumental" de Rincewind para empezar el de Las brujas. Esto del "arco argumental" es cómo llaman a los personajes centrales de cada novela, que, aunque están todos relacionados, se centra más en unos u otros.En cualquier caso, la ambientación general, el estilo narrativo y el humor sarcástico siguen estando presentes, haciendo de la novela otra puntada más que acabará por tejer la existencia de esos extraños pero a la vez cercanos seres que pululan por ese mundo plano sostenido por cuatro elefantes que, a su vez, son sostenidos por la gran tortuga cósmica, la Gran A'Tuin.
  Ahora el personaje principal es una niña que, contra todo pronóstico, es convertida en aprendiz de mago, de maga, vamos. Esto es algo totalmente inusual en un mundo en el que los hombres pueden ser magos y las mujeres brujas, pero no al revés. Así, Pratchett se apunta a la corriente feminista que todo lo impregna en la actualidad con unas cuantas décadas de anticipación (pues Ritos iguales se publicó por vez primera en 1987) y, de paso, explica el juego de palabras del título, algo que, como pasa muy frecuentemente, se pierde en la traducción: El título original es Equal Rites (Ritos iguales), que se pronuncia igual que Equal Rights (Mismos derechos o igualdad de derechos).
  En todo caso, la maestría de Pratchett para burlarse de todo y de todos con una ironía muy británica sigue haciendo la novela muy especial. Esta ironía se observa mucho más en los capítulos (o partes de la novela, ya que no hay capítulos formalmente divididos) en los que inicia la descripción de los personajes o lugares, ya que en aquéllos en los que se centra en la narración de la acción la ironía es menos abundante.