jueves, 13 de septiembre de 2018

"¡Guardias! ¡Guardias!", una novela del Mundodisco, de Terry Pratchett.

 Otra novela más del Mundodisco de Pratchett, la sexta según el orden de la editorial Debolsillo (Grupo Penguin Random House), aunque octava según el orden escrito por Pratchett. La verdad es que, buscando en internet, no he conseguido  averiguar por qué esta novela está numerada en España con un 6 y no con un 8 como lo está en su versión original... En fin... tampoco pasa nada grave porque ¡Guardias! ¡Guardias! inicia otro "arco argumental", el de la guardia de la ciudad, con lo que no se altera orden alguno.
  Comparando el humor de Pratchett con el de Wodehouse del que leí una antología de cuentos anteriormente, encuentro al primero mucho más interesante. Wodehouse tiene un estilo sugestivo, con su ironía de pijo inglés sin maldad que vive una vida regalada, pero Pratchett es más incisivo sin ser amargado, es sarcástico sin caer en denigrar a nadie. Obviamente, la mayor diferencia está en la ambientación de los textos, pues mientras que Wodehouse ambienta en la realidad de la Inglaterra de los años 20 del pasado siglo, Pratchett lo hace en un mundo hipotético poblado de enanos, brujas, magos, dragones -nuevos en esta novela- y, en general, todo ese tipo de criaturas tan frecuentes en la ciencia ficción anglosajona del siglo XX. Supongo que a los lectores que no disfruten con la ciencia ficción no les gustará Pratchett, pero a los que nos gusta nos supone el contrapunto de la parodia de los mismos, todo con una ironía perfectamente aplicable al día a día más ordinario. Igual que me cansé de Wodehouse y sus personajes, hasta el momento no me he cansado de los de Pratchett, y ya voy por la sexta novela.
  En ¡Guardias! ¡Guardias! la corrupción social, económica y política de la ciudad principal (Ank-Morpork, trasunto de cualquier ciudad o país humano) lleva a su regente, un patricio llamado Lord Vetinari, a organizar un gremio para los ladrones y regularlo sacando tajada de ello. Contra esa situación descacharrantemente verosímil (tanto en el fondo como en la forma, todo envuelto en la más digna pomposidad) llega un ingenuo, un humano adoptado en su niñez por enanos y que, al ingresar en la guardia de la ciudad, cree que su obligación principal es luchar contra todo criminal.

miércoles, 12 de septiembre de 2018

"In the Pines", canciones adaptadas y dibujadas por Erik Kriek.

 Del dibujante holandés Erik Kriek tengo una excelente adaptación de cuentos de Lovecraft editados en España por La Cúpula. Los dibujos son a dos tintas con estilo realista, muy cuidado en cuanto a la documentación (tanto en la fidelidad a los argumentos como en la vestimenta de los personajes, los paisajes, las casas, etc.). Al parecer el tipo creó un personaje muy popular en su país, una especie de antihéroe vestido como superhéroe, una visión cómica a ese mundillo tan rentable en Estados Unidos. Precisamente, muy ligado emocionalmente debe estar Kriek a la cultura americana, pues, además de tocar el banjo en un grupo de música blue grass, todos sus cómics parecieran más propios del otro lado del Atlántico. In the Pines no es una excepción, se trata de adaptaciones al cómic de las llamadas murder ballads, canciones populares que relatan asesinatos que acaban deviniendo en maldiciones que arrastran personajes desgraciados y problemáticos.
  Esas "canciones de asesinatos" son muy populares en la música country, de la cual, como ya dije, es intérprete el propio Kriek; no son, propiamente dicho, promotoras de tales delitos, sino que enfocan los crímenes como hechos inevitables que llevan a sus autores a vidas infelices pero atractivas... es la atracción que se siente por Bonnie and Clyde, por ejemplo.
 Esto de adaptar textos literarios o de otro tipo de manifestación cultural es un filón inagotable para la novela gráfica. Con dibujantes respetuosos con el original, como Erik Kriek, se consigue la combinación de dos tipos de creaciones artísticas que se enriquecen mutuamente, y se batalla por alejar al cómic del estereotipo de cosas para chicos con argumentos flojos y previsibles.
  Las murder ballads cuentan los detalles de un asesinato real o inventado, por qué el asesino decidió matar, cómo la víctima es atraída hacia el lugar del crimen, el asesinato en sí mismo, seguido de la huída y, a veces, de la captura del criminal; muchas veces acaba con el ajusticiamiento del reo. No es que se glorifique, por tanto, el horrendo delito, sino que se narra con un cierto romanticismo de inevitabilidad teniendo en cuenta la debilidad humana. Pues bien, la técnica como dibujante de Erik Kriek es perfecta para estas historias, pues su estilo lóbrego aporta una crudeza perfecta para los argumentos descritos.

domingo, 9 de septiembre de 2018

Todo sigue igual (continuación hipotética -ficción- de lo anterior).

 J murió aquel día. El mareo que sufrió resultó ser el síntoma de una hemorragia cerebral masiva. Los transeúntes que se acercaron a auxiliarlo no pudieron hacer nada. Uno de ellos, el más sereno, cogió su móvil y llamó al 112. L y D llegaron poco después y se alarmaron grandemente cuando vieron a su padre tendido inerte en el suelo. Otro de los que allí estaban les preguntaron: "¿es vuestro padre?" Al balbuceo afirmativo de los chicos reaccionaron y los quitaron de la visión de su padre muerto. El revuelo formado por los mirones fue disuelto por los vigilantes de seguridad; el joven enfermero, amable y voluntarioso, se llevó a L y a D de la visión de la muerte. Una vez encontraron el móvil de J, preguntaron a L y a D a quién tenían que avisar, ellos dijeron que a su madre. En el teléfono encontraron fácilmente su número y la llamaron para decirle que acudiera lo antes posible, lo hicieron con el mayor tacto que pudieron. Pocos minutos más tarde llegó la ambulancia que, aunque no suelen hacerlo, para evitar que aquello se convirtiera en un espectáculo, se llevaron el cuerpo de J directamente al depósito de cadáveres. Otros pocos minutos más tarde llegó Á. Al encontrarse con L y D no pudo reprimir las lágrimas y se fundieron en un abrazo. Fue en ese instante cuando los chicos comprendieron plenamente que su padre había muerto, que no lo volverían a ver más. Los tres se dirigieron en taxi hacia la morgue, sin entender todavía, como zombis.
 Tras los papeleos imprescindibles, Á, L y D volvieron desolados a casa. Una sensación de irrealidad pesadillesca flotaba en el ambiente. Á se dio cuenta de que era necesario avisar a la familia. Telefonearon entre hipidos y llantos a los padres y suegros de J. Estos últimos llegarían a V en poco más de tres horas para acompañar a Á y a los chicos. JA y MP cogerían un avión al día siguiente, todos en estado de shock.
 Y, aunque parecía imposible, los días pasaron. La incredulidad inicial se tornó en pesar y tristeza, pero con el paso de las semanas todo volvió a la normalidad.
 Á y los chicos abandonaron la ciudad de V para volver a M, ayudados laboral y académicamente por J y J. Los padres y hermana de J encajaron como pudieron su muerte, de muy desigual manera. Los más lejanos también lamentaron inicialmente la muerte de J, "fíjate, ni siquiera cumplió los cincuenta", aunque alguno de los tíos íntimamente sentía orgullo por haber sobrevivido en más de veinte años a su sobrino, sentimiento que les avergonzaba y a la vez enorgullecía.
 Y con el paso de los meses todo quedó archivado en un doloroso rincón de sus recuerdos. Á, L y D siguieron adelante, con pesar, pero con tesón. Mientras tanto, una foto en un mueble del salón iba amarilleando con el paso del tiempo.

sábado, 8 de septiembre de 2018

El síncope.

 Un simple desvanecimiento, nada más. Apenas un par de minutos de dolor intenso de cabeza, mareos, pitidos en los oídos, visión que se nubla... y todo que se va a negro. Segundos después, aunque pudieron ser minutos, me veo en el suelo, rodeado de gente que me pregunta con caras de preocupación, me llevan a sentar en una escalera... Pocos segundos más tarde reconozco entre el carrusel de caras que me rodean las de mis hijos, L y D, que me miran con rostros de miedo e incredulidad. Le doy el teléfono móvil a L y le pido que llame a su madre, así como que me saque un refresco azucarado de la máquina expendedora que está a tres metros y de la cual estaba yo intentando sacar un bote antes del desvanecimiento. El sudor frío me invade, el mareo continúa, las caras, las voces... Al poco llega un enfermero, un chico joven, voluntarioso y amable. Me sienta en una silla de ruedas y me lleva a la enfermería, a donde nos siguen L y D. Allí, tumbado en la camilla, con las piernas en alto, bebiendo agua fría y con una temperatura ambiental mucho más baja gracias al aire acondicionado me recupero rápido: el color vuelve a mi cara (me dice el enfermero), cesa el sudor frío, mi oído y mi visión se normalizan... poco a poco vuelvo a la normalidad. L y D asisten con más tranquilidad a mi recuperación y pronto llega Á para tomar las riendas de la situación. Pocos minutos después, tras agradecer varias veces su profesionalidad al joven enfermero, marchamos, en coche, para casa.
 Eso fue todo. El resto del día lo pasé más tranquilo pues estaba agotado como si hubiera corrido una maratón. ¿La causa del desvanecimiento? Mi propia estupidez: sé perfectamente que cuando dono sangre debo pasar el resto del día más tranquilo y bebiendo más líquido, pero en lugar de eso me voy con mis hijos a una exposición atestada de gente y lejos de casa. Me sé la teoría pero no la aplico, "consejos vendo que para mí no tengo", en fin...
 Con todo, mi carácter no lo podía dejar pasar. Empiezo a darle vueltas una y otra vez. Me centro en mi idiotez supina de no hacer lo que debo tras una donación de sangre, pero más aún, me recrimino haber puesto en una situación delicada y haber asustado a L y a D cuando, es evidente, todavía no tienen edad para controlar una situación así. Y por último me siento frágil, vulnerable, viejo... Veo lo cercana que puede estar la muerte si en lugar de haber tenido un síncope tras haber donado sangre hubiera sido un ictus cerebral o un infarto de miocardio... en esos casos todo habría acabado tras el desmayo, y lo último que habría hecho habría sido meter dos monedas en una máquina para sacar una Coca-cola... ¡Vaya último recuerdo!
 Sí, soy un tipo aprensivo, pusilánime me llamarán otros; yo prefiero pensar que soy "demasiado" consciente de todo, incluso de aquello que no se quiere ver. Tal vez, con mi personalidad autodestructiva, pueda sacar algo positivo y mirar la vida de otra forma, recordando que cada día puede ser el último, mirando más al presente que al futuro... no sé...

jueves, 6 de septiembre de 2018

martes, 4 de septiembre de 2018

"¡Pues vaya! Lo mejor de Wodehouse", de P.G. Wodehouse.

 Que cada cultura tiene un tipo de humor determinado es algo harto conocido. El anglosajón destaca por el humor negro, el absurdo, la ironía, el sarcasmo, y en esa línea, aunque no tan oscuro como, por ejemplo, Roald Dahl, está uno de los grandes: Pelham Grenville Wodehouse. En España ha sido la editorial Anagrama la encargada de distribuir su obra. Ésta que estoy leyendo es una antología:
  En Reino Unido, Wodehouse es un referente sin igual de ese humor fino, de la burla sin hacer sangre, de la ironía... pero también es referencia su forma de reírse de la clase alta británica, de sus esnobs, de gente que son sólo apariencia, como vainas hueras. De los personajes más reconocibles destacan el pijo sin aspiraciones a nada que no sea vivir una vida regalada sin futuro en Bertie Wooster y su irónico mayordomo, siempre dispuesto a burlarse de su señor sin que éste lo sospeche, Jeeves. Con todo, el personaje de Bertie Wooster está delineado con cariño, la burla que Jeeves y el resto de la humanidad vierte sobre él no parece afectarle en lo más mínimo. Bertie es un tío feliz al que le importa un comino lo que pase en el mundo, incluso le es indiferente lo que le pase a él mismo, en ese sentido es un deportista nato, siempre con su sonrisa al estilo de "lo importante es participar". Jeeves, por el contrario, es un profundo conocedor del alma humana, especialmente de la de su señor (suponiendo que éste tenga alma); la ironía del mayordomo es una herramienta para sobrevivir entre tanto cerebro sin funciones racionales.
  El resultado, claro está, es muy "british"... pero en el buen sentido. Tal vez esta recopilación de casi ochocientas páginas se haga un poco pesada, pero, al menos de momento, reconforta leer algo humorístico de calidad, saliendo del humor zafio y chabacano que domina actualmente los medios de comunicación de masas.

domingo, 26 de agosto de 2018

"Antología de cuentos de terror, 2", compilados por Alianza editorial.

 Y he aquí el segundo volumen de cuentos de terror cuya primera entrega leí hace algunas semanas. Han sido ordenados de forma cronológica, con lo cual este segundo tomo ya incluye la época dorada de la narrativa breve de terror: el siglo XIX, escritos principalmente en inglés. También han sido escogidos por Rafael Llopis, afamado crítico y antólogo en estos temas.
  Curiosamente, y al igual que en el primer tomo, el subtítulo no es exacto, pues si en el primero olvidaban nada menos que un relato de Lope de Vega, el primero de todos, en este libro "olvidan" el último, el de Noel Clarasó. Tal vez, en su obsesión comercial, la editorial ha considerado que el subtítulo "de Bram Stoker a H.P. Lovecraft" vende más que el de "de Bram Stoker a Noel Clarasó", toda vez que el escritor catalán no tiene el prestigio internacional que tiene "el solitario de Providence". Decisiones editoriales al margen, este libro contiene relatos de terror (no los mejores de cada autor, todo hay que decirlo) de lo más florido del subgénero narrativo, con Bram Stoker, M.R. James, Arthur Machen, Algernon Blackwood o el propio Lovecraft.
  Estas antologías, ya lo escribí otra vez, tienen la virtud de condensar en un pequeño volumen de no más de quinientas páginas, la crème de la crème de la temática en cuestión y de dar a conocer a autores que o bien no llegaron al gran público, o pasaron al olvido hace tiempo por mor de la volatilidad de las modas.

martes, 21 de agosto de 2018

"El muchacho silvestre", por Paolo Cognetti.

 Cuando se está inmerso en la ímproba tarea de escribir una novela se juntan decenas de hilos argumentales al principal, y muchos de aquéllos son descartados, quedando arrumbados en cuadernos, hojas o archivos informáticos. Tantos son y no todos tan malos que, entrelazándolos entre sí, dan a menudo para escribir otra novela o, al menos, un relato. Esto parece ser que le ocurrió a Paolo Cognetti con los argumentos de Las ocho montañas y con esta novela breve titulada El muchacho silvestre.
  Entiendo que la novela a la que se dedicaron todos los esfuerzos y los mejores temas fue Las ocho montañas, que, además del gran éxito comercial, recibió importantes premios tanto en Italia como en Francia, mientras que la novela hecha con retazos de la principal es esta que acabo de leer.  El muchacho silvestre es, por tanto, muy parecida a la obra más conocida de Cognetti: la búsqueda voluntaria de la soledad en la alta montaña, tratando de encontrarse a uno mismo por la ausencia de los otros y, sin embargo, conociendo a otros muy dispares a uno mismo que, paradójicamente, lo acercan a ese fin. De hecho, algunas historias que se encuentran en esta breve novela están, más desarrolladas, en Las ocho montañas, con un tratamiento más exhaustivo y trabajado.
  No quiero ser injusto, pero, en muchas ocasiones, estas novelas hechas con retazos rechazados de otras novelas mayores suelen ser imposiciones editoriales que obligan al escritor a comportarse como una suerte de "funcionario de la escritura", dando una producción fija al año, como si el talento literario pudiera exprimirse de forma regular cual vaca lechera. Esto es lo que siento al leer El muchacho silvestre, aunque sigue teniendo una calidad más que aceptable y sea recomendable su lectura.

sábado, 18 de agosto de 2018

Lecturas veraniegas: Agatha Christie.

 Me ha vuelto a pasar: me llevo pocos libros al viaje de veraneo (pensando que leeré menos que en el tiempo ordinario) y acabo buscando desesperadamente una librería en la ciudad de estancia vacacional. Como quiera que ésta es la típica ciudad de veraneo, las librerías son más papelerías que otra cosa y la literatura que tienen se reduce a poco más que "best sellers", de modo que tengo que conformarme con autores que no son de mi total agrado. En este caso le ha tocado a Agatha Christie.


  Ambos libros están publicados por Booket (Grupo Planeta). El primero, La muerte visita al dentista, tiene por protagonista al peripuesto Hércules Poirot (si es que las novelas de esta autora pueden ser consideradas de otro modo que no sea como novela coral con tantos protagonistas como presuntos asesinos, asesinados e investigadores). La segunda, El tren de las 4.50,  está encabezada por Miss Marple, tan sagaz como el belga.

  Son novelas de lectura fácil pero a la vez interesantes y bien pergeñadas. A pesar de los giros continuos en la trama, no se pierde el hilo de la misma y cumplen a la perfección su función de entretenimiento.
 Tengo la fortuna de poder leer en los viajes, ya sean en coche, avión, tren o barco sin marearme lo más mínimo; de modo que el método que uso para que los tediosos desplazamientos a mi lugar de vacaciones sean más breve (toda vez que descarto los somníferos o drogas más potentes) es la lectura: ahí estoy yo como un bendito, libro en mano, disfrutando en este último viaje de la buena de Agatha Christie mientras hago cola en un atestado aeropuerto o ya "acomodado" en mi ridículamente pequeño asiento de avión... y así que pasen las horas... ¡y luego dicen que la lectura no es una forma de huir de la realidad!

"El brazo marchito y otros relatos", de Thomas Hardy.

 Ya comenté en otra entrada que, a mi entender, lo peor de la literatura victoriana es lo supeditada que estaba a las imposiciones editoriales (¡y cuándo no ha sido así!), de forma que las novelas que se publicaban por entregas en revistas semanales tenían una estructura un tanto deslavazada al estar obligados los escritores a que cada capítulo tuviese su atractivo especial por sí mismo y diera un quiebro o dejase algo a esperar para así enganchar al lector y hacerle que esperase ansioso el próximo número de la revista. Esto, claro está, no afecta a los relatos o cuentos, toda vez que eran publicados íntegros, ya fuera en revista o en libro, sin necesidad de "lonchearlos" como si fuera panceta (perdón, quería decir bacón o beicon). Unido esto a que los escritores victorianos fueron excelentes autores de cuentos, si no propiamente dicho de terror, sí de temática fantástica, me llevó a leer este pequeño tomo editado por Penguin.
  Así, el cuento que da nombre a la recopilación, El brazo marchito, es de dicha temática (la maldición de una mujer hacia otra que hace que su brazo se necrose y la posterior venganza de la afectada). El resto de relatos es más asuntos románticos que otra cosa, algo, por cierto, también muy en boga en tiempos victorianos, cuya literatura (como al resto de la europea) pertenecía al Romanticismo literario. Pero el primer romántico al que me refiero hace referencia al amor galante, siempre complicado y, normalmente, en un triángulo amoroso. Con todo, la maestría de Hardy supera las desafecciones que un lector como yo pueda tener hacia esa temática.
 Mención aparte hago de la traducción. En la portada del libro aparece como traductor al escritor Javier Marías, quien es conocido deudor de la literatura victoriana y traductor de un buen número de obras escritas en la lengua de Shakespeare, de todas ellas yo destacaría la peculiar Tristam Shandy de Laurence Sterne, publicada por Alfaguara. Bien, lo cierto es que los de Penguin dicen que Marías es traductor en este volumen, no dicen si lo es sólo de El brazo marchito o de todos los relatos contenidos en él. Yo quiero pensar que sólo lo es del relato principal, pues en otros la cantidad de leísmos e incluso la traducción inapropiada de palabras de aquella lengua, los llamados "false friends", es decir, palabras de grafías muy semejantes en ambas lenguas pero con distinto significado es verdaderamente espantosa.
  Con respecto a los leísmos, Javier Marías es, como quien esto escribe, madrileño, y, temo mucho, que el leísmo es uno de los defectos gramaticales más frecuentes en la capital; con todo, un académico como Marías no cae en los errores tan frecuentes entre sus paisanos. Más evidente es lo de los "false friends" en alguien que domina la lengua de "la pérfida Albión" como lo hace don Javier (todo sea dicho, en el ámbito de la lectura y la traducción, porque en la pronunciación -archivos hay en You Tube para quien quiera comprobarlo- es francamente macarrónica). Por tanto, me inclino a pensar que Javier Marías es traductor de El brazo marchito, pero no de otros relatos contenidos en este libro.