miércoles, 7 de agosto de 2019

"Matar a un ruiseñor", de Nelle Harper Lee.

 Cuando leí, hace unas semanas, Ve y pon un centinela me prometí leer Matar a un ruiseñor, aunque invirtiera el orden en que fueron escrito y el orden cronológico de los personajes. Por supuesto, he visto varias veces la adaptación cinematográfica dirigida por Robert Mulligan en 1962 con un Gregory Peck inmenso en su papel de Atticus Finch; por cierto, la cinta es muy fiel a la novela, no omite ni añade nada importante y los personajes mantienen su mismo carácter.
  Es, que duda cabe, una novela atemporal y universal. Atemporal porque lo verdaderamente importante no ocurre a principios del siglo XX sino que tiene que ver con la dignidad humana, que existe y existirá mientras exista el hombre; universal porque es irrelevante que la acción transcurra en el profundo Sur de los Estados Unidos (concretamente en la ficticia ciudad de Maycomb, Alabama) se puede dar en cualquier punto del planeta, desde Groenlandia hasta Zimbabue.
 Desgraciadamente, en una sociedad dirigida, manipulada y enfrentada por el Cuarto poder lo coyuntural prima. En nuestros días, los medios de comunicación tratan de que estalle una guerra nada más y nada menos que entre hombres y mujeres, como antes lo hacían entre pobres y ricos, blancos y negros, cristianos y musulmanes... Así, esta novela puede verse, en clave coyuntural, como la lucha por la emancipación de los negros en los estados sureños del gigante americano, lo cual, evidentemente, es de gran importancia, pero en ese caso esta novela sólo incumbe a los americanos. Si nos libráramos de la terrible influencia que ejercen sobre nosotros aquéllos que viven de enfrentar a unos contra otros y provocar guerras (políticos, periodistas, abogados...) nos daríamos cuenta de que esta novela trata del respeto que todo ser humano debe demostrar ante otro, independientemente de su raza, su sexo o su estatus socioeconómico, y eso es, obviamente, universal.
  La novela es profundamente moralista sin caer en el adoctrinamiento ni la ñoñez. Muestra un posible camino a seguir mientras dure esa extraña experiencia que llamamos vida sin imponer nada y recordando que es mucho más probable que gane (al menos en términos terrenales) la inmoralidad y la cobardía (atributos de todos aquellos que "triunfan" en nuestra augusta sociedad). Por tomar un pequeño tramo, yo me quedo con la reflexión irreflexiva (valga el oxímoron) de un crío de diez años, Dill, que, intuyendo que la sociedad humana no tiene solución aboga por salirse por la tangente:
- Cuando sea mayor creo que seré payaso -Dijo Dill.
 Jem y yo nos paramos en seco.
- Sí señor, payaso -repitió-. Con respecto a la gente, no hay otra cosa que pueda hacer que reírme; por lo tanto ingresaré en el circo y me reiré hasta volverme loco.  

domingo, 4 de agosto de 2019

"El tercer hombre", por Graham Greene.

 Siempre se dice que, por lo general, las novelas son mucho mejores que sus adaptaciones cinematográficas. Se aduce que en la película se eliminan varios argumentos secundarios que harían tediosa la película o que los personajes están mejor delineados psicológicamente en el texto que en el film. Bueno, siempre hay excepciones, y una de las más evidentes es El tercer hombre. La película dirigida por Carol Reed en 1949, protagonizada por Joseph Cotten, Trevor Howard y Orson Welles es, en mi opinión, una de las grandes películas de todos los tiempos; el elenco actoral es inmejorable: Cotten como el amigo ingenuo incapaz de sospechar de su antiguo compañero de colegio; Howard, inconmensurable, como policía militar encargado de arrestar a toda la gentuza que malvive traficando en la Viena de posguerra; Welles en el papel de cínico traficante, encantador para manipular a sus amigos y carente del más mínimo escrúpulo; Aida Valli, la novia del supuesto muerto que descubre que ha sido engañada; incluso los actores secundarios son buenos, especialmente los austriacos (todos con décadas de actuación teatral a sus espaldas) como Ernst Deutsch (el barón Kurtz), Erich Ponto (el doctor Winkel), Siegfried Breuer (Popescu) o Paul Hörbiger (el portero de Harry Lime). La fotografía de la película es espléndida, con una Viena en ruinas que encaja perfectamente en las vidas de los protagonistas. Y qué decir de la maravillosa banda sonora de Anton Karas y su cítara, que da un punto melancólico de desengaño y tristeza, sentimientos principales de Holly Martins y Ana. Así pues, la película es extraordinaria, ¿y la novela?
  Creo haber visto la película más de diez veces, las últimas, claro está, en versión orginal; y ahora he encontrado por fin la novela, de segunda mano, pues, al igual que toda la obra de Graham Greene, parece haber sido olvidada. En el prólogo del autor sorprende leer lo siguiente: "Para el novelista, desde luego, su novela es lo mejor que puede hacer con el tema elegido; por eso tiende a oponerse a muchos de los cambios requeridos para transformarla en filme o en obra de teatro; pero El tercer hombre nunca pretendió ser otra cosa que una película. El filme, en realidad, es mejor que el cuento porque es, en este caso, el cuento en su forma definitiva." Es difícil encontrar mayor sinceridad en un autor. Pues bien, tras leer El tercer hombre estoy totalmente de acuerdo con Greene: la novela no tiene, ni de lejos, la rotundidad de la película; no hay argumentos secundarios ausentes en la copia cinematográfica; los personajes no están mejor desarrollados; y lo explicito de las imágenes no están bien pergeñadas en el texto. Se aprecia claramente, como el autor confiesa, que la novela es posterior al guión cinematográfico, una obligación editorial tras el rotundo éxito de la película y que no está desarrollada como debiera. En definitiva: un peliculón y una novelilla.
   Pero claro, sería injusto obviar la excelente dirección de Carol Reed que conjunta el enorme talento actoral con su capacidad de narración para atrapar al espectador desde el primer momento. Esto es otra virtud de la literatura: que puede generar obras cinematográficas o teatrales de mucha mayor calidad que el texto original, con lo cual siempre redunda en producción cultural de calidad que, al menos a algunos, puede ayudar a sobrellevar el tedio de la vida... 

"La isla de los pingüinos", de Anatole France.

 Un autor otrora canónico, hoy, injustamente, olvidado. Premio Nobel de literatura en 1921 y escritor de una influencia gigantesca, especialmente en el ámbito francófono. La isla de los pingüinos es una sátira de la sociedad humana, con una agudeza tal que escuece a la vez que sorprende el conocimiento del alma humana. Es, grosso modo, la sustitución de la humanidad por los pingüinos, sus "avances" a lo largo de la historia, sus escasas virtudes y sus inmensos defectos. La elección de esta ave para la comparación es perfecta, pues la apariencia patosa pero a la vez presumida  de estos bichos encaja absolutamente con la vanidad humana.
 Empieza todo con San Maël que, accidentalmente, comienza a predicar a los pingüinos tomándolos por humanos, así que Dios, acompañado de otros santos decide hacer humanos a los mismos. Perderán en gran medida su cuerpo de aves para semejar humanos, pero sobre todo perderán su falta de consciencia en sí mismos para acabar desarrollando todo tipo de teorías filosófico-religiosas que expliquen su existencia. Así, por ejemplo, desarrollan la teoría (tan humana, aquí, "tan pingüina") de haber sido creados a imagen y semejanza de un dios que los ha diferenciado del resto de animales otorgándoles un alma inmortal. Pero donde la clarividencia de France llega a hacer diana es en la organización "pingüinil", tan grotescamente humana, con frases que impactan como un directo de Cassius Clay en la mente del lector: "la resignación de los pobres es el fundamento del orden social", "que la miseria privada contribuya a la prosperidad pública", "todo el poder viene de Dios"...
  Después, France pasa a relatar la historia de los pingüinos haciendo un evidente remedo de la historia de Francia, con la creación de mitos nacionales: una "pingüina" que se parece de forma sospechosa a Juana de Arco; la búsqueda de un enemigo para reafirmarse colectivamente, frecuentemente el que esté más cerca; y, por supuesto, la reafirmación constante de las virtudes patrias y de los defectos extranjeros para así aliviar la presión de la consciencia sobre uno mismo. En determinado momento se introduce la historia del pingüino Pyrot, alter ego evidente de Alfred Dreyfus, aquel capitán del ejército francés que fue injustamente acusado de espionaje y que, finalmente, se demostró que todo había sido un caso claro de antisemitismo (por cierto, el propio Anatole France, defendió públicamente a Dreyfus, ganándose la antipatía general de buena parte de sus conciudadanos). Acaba esta sátira con un fresco de la sociedad "pingüina-humana" del futuro, acuciada por la superpoblación, en la que todos viven para trabajar de forma enfermiza como un hormiguero sin alma que habrá de llevar, indefectiblemente, a una degradación social que destruirá la sociedad para volverla así hacia una vida más normal y en consonancia con la naturaleza.
 En definitiva, una novela imprescindible para entender el discurrir histórico del género humano, con más de cien años (publicada en 1908) de rabiosa atemporalidad.

miércoles, 31 de julio de 2019

En el centenario del nacimiento de Primo Levi.

 Hoy, 31 de julio, hace cien años que nació Primo Levi. Probablemente, su origen familiar, su situación social e incluso su carácter habrían hecho de este judío (sólo de origen) italiano alguien perfectamente olvidable, un tipo gris, un químico tímido e introvertido que pasara toda su vida en su Turín natal sin trascendencia más que para un pequeño grupo de personas. Pero todo se rompió cuando ese chico de veintipocos años, recién licenciado en Ciencias químicas por la Universidad de Turín, amante del montañismo y con una evidente tendencia a la introversión sufrió (como todos aquellos vivos en la época) la barbarie nazi que rompió en añicos un continente ya de por sí frágil y agrietado. Primo Levi era un chico tímido pero no indiferente. Ante la injusticia se rebeló, con más corazón que cabeza, y se "echó al monte" como partisano con otros compañeros de estudios para luchar contra el fascismo italiano y el nazismo alemán. Y, según el mismo relataría después, fueron detenidos sin llegar a disparar un solo tiro. Algunos de sus compañeros terminaron allí su aventura: fueron fusilados inmediatamente. Él, por su origen judío, fue entregado a las autoridades militares alemanas que lo enviaron a Auschwitz. Y allí cambió todo.
Imagen tomada del sitio www.washingtonpost.com
  La brutal experiencia del campo de exterminio sacó de Levi la sensibilidad literaria suficiente para convertirlo en uno de los grandes escritores en la lengua de Dante de todos los tiempos. Su Trilogía de Auschwitz son escritos que debieran ser de lectura obligada para todos los europeos, para que no olvidemos nuestro terrible pasado, para romper los viejos hábitos xenófobos y racistas que han emponzoñado esta dolorida tierra. Pero Levi no quedó en esto. Posteriormente escribió cuentos y relatos de tipo fantástico que tienen una calidad apabullante; éstos, desgraciadamente, son menos conocidos por los lectores. Los relatos los fueron publicando en colecciones como El sistema periódico, Defecto de forma, Lilit y otros cuentos, La llave estrella... Todos ellos son cuentos imaginativos, originales, sorprendentes y, aunque parezca impropio, optimistas. Ya digo, uno de los mejores cuentistas en lengua italiana.
 Por supuesto, el más importante legado de Levi es su lucha no contra el nazismo sino contra la intolerancia en general, por tanto la Trilogía de Auschwitz y los ensayos relacionados con los campos de concentración; pero los relatos son verdaderamente extraordinarios. Hoy se cumple el centenario de su nacimiento, y desde el Centro Internacional de Estudios Primo Levi que dirige su hijo Renzo se sigue luchando contra toda intolerancia, contra toda discriminación que un ser humano ejerza sobre otro. ¡Qué importante labor!

miércoles, 24 de julio de 2019

"Brujas de viaje", una novela del Mundodisco, por Terry Pratchett.

 Decimosegunda entrega de esa fina ironía que es el Mundodisco de Terry Pratchett. La Gran Tortuga cósmica A'Tuin vaga por el multiverso, con cuatro gigantescos elefantes en su concha, sobre los que descansa el Mundodisco. Esta novela continúa la saga de las brujas, siendo la tercera con estos personajes como principales. Yaya Ceravieja, Tata Ogg y Magrat Ajostiernos reciben la varita mágica de un hada madrina moribunda, y se embarcan en un viaje para salvar a su ahijada. 
  La sorna del genial Pratchett recae aquí sobre los cuentos populares, que, en realidad, son un inmenso pozo de sabiduría humana. Y como todo lo humano, están preñados de estereotipos, de convenciones sociales y de rasgos coyuntares de las distintas civilizaciones (principalmente, claro está, la occidental). Claro, póngase a un tipo tan brillante, tan imaginativo y tan sarcástico como Pratchett a sacar punta a conceptos tan ñoños y archiconocidos como el príncipe azul, la madrastra o el hada madrina y el resultado es espectacular y desternillante. Además, en Brujas de viaje se ridiculiza ese hábito tan nuestro (de los que hemos vivido en los siglos XX y XXI) de viajar en atestados aviones a un precio que no nos podemos permitir para pasar cuatro días en un supuesto paraíso turístico y volver después a nuestra rutina, sintiéndonos agotados y más pobres de lo que nos fuimos; esto es: vacacionar. Las brujas, cual turistas de tres al cuarto, se sorprenden con el esfuerzo que supone viajar y lo poco que entienden las costumbres foráneas. En un fragmento delicioso, Pratchett sitúa a las tres protagonistas frente a un encierro en mitad de una calle ¿nos suena?
 En fin, otra aventura descacharrante más del inglés, que ha de ser leída con los ojos de un niño pero de con el alma de un viejo que ya haya vivido varias décadas en esta ridícula sociedad humana. Autores como Pratchett, que ridiculizan nuestras  vanidades,  permiten seguir alentando con una sonrisa en la cara.

martes, 16 de julio de 2019

Inciso cinematográfico: "The Coward", dirigido en 1915 por Reginald Barker.

 Película muda dirigida por Reginald Barker que contó en su elenco con Charles Ray, Frank Keenan o Gertrude Claire, hoy olvidados por el gran público, pero grandes estrellas en su época. Con su centésimo aniversario se restauró y añadió banda sonora, siendo la versión disponible hoy en ese espacio cuasi infinito que llamamos internet probablemente mejor que la que se pudo ver en cines americanos a principio del siglo XX.
 Está ambientada en la Guerra de secesión americana, en Virginia, estado sureño por excelencia. Allí una familia de rancio abolengo, los Winslow, están orgullosos de enviar a su único hijo a luchar por la Confederación. El joven, sin embargo, tiene amplios reparos y rechaza alistarse, pasando a ser objeto del calificativo más horrendo de la época: cobarde. Tan grande es la afrenta que el anciano padre se alista en su lugar para "dejar en buen lugar" el nombre de los Winslow. Todo cambiará, sin embargo, cuando accidentalmente el joven escucha a los mandos unionistas hablar sobre la debilidad de sus filas en un punto concreto. Arriesgando su vida, el joven Winslow avisará a las tropas confederadas que atacarán por ese punto logrando una significativa victoria. Es herido de muerte en la batalla y muere finalmente en brazos de su padre que lo perdona y acepta.
Imagen tomada de Wikimedia Commons.
  En fin, una película belicista y tradicional que busca loar las supuestas virtudes que todo hombre debe tener: valentía y capacidad de sacrificio y entrega. Es una de esas películas que yo detesto pues llevaba a miles de jóvenes irreflexivos a querer emular al protagonista y, por tanto, a alistarse sin demora en guerras que los llevaba a perder sus vidas cuando todavía no habían empezado a gastarlas en defensa de los privilegios de unos pocos viejos que, por supuesto, quedaban en retaguardia. No es baladí pensar que esta película se filmó en 1915, cuando el mundo entero se desangraba en la que fue llamada entonces Gran guerra y por nosotros conocida como Primera Guerra Mundial. Es, claro está, una cinta propagandista que ensalza la guerra como el destino más honorable posible para un hombre, mostrando la disyuntiva entre pensar y dejar que otros se maten entre sí (la cobardía) y dejarse llevar por el tufo a testosterona y estupidez (ser un valiente). Es verdaderamente aterradora la cantidad de películas y novelas que han sido filmadas y escritas con la única finalidad de conseguir que pobres diablos sin cabeza entreguen lo único que todo ser humano tiene (su propia vida) en favor de los que gobiernan este putrefacto mundo.
Imagen tomada de Wikimedia Commons.
  Desde un punto de vista meramente técnico, la película es innovadora, con un uso naturalista de los enfoques de las caras de los actores que facilita la tensión dramática y la transmisión del mensaje.

"Sitting On The Dock Of The Bay", Otis Redding.

Sittin' in the mornin' sun
I'll be sittin' when the evenin' comes
Watchin' the ships roll in
Then I watch 'em roll away again
 
I'm sittin' on the dock of the bay
Watchin' the tide, roll away
I'm sittin' on the dock of the bay
Wastin' time
 
I left my home in Georgia
And I headed for the Frisco Bay
'Cause I've got nothin' to live for
Looks like nothin's gonna come my way, so
 
I'm just come sittin' on the dock of the bay
Watchin' the tide roll away
I'm sittin' on the dock of the bay, wastin' time
 
Looks like nothin's gonna change
Everything seems to stay the same
I can't do what ten people tell me to do
So I guess I'll remain the same
 
I'm sittin' here restin' my bones
And this loneliness won't leave me alone
This two thousand miles I roamed 
 Just to make this dock my home
Now I'm just sittin' on the dock of the bay
 
Watchin' the tide roll away
Sittin' on the dock of the bay
I'm wastin' time

domingo, 14 de julio de 2019

"Confesión de un asesino", por Joseph Roth.

 Y vuelvo a Joseph Roth, uno de los más grandes narradores del siglo XX. La pequeña editorial Mármara describe esta novela como "novela rusa", entiendo que más que por la ambientación (que se da en París, aunque casi todos los personajes menos el que presenta al narrador son rusos) por la forma de narrar los hechos, al estilo que los grandes de la literatura de aquel país (Tolstoi, Dostoievsky, Goncharov, Chekhov...), con una narración en primera persona, en pasado y con una humildad y sobriedad notables. Con todo, la "austrohungaridad" (valga el palabro recién inventado) de Roth permanece presente: todos son individuos que han perdido su país, ahora no son austrohúngaros como el escritor, sino rusos blancos ya en tiempos soviéticos; todos recuerdan los tiempos pasados como mejores, más nobles y gloriosos; y todos se aprestan a ahogar sus penas en alcohol.
  La prosa relativamente rápida (periodística, diríamos hoy), con frases cortas y poco adjetivadas, aunque con notable calidad literaria son comunes a todas las novelas de Roth; también su brevedad. Sin embargo, esta obra, entregada al editor tres años antes de su muerte, tiene, en mi opinión, una enjundia menor que otras como Tarabas, Hotel Savoy o La cripta de los capuchinos.
 El propio Roth actúa como introductor del protagonista principal, Golubtschilk, que habrá de narrar en una noche su infancia, juventud y madurez, o, mejor dicho, su ingenuidad, su complicación y su perdición.
  Sigue siendo Roth, en todo caso, autor imprescindible para todos aquellos que quieran comprender la desintegración sociopolítica de Europa  central, oriental y de los Balcanes que tuvo lugar a raíz de la Primera Guerra Mundial; algo necesario para poder entender el devenir de aquellos países en los últimos cien años.

miércoles, 10 de julio de 2019

"La espuma de los días", de Boris Vian.

 Hace un par de meses leí Que se mueran los feos. No me gustó, ya lo escribí. No me gustó el humor surrealista un tanto simplón (aunque tal vez fuera cosa de la traducción, siempre compleja, pero que en ese tipo de humor se antoja casi imposible) ni el subgénero narrativo (novela negra); pero para no ser injusto con tan afamado autor me propuse a mí mismo la lectura de una segunda novela. Hela aquí:
  Y tampoco me está llenando... El humor surrealista quizá haya perdido bastante. Supongo que cuando se escribía así, en la primera mitad del siglo XX era algo novedoso y rompedor, pero hoy en día me parece facilón y un tanto cansino. Al no ser novela negra, sin embargo, me la estoy tragando un poco mejor. Narra la vida de un par de parejas jóvenes que, entre bromas, hacen planes de vida y comienzan una existencia en común. Cuando todo parece encarrilarse a Chloé le descubren un nenúfar en el pulmón (broma surrealista, ríase el que pueda, para encubrir la tuberculosis pulmonar). Por otro lado, se supone que los jóvenes son de situación económica desenvuelta, aunque ninguno trabaja, uno de ellos se considera coleccionista de Jean Sol Partre (broma peculiar con el nombre de Jean Paul Sartre, que fuera, según parece, gran amigo y promotor del propio Boris Vian); la pareja de Chloé, Colin, acaba por trabajar (por supuesto, trabajos disparatados como incubar armas de fuego o ser funcionario de la administración que da las malas noticias que ocurrirán al día siguiente) para comprar flores a su pareja enferma, hasta que se produce el fatal desenlace. A pesar del tono desenfado y burlesco, en la novela flota en todo momento la sensación de desastre inmediato, de terrible destino que hará despertar bruscamente a los jóvenes.
 Parece ser que esta novela fue promocionada activamente por tipos de gran influencia cultural y social del momento, como el propio Jean Paul Sartre y Raymond Queneau (fundador junto con Vian y otros del grupo OuLiPo), aunque no tuvo éxito masivo. El propio Boris Vian se convirtió en un autor de culto, algo que parece totalmente opuesto al triunfo en ventas, y, mucho me temo, no ha envejecido bien tras su muerte prematura. En todo caso son autores que han dejado un hito literario que los sitúa como referencia en la literatura en lengua francesa de mitad del siglo XX y que tienen como gran mérito haber indagado en todas las posibilidades de creación literaria posible (de hecho, el grupo OuLiPo se traduce al castellano por "taller de literatura potencial"). 
 He de reconocer que he leído más rápido esta novela; el último tercio me ha parecido interesante, disparatado pero interesante. Con todo, tal vez sea demasiado conservador en mis gustos literarios, porque creo que esta será la última novela que lea de Vian.

domingo, 7 de julio de 2019