Y vuelvo a Joseph Roth, uno de los más grandes narradores del siglo XX. La pequeña editorial Mármara describe esta novela como "novela rusa", entiendo que más que por la ambientación (que se da en París, aunque casi todos los personajes menos el que presenta al narrador son rusos) por la forma de narrar los hechos, al estilo que los grandes de la literatura de aquel país (Tolstoi, Dostoievsky, Goncharov, Chekhov...), con una narración en primera persona, en pasado y con una humildad y sobriedad notables. Con todo, la "austrohungaridad" (valga el palabro recién inventado) de Roth permanece presente: todos son individuos que han perdido su país, ahora no son austrohúngaros como el escritor, sino rusos blancos ya en tiempos soviéticos; todos recuerdan los tiempos pasados como mejores, más nobles y gloriosos; y todos se aprestan a ahogar sus penas en alcohol.
La prosa relativamente rápida (periodística, diríamos hoy), con frases cortas y poco adjetivadas, aunque con notable calidad literaria son comunes a todas las novelas de Roth; también su brevedad. Sin embargo, esta obra, entregada al editor tres años antes de su muerte, tiene, en mi opinión, una enjundia menor que otras como Tarabas, Hotel Savoy o La cripta de los capuchinos.
El propio Roth actúa como introductor del protagonista principal, Golubtschilk, que habrá de narrar en una noche su infancia, juventud y madurez, o, mejor dicho, su ingenuidad, su complicación y su perdición.
Sigue siendo Roth, en todo caso, autor imprescindible para todos aquellos que quieran comprender la desintegración sociopolítica de Europa central, oriental y de los Balcanes que tuvo lugar a raíz de la Primera Guerra Mundial; algo necesario para poder entender el devenir de aquellos países en los últimos cien años.
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