miércoles, 28 de octubre de 2020

"De profundis", salmo 130.

 De profundis clamavi ad te, Domine;

Domine exaudi vocem meam.

Fiant aures tuae intendentes

in vocem deprecationis meae.

Si iniquitates observaveris,Domine,

Domine, quis sustinebit?

Quia apud te propitiatio est,

et propter legem tuam, sustinui te, Domine.

Sustinuit anima mea in verbo eius;

speravit anima mea in Domino.

A custodia matutina usque ad noctem,

speret Israel in Domino.

Quia apud Dominum misericordia

et copiosa apud eum redemptio.

Et ipse redimet Israel

ex omnibus iniquitatibus eius.


martes, 27 de octubre de 2020

"La pistola de rayos", por Philip K. Dick.

  Philip Kindred Dick es mundialmente conocido por haber escrito la novela que dio lugar al éxito cinematográfico Blade Runner, aunque el título de aquélla no tenía mucho que ver con éste, concretamente era ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? Ridley Scott tomó el nombre que dio el escritor californiano a los policías que cazaban a los replicantes, desde luego, el título de la novela no es muy comercial, al menos para una película. Lo cierto es que Philip K. Dick tuvo un enorme éxito tras la película, éxito que no pudo disfrutar pues falleció de un infarto poco después del estreno; pero antes de eso había escrito treinta y seis novelas, y más de cien relatos, obra muy reconocida entre los lectores de ciencia ficción.
 Su narrativa está ambientada en mundos futuros, más o menos apocalípticos, con factores comunes como la superpoblación humana; la tecnología hiperdesarrollada, no siempre en un sentido positivo; la violencia presente a cada momento; y una sensación, en general, de futuro peligroso y decadente. Con respecto a la tecnología, coincide con el gigante de su época, Asimov, en el gusto por los robots y androides, pero frecuentemente amenazantes, superada ya la ciega obediencia a su creador. No son frescos bonitos los que pergeña Dick, quizá producto de la época que vivió, llena de amenazas militares y guerras por todo el mundo que insinuaban la posibilidad cierta de una Tercera Guerra Mundial.
 Precisamente hija de su tiempo es esta novela breve, La pistola de rayos, que fue publicada en 1967, en plena Guerra Fría. Así, la sociedad que delinea es la que Dick imaginaba para 2006, con el mundo todavía dividido en dos bloques: el Bloque Oeste, en el que se incluiría lo que en la Guerra Fría era el Mundo capitalista, con Estados Unidos a la cabeza; y el Bloque Este, con la URSS y China como líderes. El bueno de Dick pensaba que el status quo del momento duraría hasta la llegada del siglo XXI. En todo caso, el autor parodia el supuesto equilibrio armamentístico que permitía la frágil paz de aquel periodo con el desarrollo de armas absolutamente inoperantes que sólo tenían de eficaces los grandilocuentes nombres, algo que, sin duda era así, no hay más que pensar en los desfiles por la Plaza Roja de Moscú de los inmensos misiles intercontinentales del Ejército Rojo o las pruebas nucleares americanas en idílicos atolones tropicales, por no hablar de la multitud de pequeñas guerras (pequeñas para las superpotencias, terribles desgracias para los países en los que se desarrollaban) como la de Corea o la de Vietnam. Pues eso, en la novela la Guerra Fría continúa, agrandada, si cabe, por la tecnología que permitía el transporte personal a miles de kilómetros por hora o los androides que desempeñaban distintas funciones como la de periodista.
  El protagonista, Lars Powerdry, es un diseñador de armas del Bloque Oeste, que entra en trance para crear el armamento, armamento que es inmediatamente contrarrestado por otro semejante del Bloque Este diseñado por la médium Lilo Topchev. Todo sigue una rutina absurda pero aparentemente eficaz para mantener ese precario equilibrio que facilita la paz. Hasta que un día se produce una invasión, al menos a nivel atmosférico, de alienígenas procedentes de Sirio que vaporizan varias ciudades de ambos bloques. La cooperación de los diseñadores de armas se hace imperativo para poder frenar al enemigo común.
 El ambiente creado no es especialmente opresivo, al menos no en 2020, ya hay suficiente ambiente opresivo con la pandemia como para angustiarse por una novela de ciencia ficción de 1967, pero es fácil de entender que en aquella época todo parecía razonablemente factible que sucediera a principios del siglo XXI. 
 No puedo evitar compararlo con las novelas de ciencia ficción de los hermanos Strugatski, lo cual es bastante interesante si pensamos que estos eran los homólogos de Dick al otro lado del Telón de Acero. Es curioso pensar como estos escritores creaban novelas fantásticas del futuro conservando lo ominoso que tenía su tiempo, ya fuera la paranoia bélica en Estados Unidos o el exhaustivo control estatal de la Unión Soviética. Sinceramente, creo que las novelas de los soviéticos están mejor elaboradas que la del americano, pero ambas tienen un valor que excede lo meramente imaginario para entrar de lleno en la descripción social de sus respectivos países durante la Guerra Fría.

lunes, 26 de octubre de 2020

Inciso cinematográfico: "El testamento", dirigida en 2017 por Amichai Greenberg.

  Esta coproducción austriaco-israelí presentada en la Bienal de Venecia de 2017, es, en realidad una historia doble: por un lado la investigación minuciosa para la recuperación de la memoria sobre el Holocausto (Shoah) y por otro, la búsqueda de la identidad personal en adultos, ambos temas, francamente interesantes. Con respecto a la investigación histórica sobre el Holocausto, se trata de un hecho real, la Matanza de Lendorf (Austria), en la que, ya próximo el fin de la Segunda Guerra Mundial, los nazis asesinaron a más de doscientos judíos y los enterraron en las fosas que los propios asesinados habían tenido que excavar previamente. Como siempre, hechos tan vergonzantes y luctuosos llevan a sus testigos, no ya sus perpetradores, claro, sino a los mismos testigos inocentes a tratar de huir de la responsabilidad de dar testimonio, quizá para olvidar la terrible iniquidad que pesa sobre todo ser humano de bien. Para los creyentes judíos, los cementerios son mucho más que meros depósitos temporales de restos humanos, son tierra sagrada que ha de ser respetada hasta la eternidad (signifique esto lo que signifique). Lo cierto es que los actuales países europeos son sensibles y receptivos (aunque algunos dirigentes políticos y sociales israelíes lo nieguen) a esta percepción de los supervivientes y descendientes de los mismos, pero claro, necesitan pruebas. En esta labor ingente, la de conseguir pruebas de los asesinatos mediante el testimonio de testigos visuales, está el protagonista de la película, el historiador Yoel Halberstam, que siente, por su condición de judío ortodoxo pero también por ser historiador, la necesidad de buscar la verdad absoluta por encima de sus conveniencias prácticas, tratando de convencer a octogenarios, tanto austriacos como judíos, para que testifiquen y poder así respetar el lugar de la masacre.
Imagen tomada del sitio www.filmaffinity.com
Imagen tomada del sitio www.filmaffinity.com
 Pero el segundo tema de la novela, para mí aún más interesante, es la búsqueda de la identidad en la edad adulta, cuando todo parece cimentado de hace décadas, pero, de repente, se desploma como un edificio en ruinas. En este caso, el "desplome" ocurre cuando el historiador, al investigar sobre la Matanza de Lendorf, descubre el testimonio que su propia madre había concedido décadas antes al ser superviviente ella misma. Con total normalidad, la madre del judío ortodoxo admite que no es judía sino gentil, que era sirvienta en una adinerada familia judía, que su propia madre lo había sido anteriormente, que la familia judía la había criado como si ella misma lo fuera, enseñándole hebreo, sus oraciones y ritos, de modo que, cuando llegaron los nazis, ella se presentó como judía y como tal fue tratada. Es decir, que al investigador, judío ortodoxo, respetuoso practicante de todos los preceptos de su religión, inmerso a su vez en la preparación para el Bar mitzvah de su hijo, se le caía todo el tenderete: ni siquiera era judío. Recordemos que para los judíos, la "judeidad" se transmite de forma matrilineal, esto es: uno es judío si su madre lo es. Pero la madre de Yoel Halberstam admitía ser de origen gentil y haber fingido ser judía ante los nazis por pura costumbre de su infancia y primera juventud. Todo esto lleva a una comprensible zozobra identitaria al personaje principal: si ya no es judío, ¿quién es? ¿Qué propósito tiene su investigación destinada a descubrir la verdad de aquellos tiempos tan luctuosos? ¿Tiene sentido que siga con la investigación? Más aún, ¿tiene sentido que siga con su vida tal cual la está viviendo?
Imagen tomada del sitio www.jewishstandard.timesofisrael.com
 La combinación en una misma persona de estos dos enormes argumentos hacen que la vida del protagonista haga aguas. La muerte, en el ínterin, de la madre impide que haya una aclaración del pasado con la superviviente, lo cual deja en total soledad a Yoel; su propia hermana no entiende el afán de conocimiento del historiador. Esto es quizá lo que une las dos tramas: la necesidad de verdad que siente Halberstam, dispuesto, como antes dije, a llegar a conclusiones que disgusten o sean contraproducentes para sus intereses prácticos con tal de llegar a conocer y practicar la verdad y la honestidad. 
 En mi opinión, es una película muy interesante, llevada con honradez, sin melodramatismos ni victimismos. La búsqueda de la verdad, así como la de la identidad, tanto personal como colectiva, está en el corazón de todo ser humano, su consecución nos hace mejores, menos falsos, más auténticos; es, por tanto, una forma de mejorar el taimado mundo que conocemos. Existen miles de millones de personas que buscan resultados sociales o económicos, son la práctica totalidad de la humanidad, pero pocos son los que se atreven a nadar contracorriente con tal de encontrar la verdad, el protagonista de esta película es uno de ellos.

sábado, 24 de octubre de 2020

Delibes

 A los cien años de su nacimiento ( y diez años y pocos meses de su muerte), la ciudad que lo vio nacer le dedica esta estatua en bronce en la puerta del Campo Grande que da a la plaza Zorrilla. No soy especialmente afecto a las estatuas en general, muestra, en mi opinión, de una doble vanidad, la del homenajeado y la del escultor, pero he de admitir que ésta tiene un par de virtudes: en primer lugar la ubicación, en un rincón querido de todos los pucelanos, sin peana, fuste o columna alguna -a Dios gracias-; y en segundo lugar el realismo sin presunción del físico del escritor y su actitud normal y cotidiana. Vamos, que no es la típica estatua aparatosa que se ve desde todos lados, algo que conecta bien con el carácter campechano y sin afectación de Delibes. En todo caso, me alegro de que la ciudad rinda un sencillo pero permanente homenaje a alguien que concita el cariño y la admiración de todos sus ciudadanos, ahora (y siempre) que hay esa pelea sobre qué estatuas son buenas o malas.

miércoles, 21 de octubre de 2020

"Sueños olvidados y otros relatos", de Stefan Zweig.

  Roth y Zweig se han convertido para mí, como para media Europa, en grandes referentes literarios, tanto con coordenadas espacio-temporales concretas (Europa germánica, primera mitad del XX) como sin ellas (naturaleza humana global y atemporal). Rechazada ya la simplista tentación de asemejarlos, aunque fueran coetáneos, paisanos e incluso amigos, no soy capaz de inclinarme por uno de ellos; es como cuando aquel familiar perverso preguntaba a los niños: "¿a quién quieres más, bonito, a mamá o a papá?", pues así me pasa a mí, no sé si inclinarme por papá Joseph o mamá Stefan. Porque, en primer lugar, la narrativa de Roth es más masculina y la de Zweig más femenina (¡uy madre, como lean esto las arquitectas de las nuevas formas de masculinidad y feminidad! ¡Menos mal que no leen!), quiero decir que Joseph Roth escribe más para lectores estereotípicamente masculinos, sus personajes, preñados de sensibilidad, son siempre varones que afrontan la vida como un varón "debía hacerlo" a principios de siglo pasado; Stefan Zweig, por el contrario, escribe para ambos sexos, con muchas protagonistas que se debatían entre la "debida obediencia" a su marido y a las normas sociales y el despertar de su propia conciencia e individualidad (especialmente visible esto en el relato Angustia del que luego hablaré). Esto explica que Zweig sea probablemente más moderno, más amplio de miras y, seguramente, guste más a la sociedad actual. Por otro lado, Roth no parece tan empático con las "individuas" como con ellos, ellas son siempre personajes secundarios, aunque importantes y no necesariamente supeditadas a los varones, que son los que cortan el bacalao. Vamos, algo irrelevante, que uno escriba haciendo personajes masculinos o femeninos, jóvenes o viejos, blancos o negros, pobres o ricos, españoles o alemanes... pero que en la hipersensibilidad de "género" que nos idiotiza últimamente para decir quién es bueno y quién es malo parece fundamental.
 Ya centrándome en los relatos recogidos en esta edición de Alba Editorial, es muy interesante para poder percibir la evolución del autor. El primer relato, Sueños olvidados, fue escrito en 1900, contando Zweig con diecinueve añitos; no es que esté mal, pero es evidente que es una obra de juventud, cuando todavía no está pulido su estilo creativo y resulta una prosa demasiado adjetivada y rebuscada, que acaba por hacer un texto petulante y ampuloso. El siguiente relato, Historia en la penumbra, es de 1911, y, a sus treinta años, la narración es bastante más natural, aunque persista ese afán de describir con adjetivos poco usuales y rebuscados. Ya en el tercero, Angustia, de 1920, la claridad prosística de Zweig llega a su culmen, con abundancia de frases subordinadas pero sin caer en lo impostado. Este último relato es ejemplo de lo que antes decía: la feminidad absoluta en su planteamiento, desde el protagonismo hasta el enfoque, siendo los varones meros comparsas de la "prota", Irene; con todo, el planteamiento puede ser hoy un pelín anacrónico, toda vez que uno de los temas centrales es la libertad de la mujer para marcar su vida y su independencia del marido, algo que hoy, a mi entender, lleva superado décadas, no así en 1920, claro. El cuarto relato, Confusión de los sentimientos, recrea un tema fundamental de toda época, eso sí, con las dificultades de los años 20 del pasado siglo: la homosexualidad, especialmente entre profesor y alumno, cuando la admiración del joven estudiante por el maduro catedrático pasa la línea de lo meramente intelectual, un tema magistralmente tratado por Thomas Mann en su Muerte en Venecia. El último relato es una obra genial que había leído en otra compilación anterior (creo que de Acantilado) que es Mendel, el de los libros, entre cuyos argumentos principales se encuentran algunos que eran muy queridos a su compatriota Roth: los judíos de Europa central, especialmente aquellos que, como ellos mismos, tenían de judío poco más que el origen, aunque  el señor del bigotito recortado y sus secuaces metían en el mismo saco que los haredim y que, como consecuencia, decidieron exterminarlos en masa. 
 Ignoro si esta compilación trata deliberadamente de mostrar la evolución estilística y temática del propio Zweig, pero si ha sido así, ha de dejarse claro que se logra plenamente. A poco que se tenga un poco de sensibilidad y se conozca ligeramente a este enorme autor, e puede apreciar una evolución que es más bien un perfeccionamiento, perfeccionamiento que llevará a Stefan Zweig a ser uno de los mejores autores en lengua alemana de todos los tiempos. Desgraciadamente, como ya es sabido por todos, Zweig se quitó la vida junto con su segunda mujer en Brasil, donde residían, en 1942; muchos críticos recuerdan que en ese año, las tropas hitlerianas avanzaban sin obstáculo por Europa, hecho que, para un adalid de la libertad individual y la tolerancia como el propio Zweig, supuso una circunstancia inaceptable que mermaba hasta tal punto su vida que prefirió ponerle fin. ¿Quién sabe hasta que punto esto es cierto? Lo único seguro es que su muerte, con tan solo sesenta y un años, edad de plenitud creativa para un escritor, nos hurtó a uno de los grandes, no sólo a nivel literario sino a nivel social, hubiera sido espléndido que Zweig hubiese vuelto a su querida Viena tras la caída del Tercer Reich para promover la reconstrucción social y moral de Austria y del resto de Europa.

miércoles, 14 de octubre de 2020

"Cuentos sobrenaturales", por Charles Dickens.

  Recopilación de cuentos de Dickens, algunos, efectivamente, con temática sobrenatural y otros que son meros relatos escritos a vuelapluma por el genial inglés pero sin nada fantasmagórico o extraño. Lo maravilloso de este tipo son las descripciones, alguno de esos relatos que uno imagina fueron escritos del tirón y sin casi necesidad de corrección posterior contienen descripciones tan exhaustivas pero a la vez tan amenas que uno no puede menos que asombrarse. Los cuentos que sí son sobrenaturales tienen todos bien un juicio moral (algo casi siempre presente en Dickens), bien un humor fino e irónico. 
 Dickens es de los pocos autores que son capaces de mantener las mismas características en relatos de poco más de diez páginas o en un David Copperfield de más de mil. Esos personajes humanos y entrañables, delineados con una precisión milimétrica, capaces de evolucionar (piénsese en Scrooge y sus cambios de parecer); la descripción de los ambientes, sobre todo de los barrios bajos londinenses; la crítica social despiadada hacia una sociedad injusta y desigual generada por aquella Revolución Industrial y apuntalada por el clasismo imperante en la Inglaterra del XIX... Todo esto es Dickens, el gran maestro de maestros.
 En realidad, la prosa de Dickens es ejemplo de perfección. Antes hablaba de la capacidad de descripción que muestra en algunos de estos relatos, pero en otros, no obstante, prima la narración de los hechos, con lo cual quiero decir que domina tan bien las dos técnicas que hace uso de ambas cuando le place, de la manera más brillante. La historia del duende que secuestró a un sepulturero es un diamante en bruto. No se me ocurre que podría hacerse para mejorarlo; tiene intriga suficiente sin parecer pretencioso (a pesar de lo explícito del título sigue siendo sorprendente); tiene tanto la famosa crítica social como la burla sempiterna que permite seguir alentando ante las dificultades. Otro relato, Barrios humildes, es la ironía en grado sumo, cambiando los personajes humanos por animales, y haciendo que aquéllos sean mera compañía de éstos. 
 Con todo, si algún pequeño defecto se podía encontrar en Dickens era la necesidad de publicar sus novelas largas por entregas en distintas publicaciones de la época, esto provocaba que hubiese capítulos que hasta cierto punto se podrían llamar "de relleno", así como esa vieja técnica de enganchar al lector al final de cada capítulo con un pequeño giro argumental que, claro está, se dilucidará en el siguiente capítulo. Porque, claro, Dickens era un obrero del "negro sobre blanco". Su inmenso talento se veía limitado por el omnímodo poder de editores y libreros que juzgaban sus textos al peso (por palabra, mejor dicho), lo cual le obligaba a tamañas argucias. Esto, felizmente, no se da en estos cortos cuentos que, libres de la servidumbre editorial, dan al autor una libertad compositiva total para que los alargue cuanto quiera o los reduzca a voluntad.

 Dejaré aquí una pequeña queja a la editorial Littera que lo presenta, y es por su traducción, firmada por una tal Betty Curtis. Ignoro si tal nombre es pseudónimo, porque, francamente, da la impresión de tener una adscripción territorial muy marcada (en el centro de la Península, para ser exacto), y es que el texto está plagado de leísmos no sólo de persona sino también de cosa, lo cual es francamente desagradable de leer, y llega a sacar a uno de su lectura con una sensación amarga.

martes, 13 de octubre de 2020

Inciso cinematográfico: "Neverwas", dirigida en 2005 por Joshua Michael Stern.

  Ahora que ya los cines van a sufrir una segunda (o tercera, no sé) puntilla que acabe por cerrarlos, esta vez por el montaje político-mediático, los repositorios de internet ofrecen un refugio que, para todos aquellos de nosotros que vivimos la era dorada de los cines, época en los que unos jóvenes de veinte años no encontraban muchas cosas mejor que hacer un fin de semana que ir al cine, permite revivir viejos impulsos y ocultar vergonzantemente las canas. En esos repositorios de internet encontré Neverwas, dirigida por Joshua Michael Stern; con un estelar elenco encabezado por Ian Mckellen, Nick Nolte, Aaron Eckhart, Brittany Murphy, William Hurt y Jessica Lange; con una banda sonora apabullante firmada por Philip Glass; y una fotografía muy cuidada que acompaña el tono melancólico y nostálgico de la película. Un descubrimiento para mí, vaya.
 Neverwas, por cierto, fue traducida, al parecer, como El libro mágico, bueno, no es mala traducción... dentro de lo que cabe... El argumento es sencillo pero tiene su dosis de intriga que se revela, como debe ocurrir en las buenas tramas, al final. Un famoso psiquiatra (Aaron Eckhart) deja su importante trabajo en una prestigiosa universidad para entrar en una institución psiquiátrica en horas bajas. El director (William Hurt) rechaza contratarlo en un principio por la diferencia entre la escasa calidad del puesto ofrecido y la alta capacitación del interesado; con todo, ante la insistencia de éste, aquél acaba por contratarlo. En el inicio del film, se descubre que la verdadera razón por la que el psiquiatra quiere trabajar en Millwood (nombre de la institución) es porque allí estuvo recluido su padre, acuciado toda su vida por una depresión severa que acabó por llevarlo al suicidio. El padre fue autor de éxito de una novela juvenil, Neverwas, que, aparentemente no influyó mucho al hijo. Entre los pacientes psiquiátricos destaca un esquizofrénico, Gabriel (Ian Mckellen) que desde el principio parece tener una relación especial con la novela y el padre del protagonista. La esquizofrenia de Gabriel va, precisamente, en el sentido de creer ser personaje de Neverwas. Y ahí está el quid de la cuestión, que realmente el supuesto enfermo conoció al escritor y éste creó un mundo paralelo para aquél. Vamos que el loco no está tan loco y que habían creado un mundo ficticio pero con lugares reales, un castillo hecho de materiales de deshecho, un reino, en definitiva, que requería de un rey.
Imagen tomada del sitio www.alchetron.com
 En fin, no sé si he dejado muy claro el argumento de la película, pero prefiero no aclararlo más por si alguien leyera esto y quisiera verla; así, además se preserva la intriga que, como antes decía, debe existir hasta el final. Es, en definitiva, una loa a la imaginación y la fantasía frente a lo previsible y la aburrida normalidad; es un recordatorio de que todos debemos mantener la ilusión infantil so pena de acabar siendo un miserable hombre (o, cada vez más, mujer) gris que todo lo pesa en función del rendimiento económico y el prestigio social. Es, también, una reivindicación de esa imaginación desbordante, de ese negarse a verlo todo plano y simple, incluso cuando la depresión marca nuestras vidas; diría más: es la aceptación de una depresión que viene de una sensibilidad extrema que a algunos nos hace sufrir más todos los reveses de la vida, pero que también nos capacita para ver mucho más profundo donde la mayoría solo ve la capa superficial. ¡Buf! Igual se me ha ido la pinza un poco y lo he interpretado demasiado bajo mi propio prisma. En todo caso, para eso están las diferencias personales, creo yo, por eso cada lector o espectador sacará unas conclusiones e interpretaciones únicas y diferentes que dan valor en sí mismo a la unicidad de cada persona. Esto tan enrevesado es importante recordarlo con frecuencia, pues siempre ha existido, existe y existirá un afán uniformador de las clases gobernantes, especialmente aplicable al pensamiento, pero que suele tener manifestaciones externas (ropa, peinado, ¡mascarillas!...).
 El argumento es, en mi opinión, imaginativo e interesante, pero el resto de los componentes de la película no se quedan atrás. El reparto, ya lo dije, es excelente, sobre todo por actorazos de la talla de Ian Mckellen, que se basta para llenar la pantalla con su voz de barítono, su rostro avejentado y dulce, sus gestos de filósofo gentil... Otro que no le va a la zaga es William Hurt, aunque su papel aquí es muy secundario, al igual que Nick Nolte o Jessica Lange.
 Mención aparte requiere la banda sonora firmada por Philip Glass. ¡Otra maravilla! Las sencillas (minimalísticas) melodías de Glass engarzan con las imágenes de una forma que pocos compositores consiguen. Según yo la veo, la película tiene un halo nostálgico y melancólico, y la banda sonora, que esta vez es menos rítmica de lo que Glass suele ser, acompaña de forma suave, apasionada o triunfal cada una de las etapas de la cinta.
Imagen tomada del sitio reelfilm.com
 También la fotografía ahonda en ese ambiente nostálgico del anciano que recuerda su niñez, con unas localizaciones en los suburbios de Vancouver en plena época otoñal, con los árboles de hoja caduca en plena explosión de rojos, naranjas y amarillos.
 En definitiva: una hermosa película para ver con los ojos del corazón de todos aquellos que tenemos la inmensa fortuna de disfrutar de una sensibilidad privilegiada. Resto de la humanidad, absténgase.

viernes, 9 de octubre de 2020

Joseph Roth, periodista. Malos tiempos para la lírica.

                                              

Joseph Roth. Imagen tomada de Wikimedia Commons
 Joseph Roth es un escritor dotadísimo para el ensayo periodístico, ya lo dije. Sin embargo, leyendo los artículos compilados en Primavera de café se observa un estado anímico del autor que, probablemente, no sea bien comprendido por el lector. Me explico: 1919, año en que fueron escritos, fue un terrible año para Austria en conjunto y Viena en particular; la derrota en la Gran Guerra supuso el fin del imperio y el despertar a la terrible realidad: destrucción física del país, parálisis económica, desempleo generalizado, grandes bolsas de pobreza, usura y estraperlo... el desastre, vamos. Roth lo refleja fielmente en sus artículos, pero de forma aséptica, sin compadecerse, sin mostrar empatía, lo hace de forma brillante pero sin sentimiento. Hoy, 2020, aun comprendiendo la situación socioeconómica y política de aquel país, se pueden leer los artículos disfrutando de la genialidad del autor, de su capacidad de crear metáforas, símiles (como, por ejemplo, cuando compara las pompas de jabón que ha visto hacer a unos niños en la calle con las mentiras propagandísticas de los políticos para insuflar patriotismo en los maltrechos corazones de los combatientes), podemos leer todos esos recursos literarios, digo, y valorarlos de forma abstracta, en sí mismos. Pero es comprensible que para el lector austriaco del Der Neue Tag (periódico en el que fueran publicados) en 1919, esos alardes literarios fueran malentendidos, llegando a ser considerados, incluso,  como una burla, sorna inaceptable sobre los millares de muertos y lisiados o sobre los destruidos económicamente por los desastres de la guerra. Así, es comprensible que Roth sea mucho más leído, comprendido y admirado por los lectores del siglo XXI (ya pasado, por no decir olvidado, los fracasos y desastres de aquella guerra) que por sus coetáneos.
 Pocas frases más tradicionales y usadas como aquella que reza: "nadie es profeta en su tierra", pero, tal vez, en el caso de Joseph Roth habría que añadir: "nadie es profeta en su tiempo".

miércoles, 7 de octubre de 2020

"Names for my Novel", by Grant Snider (incidentalcomics.com).

Image from www.incidentalcomics.com
Image from www.incidentalcomics.com

"Primavera de café. Un libro de lecturas vienesas". Joseph Roth.

  Conjunto de artículos periodísticos publicados principalmente en Der Neue Tag de Viena entre 1919 y 1923, es decir, entre los veinticinco y veintinueve años de edad. Son artículos de sociedad, en el sentido de que versan sobre el comportamiento y los avatares que sufrían los vieneses de aquellos años tan aciagos, no es que traten sobre la alta sociedad. Lo de la edad de Roth lo digo para dejar claro lo joven que era y, sin embargo, la extraordinaria madurez literaria de la que hace gala. ¿Los temas? Retratos de bares y cafeterías y la fauna que allí mora. Uno se imagina al joven Joseph Roth, con su escaso cuerpecillo, sentando a una mesa en un rincón, anotando en una libreta sus pensamientos, juzgando con sus ojillos de roedor a todos los parroquianos. ¿Y las formas? Las formas son lo mejor; Roth es un verdadero cirujano de la lengua, un artista capaz de usar todas las figuras literarias para dar brillantez a su prosa sin caer en pedantería alguna; diríase que es prosa poética si no fuera porque no es aplicable (al menos en puridad) al ensayo y la prosa periodística, en todo caso, es tan excelsa que deja al nivel del betún (por no decir mejor, al nivel del excremento de perro que pisa el zapato embetunado) a los actuales periodistas, capaces de las mayores afrentas posibles a la lengua escrita.
 Las descripciones de Roth son tan detalladas que dan perfecta imagen de la Viena de aquellos años, una ciudad enorme para un país que, tras la Guerra del 14, se había quedado en nada, en un país macrocefálico repleto de muertos, lisiados, pobres, estraperlistas y mendigos y que, sin embargo, trataba de mantener la elegancia y glamur de sus mejores tiempos. No obstante, los artículos no son lacrimosos en absoluto, ni siquiera compasivos, Roth aplica una mirada de entomólogo que pincha sus mariposas en un corcho, perfectamente conocedor del insecto, pero a la vez inmisericorde.
 Los artículos están compilados y prologados por Helmut Peschina, un escritor y editor austriaco especializado en la obra de Joseph Roth, de los cuales Acantilado ha publicado varios tomos. Es francamente interesante el gusto que tiene toda Europa por la obra de Roth, tanto por el mero placer literario como por la interesantísima reflexión sobre la guerra, la sociedad pervertida que ésta genera y la desesperanza general de la población. En todo caso, su reflexión no debió ser muy escuchada si apenas veinte años más tarde volvían a matarse con toda ilusión y dedicación.
 Lo que sí puede leerse entre líneas es una tendencia del carácter del escritor al desánimo, cuando no a la depresión mayor. Esto le llevaría a una muerte temprana a sus cuarenta y cinco años, sumergido hasta el moño en alcohol, una verdadera pena, que un tío con tanto talento tuviera tan pocos años para producir textos de esta calidad.
 Otra reflexión que me sugieren los artículos y sobre todo el prologo de Peschina es lo terriblemente precaria que fue la vida de Roth, precaria en lo económico y laboral que, probablemente, era reflejo de la inestabilidad psicológica que padeció toda su vida. Esto es un drama en sí mismo y refleja la realidad literaria para cientos de miles de escritores de toda época, que vivieron prácticamente en la indigencia mientras que editores, críticos e incluso libreros vivieron y viven de su talento. ¡Triste!