En los últimos veinte años habré comprado decenas de libros de la editorial Valdemar, y, especialmente, me gusta su colección "El Club Diógenes", por su pequeño formato (que se traduce en un precio contenido, algo necesario para mí), cómodo para llevar y traer, y también porque han recogido un montón de compilaciones en función del argumento de los relatos contenidos. Así, por ejemplo, de El Club Diógenes de Valdemar tengo: Quién anda ahí... Los mejores relatos de fantasmas (dedicado, obviamente, a relatos de apariciones fantasmagóricas), Bienvenidos al Sabbath (con relatos basados en apariciones demoníacas y aquelarres), El gabinete de los delirios (relatos sobre sabios locos), Vampiros... y más que vampiros (no creo que haga falta decir de qué van esos relatos), La maldición de la momia (relatos ambientados en el Antiguo Egipto), Mares tenebrosos (antología de cuentos de terror en el mar), La sombra del asesino (relatos de crímenes y misterio), Con la risa en los huesos (relatos de humor) o La muerte, una antología (relatos a vueltas con la "muerte metafísica"). Vamos, que la editorial Valdemar ha sacado estas antologías basándose en las distintas tramas argumentales de relatos de terror, algo que yo he agradecido de la única forma que un lector puede hacerlo: comprando esos libros. Ahora, sin embargo El Club Diógenes saca un pequeño volumen de relatos de terror que no tienen en común más que el hecho de haber sido escrito por personas cuya dotación genética es XX... ¿habrá acertado la editorial?
Pues hombre, depende... Depende porque, en principio, una editorial está para sacar libros vendibles, cuanto más, mejor; esto lleva a tener que plegarse a los cambios en los hábitos de los lectores y en la sociedad en general, cambios duraderos o modas pasajeras, pero vamos, que es mala cosa la intransigencia para vender libros. Con este principio tan prosaico, toda editorial se ha de acabar pareciendo a la sociedad para la que trabaja; a una sociedad superficial, una editorial superficial; "adaptarse o morir". Porque, en mi humilde opinión, considero que los relatos no se escriben con los testículos o los ovarios, y que los miedos que pueblan los relatos de terror no tienen absolutamente nada que ver con el sexo (ahora, género) del escritor o del lector. Retaría a cualquiera a que leyera cualquier relato de terror y, sin conocer el nombre del autor, se atreviera a decir si éste es hombre o mujer. Pero... las modas mandan y... ya digo: la editorial tiene que vender libros sí o sí. Para que entiendan que esto es una moda les recomendaría a los señores de la Editorial Valdemar que prueben a compilar relatos de terror en función de que los autores compartieran otra particularidad tan irrelevante como el sexo, ahí les mando unos títulos (modo jocoso, claro) por si necesitan inspiración: Terror por la izquierda. Antología de relatos de horror escritos por zurdos, o bien, Miedo en colorado. Relatos de terror escritos por pelirrojos, así como, Horror con peluca, Compilación de relatos de terror escritos por calvos. Ridículo, ¿verdad? Pues eso...
Pero, claro, un servidor, voraz lector de narrativa de terror, compró el pequeño volumen e ignorando las infumables introducciones del compilador, lo leyó.
Al margen del sexismo del título, el tomo está mal titulado, debería llamarse algo así como Historias de fantasmas o relatos fantasmagóricos, así como hacer referencia a la época en que fueron escritos (de nuevo, un aspecto muchísimo más importante que el sexo de las autoras); en este sentido, todas las autoras son anglosajonas y de finales del siglo XIX, lo que los ingleses llaman "época victoriana". Esto ya por sí solo habla de la calidad de los relatos de terror, que tuvieron su época dorada en aquel siglo y fueron escritos por autores ingleses, a uno y otro lado del Atlántico.
De los relatos contenidos, El empapelado amarillo, de Charlotte Perkins Gilman, es un excelente relato de una obsesión que acaba en enfermedad mental, narrado en primera persona, lo que hace que el lector sienta el descenso a los infiernos de la autora. Otra pequeña joya es La joven invisible, de Mary Shelley, no tiene la calidad de Frankenstein o el moderno Prometeo, pero contiene todos los elementos de éste (ambientado en una torre semiderruida, tormenta amenazante, amores trágicos...) que lo convierten en un clásico cuento del Romanticismo literario. Otro relato interesante, aunque más humorístico que terrorífico es el de la inmortal Charlotte Brönte, Napoleón y el espectro, que no es sino una burla del pequeño gran general. Con todo, el texto que más me ha gustado es el de Clemence Housman, La mujer-lobo, más una novela breve que un relato, con un argumento extraordinariamente bien pergeñado y unos personajes redondos y arrebatadores.