Recordaba haber leído en mis ya lejanísimos años colegiales El sombrero de tres picos de Pedro Antonio de Alarcón. No me gustó entonces, la verdad, demasiado alejado, supongo, de la vida diaria de aquel chico de quince años que era un servidor entonces; aquel relato realista del molinero engañado, que, en realidad, no lo había sido fue un tema recurrente en la literatura española desde bien antiguo. Alarcón le daba la forma que estaba a la moda en las postrimerías del siglo XIX y lo elevó de conocida tradición oral a memorable prosa. Porque Pedro Antonio de Alarcón fue un "tipo todoterreno": escritor, político, periodista, diplomático... tocó tantos palos de ocupaciones humanas que llegó a tener una influencia suficiente como para promocionar instantáneamente todo lo que escribiera; eso sí, calidad literaria no le faltó, eh, que quede claro.
Lo que sí que ha faltado es sensatez a la hora de titular la colección de relatos publicada por Cátedra y seleccionada nada menos que por la erudita Laura de los Ríos, profesora de la Universidad de Columbia, casada con un hermano de García Lorca, y gran experta en literatura española del siglo XX. Con ese currículum parece necedad decir que no está bien elegido el título del libro, pero lo mantengo. Por supuesto, la filóloga desgrana un abundante rosario de perlas sobre el autor y sus relatos, algo que ayuda a poner en contexto el libro que se está leyendo, pero sigo afirmando que los de Cátedra se equivocaron al titularlo. Ahora lo explico.
El volumen es titulado: La Comendadora, El clavo y otros cuentos; bien, aclaro, el primer relato es, con mucho, el peor, insulso y olvidable, en cambio no se citan otros relatos contenidos en el libro que son verdaderas obras maestras.
La Comendadora está muy bien escrito desde un punto de vista formal: prosa florida, reposada y muy adjetivada, propio del autor. Desde el punto de vista argumental y temático es irrelevante. No tiene casi desarrollo ni giros argumentales. Se supone que es humorístico, pero claro, humorístico al estilo del siglo XIX; vamos, que no hace gracia ninguna. Narra la estratagema de un niño de corta edad para que su tía (religiosa de la orden de Santiago) se desnude delante de él.
El clavo no tiene nada que ver con lo anterior, ni por los temas que trata ni por la calidad que tiene, ésta sí que es importante. Pasa por ser un relato amatorio, pero, en realidad, se considera uno de los primeros relatos policíacos o detectivescos escritos en español. Es, sin embargo, muy hispánico, como cabría decir que Sherlock Holmes es muy británico. Pedro Antonio de Alarcón crea a un detective que, sin embargo, es un juez, Joaquín Zarco, y le hace descubrir en un cementerio en el que se han removido restos mortales la calavera de un fallecido reciente, atravesada ésta por un gran clavo. Las pesquisas comienzan con un breve interrogatorio al sepulturero, que consigue saber que esa calavera es de un difunto cuyo féretro lleva las siglas A.G.R. y que falleció en 1843. Luego, buscando en la partida de defunciones de ese año, consigue saber quién era, el nombre de la viuda y... a investigar... Decía que es muy hispánico este relato por el ambiente del cementerio, el sepulturero, la partida de defunción y demás, además, claro, de estar ambientado en la Andalucía natal del autor. El final es muy imaginativo, pues resulta que la misma que asesinó con el clavo a su marido es la amante del juez, y éste, sin quererlo, había sido el inductor del crimen.
El extranjero es un relato que no aparece ya en el título de este volumen, y desde luego lo merece más que el primero. Es un corto relato que podría calificarse como "gótico" de haberse escrito en esa misma época y en un país anglosajón. Narra un cruento episodio de la Guerra de la Independencia, pero criticando al bando español (autocrítica que, a mi entender, honra a Alarcón, pues antepone sus principios humanitarios a los patrióticos). Un prisionero polaco de las tropas napoleónicas, gravemente enfermo es capturado, robado, torturado y asesinado por soldados españoles. Tiempo después, uno de estos soldados acaba en la Grande Armée, ese irregular ejército napoleónico formado parcialmente por cautivos de otras regiones europeas que fue enviado a combatir a Rusia. Ese soldado español llevaba medallas robadas al polaco en la guerra de España, y quiso el destino que acabara él mismo en tierras polacas, teniendo que ser cuidado por las mismas hijas del polaco asesinado. Éstas, al descubrir en el cuello del español el medallón con la imagen de su propia madre, comprenden lo sucedido y dan muerte cruel al español. Relato muy imaginativo y bien pergeñado.
La mujer alta sería otra novela gótica. Narra la aparición de una figura estrambótica y extraña (la mujer alta) que anuncia la muerte de alguien cercano y querido. Relato breve pero efectivo.
El amigo de la muerte es, probablemente, el mejor relato del libro, con lo que no se explica que no se recoja en el título. Un humilde y enamorado zapatero remendón se hace amigo de la muerte (figura que es tratada en el sentido clásico, en el sentido en el que todos la tenemos en mente) y ésta le concede, cual genio embotellado, todo tipo de deseos: riqueza, fama y, sobre todo, el amor de Elena, la hija de un conde. Tras una narración original aunque un tanto previsible, hay un giro argumental que la eleva: resulta que no había tal amistad entre la muerte y el zapatero, sino que éste había muerto y soñaba esa amistad. Además incluye este relato algunos fragmentos de, digamos, "filosofía pedestre" que enternece al más insensible. Para ilustrarlo, copio un fragmento en que la muerte habla al zapatero de esta forma:
...Habrás comprendido, en fin, que todo lo que hacen los hombres es un juego de niños para pasar el tiempo; que sus miserias y sus grandezas son relativas; que su civilización, su organización social, sus más serios intereses, carecen de sentido común; que las modas, las costumbres, las jerarquías, son humo, polvo, vanidad de vanidades... Mas ¿qué digo vanidad? ¡Menos aún! ¡Son los juguetes con que entretenéis el ocio de la vida; los delirios de un calenturiento; las alucinaciones de un loco! Niños, ancianos, nobles, plebeyos, sabios, ignorantes, hermosos, contrahechos, reyes, esclavos, ricos, mendigos..., todos son iguales para mí: todos son puñados de polvo que deshace mi aliento. ¡Y aún clamarás por la vida! ¡Y aún me dirás que deseas permanecer en el mundo! ¡Y aún amarás esa transitoria apariencia!