Una película verdaderamente especial, interesante pero un poco perturbadora por su verosimilitud... El tema es sencillo: las relaciones amorosas en un futuro no muy lejano en el que lo virtual sustituye plenamente a lo real; es, por tanto, una película futurista, pero centrada en los sentimientos.
Theodore Twombly (Joaquín Phoenix, dudo si poner la tilde sobre la i) es un "escritor" dedicado a la confección de cartas para otros, una suerte de Cyrano de Bergerac moderno que, gracias a su extremada sensibilidad, es capaz de escribir en primera persona como si fuera la esposa que extraña al marido, la abuela que premia al nieto o el hijo que añora a la madre fallecida, un verdadero todoterreno sentimental. Sin embargo, paradojas de la vida, su propia vida sentimental está vacía tras una cercana separación. En estas circunstancias, Theodore recibe un sistema operativo para su ordenador, mucho más interactivo que los que conocemos, ya que todos los comandos son por voz, voz que por supuesto se puede elegir. Pero el sistema operativo es verdaderamente eficaz, ya que se puede decir que tiene vida por sí mismo (misma, es Samantha) e incluso piensa y tiene su propia personalidad. El bueno de Phoenix se acaba enamorando de su propio sistema operativo, pasando por todas las fases por las que una pareja real acaba pasando.
Podría haber sido rara, jocosa por no decir descaradamente friki (por cierto ese vocablo, tal cual lo he escrito ha sido incorporado a la vigésima tercera edición del diccionario de la RAE), pero no lo es. Es una reflexión sobre los sentimientos que a todo ser humano competen; sobre la difícil conjunción de los mismos con los de la pareja; sobre la perversa rutina que todo lo agosta; el dolor de la separación e incluso sobre los destructivos celos... sí, todo con un sistema operativo. Ya digo que hoy no resulta tan inverosímil, póngase como terrible ejemplo los llamados "hikikomoris" japoneses, esos jóvenes que se aíslan totalmente de su sociedad enganchándose al famoso mundo virtual.