Hawthorne es un autor inmortal (especialmente en el países anglosajones, cuya lectura es obligatoria en Bachillerato) por La letra escarlata. Las razones son tanto literarias como históricas: literarias por la excelsa calidad del escritor de Massachusetts, no tantas veces alcanzada en aquel, entonces, joven país; y también históricas por recoger uno de los hechos más luctuosos de los tiempos modernos, la caza de brujas. Es necesario recordar que la Independencia de los Estados Unidos se declaró en 1776, si bien, la guerra posterior finalizó en 1783, apenas veinte años antes del nacimiento del buen Nathaniel. Este rollo histórico viene a cuento de la necesidad de todo país recién nacido de fomentar la creación de un acervo cultural propio que le otorgue carta de ciudadanía en el mundo, ya liberado del paternalismo de la metrópoli. Por ello, Nathaniel Hawthorne, junto con Edgar Allan Poe, Herman Melville o Mark Twain son las cuatro "patas fundacionales" de la literatura estadounidense. Tras ellos y Henry James (al que aparto, pues él mismo, aun siendo americano se sintió siempre más británico) todo ha sido ir a menos. Si alguien quiere leer lo más granado, lo más excelso de lo escrito en Estados Unidos puede limitarse a esos cuatro o cinco autores, si acaso se podría incluir a John Steinbeck y a Hemingway, pero lo demás (incluido lo contemporáneo) no es relevante en el ámbito mundial. Todo ello, claro, si consideramos sólo a los autores en inglés, en caso contrario tendríamos que incluir, por ejemplo, a Isaac Bashevis Singer (estadounidense desde 1943), pero que siempre escribió en yidis. Así que no es de extrañar que Hawthorne sea de estudio obligado en la enseñanza media de aquel país y otros de habla inglesa.
Bien, Hawthorne es uno de los grandes pilares literarios de ese gran país al otro lado del Atlántico, y aunque La letra escarlata es su obra emblemática, fue considerado mejor cuentista y autor de relatos que novelista. Sin duda es un maestro en la creaciones de ambientes desasosegantes, preñados de sombras ominosas, prejuicios fanáticos y violencias ancestrales, y esas características condensan en relatos de terror tan excelentes como los de su contemporáneo Edgar Allan Poe, mientras que en novelas de mayor extensión suelen diluirse. Los estudiosos citan siempre a Hawthorne para explicar dos etiquetas que usan a la hora de hablar de la literatura de la primera mitad del XIX: "Romanticismo oscuro" y "Ficción gótica". Bueno, no son nada más que eso, etiquetas, pero sí pueden definir bastante claramente esos relatos. Si el Romanticismo a secas constituyó una reacción frente al Neoclasicismo, buscando una mayor de los sentimientos frente a la razón, el "oscuro" ahonda en los sentimientos más repulsivos y peligrosos del ser humano, el fanatismo y el pánico colectivo característicos de La letra escarlata son ejemplos típicos. Lo de la Ficción gótica no deja de ser algo semejante, obviamente es ficción, pero lo de "gótico" hace referencia al origen centroeuropeo (alemán y nórdico) de esta narrativa, que gustaba de lugares lóbregos, personajes anómalos y actitudes siniestras. En fin, lo que viene siendo narrativa de terror. Lo que ocurre es que en aquella época no se hablaba todavía de terror, sino que se abundaba en un gusto por lo desconocido y tenebroso.
Cuentos contados dos veces ("Twice-Told Tales" en lengua inglesa) fueron publicados entre 1837 y 1842 en revistas literarias y de entretenimiento, y luego recopiladas en un volumen, de ahí el título. Los treinta y seis relatos contenidos difieren poco en calidad, todos muestran una calidad en la descripción de lugares y personajes difícil de alcanzar. Tanto es así, que alguno de ellos parece un ejercicio autoimpuesto para describir algo aparentemente anodino, algo así como un examen de redacción y composición. Eso sí, ejecutado por un maestro, claro. Los temas entran de lleno en eso que antes denominaba como "Romanticismo oscuro", aunque los argumentos son muchos más triviales y cotidianos. Un ejemplo claro es Un chorro de la bomba de la ciudad, en la que la humilde bomba de agua de una fuente pública describe minuciosamente a sus "clientes". Alguno me ha gustado especialmente, como Los retratos proféticos, que es posible que influyera a Oscar Wilde para su El retrato de Dorian Grey, en el que los retratos de una pareja de amantes van cambiando con el tiempo en función de sus estados anímicos. En fin, son relatos escritos con un ritmo lento, reposado, plenos de oraciones subordinadas y alta adjetivación, que obligan a una lectura tranquila y profunda que aísla por completo al lector de su entorno.