Obra inmortal, gran pieza de la literatura universal, en buena medida por recoger y poner en negro sobre blanco el mito de la tentación del demonio, en parte por la enorme influencia que tuvo sobre otros escritores, pintores, grabadores, ilustradores y demás artistas durante los decenios posteriores a su publicación. Hoy, en un dorado olvido, como tantas obras clásicas.
Goethe fue, probablemente, uno de los últimos polímatas de todos los tiempos: poeta, dramaturgo, narrador, geólogo, químico, jurisconsulto, incluso de medicina tenía amplios conocimientos. Sin duda fue un hombre con ansias de saber, sin complejos para iniciarse en conocimientos ignotos y sin pedantería para expresarlos. Pero no cabe duda que el peso que se le ha dado posteriormente, asimilado a Cervantes en español, Shakespeare en inglés, Molière en francés, Camoens en portugués o Dante en italiano (de hecho, las semejanzas temáticas con La Divina Comedia son evidentes), como el referente en literatura clásica de la lengua alemana lo ha elevado al parnaso nacional germánico a perpetuidad. A decir verdad todos esos egregios apellidos tienen en común el haber creado (o ayudar a crear, cuando han tomado leyendas populares preexistentes) arquetipos humanos que sirven para explicar al ser humano. Todos ellos fueron grandes conocedores de la miseria del homo sapiens, de sus alegrías y tristezas, de sus grandezas y pequeñeces, de sus virtudes y defectos... Goethe es, en efecto, otro de los grandes, sin los cuales no se podría entender plenamente la cultura occidental.
Y de todas las obras de Goethe, claro, Fausto es la más conocida, la más amplia y la que le otorga la categoría de gran literato. Los temas de Fausto son la eterna insatisfacción del ser humano, que proviene tal vez de creer falsamente en su propia omnipotencia; la ansiedad existencial que provoca la certeza de su mortalidad y la consecuente búsqueda de la inmortalidad; la lucha entre la vida intelectual y la sensual; y la tendencia morbosa al mal. Por todo ello decía antes que son arquetipos, porque Fausto no es solamente un sabio alemán del siglo XVIII, en verdad es cualquier hombre que se plantea las grandes cuestiones que superan la rutina cotidiana. Yo he sido Fausto decenas de veces, no se me ha aparecido Mefistófeles, pero me las he arreglado para hacer yo mismo de contraparte demoníaca en lo referente a las preguntas sobre si merece la pena el conocimiento humano, si genera placer, si el placer está sólo en lo carnal y lo social...
En fin, Fausto está escrito casi en su totalidad en verso rimado, aunque esto se rompe para permitir la correcta traducción que, sin duda, es mucho más importante que la forma. Parece ser que Goethe reescribió y modificó numerosas veces el texto original a lo largo de casi sesenta años, lo cual explicaría su presentación en dos partes y su, en muchos momentos, aspecto deslavazado y caótico.
El argumento presenta a un anciano erudito alemán, Fausto, insatisfecho con su enorme caudal de conocimientos, sorprendido incluso, diría, de que todos los conocimientos adquiridos a lo largo de su vida no le hayan provisto de felicidad. Al mismo tiempo, en el Cielo, Mefistófeles hace un pacto con Dios para poner a prueba el corazón de un favorito divino (el propio Fausto) con los placeres de la carne. Mefistófeles se aparece a Fausto, transmuta a éste de un anciano en un apuesto joven, y lo lleva a su encuentro con el mundo. Mefistófeles provoca el encontronazo y posterior enamoramiento de una bella aldeana, Margarita (Grechten en el original) que será seducida por el rejuvenecido Fausto. Juntos descubrirán el amor en todas sus manifestaciones. Pero el amor, sobre todo tan apasionado y visceral, tiene un lado negativo, al menos en el plano social. Cuando Margarita es seducida por Fausto, Mefistófeles (no puede evitarlo, el pobre, que por algo es el diablo) enreda dando un somnífero a Margarita para que su madre, guardiana de su virtud, quede fuera de combate, pero, a la vez, informando al hermano de que su hasta entonces casta hermana está siendo desflorada. El vengativo hermano de Margarita se presenta en su alcoba, descubriendo a los amantes en plena tarea reproductiva; a espadazo limpio dirimen sus diferencias hasta que Fausto acaba matando a Valentín, nombre del aguerrido mozo. No acaban ahí las desgracias, el somnífero que Margarita ha administrado a su madre estaba sobredosificado, con lo que ésta muere en lugar de quedar simplemente dormida. Tiempo después (o, al menos, aquí hay una incongruencia temporal), Margarita, que ha quedado embarazada por Fausto, huye de la localidad; da a luz entre matojos y, avergonzada por las desgracias que la acaecen, asfixia a su bebé. La Justicia local detiene a Margarita por asesina, indecente y Dios sabe qué más y la condena a muerte. Fausto, por mediación siempre de Mefistófeles, consigue entrar en su celda para intentar liberarla, pero no consigue evitar su muerte.
En fin, una obra clásica. Obviamente, no he leído El Quijote en ninguna otra lengua, no soy gilipollas tan raro, pero entiendo que al traducir Fausto del alemán se rompe, además de la métrica, muchas expresiones que tendrían la belleza propia de la poesía. Digo lo de El Quijote porque al ser la obra de Cervantes escrita en prosa, la traducción no es tan dañina como cuando es en verso (hay quien dice, de hecho, que la traducción de la poesía no es posible, que lo descabala todo tanto que ha de tratar de leerse siempre la poesía en su lengua original). En todo caso, Fausto también tiene muchas frases sentenciosas que lo dejan a uno patitieso. La que más me ha gustado, una reflexión de Fausto, claro: "vivir es un piélago de errores".