Vuelta al teatro patrio, a la comedia, a uno de los autores más conocidos, talentosos y controvertidos de su época, Enrique Jardiel Poncela. Un maestro del llamado "teatro del absurdo", aunque sus obras siempre incluían personajes que, quizá para que el gran público lo entendiera mejor, hacían un humor más clásico, basado en polisemia u homonomia y que provocaban la carcajada general. Con todo, el humor de Jardiel tenía un poso de rebeldía, no era "para todo el mundo", contenía grandes dosis de amargura y aun de misantropía. Quizá el carácter del autor, dado a un cierto alejamiento de la sociedad, hartazgo por la crítica, pero también por el público, además de por ciertas profesiones (médicos sobre todo) lo llevó a tener esta acidez contra la sociedad que disgustó a muchos, pero que hace que sus obras sean más interesante, menos ñoñas que otras comedias españolas del siglo XX.
Cuatro corazones con freno y marcha atrás tiene como temas principales la inmortalidad, el dinero y el amor. Temas sobre los que se enrolla el argumento de forma fantasiosa e ingeniosa, algo que los españolitos de principio del siglo XX cataron muy de cuando en cuando. Ésa es precisamente otra de las características del teatro de Jardiel: la huida de todo realismo, la búsqueda de la evasión a través del humor.
Esta obra está estructurada en tres actos, con diferente localización geográfica y, principalmente, temporal. En el acto primero, se presenta en una casa madrileña de 1860 a dos parejas: Ricardo y Valentina, jóvenes de veintimuchos años, que están para casarse, a la espera de que él reciba la herencia de un tío; y Hortensia y el doctor Bremón, gentes en sus cuarenta años, esperando que pasen los años necesarios (treinta) para que ella se pueda casar, pues su marido desapareció en el mar y será dado por muerto (y ella, por viuda, claro) cuando pasen treinta años. En el caso de los primeros, todo se tuerce cuando el tío estira la pata y, en su testamento, nombra heredero universal de su fortuna a Ricardo pero para poder hacer uso de ella sólo cuando pasen sesenta años. La solución la tiene el doctor Bremón, prototipo de sabio loco, que ha creado una pócima que provoca la inmortalidad. Cuando los cuatro van a tomar esas sales, otro personaje, el cartero Emiliano (que, por cierto, es el personaje al que antes aludía, que genera un humor clásico, no absurdo) les chantajea con airear públicamente su descubrimiento, con lo que, finalmente, los cinco toman la poción.
El acto segundo tiene lugar en una isla desierta del Pacífico y en 1920. Los cinco están, físicamente, igual que sesenta años antes. Han conseguido el sueño de la humanidad: la inmortalidad. Pero sólo Emiliano parece disfrutar de tan sorprendente condición. Los otros cuatro se sienten desgraciados, viviendo sin sentido ni finalidad, asistiendo asombrados al envejecimiento de sus hijos y nietos sin que pase un solo día por ellos. Para más inri, la isla del Pacífico no está totalmente deshabitada, sino que vive un náufrago con pinta de estar enajenado, pero lo cierto es que acaban por descubrir que se trata de Heliodoro, el marido de Hortensia que desapareció decenios atrás en el mar. De nuevo el doctor Bremón tiene la solución: ha desarrollado un compuesto que rejuvenece al mismo tiempo que se envejece naturalmente, así, cada año que pase tendrán un año menos y acabarán por morir al momento de nacer. Esta vez sólo lo tomarán los cuatro que están emparejados: Ricardo, Valentina, Hortensia y Bremón; Emiliano quiere seguir con su inmortalidad.
En el último acto se vuelve a Madrid, en la actualidad de entonces, 1935. Los quince años que han pasado desde el acto anterior supone, claro está, que los cuatro son quince años más jóvenes, de manera que Bremón y Hortensia están en sus treinta y tantos, mientras que Ricardo y Valentina son unos adolescentes. El humorístico conflicto se establece ahora entre estos últimos y sus hijos, ya sesentones, que asisten anonadados al comportamiento rebelde y jaranero de unos padres que son más jóvenes que su propia hija. El fin de fiesta lo pone el embarazo de Valentina, que acabará así por tener un hijo sesenta años más jóvenes que los hijos anteriores.
Los ladrones somos gente honrada es más una comedia clásica que absurda, basada en una obra policíaca (de hecho, Sherlock Holmes y algún que otro autor folletinesco son nombrados en la obra). El tema principal es la corrupción del alma humana, que afecta a todos sin excepción. Así, por comparación, los ladrones de baja estofa, los simples chorizos son más honrados que los "señores", que buscan el enriquecimiento ilícito a toda costa, pero eso sí, aparentando honestidad y alta dignidad. Está dividida en un prólogo y dos actos, separando éstos de aquél tan solo seis meses. En el prólogo, ambientado en una casa de veraneo de San Sebastián, unos ladrones tratan de desvalijar a una acomodada familia. Ocupan todos los estamentos del disfraz: desde Daniel que, vestido de etiqueta, es un invitado más a la fiesta; el "pelirrojo" que es un sirviente de la casa; y el "tío" y "Castelar" que son los simples ladrones que habrán de atacar materialmente la caja fuerte. El jefe de la banda, Daniel, aborta la misión cuando queda deslumbrado por la hija de la familia, Herminia, que es una joven de dieciocho años, pero que miente con una verosimilitud y soltura propia de una mujer adulta. El primer acto tiene lugar seis meses después en la residencia madrileña de la misma familia, pero ya todo ha cambiado: Daniel y Herminia van a casarse esa misma noche. Sin embargo, algunas cosas perduran: "el pelirrojo" está como mayordomo en la casa, y los otros dos chorizos intentan afanar algo de la mansión. Este acto es el de embrollo, en el que nada se tiene en claro, salvo que parece que todos quisieran robar la caja fuerte, especialmente Germana, la mujer del propietario, la madre de Herminia, que conchabada con un sirviente pretende matar a su esposo. El marido, por otro lado también parece tener propósitos deshonestos contra la propiedad común de la familia. En el tercer acto, el desenlace explica como todos, efectivamente, albergaban intenciones aviesas contra el resto, y como los más honrados, por ingenuos son los "ladrones oficiales".
Dos pequeñas comedias con bastante enjundia, divertidas e ingeniosas. Comedias que le permiten a uno reírse de todo y de todos (incluso de uno mismo) y sobrellevar el tedio de vivir.
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