Quien considere la vida profesional de un escritor de forma lineal, escribiendo novela tras novela, finalizando una antes de empezar otra, se equivoca. Un escritor pergeña mil historias a la vez, las pone en negro sobre blanco, algunas las abandona, otras las continúa, otras las retoma y termina, otras las retoma y las vuelve a abandonar... Vamos que es un puro caos creativo. Muchos autores, por puro pudor, destruyen obras iniciadas en su juventud que desmerecen la calidad que alcanzaron en su madurez, pero no todos. Parece que el bueno de Thomas Mann, Premio Nobel de literatura de 1929, no se deshizo de una obra juvenil de tintes irónicos, ya que se trataba de una parodia de la autobiografía de Goethe, que en lengua española ha sido traducida erróneamente como Confesiones del estafador Félix Krull. Quizá hubiera hecho mejor en desechar este esbozo de novela que, finalmente, quedó inconclusa. Tampoco se puede infravalorar las presiones editoriales que sufriera el alemán para publicar lo que escribiera aunque fuera en papel higiénico, toda vez que habiendo sido premiado con el Nobel y con el Goethe en 1949, cualquier escritor se convierte en una perita en dulce para el negocio editorial.
Decía que el título había sido erróneamente traducido a Confesiones del estafador Félix Krull y es que, a pesar de mis escasísimas nociones de alemán, me atrevo a afirmar que el título original, "Bekenntnisse des Hochstaplers Felix Krüll" debiera haberse traducido por "Confesiones del impostor Félix Krull", toda vez que el personaje no es un estafador (no obtiene dinero de nadie mediante engaño) sino un impostor (finge ser quien no es). Es, sin duda, un detalle menor, pero ¡ya podría corregirse!
En fin, la novela no es gran cosa. De Mann sólo he leído La montaña mágica y Muerte en Venecia. La primera me gustó muchísimo y la segunda, no tanto. En La montaña mágica, Mann alcanza unas cotas altísimas de narración, con una naturalidad excelente, algo que justifica sobradamente la concesión del Nobel, pero el nivel de calidad baja terriblemente con la novela que reseño. Aparentemente, pues, Mann comenzó Confesiones del estafador Félix Krull en su juventud (algo que se aprecia en una prosa demasiado ampulosa, pretenciosa e impostada que en nada tiene que ver con obras posteriores y que es atribuible, seguro, a la poca experiencia del autor) y la retomó ya en su madurez sin, parece ser, retocar mucho lo escrito con anterioridad. El resultado es mediocre, se nota demasiado que es una novela de juventud (dicho esto en sentido peyorativo, como poco avezado, poco experimentado), hasta el punto que se hace incómoda de leer. Por supuesto, la ironía también juega su papel, de modo que mucho de lo escrito hay que leerlo con sorna, como el hecho de que el protagonista tratara siempre de forma ridículamente respetuosa a otras personas (llamando, por ejemplo, "señor director" a un simple conserje o "chef" a un ayudante de camarero).
El argumento de la novela, grosso modo, es el siguiente: un joven alemán, Félix Krull, perteneciente a una clase social medio-baja pasa por todo tipo de estrecheces económicas cuando su padre muere. La familia se ve obligada a "buscarse la vida": la madre abre una pensión con ayuda de su hija, Félix será enviado a Frankfurt primero y a París después gracias a enchufes (pobres enchufes, en cualquier caso) de su padrino. En París entrará como ascensorista sin sueldo, pasando poco después a camarero gracias a su buen hacer y su corrección en el trato con los clientes. Tan buen trato da y tan atractivo es el chico, que varios clientes se enamoran de él, entre ellos una joven inglesa y un cincuentón escocés (aquí, tal vez, alguien puede ver la ambigüedad sexual que Mann da a sus personajes, algo muy marcado en Muerte en Venecia, y que algunos críticos consideraban aplicable al autor). En fin, el pobre Félix (quien, por cierto, ha sido rebautizado como Armand por el director del hotel) gusta mucho pero no acabará de cambiar de vida hasta que el joven marqués de Venosta se fija en él para un peculiar trato. El quid de la cuestión radica en que el marqués (podrido de dinero como buen hijo único de nobles luxemburgueses) está perdidamente enamorado de una corista parisina; sus padres, desaprobando esa relación, quieren forzarlo a separarse de ella haciéndole viajar por todo el mundo. Bien, la estratagema del marqués es que el camarero Félix viaje por todo el mundo en su lugar mientras él se queda en París con su amada. Claro, para Krull, el trato es un sueño: de ser un simple camarero explotado en un hotel pasará a ser un fingido marqués que viajará por todo el mundo, con todo pagado, conociendo gentes de lo más destacado socialmente hablando y viviendo, en definitiva, "la gran vida". Félix aceptará y se embarcará para Lisboa donde habrá de comenzar un viaje que lo llevará por casi todos los continentes.
La novela está formada por tres libros, acabando el último en un enamoramiento de Félix Krull, ahora un marqués impostado, de una joven lisboeta y sus aventuras en la capital lusa. Faltaría, según dicen los críticos, un cuarto libro ya proyectado por Thomas Mann, en el que saldría de Lisboa, se convertiría en ladrón y acabaría en la cárcel (tal vez de aquí provenga el "estafador" del título). En todo caso, ese cuarto libro no llegó a ver la luz y todo termina con la asistencia a una corrida de toros, dejando una sensación de insatisfacción en el lector que ve la obra sin rematar.
Pues eso, para rematar esta entrada mía: la novela es muy mediocre para las esperanzas que se pueden poner al leer a Thomas Mann. Se nota demasiado a las claras, como antes decía, que es una obra de juventud del autor; le falta mordiente y le sobra ampulosidad. Claramente, una obra menor.