viernes, 15 de febrero de 2013

Inciso cinematográfico: "El último", de Murnau

  Otro tesoro del cine mudo, de nuevo de la Alemania de Weimar. De uno de mis directores favoritos junto con Fritz Lang, otro Federico, Friedrich Wilhelm Murnau. Más conocido por obras inmortales como Nosferatu -en mi opinión, la mejor adaptación de la novela de Stoker- o por Fausto. En El último también saca a relucir toda su capacidad innovadora, técnicas que hoy son habituales fueron ideadas por Murnau.
  El argumento es, en definitiva, la cambiante vida, en la persona de un orgulloso portero de hotel, que es admirado y querido por sus vecinos, interpretado por Emil Jannings; de un día para otro, el portero es relegado a encargado de los lavabos, lo cual supone una humillación sin fin, justo, para más inri, el día de la boda de su hija. En cierta medida es una crítica a una sociedad que valora el éxito personal por encima de todo, y la medida del éxito con su apariencia, de hecho el personaje tiene en su aparatoso uniforme su mayor tesoro, llegando a robarlo cuando  vuelve a la boda de su hija.
   La película tiene todo tipo de técnicas que fueron verdadera revolución: cámara subjetiva -resulta tierno como se usa cuando el protagonista está borracho y la cámara desenfocada y temblorosa nos muestra su visión-; escenarios opresivos, grandes rascacielos que deshumanizan, barrios obreros con sinuosas callejas... en general características propias del expresionismo, que sería mucho más patente en Nosferatu.
 

jueves, 14 de febrero de 2013

Antonio Muñoz Molina

  No suelo leer narrativa contemporánea, me parece que hay más calidad en lo que ha perdurado del pasado, mientras que en lo coetáneo puede haber una simple a la vez que eficaz campaña de mercadotecnia. Sin embargo, algo escrito recientemente cae en mis manos de cuando en cuando; de los autores españoles -mejor en lengua española, la nacionalidad en estos casos tiene que ver más con la lengua materna que con un determinado territorio- el que me parece más capacitado y con el que coincido más en sus planteamientos es, sin duda, Antonio Muñoz Molina.
    Muñoz Molina tiene una talento para la descripción muy notable, en estos días en los que, quizás influenciados por la cultura visual de la televisión, internet... estamos menos dotados para expresar con palabras una sensación. Por supuesto empecé con su Beatus Ille, continué con El jinete polaco, me sorprendió su novela detectivesca El invierno en Lisboa, me sentí identificado con el inocente personaje de El dueño del secreto, me decepcionó bastante Plenilunio, recordé viejos y grises tiempos con Ardor guerrero, coincidí anímicamente con Sefarad, pero sobre todo me gustó La noche de los tiempos. Según los críticos, El jinete polaco  es su mejor novela, pero yo la considero como la mejor de sus primeras novelas, una obra de juventud creativa; por el contrario, La noche de los tiempos es la mejor novela ambientada en la Guerra Civil que he leído, los personajes están delineados con precisión, pero libre de sentimentalismos, la alternancia de personajes ficticios con otros históricos da una nueva visión de la novela, la trama es perfectamente verosímil -y tanto, es historia pura-, en definitiva, un verdadero fresco de la sociedad española en aquellos terribles años, una reflexión desapasionada, que permite asumir aquellos tiempos sin partidismos, entendiendo a aquellos seres humanos que, en alguno de los tres bandos -nacionales, republicanos o los que les pilló en un sitio u otro- se vieron abocados a matarse los unos a los otros.

miércoles, 13 de febrero de 2013

Ahora leyendo: "El último encuentro", de Sándor Márai

  Me inició en este escritor del que tampoco había leído nada hasta la fecha, Sándor Márai.
   Otro escritor de aquel país centroeuropeo, quizás forzado por las grandes familias reales que era el Imperio Austrohúngaro, un país hecho con muchas lenguas: alemán, húngaro, serbo-croata, rumano, eslovaco; de varias religiones: católicos, ortodoxos serbios, ortodoxos húngaros, musulmanes bosnios, judíos; y mil y una sensibilidades étnicas: alemanes, húngaros, checos, eslovenos, bosnios, serbios, rumanos... No es raro que aquel enorme país de más de seiscientos mil kilómetros cuadrados no durara mucho más de cincuenta años... pero lo cierto es que dejó un puñado de excelentes escritores, cada uno con características propias: Stefan Zweig, Joseph Roth, Franz Kafka, Ivo Andric o Rainer Maria Rilke entre otros. La mayoría de ellos tenían una adscripción cultural y territorial propia dentro de ese enorme territorio, aunque algunos como Roth o el propio Zweig echaban de menos el antiguo país -al menos así queda registrado en algunas de sus novelas-, Sándor Márai era claramente húngaro, pues en tal lengua escribió y en ese "moderno" país es considerado referente cultural.
   Márai Sándor (con el nombre ordenado como se hace en el país magiar, primero el apellido y luego el nombre) huyó del comunismo en 1948, era considerado demasiado burgués por los nuevos amos, se radicó en Estados Unidos donde vivió hasta el fin de sus días, por cierto, que fue como dicen los más respetuosos "muerte voluntaria", se descerrajó un tiro en la sien cuando supo que no podría vivir ya de forma autónoma; es curioso, pero este detalle, que en mi opinión no es muy relevante ya que se quitó la vida cerca de los 90 años, es repetido en todas las reseñas y entradillas que se encuentran en sus libros, ¿razón? El hecho de que un escritor se haya suicidado le hace subir enteros en su cotización como producto a vender para la editorial en cuestión.

lunes, 11 de febrero de 2013

Librerías de mi infancia: puestos de la "Cuesta Moyano"

  Tuve la inmensa fortuna de vivir mi infancia y juventud en la calle Ibiza de Madrid, a un paso del Retiro; de hecho, el Parque del Retiro es, con mucho, el paisaje de mi infancia que mejor y con más cariño recuerdo. En ese mil veces llamado "pulmón de Madrid" fui creciendo, tuve las primeras desilusiones adolescentes, forje mi carácter en la juventud... como diría un castizo: "me crié en el Retiro". Siendo así y teniendo la afición por la lectura desde bien joven no podría ser de otra manera que entre esas "librerías de mi infancia" se encontraran los puestos de la llamada popularmente "Cuesta Moyano".
   Esa bonita imagen, recogida de los "océanos internáuticos", es, según reza la página web, de los años 30 del pasado siglo. Todo el mundo la conoce, pero por si acaso, la Cuesta de Moyano va desde Alfonso XII hasta la glorieta de Atocha; dicha calle está recorrida por puestos de librerías de lance y abren, si no me equivoco, solo en fin de semana.
  Al ser el Retiro mi "segundo hogar", pasé muchísimas veces por esos puestos, la mayor parte sin comprar nada, pero solo el ambiente de los vetustos puestos y sus no más jóvenes libros, llenaba mi alma de ese ambiente benefactor de la literatura que siempre me ha acompañado.

domingo, 10 de febrero de 2013

Otra novela gráfica: "Dublinés", de Alfonso Zapico

 
  En esta novela gráfica se juntan varios factores que me gustan por sí mismos, en primer lugar está publicada por una editorial joven y no muy grande pero con una ilusión increíble, un verdadero ejemplo a seguir, Astiberri Ediciones; en segundo lugar, ahonda en el llamado tema "metaliterario", esto es, literatura que habla de literatura, ya lo conté en otra entrada, en este caso es, obviamente sobre Joyce; en tercer lugar es la muestra palpable del enorme talento de historietistas que hay en nuestro país, en este caso el autor es Alfonso Zapico, uno de los más prometedores, que con apenas 30 años ha recibido multitud de premios y que, según parece, actualmente trabaja para la meca de esos productos en Europa: el mercado franco-belga. La novela gráfica es Dublinés.
   Vaya por delante que James Joyce no es santo de mi devoción, me parece un autor sobrevalorado -el propio cómic lo deja,a mi entender, muy claro-. Joyce fue, según parece un estereotipo irlandés "con patas" (nadie odia más que yo la simplificación de los estereotipos, que conste), pero parece que fue un vividor, un tipo que quería disfrutar el momento sin preocuparse por el futuro, probablemente le fuera indiferente escribir grandes obras que "legar a la posteridad", sus muchos amoríos, sus juergas regadas por litros y litros de alcohol así parecen asegurarlo. Ulises es una de las novelas más difíciles de leer, una novela sin estructura, su tamaño descomunal ahonda la sensación de desesperanza en el que se sume el lector (longitud no mayor que las obras de Tolstoi, que, sin embargo, tienen una estructura y un hilo argumental perfectamente definidos); parece que el propio Joyce llegó a afirmar que los enigmas del texto habían sido introducidos para "lograr la inmortalidad", algún idiota se lo creerá y se dispondrá a malgastar su vida tratando de resolverlos, conocido el carácter guasón del autor, no cabe duda de que esto no es más que una broma. Me apuesto una mano y no la pierdo a que la inmensa mayoría de los que dicen haber leído Ulises y haber quedado prendados, no han pasado de los primeros capítulos... ¿por qué? Porque si fueran sinceros parecerían lectores de medio pelo, de novelas "seudohistóricas" de templarios y demás zarandajas; deshacerse en elogios al Ulises de Joyce supone tener la contraseña para adentrarse en esa logia masónica del gran nivel cultural... ¡pamplinas!
  Al margen de Joyce, la obra de Zapico es una extraordinaria aproximación a la vida y obra del autor, muy riguroso y con unas ilustraciones que le caracterizan y que lo elevan al olimpo de los mejores historietistas europeos.

sábado, 9 de febrero de 2013

Librerías con encanto: "Waterstone's" en Bradford

  Pasé unos meses de mi vida en Bradford, West Yorkshire, Inglaterra, una ciudad del Norte, cerca de Leeds. Lo cierto es que la ciudad no es precisamente un paraíso: alta conflictividad social con una minoría (quizá cerca de la mitad de la población en el downtown) musulmana privada de facto de derechos; alto índice de desempleo; terrible tasa de fracaso escolar... quizás la peor ciudad del Reino Unido; pero allí se produjeron una serie de cambios que me marcarían para el resto de mi vida.
  Waterstone's es una de las mayores cadenas de librerías de aquel país, grandes tiendas, miles de empleados, edificios insulsos... ¿edificios insulsos? Será en otras ciudades, porque en Bradford es el Wool Exchange Building, esto es, un edificio neogótico construido en el siglo XIX para el comercio de las lanas y otros tejidos... todo esto porque hay carteles que así rezan, si no parecería una iglesia con trazas de catedral.
   Si el edificio es impresionante por fuera, más lo es por dentro, la superficie diáfana está llena de estanterías que permiten perderse entre sus miles de libros, mientras grandes vidrieras permiten el paso de la escasa luz natural, escasa comparando con la luz que disponemos en Iberia... Para hacer más agradable la visita, en zonas hay dispuestos sofás y sillones que permiten sentarse para hojear los libros con total tranquilidad... ¡Una verdadera gozada! 
     El piso de arriba del edificio está ocupado por una cafetería Starbucks, sí, esa cadena americana que está en más de medio mundo y que ha sido acusada de monopolizar el mercado en muchas ciudades estadounidenses. Allá por el año 99, cuando estuve en Bradford, no había ningún Starbucks en España, y la novedad de tomarse sus capuchinos en un cómodo sofá era una verdadera sorpresa; por otra parte, permitían subirte algún libro de la librería, con lo que el café tenía un valor añadido extraordinario.
  Nunca defenderé a las grandes empresas que imponen sus modos a los mercados y acaban por "fagocitar" a las pequeñas, pero he de reconocer que esta combinación de Waterstone's y Starbucks, al menos en Bradford, es realmente maravillosa. Probablemente el mejor rincón de aquella atormentada ciudad.

Ahora leyendo: "Molloy" de Samuel Beckett

  Seguimos con lecturas complejas, con experimentación en la escritura... empiezo Molloy de Samuel Beckett.
   Primera cosa que leo de Beckett, solo le había conocido por su obra teatral más famosa, Esperando a Godot; la vi en el Valle Inclán, del Centro Dramático Nacional, hace unos años, parece que ahora la vuelven a reponer, de hecho es un verdadero clásico del teatro contemporáneo (valga la contradictio in terminis). Esperando a Godot te deja un tanto "turulato", realmente no hay trama, no pasa gran cosa, simplemente dos mendigos hablan sobre la llegada de Godot, que nunca llegará... es una metáfora de la existencia tediosa y sin sentido que todos llevamos en una u otra medida.
   Bueno, pues empiezo con Molloy. Es el primer volumen de una trilogía, seguida por Malone muere y por El innombrable. Parece que también es atípica, al menos en su forma, pues los monólogos interiores son la esencia de la novela, en detrimento de la acción o diálogos... veremos...

viernes, 8 de febrero de 2013

Inciso cinematográfico: "La imagen errante" de Fritz Lang

  Un tesoro del cine mudo, La imagen errante (Das Wandernde bild), Fritz Lang en estado puro. Un film de 1920 cuyo guión es firmado por el propio Lang y la que después sería su esposa, Thea von Harbou.
   Esa unión, fuera y dentro del plató, sería una de las más productivas en la Alemania de Weimar que tanto generó en todos los ámbitos creativos, no solo el cinematográfico. A la postre, la pareja tendría muy distintos finales, él, que según las leyes eugenésicas nazis sería considerado judío (aunque apenas tenía un abuelo que podría ser considerado como tal) tuvo que emigrar a Estados Unidos, lo cual, a posteriori, sería una bendición para los que amamos el cine clásico; ella, por el contrario, no tenía ningún antepasado judío, incluso tuvo la pésima idea de colaborar con el Régimen, con lo que cuando, felizmente, la abominación nazi fue eliminada, fue internada en una prisión aliada, terminó sus días en Berlín en un estado de postración muy alejado del éxito de su ex-marido.
  La imagen errante es una delicia en todos los aspectos, incluidos el de la ingenuidad con el que se trata un buen guión, la sobreactuación de los actores (en aquella época la mayoría eran actores teatrales y estaban acostumbrados a los gestos más marcados que un gran teatro exigía) y el final en exceso dulzón para mi gusto.

Librerías de mi infancia: Librería Leonardo, calle Fernán González, Madrid

  Más que de mi infancia habría de decir de mi juventud, pues esta pequeña librería abrió, si la memoria no me falla mucho, a finales de los 80, con lo que yo ya rozaba la veintena.
   Pequeña librería, pero con personal bastante capacitado y voluntarioso que suplía el escaso fondo editorial. El negocio desapareció hace ya años, creo que ahora el local alberga una agencia de atención a mayores, ignoro si sigue perteneciendo a los mismos dueños. 
  La librería estaba casi enfrente de la casa de mis abuelos maternos (Fernán González 65) con lo que las visitas, protocolarias o no, iban precedidas o seguidas de una vuelta por ella. Allí compré una versión de Juan Salvador Gaviota de Richard Bach.
   Había leído este relato en el colegio, como lectura obligatoria; recuerdo al profesor (hermano, era un colegio religioso) interpretarlo de un modo un tanto torticero pero no infrecuente en aquellos años en los que se quería ver un trasfondo religioso en las disquisiciones del personaje, que se alejaba del prosaico materialismo de la bandada en busca del ideal místico. En realidad tiene varias interpretaciones, filosóficas todas, entre la unión de cuerpo y alma, y la aplicación de dicha unión a la vida cotidiana.

jueves, 7 de febrero de 2013

Inciso cinematrográfico: "El hombre que sabía demasiado" de Hiitchcock (la de 1934)

  Una película típica de Hitchcock: suspense, comicidad, guiños para el espectador despierto... una joya, vaya. 
   Leslie Banks, en el papel de un tipo normal de la clase media-alta londinense que se ve envuelto sin darse cuenta en crímenes internacionales, está bastante bien, muy flemático, muy "british"; Edna Best, en el papel de su mujer está flojísima, parece una actriz debutante más por su físico que por su "saber actoral"; el resto de la troupe está acorde con sus papeles; pero el que está descomunal, una vez más, es Peter Lorre, el malvado pero a la vez elegante y caballeresco que quiere asesinar al alto diplomático.
   Hitchcock filmó de nuevo esa película en 1956, pero con muchos cambios, empezando por que se trataba de una familia americana, ya en plena época Hollywood; el hijo es raptado en Marruecos, en la del 34 es la hija y no sale de Londres; James Stewart sustituye a Leslie Banks, de nuevo un prototipo americano sustituye a un estereotipo inglés, y Doris Day a Edna Best. La mayor diferencia es, en mi opinión, la ausencia en la más moderna de un villano de la categoría de Lorre, alguien que aun siendo detestable provoque cierta complicidad en el espectador... Probablemente esa sea la mayor diferencia entre el cine americano y el europeo, el primero es demasiado naíf, demasiado simplón, demasiado claro quién es el bueno y quién el malo... en el cine europeo no se "conduce" tanto la opinión del espectador, todo es más ambiguo.