viernes, 20 de mayo de 2022

"El tochaco de Mr. Natural", de Robert Crumb.

  Robert Crumb es, todo el mundo lo sabe, uno de los principales creadores del llamado "cómic underground" que floreció en Estados Unidos a partir de la década de los sesenta del pasado año y que, a pesar de los nuevos vientos que soplan, se resiste a desaparecer y ser arramblado por el paso del tiempo. Y quizá no llegue a desaparecer porque era un cómic mucho más adulto que los otros que dominaban en el país americano (los de superhéroes, con sus dos factorías, Marvel y DC cómics); dicho sea de paso que en Europa la salud de los tebeos era óptima, aunque era de temática más infantil y juvenil, con su capital en Bruselas. En fin, que ese llamado "cómic underground" tenía como destinatarios ideales a jóvenes que no querían perderse en pueriles aventuras de tipos corrientes que se enfundaban un mono ajustado con capa y se convertían en héroes capaces de derrotar a la encarnación del mal, sino que buscaban leer historias de gente como ellos que vivían vidas anodinas en las abarrotadas megalópolis americanas.
 Robert Crumb era un genio en este tipo de cómic, ya fuera en colaboración con Harvey Pekar como escritor, o actuando el mismo de escritor. En este sentido, cabe reseñar que considero a Crumb mejor dibujante que escritor, vamos, que sus cómics en solitario adolecen de falta de rotundidad y complejidad temática. Esto se observa en uno de sus personajes más carismáticos, Mr. Natural, que es el protagonista principal de este "tochaco" que ha publicado en España Ediciones La Cúpula.
 Mr. Natural es un venerable ancianito de luenga barba, calva reluciente y sencilla vestimenta que pasa por ser una suerte de gurú para muchos. Su contraparte es Flakey Foont, un palizas que lo persigue a todas horas para preguntarle por el sentido de la vida, por la razón de sus inseguridades y por el camino a seguir en el futuro. En buena medida, la burla de Crumb es sobre este último tipo, un neurótico hipersensible y autocompasivo, mientras que Mr. Natural no es más que un tipo vulgar que vive sin preguntarse nada, que vive "naturalmente", vaya. En realidad, el tal Mr. Natural es una mezcla de santón, filósofo de andar por casa, vividor y caradura.
 El personaje de Crumb tiene largo recorrido, ya que sus primeras aventuras las dibujó en 1966 y lo último es de 2009, aunque el personaje que da nombre a las historietas es, claramente, un subproducto de los años sesenta en Estados Unidos, de la cultura beat y su búsqueda de un sentido alternativo de la vida.
 En cuanto al estilo de Robert Crumb es, como se puede ver en la portada y contraportada escaneadas aquí, de línea clara, en blanco y negro (a diferencia de las imágenes) y con bastante detalle, aunque sin llegar a un realismo extremo; en cualquier caso, es un estilo propio e inconfundible del propio Crumb, que, supongo, habrá tenido un montón de imitadores a lo largo del tiempo.
 Con respecto a lo que decía sobre la mayor calidad de Crumb como dibujante que como escritor, se puede notar en que sus personajes propios suelen ser poco redondos, podrían tener un mayor desarrollo (dentro de lo que cabe, claro, que esto es un cómic), y también cuando el dibujante ha sido eso, meramente un dibujante. Así, aparte de las colaboraciones con Harvey Pekar, en tiempos recientes, Robert Crumb ha adaptado al cómic el veterotestamentario libro del Génesis, así como una biografía de Josef Kafka, en ambos el resultado es mucho más alto y más maduro que en este de Mr. Natural.

"Cuentos maravillosos", de Hermann Hesse.

  Otra vez leo a Hesse, probablemente uno de los escritores que más me influyó en mi juventud. Dicen que cada generación tiene su novela de cabecera; novela que cambia la forma de pensar y ver la vida de uno. Creo que para muchos de los que nacimos en los años sesenta y setenta del pasado siglo fue Cien años de soledad de García Márquez. A mí, la novela del colombiano (y todo lo del colombiano, la verdad) me dejó un poco frío, las vicisitudes generacionales de la familia Buendía en Macondo... no sentí nada cercano. Sin embargo, El lobo estepario, de Hermann Hesse, me llegó muy hondo. Sentí una anormal cercanía a Harry Haller (protagonista de la novela) y su dualidad humana (burguesa y con afán de agradar) y lobuna (salvaje e indiferente a lo que piensen los demás). Recuerdo leer a mis veintipocos años de pe a pa el texto con una fascinación que ahora me sonroja un tanto. Años después, más maduro, releí El lobo estepario y seguí encontrando ese punto de convergencia, ahora más como un extraordinario análisis del escritor alemán del alma humana y de la sociedad que genera. Hoy, habiendo leído alguna vez más el texto de Hesse, considero un tanto extensa la novela, y con dos partes (explícitamente divididas por su autor) que son incongruentes entre sí. Con todo, citaría sin género de dudas a El lobo estepario como la novela que más me marcó en mi juventud.
 Después, leí Demian, Siddartha, El juego de los abalorios Narciso y Golmundo, además de varias colecciones de relatos y cuentos. A pesar de la influencia de El lobo estepario y de las otras novelas, sentí siempre que las dotes narrativas de Hesse eran extraordinarias para los relatos, mientras que en las novelas parecía que, al final, se diluía un tanto y acababa por dar una estructura deslavazada.
 Porque, claro está para todos, Hermann Hesse es el escritor de la vuelta a la espiritualidad, de la individualidad y de la libertad. Creo que estos tres aspectos resaltan en todos y cada uno de los textos, largos o cortos, que leí del alemán. La vuelta a la espiritualidad y el rechazo a lo material tiene, para mí, una lectura claramente evangélica (no en vano Hesse era hijo y nieto de pastores protestantes), el espíritu del Sermón de la montaña (la humildad, la preferencia divina por los desfavorecidos, el amor al prójimo, la renuncia a lo material en favor de lo espiritual como ideas principales) está impreso en la narrativa de Hesse hasta mezclarse de forma indisoluble. La defensa a ultranza de la individualidad frente a la aplastante uniformidad de la masa es el segundo principio "hessesiano", aunque esto lleve a la incomprensión y a la soledad; "sólo soy libre cuando estoy solo" llegaría a afirmar. Y precisamente esto último, la libertad, como búsqueda principal de todo ser humano, es el último motor de la prosa del autor; libertad que le llevará a ser considerado un excéntrico, un outsider, un diferente.
 Los relatos contenidos en este pequeño volumen de la editorial Edhasa siguen, por supuesto, las líneas generales que he citado antes. Así, Juego de sombras es un sencillo cuento medieval de un poeta enamoradizo (alter ego de Hesse) y la brutalidad militar a la que se ve sometido; Sueño de flautas es un lindo cuadro sentimental, alegoría de la vida: un joven pintor sale a conocer mundo, encuentra a una joven que lo ama, después conoce a un viejo que le canta las maldades de la vida... al final se da cuenta que el viejo no es otra cosa que su propio reflejo en el agua. El relato más notable quizá sea Iris, en el que Hesse reivindica la capacidad de sentir y pensar de la niñez (de nuevo, como dice el Evangelio, "si no volvéis a ser como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos") frente al materialismo rampante de las sociedades occidentales del "gran mundo".
 En fin, leer a Hesse es reconciliarse con el ser humano. Al menos con el ser humano más decente de todas las posibilidades habidas y por haber, aquel que antepone su condición espiritual a la animalesca (con perdón de los animales, que sólo pueden comportarse como el instinto les dicta). Hay que leer a Hesse en estado anímico de calma total, de reposo anímico, para poder llegar a alcanzar la iluminación que proyecta; de nuevo, con sentido evangélico, él no es la luz, pero transmite la luz... 

miércoles, 18 de mayo de 2022

Día internacional de los museos. Museo Oriental (Valladolid).

  Pocas ocasiones divulgativas hay tan interesantes como la celebración de eventos que facilite el acceso a la cultura del grueso de la ciudadanía. Digo esto porque, desgraciadamente, la cultura de los museos, vaya, la posibilidad de ver algo divertido y entretenido además de formativo en la visita a un museo es algo infrecuente en este país (y supongo que en todos los demás). Así, esto de los "días internacionales de..." cuando lo que sigue es "los museos" o "el cine" o "la lectura" me parece especialmente benigno para la sociedad. Ya sé, ya sé, los museos están abiertos todos los días del año (menos los lunes, claro) y a un precio simbólico, no hay necesidad de esperar a que se celebre ningún "día internacional de..." para descubrirlos; pero, con todo,  la iniciativa me parece loable y confío en que mucha gente joven llegue al descubrimiento de estas instituciones gracias a estas jornadas. En todo caso, creo que la mejor forma de demostrar adhesión a una iniciativa pública es participar en ella, así que aquí está mi visita de hoy, al Museo Oriental de Valladolid, en el Real Colegio de los Padres Agustinos.
Imagen tomada de la propia web del museo: www.museo-oriental.es
 Valladolid, siendo una urbe que en el ámbito político y social ha venido a menos (que ningún vallisoletano se ofenda, pero recuérdese que antaño Valladolid fue capital de un imperio "en el que no se ponía el sol" y hogaño es la discutida capital "de facto" de una comunidad autónoma) tiene el mérito de ser la única ciudad fuera de Madrid en tener un museo nacional, concretamente el de escultura. Bien, el Museo Oriental tiene menor importancia que el de escultura, pero no deja de ser un notable lujo para una ciudad por debajo del medio millón de habitantes. 
 El Museo Oriental (sito en el Paseo de Filipinos 7, junto al Campo Grande) forma parte del convento de los Agustinos Filipinos (el nombre de la calle, claro, lo toma del propio convento), que lleva aquí desde 1759 con la finalidad principal de formar sacerdotes para las misiones en Filipinas que la orden tenía allá. Con el devenir del tiempo, además de albergar el seminario, el edificio (proyectado por Ventura Rodríguez, por cierto, autor del Palacio Real o de la Fuente de la Cibeles, entre otros monumentos) comenzó a exponer al público obras traídas desde China, Filipinas y Japón por los propios agustinos y de aportaciones de particulares. Hoy, el Museo Oriental de Valladolid es uno de los más importantes, al menos de España, y más variados del arte antiguo de estos tres enormes países.
Talla china en marfil de elefante. Museo Oriental de Valladolid.
 El museo se localiza en los sótanos del convento, en una disposición excelente, por temperatura y humedad, al abrigo de los altibajos térmicos anuales propios de la ciudad castellana. De las dieciocho salas expuestas, ocho son de China, cinco de arte filipino y cuatro japonés. Las ocho primeras, las chinas, contienen bronces, monedas, porcelanas, nácar y marfil con piezas que van desde el siglo V a.C. hasta la actualidad, muchas de un preciosismo asombroso. Las cinco salas de Filipinas tienen, sobre todo, maquetas que informan sobre características sociológicas distintas según las diferentes islas del archipiélago, y recuerdos históricos de la Guerra Hispano-estadounidense. Por último, las salas dedicadas al arte japonés incluyen armaduras de samurais, katanas, cerámicas y porcelanas.
Máscaras japonesas del Teatro Noh. Museo Oriental de Valladolid.
 Todo ello hace de este museo un pequeño espacio, pero muy completo de piezas que tienen un valor simbólico extraordinario, colocando esta colección en lo más alto del circuito museístico español, uno de los más ricos del mundo.
 No podía dejar de señalar que la administración del Museo Oriental se lleva a cabo exclusivamente por los propios padres agustinos, sin gestión pública alguna. Ignoro si esto es decisión de la orden o de las administraciones, pero, hasta cierto punto, merma la capacidad de difusión de un museo que merece ser incluido en el circuito museístico estatal. Ahora, el Museo Oriental, por presentación de las obras expuestas y por capacidad publicitaria, se encuentra en una suerte de "segunda división" de museos, como los diocesanos y universitarios, cuando, ya digo, podría "jugar la Liga de Campeones".

martes, 17 de mayo de 2022

domingo, 15 de mayo de 2022

"Los mejores relatos de ciencia ficción", de Brian Aldiss.

  Temo haber empezado leyendo a Brian Aldiss por su ópera magna; no es esto error alguno, pero ocurre que todo lo que leo después me insatisface, pues espero la calidad de aquélla. La trilogía de Heliconia es, en mi opinión, una de las mejores narraciones fantásticas que se han escrito, con algún defecto, obviamente, pero de altísima calidad; comparada con esa trilogía, el resto de la producción de Aldiss, aun siendo de alta calidad, me parece "obra menor". Ahora estoy leyendo una colección de relatos de ciencia ficción (no de fantasía) que fueron publicados en su lengua original en 1988, traducidos a nuestra lengua en 1989, y publicados por Edhasa Nebulae en 2003. Entre los cuentos contenidos, algunos memorables que han sido adaptados al cine con mayor o menor éxito, y otros que son un poco (perdón) de relleno.
 Los relatos fueron escritos desde 1955 hasta 1986, y es interesante descubrir en ellos los cambios sociales que operaban en las sociedades anglosajonas (y por ende, en el resto de las occidentales) a lo largo de los años. Así, en los cincuenta y sesenta del pasado siglo, las narraciones tienen como tema principal la existencia de vida inteligente en otros planetas y su interacción con la humanidad; mientras que en aquéllos de los años setenta y ochenta el peligro de la guerra nuclear y sus devastadoras consecuencias.
 En El exterior (1955), la humanidad intenta descubrir a los alienígenas que, insertados entre el rebaño humano, tratan de dominar la Tierra. Es significativo que en aquellos años, época en la que los espías pululaban como "ciudadanos de bien" entre las élites políticas y militares de los países de los bloques capitalista y comunista, Aldiss sustituya a esos espías por extraterrestres.
 En Los hombres fracasados, Aldiss fantasea con los viajes en el tiempo (un tema clásico de este tipo de relatos) pero llevándolo a un extremo futurista. Hombres del siglo XXII son reclutados por otros hombres de siglos posteriores para que viajen a un futuro intermedio entre ambos y salven a los llamados "hombres fracasados", una humanidad que se entierra a sí misma quedando en un estado latente durante siglos.
 Otro relato notable es El hombre en su tiempo, imaginativo cuento sobre un astronauta que regresa a la Tierra como único superviviente de su expedición, con la extraordinaria particularidad de que su mente se anticipa un corto periodo de tiempo a todo lo que ha de ocurrir, concretamente en tres minutos y pico. Esto dificulta notablemente las conversaciones, pues el tipo responde con esa antelación a frases que todavía no han sido dichas. Ocurrente, ciertamente.
 Los superjuguetes duran todo el verano es un relato sobre robots que empiezan a tener sentimientos, insinuando, por tanto, que esos sentimientos no son sino producto de la inteligencia, algo que las máquinas empiezan a tener. El texto fue utilizado como guión para la película de 2001, A.I. Inteligencia artificial, que inicialmente iba a ser dirigida por  Stanley Kubrick y finalmente lo fue por Steven Spielberg. La película se retrasó mucho, entre otras cosas por la pésima relación personal entre Aldiss y Kubrick, llegando éste a demandar judicialmente a aquél por incumplimiento de contrato. Bueno, en todo caso, la película se basa muy levemente en el relato, en realidad tiene al relato como punto de partida. En el cuento de Aldiss, un androide infantil de compañía (sustituto de un hijo, vamos), David, va a ser eliminado porque la pareja que lo posee ha resultado ganadora en un sorteo que les permite tener un hijo biológico; las dificultades y zozobras emocionales por las que pasa el androide centran el relato. Habiendo visto también la película, se entiende que los cineastas quisieran ampliarlo, porque da la impresión de que el relato termina demasiado pronto, que se le podía dar más desarrollo y longitud.
 Y como esos, varios relatos más de distinta calidad. En términos generales se puede decir que, aunque Aldiss habla sobre viajes en el tiempo, robots,  guerras nucleares y naves espaciales, en realidad, de lo que habla es del ser humano, tanto de individuos como, sobre todo, de sociedades, de las relaciones entre ambas y de sus sentimientos. Las fabulaciones sobre sociedades humanas futuras suelen ser más bien pesimistas, no hacen hincapié sobre los avances sino sobre los problemas de relación (entre sí o con otros seres) y los vicios que, en realidad, ha tenido siempre la humanidad. Relatos pues, imaginativos, originales y ocurrentes, y que, como decía, sabiendo leer entre líneas no son carentes de reflexión social.

martes, 10 de mayo de 2022

Inciso musical: Edvard Grieg.

  Otro compositor genial del Romanticismo musical (tengo que hacerme mirar esto, últimamente sólo parece gustarme la música barroca y la del Romanticismo, he perdido gusto por el clasicismo y por la música antigua, -por las vanguardias nunca me interesé, la verdad-). Edvard Grieg (1843-1907) ha sido incluido en ese enorme cajón de sastre del Romanticismo y del nacionalismo musical. Lo bueno que tuvo el nacionalismo musical noruego (según yo lo veo, claro) es que no se basó en episodios históricos, generalmente bélicos, destacados, sino en una alabanza a esa maravillosa naturaleza escandinava de fiordos y nieves perpetuas. Pues sí, Grieg sí evoca esa anfractuosa orografía noruega en sus melodías, muchas verdaderamente épicas.
Edvard Grieg. Imagen tomada de Wikimedia Commons.
 Grieg también incluye melodías populares noruegas en sus obras, al igual que harían Sibelius con las finesas o Smetana con las checas, pero no son tan evidentes; predominan, ya digo, las odas a la grandiosa naturaleza de su país. Con todo, la obra fundamental del noruego, que habría de asombrar a cientos de millones de oídos y corazones a lo largo del planeta (al menos, los míos fueron afectados desde la juventud y no han dejado de emocionarse), es, ya se sabe, la adaptación musical de la obra teatral de su compatriota Henrik Ibsen, Peer Gynt. Peer Gynt es una auténtica epopeya del personaje homónimo, que pasará mil y una aventuras (encuentro con troles y el mismísimo diablo incluidos). Grieg compondrá su obra como música escénica, pues, adaptada al drama de Ibsen. Lo cierto es que las epopeyas (Peer Gynt incluida) han ido perdiendo fuelle, mientras que la música de Grieg se mantiene como canónica de la excelencia musical hasta nuestros días, combinando suaves melodías ensoñadoras como la de La mañana o La muerte de Aase con rítmicas piezas como La danza de Anitra o En la gruta del rey de la montaña. El resultado final, en todo caso es una composición redonda, perfecta, una de las grandes obras musicales de todos los tiempos.
Imagen tomada del sitio stretta-music.com
 La composición de Grieg, claro, se adapta al libretto de Ibsen, con dos suites (la imagen anterior es de la segunda suite, como se puede leer); los movimientos de la primera son mucho más conocidos, aunque los ocho de ambas suites son verdaderamente geniales.
 He de confesar que cuando se trata de hablar de piezas musicales que tengan un efecto balsámico sobre mi atormentada alma me debato entre el primer movimiento de la Sexta sinfonía de Beethoven (la Pastoral) y el de Peer Gynt  de Grieg (La mañana), encuentro en ambos esa ansiada reconciliación con la vida que sólo la buena literatura y la buena música pueden conseguir.

jueves, 5 de mayo de 2022

"El mundo en que vivimos", de Anthony Trollope.

  Un mundo de distancia hay desde Terry Pratchett a Anthony Trollope. Pero, con todo, hay semejanzas, otras además del hecho de ser dos escritores ingleses. Ambos, por ejemplo se burlan inmisericordemente de la sociedad humana, de sus vanidades, arrogancias y estupideces; de forma muy distinta, por supuesto, más evidente, más moderna en Pratchett, más sutil, más sofisticada en Trollope. Pero que nadie dude de que la crítica a la falsedad, el engaño, la estafa y la hipocresía son denunciados por el victoriano. Lo que pasa es que Trollope es muy "siglo XIX", un tiempo más pausado que el nuestro (aunque la Revolución Industrial ya había cambiado para siempre el idílico -o no- mundo rural), pero en cualquier caso, se disponía de más tiempo para leer (en fin, los que pudieran permitírselo, claro) y se apreciaba más el desarrollo a fuego lento de la trama. Todo eso explica, quizás, que esta novela que, como dicen los de Ático de los libros, atiza la "corrupción y la codicia", tenga cerca de novecientas páginas. Una lectura para varias semanas, que no sólo carga contra esa corrupción social y financiera, sino que urde un detallado cuadro sobre la sociedad londinense (y la humana, en general) de final de siglo XIX (y de siempre).
 La novela se inicia con la descripción de la familia Carbury, encabezada por la viuda, madre de dos hijos, diletante literaria, que, además de querer publicar sus novelas a toda costa, no desea sino casar a sus dos hijos para poder obtener fuente económica de supervivencia. Ahí empieza la primera crítica (que los de las editoriales parecen olvidar): la de las editoriales que publican a amigos (más recientemente, a periodistas amigos) y que, en definitiva, crean de la nada un fenómeno literario (en verdad, sólo fenómeno editorial) para vender, vender y vender... que para eso están... Bueno, pues a través de Lady Carbury se conoce al personaje central de la novela: Augustus Melmotte, un supuesto banquero que nadie sabe muy bien de dónde ha venido ni cuál es el origen de su fortuna. A pesar de esto, en la city todos quieren codearse con él, tiene algo, no sé qué... algo que le da un aura de respetabilidad. La estafa consiste en la búsqueda de capital para la construcción de una línea ferroviaria al otro lado del Atlántico. Los adinerados londinenses, por pura codicia caen en la trampa pensando que alguien tan rico como Melmotte no puede hacerles a ellos sino también asquerosamente ricos... ¡ilusos! 
 Otra muestra de la corrupción de la sociedad se da en el afán desmedido que tienen muchos de intercambiar dinero por títulos nobiliarios y viceversa. Melmotte, por ejemplo quiere casar a su hija (sine nobilitate) con un joven que, precisamente, eso es lo único que tiene, a cambio, claro, de dinero. En fin, Trollope pergeña una sociedad en la que nadie es honesto, todos quieren engañar al prójimo y aparentar lo que no son, ¿suena de algo? A mí, al menos, me suena a la sociedad en la que vivo, que no es precisamente la Inglaterra victoriana...
 Y ya puestos a comparar escritores, la diferencia enorme entre Anthony Trollope y Charles Dickens está, en mi opinión, en la sutileza con la que el primero muestra todo frente a la palmaria muestra del segundo. Sé que lo que voy a decir parece hoy extraño, pero lo diré: Dickens era un escritor de masas, que escribía tanto para el erudito como para la ama de casa, para el industrial y para el obrero (que supiera leer, claro); por ello sus denuncias sociales son muy claras (cabría decir que incluso un tanto infantiles), así, hay personajes heroicos adornados con todo tipo de virtudes, y otros antihéroes con todos los vicios habidos y por haber. Trollope, por el contrario, es más sutil, menos evidente; hace un retrato minucioso del personaje, y el lector avezado descubre poco a poco que es un verdadero canalla. En un principio, en El mundo en que vivimos, Augustus Melmotte es presentado como un simple arribista que, podrido de dinero, no quiere más que obtener título nobiliario para sí mismo y para su familia (algo que, evidentemente, era fundamental en la Inglaterra victoriana y que a él le faltaba); con el transcurrir de la novela se va mostrando como un tipo sin escrúpulos capaz de  vender a su abuelita por un plato de lentejas, y, finalmente, acaba por convertirse en un estafador de tomo y lomo. Todo acabará, evidentemente, en la bancarrota propia y ajena y en el suicidio.
 En fin, una inmensa novela (no sólo por su longitud). Un verdadero retrato al óleo del alma humana, de su mezquindad sin fin, su incapacidad para redimirse aunque pasen veinte, treinta o cuarenta siglos. 

miércoles, 4 de mayo de 2022

Brian Aldiss (1925-2017)

"When childhood dies, its corpses are called adults"
 "Cuando la infancia muere, sus cadáveres son llamados adultos".
Imagen tomada del sitio www.cinesfera.com

martes, 3 de mayo de 2022

"La nave. El éxodo de los gnomos. Libro 3", de Terry Pratchett.

  Dicen que "en la variedad está el gusto", y, a fe mía, que es totalmente cierto. Soy un verdadero admirador de la prosa de Pratchett: la narración tiene calidad literaria más que suficiente, y los mundos fantásticos que pergeña tienen de fantásticos la superficie, porque la médula es pura humanidad; y en esa humanidad es en la que hace presa el sarcasmo del inglés, una ironía que lo califica como profundo conocedor del alma humana, tanto en sus individuos como en sus sociedades. Sin embargo, nunca antes había leído tres novelas seguidas (que, en realidad, es una novela en tres libros, por eso las he leído consecutivamente), y, la verdad, es que estoy un tanto empachado de Terry Pratchett.
 Con todo, tengo que admitir que, aunque reconozco el efecto malicioso de leer tres  novelas seguidas del mismo autor, son de lo más flojo que he leído de Terry Pratchett. Ya dije en la recensión de la primera parte, Camioneros, que estos libros no estaban entre aquellos del Mundodisco porque su acción no tenía lugar en ese planeta en forma de disco que descansa sobre cuatro elefantes que, a su vez, reposan sobre la concha de la tortuga cósmica Gran A'Tuin, no, en este caso la acción se desarrolla en el planeta Tierra (concretamente en Inglaterra y en Florida); pero también he de concluir que aunque la mano de Pratchett se siente presente en todo momento, El éxodo de los gnomos es mucho más juvenil, por ausencia de la mordaz ironía que los de la saga del Mundodisco.
 De los tres libros, por otro lado, el último, La nave, es el más flojo a su vez. Su final es previsible y poco sorprendente, los personajes no están tan bien delineados ni evolucionan tanto como los principales del Mundodisco, y, sobre todo, falta ese famoso sarcasmo al que antes aludía.
 En La nave el argumento es el siguiente: los gnomos Masklin, Gurder y Angalo consiguen llegar al aeropuerto (no se explicita cual, pero se supone que uno de los grandes aeropuertos londinenses) y suben a un Concorde que los lleve al otro lado del Atlántico, con la finalidad de subirse al transbordador espacial que los transporte a la famosa nave original. Todo ello, claro está, preñado de aventuras, dificultades y momentos cómicos, hasta que finalmente lo consiguen. Una vez instalados en la nave, volverán a la cantera para rescatar a los gnomos que no cruzaron el Atlántico con ellos.
 Supongo que la decisión de haber dividido en tres El libro de los gnomos tendrá que ver con razones editoriales sobre si el texto era demasiado largo para los lectores tipo de Pratchett, pero lo cierto es que esta decisión ha roto una forma típica de escribir del autor, en la que dos líneas argumentales se iban alternando hasta que, entrelazándose, se unían al final. Ahora, ya se ve, se ha dividido esos argumentos en distintos libros.
 En fin, obra menor de Pratchett, dejémoslo así. Paso a leer a otro inglés, pero en las antípodas estilísticas: Anthony Trollope.

miércoles, 27 de abril de 2022

"Cavadores. El éxodo de los gnomos. Libro 2", de Terry Pratchett.

  Segundo volumen de El éxodo de los gnomos, esa aventura "pratchettiana" en que unas criaturas de diez centímetros de alto tratan de sobrevivir en el mundo de los humanos. Si en el primer tomo los gnomos huían de los grandes almacenes en los que vivían robando un camión de reparto, ahora, una vez que han llegado a una cantera abandonada, se ven obligados a huir de nuevo. Pero antes de huir, los gnomos descubren la dureza de la vida sin tener la comida asegurada, un techo que les protege de las inclemencias meteorológicas o calefacción y refrigeración según la época del año. Con todo, en un principio disfrutan de la vida en la cantera abandonada, aprenden a cultivar el suelo y a cazar de cuando en cuando. Continúan con "la Cosa", ese chip electrónico que les habla y se comporta, en verdad, como un Oráculo de Delfos que les lleva a emprender aventura tras aventura.
 Me ha parecido considerablemente más flojo este segundo libro que el primero, la verdad. Supongo que, pierde la novedad y, en cierto modo, repite el mismo guion que la primera entrega (presentación del grupo, complicación de la situación y huida en un vehículo). Por cierto, esta vez la huida no es en un camión de reparto sino en una excavadora, que el gnomo más práctico, Dorcas, es capaz de poner a punto. Con esa excavadora llegarán hasta un granero abandonado donde se encuentra Masklin con otros gnomos. Ahí acaba la novela.
 Como dije en la primera parte, lo mejor, como casi siempre en Pratchett, son las similitudes entre las sociedades de criaturas fantásticas que pergeña y la sociedad humana. Ahora, por ejemplo, vuelve al interesantísimo tema (al menos, para mí) entre religión organizada versus espiritualidad; así, presenta a una suerte de casta sacerdotal de los gnomos (los pertenecientes, en la Tienda, a Artículos de Escritura) que no quiere sino mantener en la inopia al resto de gnomos, haciéndoles creer que sólo ellos pueden ser sus intermediarios con el ser supremo y que, por tanto, han de mantenerlos, respetarlos y obedecerlos (vamos, lo que siempre ha hecho cualquier Iglesia).
 Esperaré a leer la tercera parte para tener una visión de conjunto de la obra (por cierto, en ediciones posteriores a la mía, se ha publicado todo en un solo tomo, gran acierto), pero lo cierto es que no me estoy enamorando de esta novela de Pratchett. Reconozco su maestría habitual en pergeñar esas sociedades tan humanizadas en el peor de los sentidos, pero creo que es una obra menor, que no alcanza el nivel literario de la saga del Mundodisco y que tiene una lectura más juvenil, menos adulta.