Doy gracias a Dios porque a mis cincuenta y pocos años la lectura siga siendo un placer arrebatador y adictivo. Supongo que, a medida que vaya cumpliendo años, el resto de placeres ira declinando, mientras que este de la lectura se afiance más y más, al menos hasta que lleguen esos "amigos" conocidos como demencia senil, alzhéimer y demás... Lo cierto es que decir esto es decir poco, porque no es la lectura cualquiera la que me embelesa, sino la lectura de grandes autores, verdaderos artistas de la palabra escrita capaces de pergeñar historias cautivadoras que uno no puede abandonar hasta llegar al punto final. Stefan Zweig es (ya lo sabía desde hace años) uno de estos autores.
En efecto, Zweig tiene un dominio de la narrativa que lo eleva al más alto parnaso literario de todos los tiempos. Tal vez su temprana muerte o la incompetencia de los editores hayan impedido su difusión a un grupo mayor de lectores... o, tal vez, "no se hizo la miel para la boca del asno"...
La impaciencia del corazón (por cierto, antes traducida como La piedad peligrosa, título quizá demasiado explícito) es una de las mejores novelas de Zweig, lo cual es mucho decir habida cuenta la egregia calidad de toda su obra. Argumento principal (grosso modo): en primera persona, Zweig narra la juventud del teniente Hofmiller, militar al servicio del emperador austro-húngaro, joven ingenuo pero bienintencionado, ignorante pero con alto sentido de la moral. El bueno de Hofmiller entra en relación por pura casualidad con la familia Kekesfalva, adinerados nobles que dominan la vida social del confín del imperio en el que se asienta el destacamento del teniente. Con normalidad, pensando que por pura urbanidad, el militar entra en contacto con toda la familia noble, incluida Edith, la más joven, postrada en una silla de ruedas desde su infancia. En su extrema bisoñez, Hofmiller asiste a un encandilamiento de todos los Kekesfalva, pero especialmente de Edith, él lo atribuye a mera cortesía. Edith, joven que frisa los veinte años, es como un pajarillo con una ala rota: voluble, caprichosa, enamoradiza... tan enamoradiza que se encapricha irremediablemente del teniente, hasta que, un día, se lo demuestra ante el desconcierto y la sorpresa del chico. El padre de Edith, temeroso de que una negativa del militar lleve a un empeoramiento de la salud de su hija le promete el "oro y el moro" si se casa con ella, pero el joven, inasequible al soborno y no enamorado de Edith, la rechaza. En este momento surge el impagable personaje del doctor Condor, médico personal de Edith, contraparte de Hofmiller en el sentido de que conoce plenamente la situación; Condor abre los ojos del teniente, explicándole como von Kekesfalva no tiene nada de noble, que adquirió su fortuna por una estafa y un matrimonio sucesivos, así como que la paraplejia de Edith es incurable. El teniente Hofmiller entra entonces en una profunda crisis personal: se debate entre ceder al chantaje de Kekesfalva y aceptar el amor de Edith, y mantenerse firme en sus ideales de honestidad y perseverancia. Finalmente, los acontecimientos se precipitarán por la intervención de terceros, desencadenando la tragedia.
Bueno, pero aquí el argumento es lo de menos. Lo de más es la apabullante capacidad de Zweig para mostrar los sentimientos, para describir la agonía por la que pasan las conciencias de los personajes. Es el ejemplo perfecto de lo que se dio en llamar el "diálogo interior", verdaderos soliloquios en los que el personaje (principalmente Hofmiller, toda vez que se narra en primera persona) pasa por todo tipo de tribulaciones y cambios de opinión. Zweig es el maestro en la descripción de la psique del individuo, sus personajes son de una redondez extraordinaria porque muestra la evolución psicológica y sentimental de forma total. Todo esto hace que el argumento, excelente en sí mismo, pase a un segundo plano, siendo estos cambios sentimentales y racionales los verdaderos protagonistas. También delinea con una finura encomiable la figura de la criatura herida (Edith), caprichosa y consentida, víctima y verdugo a la vez de su propio carácter.
Zweig es un cantor a los sentimientos, pero a los sentimientos complejos, no exentos de agonía. Disecciona el alma humana con un fino bisturí experto, para acabar mostrando al hombre como a un animal ridículamente complejo.