jueves, 22 de agosto de 2024

"A cada cual, lo suyo", de Leonardo Sciascia.

  Otra novela policiaca del escritor siciliano. Una novela sobre Sicilia y los sicilianos (quizá extrapolable al resto de italianos y europeos meridionales, quizá). Una novela sobre la mafia. Pero una mafia sorda, callada, íntimamente imbricada en la sociedad, no la mafia de los grandes titulares periodísticos, sino la de los asesinatos de ciudadanos "anónimos" que tienen la mala suerte de mirar demasiado o escuchar cosas que no se deben conocer. La verdad es que deja una sensación desasosegante, triste y sórdida de la sociedad siciliana.
 Con respecto a la forma, la brillantez de Sciascia asegura una prosa muy cuidada, lenta, adjetivada y exquisita. Teniendo en cuenta que el siciliano trabajó muchos años como periodista, es de agradecer que su narrativa no se abaje a lo que conocemos precisamente como "prosa periodística", muy directa y explícita, pero plana y sosa como un epitafio de tercera.
 Luego están los giros argumentales que dan tanta vida a las novelas de Sciascia. Giros, normalmente al final, que lo sorprenden a uno gratamente, que lo dejan sin respiración, anhelando leer algo más del autor. No soy prono a las novelas policiacas, lo he dicho muchas veces, pero estas de Leonardo Sciascia tienen mucha enjundia, no sólo trata sobre un investigador astuto que acaba por descubrir al asesino por un detalle nimio que pasó desapercibido para los demás, Sciascia pergeña un paisaje y un paisanaje perfectamente reconocible en la isla de mayor extensión del Mediterráneo.
 Tan buena es la descripción de la sociedad siciliana, que el argumento de la novela acaba siendo secundario. Éste consiste en el asesinato de un farmacéutico rural tras una amenaza anónima aparentemente irrelevante, y, como por casualidad, la muerte del médico Roscio. La amenaza previa, con letras sacadas de un periódico parece justificar el asesinato posterior. Aquí está el primer tópico siciliano: el de la maledicencia generalizada, si el anónimo decía que "morirás por lo que has hecho" es que sin duda el asesinado había hecho algo. Es la aplicación del dicho popular "piensa mal y acertarás", que presupone culpabilidad en la víctima. Eso por no hablar del médico asesinado, Roscio, al que se lo considera un daño colateral por estar en el lugar equivocado en el momento erróneo (de caza con el farmacéutico amenazado). De manera tal, que el común de la ciudadanía cierra el caso antes que los jueces dictaminen: el farmacéutico habría cometido algún desmán, tal vez con una mujer casada o una disputa personal. Fin del caso. No hace falta ni saber quién es el asesino. Sólo un profesor de instituto, Laurana (evidente álter ego de Sciascia), no queda satisfecho con esa explicación popular y decide investigar. Y ahí comete su terrible error: querer saber. Poco a poco empieza a tirar del hilo, suponiendo lo contrario que todos pensaban: que al que querían eliminar de primeras era al médico, y que el farmacéutico, y sobre todo la amenaza previa, no era sino una cortina de humo para tapar lo anterior. La relación de la viuda del médico con un primo suyo, poderoso abogado con altísimos contactos en la isla y fuera, y los peligrosos vínculos de éste con criminales llevarán al desenlace de la novela, el giro argumental, que conlleva la desaparición (y evidente asesinato) del pacífico profesor de instituto. Aquí está el segundo estereotipo de la sociedad siciliana: la llamada "omertà" o ley del silencio, un supuesto "código de honor" que no es sino mirar hacia otro lado, no querer saber, hacerse el tonto, el desentendido... Ya se sabe, la curiosidad mató al gato.
 Y todo acaba ahí. El giro argumental final, como antes decía, dota de brillantez al texto, le da una frescura que le hace a uno ansiar la siguiente novela de Sciascia. Pero, como antes decía, el siciliano pergeña personajes y sociedades con una maestría extraordinaria; se convierte en un verdadero cronista social, uno casi cree vivir en la isla al leer sus novelas. En todo caso, Sciascia no hace un juicio de valor explícito sobre el comportamiento mafioso de la mayoría de sus habitantes, simplemente hace un retrato fidedigno de su sociedad; sin embargo, sí hay un protagonista más mimado, en este caso el profesor Laurana, y otros que son tratados con menos benevolencia. Al final queda un regusto amargo, el que da una sociedad enfangada en una violencia sorda, asumida por sus ciudadanos como algo inevitable a lo que uno tiene que evitar mirar. Es paradójico que a esa ley del silencio se la suponga un código de honor, toda vez que es el deshonor del cobarde, que, anidando en el corazón de los sicilianos, llevó a la isla al subdesarrollo económico y a la emigración masiva en tiempos pasados.

martes, 20 de agosto de 2024

"La mansión de las pesadillas. Antología de relatos sobre casas encantadas", editado por Valdemar.

  Aun a riesgo de repetirme, glosaré las virtudes que la colección El Club Diógenes de la Editorial Valdemar tiene para un lector empedernido como quien esto escribe: En apenas diecinueve por doce centímetros (y antes era mejor, pues era de diecisiete por once), formato que permite llevar el libro a cualquier parte, incluso introducirlo en algún bolsillo, Valdemar selecciona los mejores cuentos de narrativa fantástica y de terror de distintas temáticas: casas encantadas, vampiros, fantasmas, pesadillas, la muerte como personaje, ambientados en el mar, sabios enloquecidos, momias, zombis... Todo ello en antologías selectas de lo mejorcito que tiene este subgénero narrativo. Por poner un ejemplo, en el volumen que acabo de leer están autores como Poe, Sheridan Le Fanu, Lovecraft, Ambrose Bierce, M.R. James o W.H. Hodgson. El resultado es, pues, una pequeña obrita de bolsillo de una calidad excelsa. Vaya por ello mi agradecimiento a la Editorial Valdemar, activa desde 1989, que en estos cuatro decenios y pico de egregia labor de difusión cultural ha dejado ya un acervo literario impagable al reeditar textos ya descatalogados e incluso publicar nuevas traducciones (puesto que la inmensa mayoría de los textos son de autores anglosajones del siglo XIX) con una sobresaliente calidad. Creo que es justo reconocer la imprescindible labor editorial, sobre todo cuando un servidor es tan crítico con las grandes editoriales (y que no cambio de opinión en este sentido, ¡eh! Las editoriales dominantes del mercado sólo son meras máquinas de hacer dinero, explotar escritores y manipular a los lectores). Pues eso, dicho queda.
 En narrativa de terror, las casas encantadas son un tema recurrente. La mezcla de mansiones abandonadas en parajes remotos, con historias truculentas previas, poca o ninguna luz, mobiliario arcaico y desvencijado... genera en muchos una sensación de desasosiego e inquietud que es la antesala del miedo. Tal vez el instinto animal primitivo que nos sitúa como posibles presas de criaturas más grandes y poderosas que nosotros en una localización que no dominamos sea la razón de ese miedo irracional. Los mejores escritores de terror, Edgar Allan Poe es un buen ejemplo han explotado esta mina con frecuencia. En este volumen, concretamente, el de Poe es el mejor relato, no es otro que el archiconocido El hundimiento de la casa Usher, uno de sus relatos mejor pergeñados y admirados. Otros autores imitados hasta la saciedad por miles de admiradores como Howard Phillips Lovecraft no es tan pródigo en localizaciones como casas para ambientar sus terroríficos relatos, aunque Valdemar ha seleccionado uno, La casa evitada, en el que el genio de Providence desgrana con método periodístico, comportándose él mismo como un investigador alejado del sensacionalismo supersticioso, el terror de un viejo caserón. En todo caso, las características "lovecraftianas" están en el texto con la aparición de un ser viscoso, no descrito plenamente, que habita bajo la mansión, chupando las vidas de los que allí viven a lo largo de los siglos. Otro grande es John Sheridan Le Fanu, con El espectro de madame Crowl en el que ese fantasma, contrito y apesadumbrado, se aparece a los habitantes de la casa para confesar el crimen que cometió decenios atrás.
 Y así hasta veinticinco relatos, agrupados en cuatro secciones en función de cómo se genera el terror en el lector: El teatro del miedo, La noche en vela, Fantasmas del pasado y Poltergeist. Un pequeño volumen (de dimensiones, pero de casi setecientas páginas) con lo más granado del terror en casas encantadas y fantasmagóricas, una pequeña joya literaria.

lunes, 29 de julio de 2024

"El ojito derecho", "Amores y amoríos" y "Malvaloca", de los hermanos Álvarez Quintero.

  Reconozco leer poco teatro, y menos aún teatro español, lo cual es lamentable. Es lamentable leer poco teatro español, pero sobre todo si tenemos en cuenta el del Siglo de Oro, época en la que nuestro país marcaba el ritmo a nivel mundial, no sólo en el ámbito político y económico (Descubrimiento y conquista de Ámerica, expansión en Europa, Asia y África...) sino también en el cultural. Vamos, que (en mi opinión) no se puede tener un buen conocimiento de la cultura hispánica si no se ha leído las obras principales de Lope de Vega, Tirso de Molina, Calderón de la Barca, Quevedo o Góngora. Mucho me temo que, con el correr de los siglos, el Teatro patrio fuera (al igual que la influencia del país a nivel mundial) decayendo. Con las augustas excepciones de Cervantes en la segunda mitad del XVII, Fernández de Moratín en el XVIII, Espronceda y Zorrilla en el XIX, y Benavente en el XX, nuestro país quedó al margen de los grandes movimientos teatrales. Es verdad que en el siglo XX abundaron los autores que desarrollaron una comedia muy coyuntural (en el sentido de estar relacionado con una sociedad y una época muy concreta) aunque muy rentable en taquilla (el teatro era la diversión principal de las clases medias de entonces). De entre estos autores de comedias populares cabe destacar a Carlos Arniches, Jardiel Poncela, Miguel Mihura y los Hermanos Álvarez Quintero. Así que, ni corto ni perezoso, me adentro en tres obras señeras de Serafín y Joaquín Álvarez Quintero, un entremés (El ojito derecho), una comedia (Amores y amoríos) y un drama (Malvaloca).
 Y la sensación que he sacado, lamento decirlo, no es positiva. Tengo la sensación de que estas obras han envejecido mal, reflejan una sociedad que ya no existe y están muy ligadas a un regionalismo cargado de tópicos y clichés (por cierto, los Álvarez Quintero defendían escribir tal cual sus personajes hablaban, con todos los andalucismos y vulgarismos propios de la Andalucía "profunda", lo cual hace muy incómoda la lectura).
 El ojito derecho es un entremés, es decir una corta pieza cómica pensada para ser representada en el entreacto de una comedia de más enjundia. Es el engaño del vendedor de un burro viejo y enfermo, que está conchabado con un corredor, supuestamente amigo del comprador.
 Amores y amoríos es una comedia romántica con enamoramientos, desenamoramientos y vuelta a enamorarse de una parejita de jóvenes muy al estilo de la época: retraída en un inicio ella, animosa y corajuda después; mujeriego y superficial en un principio él, enamorado y sincero después. Es previsible el desenlace desde el primer acto.
 Malvaloca está considerada como drama, aunque tiene un final feliz en el que el amor se impone a todos los prejuicios y dificultades sociales. Presenta ese amor trágico que lleva a los enamorados a sentirse más desgraciados que felices. Ha sido representado en teatro multitud de veces, y llevada a la pantalla cinematográfica en tres ocasiones, en todos los casos con gran éxito de público y crítica.
 Ya digo, temo que sean obras demasiado populares, pensadas para llenar teatros más que para dejar referencias culturales. No tratan de hacer pensar sino de entretener, no buscan la excelencia sino el pasatiempo.

domingo, 28 de julio de 2024

"Marianela", de Benito Pérez Galdós.

 Pequeña obra genial del inmortal autor de Los episodios nacionales. Digo pequeña porque no se puede comparar con aquéllos, pero tampoco con otras novelas como Fortunata y Jacinta, Misericordia o Doña Perfecta; pero digo genial porque todas las características de Galdós están presentes: la minuciosa descripción de los ambientes, la crítica social, la toma de conciencia por los desfavorecidos frente a la hipocresía general... todas ellas comunes al llamado Realismo literario. Sí, es un disfrute intelectual leer hoy a Galdós. Su calidad lo ha elevado a la categoría de atemporal, principalmente porque, aun cuando describe tan detallista los ambientes, los personajes retratados son arquetipos humanos, propios de cualquier época y lugar. Eso por no hablar de la prosa reposada, adjetivada, con muchos arcaísmos (a mí me gustan, especialmente, los verbos reflexivos con el pronombre personal incluido en la palabra, "lavábase", "sentose", "aproximose"...). En fin, entiendo que leer a Galdós a finales del XIX o principios del XX no era más que un ejercicio de modernidad, toda vez que el propio autor ejerció como periodista y político y sus novelas parecían aceradas críticas a la sociedad del momento, al clericalismo que se resistía a morir, o la defensa del aperturismo que tanto deseaba el autor para su país... pero leído cien años después se nos antoja totalmente ácrono, sin exclusiva trabazón con su época.
 Argumento de Marianela: en una ficticia localidad cántabra, Socartes, se desarrolla la triste vida de Marianela, huérfana, deforme, maltratada por todos, que sirve de lazarillo a Pablo Penáguilas, hijo de un rico de la zona, ciego de nacimiento. Pablo es el único que no veja a Marianela, hasta el punto de que ella queda prendada de él. A la localidad llega Teodoro Golfín, médico oftalmólogo, hermano de Carlos, ingeniero de las minas de la zona. Teodoro cree poder curar la ceguera de Pablo, algo que es visto allí como un milagro por todos excepto por Marianela, que teme que Pablo recobre la vista y la aborrezca por su fealdad. Tal ha sido el maltrato recibido por la chica, que su autoestima se encuentra por los suelos, sintiéndose un ser sin valía, molestia para todos, útil tan sólo para el pobre ciego; si éste deja de serlo, ¿qué sería de ella? Finalmente, Teodoro Golfín opera a Pablo y éste recupera su vista, llevando a Marianela a ocultarse en el campo para que nadie pueda verla. Allí, en soledad, intenta suicidarse, pero es rescatada in extremis por Golfín y llevada de nuevo al pueblo. En todo caso, la salud de Marianela se ha deteriorado notabilísimamente, de modo que cuando Pablo la reconoce por el tacto de sus manos y su voz ya está agonizando. La novela termina con la muerte de la protagonista y su entierro en un sepulcro ornamentado y lujoso, contraste absoluto con la mísera vida que llevó.
 Es, pues, un drama absoluto, una obra de un pesimismo muy marcado. Los estudiosos de Galdós la denominan "novela de tesis", por mostrar tan a las claras la ideología de su autor, lo que antes decía de la denuncia de la hipocresía social y la falta de caridad cristiana en boca de quien se autodenomina cristiano con la boca llena. Todo ello contrasta con un paisaje idílico, como para constatar todavía más fehacientemente las injusticias de la sociedad humana.
 En fin, un clásico de la literatura española del XIX que no debe olvidarse nunca, tanto desde un punto de vista formal, para no disminuir la calidad prosística de lo escrito y leído, como desde el punto de vista temático, para tratar de mejorar nuestras vidas y las de los que nos rodean.

viernes, 19 de julio de 2024

"La máscara de Dimitrios", de Eric Ambler.

  Hace un mes y pico quedé prendado de una película dirigida por Jean Negulescu en 1944, The Mask of Dimitrios (ya puse una entrada en este blog). La película en cuestión me agradó por estar protagonizada por los gigantescos Peter Lorre y Sydney Greenstreet, pero también porque el argumento era bastante sólido e interesante. Me prometí a mí mismo leer la novela en la que estaba basada (al parecer, con muy pocos cambios) la cinta, y como lo que se promete es deuda (sobre todo, o quizá únicamente, lo que se promete a uno mismo) pues aquí está.
 No soy aficionado a las novelas de espionaje, salvo que estén muy bien urdidas me parecen pretenciosas e infantiles. Es verdad que entre los mejores escritores de este subgénero hay antiguos agentes de agencias de inteligencia, como John Le Carré, por ejemplo, que trabajó varias décadas para el MI5, el servicio secreto británico, lo cual quiere decir que experiencia al respecto tienen, otra cosa es que no lo sepan plasmar en el papel. Parece que Eric Ambler no estuvo vinculado a servicios de espionaje de ningún país, pero he de reconocer que La máscara de Dimitrios está muy bien tramada.
 El argumento narra la ambición de un escritor inglés, Charles Latimer, que, accidentalmente, es introducido a un suceso misterioso tras el hallazgo de un cadáver nadando en las aguas del Bósforo, en Estambul. El cuerpo lleva una identificación personal de Dimitrios Makropoulos, un traficante de armas y drogas bien conocido por la policía turca. El escritor decide investigar por su cuenta para sacar información para una futura novela, lo cual lo llevará a Esmirna, Atenas, Sofía, Ginebra y París, tratando con gente del hampa europea. Latimer tendrá como apoyo principal a un tal Peters, antiguo empleado de Dimitrios, dispuesto ahora a extorsionarlo o denunciarlo a la policía.
 La novela es entretenida y engancha lo suficiente para que un ávido lector se la lea en tres o cuatro días. A mí lo que más me ha gustado es cómo crea los personajes, muy en particular el de Dimitrios, que no aparece hasta los últimos capítulos, lo cual es notable, porque el protagonista es creado en su ausencia, es decir, descrito por otros personajes de forma antagónica: la policía lo retrata de una manera, sus compinches de la forma contraria, el propio escritor imagina la suya... Al final, el lector ha de ir componiendo el carácter del personaje con los retazos de cada uno. Es francamente ingenioso y seductor. 
 Otro aspecto positivo de esta novela es que no cae en la ingenuidad intencionada (con la intención, precisamente, de dirigir la empatía del lector hacia uno u otro) de presentar a buenos y malos, héroes y canallas, nobles y ruines, sino que presenta una caterva de tipejos que tratan de ganarse la vida de la forma más cómoda posible, al margen de convenciones morales. Por poner esto en las palabras que el propio Ambler pone en labios de Latimer: No hay héroe, tampoco heroína; sólo bandidos y tontos. ¿O tendría que decir tontos, únicamente?

lunes, 15 de julio de 2024

"El matón que soñaba con un lugar en el Paraíso". de Jonas Jonasson.

  Tercera novela del sueco Jonasson que leo. Las otras dos fueron sobre el centenario Allan Karlsson y sus inverosímiles aventuras en las más altas esferas del poder internacional, a las que accedía por pura casualidad. Ahora, Jonasson narra la vida de tres perdedores absolutos: un criminal que tras pasar media vida en la cárcel encuentra la redención en una lectura superficial y cómica del Evangelio, una pastora luterana que no cree en Dios y un recepcionista de un hotel de mala muerte para cerrar el triángulo; juntos escaparán a mil situaciones escabrosas y conseguirán triunfar al final.
 Ya con tres novelas leídas, veo varios lugares comunes en Jonasson: el principal es el humor negro con toques surrealistas que ha encandilado al gran público; otro es la huida de los personajes, huida tanto en sentido geográfico, ya sea por Suecia o por medio mundo, o en sentido figurado, huyendo de sus trágicas existencias; también aparece siempre una maleta repleta de dinero, puerta hacia esa nueva vida anhelada, dinero que acaba siendo malgastado antes de conseguir el ansiado cambio de vida.
 Argumento de la novela: Johan "Asesino" Andersson es un pobre diablo de cincuenta y tantos años que ha pasado más de la mitad de su vida adulta en centros penitenciarios acusado de tres asesinatos cometidos bajo el efecto del alcohol. Al salir de prisión decide no volver a caer más en la violencia, abandonar el alcohol (excepto la cerveza, claro) y reiniciarse como persona. Para ello se alojará en un hotel de medio pelo en cuya recepción trabaja un abúlico joven, antiguo empleado de burdel, desengañado de la vida sin haber vivido, que deja pasar el tiempo sin actuar. También en el "hotelucho" se aloja una antigua pastora luterana, harta de su oficio, que ya ni siquiera cree en Dios. Ninguno de los tres tiene un verdadero medio de ganarse la vida, y la pastora decide constituirse a sí misma en representante de "Asesino" Anders. Con ayuda del recepcionista utilizará a Andersson como ejecutor de palizas a domicilio previo pago de una tarifa establecida. Lo malo es que el matón ha descubierto en una lectura superficial de la Biblia que la violencia no está precisamente bien que digamos. Renuncia a las palizas como medio de vida, lo cual no impide que sus "apoderados" sigan admitiendo y cobrando encargos de zurras; esto es, claro, insostenible, pues los "clientes" son tan violentos como la acción que demandan, pero lo cierto es que los tres se encuentran con un pequeño capital de los trabajos cobrados y no ejecutados. Tienen tanto dinero que la pastora decide diversificar el negocio y comprar una pequeña iglesia en ruina y formar su propia  Iglesia, la "Iglesia de Anders" (algo legal y factible en Suecia). El pastor será el propio asesino pacificado que redescubrirá la Eucaristía bebiendo grandes cantidades del Cuerpo de Cristo. Por supuesto, los clientes estafados perseguirán a los tres tipos y no precisamente para felicitarles el Año Nuevo, lo cual les obligará a contratar guardaespaldas. A pesar de tan estrambótica situación, la Iglesia de Anders, por puro morbo, atrae a grandes cantidades de fieles que depositan pingües limosnas en el cepillo parroquial. De nuevo, una maleta repleta de billetes incita la huida por toda Suecia de los tres protagonistas. 
 Como se puede ver por el argumento, es una novela descacharrante, con un humor negro no exento, sin embargo, de cierta compasión y empatía hacia esos perdedores tan ridículos.  En cuanto a las formas, no tendrá éxito quien busque la excelencia en el texto; es una prosa rápida, muy narrativa, poco descriptiva, periodística (normal teniendo en cuenta que el tal Jonasson trabajó gran parte de su vida como tal) y sin grandes aspiraciones, pero tampoco carencias. Es una novela, como las otras dos, fácil de leer, ideal para esta época canicular.

domingo, 7 de julio de 2024

"A Room with a View", de E. M. Forster.

  En la entrada de hace año y medio sobre Pasaje a la India de este mismo autor explicaba que a Forster no se le puede incluir propiamente entre los escritores victorianos, toda vez que nació en 1879 y, por tanto, su producción literaria no fue llevada a cabo en tiempo de la reina Victoria, sino en la de su hijo, Eduardo VII. Los anglosajones no tienen reparo en clasificar la literatura de Reino Unido en función de los reinados, con lo que a este periodo lo conocen como "eduardiano". En realidad (por mucho que les pese y aludan una y otra vez a su insularidad como muro insalvable), la vida cultural británica se vio sacudida por los vaivenes de la moda que afectó a toda Europa y, por extensión, a todo el mundo occidental. Así, Forster (y todos los escritores victorianos y "eduardianos") pertenecen al llamado Romanticismo literario, establecido desde la 1789 (la Revolución Francesa) hasta las Vanguardias culturales del siglo XX; en ellos se aprecian las características archiconocidas para el periodo: huida del Clasicismo y su extraordinario amor por la formalidad estructural; exaltación del Yo y sus sentimientos propios, en lugar de la sublimación de la colectividad; el gusto por lo desconocido, lo sobrenatural, lo oculto; la búsqueda de la libertad individual frente al rancio convencionalismo de la época anterior... Y casi todas esas peculiaridades del periodo romántico están en las novelas de Edward Morgan Forster, sobre todo las referidas a las diferencias sociales, ya sean económicas o raciales.
 En Pasaje a la India eran precisamente las diferencias étnicas entre los británicos de origen europeo y los también británicos pero de origen indio lo que daba juego a la novela, aquí, en Una habitación con vistas, serán las diferencias sociales de tipo económico, pero sobre todo las hipocresías y vicios sociales los que marquen el ritmo del texto. La novela en cuestión es, en última instancia, una denuncia de la falsedad social, que aparenta civismo y respeto por los individuos, pero que, en realidad, es maledicente, mordaz, envidiosa y destructiva. No deja de ser una novela amorosa, toda vez que se trata de un clásico triángulo amoroso entre una joven un tanto indecisa, su impetuoso amor aparentemente intrascendente en una excursión y el joven adinerado, de buena posición y anodino con el que se promete. Hoy este argumento no daría para nada, ni siquiera para una novela de las que escribía Corín Tellado, pero en aquella época en la que todo era simular "ser decente" y dominar las pasiones causó un verdadero escándalo. Supongo que las mentes más abiertas de aquel 1908 en que se publicó Una habitación con vistas ya se entendía que el comportamiento entrometido y chismoso de Charlotte Barlett, carabina de la protagonista, era inaceptable y dañino; que la superficialidad clasista de Cecil Vyse, prometido de Lucy, era anacrónica e inoperante; y que la propia vacilación y convencionalismo de Lucy Honeychurch, la protagonista principal (al punto que, antes de escoger el título definitivo, el autor la denominaba "La novela de Lucy") provocan toda la confusión y el conflicto. Pero, leído en 2024, es más evidente el cinismo, el fariseísmo, la afectación, la santurronería de esa sociedad que sólo quiere aparentar, mientras destripa por detrás a los ausentes. Bien mirado, en 2024 sigue existiendo esa gazmoñería entre la ciudadanía, aunque se empieza a imponer una sinceridad basada en la indiferencia al juicio ajeno.
 Desde el punto de vista formal, la prosa de Forster está muy cuidada, con abundantes frases subordinadas y adjetivación. No hay dominancia clara entre la narración y la descripción, la primera de las cuales aporta sentido y ritmo a la novela, y la segunda hondura y verosimilitud.
 Al igual que Pasaje a la India, Una habitación con vistas fue llevada al cine en 1985, dirigida por James Ivory, con Helena Bonham Carter en el papel de Lucy Honeychurch, Daniel Day-Lewis como Cecil Vyse, y una inconmensurable Maggie Smith como Charlotte Barlett. Es una adaptación muy fiel al texto de Forster, con un gran respeto en la elección de exteriores (Florencia y Londres), así como en el atrezo de los actores.
 Es una gran novela, una de esas que, pocos decenios después de ser escrita, es alzada a los altares de la más egregia literatura y emulada por todos los aspirantes a escritor.

lunes, 1 de julio de 2024

"La guerra larga", de Terry Pratchett y Stephen Baxter.

  Segunda novela de la saga La Tierra larga, escrita por Pratchett y Baxter. La novela me ha dejado un poco frío, la verdad, algo que no me pasa infrecuentemente (supongo que a todos) con las sagas. Parece como si el autor de la serie de novelas hubiera repartido tacañamente el argumento de una única novela en tres, cuatro o cinco; eso o que la primera novela es la que verdaderamente merece la pena, y el resto no son sino meros estiramientos del mismo, un poco como los culebrones televisivos, que se alargan indefinidamente mientras tengan éxito de público. Aplicar esto a Terry Pratchett puede parecer injusto, toda vez que en la saga del Mundodisco, de cuarenta y una novelas, el lector no tiene en absoluto la sensación de estar leyendo un refrito de una novela anterior. Tal vez sea culpa del tal Stephen Baxter, autor del que no he leído nada más que estas novelas, pero también hay que tener en cuenta la ambición económica sin fin de las editoriales, capaces de obligar a sus autores a publicar cosas de baja calidad (ahora que escribo esto, recuerdo una novela corta de Pérez-Reverte, La sombra del águila, en cuyo prefacio el autor se justifica de la baja estofa de su novela por exigencias contractuales con la editorial).
 Bien, en todo caso, esta novela tiene incluso un título equívoco, pues da la sensación (en los primeros capítulos) de narrar un argumento que luego es muy secundario. A saber: la acción se sitúa en 2040, cuando se han fundado multitud de colonias por todos los planetas de esa Tierra larga (recordamos, la existencia de millones de planetas semejantes al que habitamos y a los que los humanos pueden saltar gracias a un sencillo dispositivo); con el paso del tiempo, esas colonias han ido ganando independencia, hasta el punto de que alguna se empieza a plantear ya dejar la tutela de Estados Unidos (país que reclama para sí todos los nuevos mundos, en disputa con China) y formar un nuevo país. Eso es lo que pasa con Valhalla, una  ciudad situada en la Tierra Oeste 1.400.013 (es decir, situada en un planeta que está a un millón y pico de cruces) que ha emitido, junto con otras ciudades de otros planetas, una declaración de independencia del Datum (nombre que se da a la Tierra original). Lógicamente, desde el Datum se proponen impedir esta independencia a toda costa, enviando un dirigible (naves utilizadas para cruzar) con multitud de soldados en su interior. 
 Bien, pues esto que acabo de narrar se desarrolla en los primeros capítulos de la novela, dejando creer al lector que lo que se viene es una guerra entre los secesionistas y el Datum, lo que encajaría con el título de la novela, claro. Pero ocurre finalmente que no se trata de esto sino de un conflicto con un raza humanoide de perros (de raza beagle, para más inri) que tienen una actitud especialmente belicosa hacia los humanos.
 En fin, la sensación que me ha dejado es un poco desilusionante, como si estuviera un tanto deslavazado, o como si se hubiera escrito de forma apresurada y a salto de mata. Una pena, no está a la altura de la saga del Mundodisco.

viernes, 21 de junio de 2024

"De un mundo que ya no está", de Israel Yehoshua Singer.

  Algunas familias, muy pocas, cuentan entre sus miembros a varios narradores de gran calidad; es el caso de los Singer, con tres hermanos en la más alta aptitud prosística, a saber: Esther, Israel Yehoshua e Isaac Bashevis. Una peculiaridad que les otorga más importancia es que los tres escribieron en yidis o judeo-alemán, la lengua propia de los judíos askenazíes (por cierto, los traductores siguen utilizando la denominación inglesa "yiddish" que es más cercana a su pronunciación, pero para un hispanófono, por puro descuido esa palabra se acaba pronunciando como "yidis", que es como la reconoce la RAE); el hecho de que escribieran en yidis es importante habida cuenta de que ésta es una lengua en claro retroceso, el propio Isaac Bashevis llegó a decir en su discurso de aceptación del Nobel de Literatura de 1978 "el yiddish puede ser un idioma moribundo, pero es el único idioma que conozco bien". Bien, servidor es incapaz de leer yidis (menos aún cuando lo escriben transliterado al alefato hebreo), pero considero a Isaac Bashevis Singer como uno de los mejores escritores de todos los tiempos, capaz de describir lugares y personajes como pocos, narrar hechos truculentos con una sombra de humor irónico que permite seguir viviendo y huir de la ira. Bueno, Israel Yehoshua, hermano mayor y maestro (según él mismo decía) de Isaac, no tiene su calidad, o quizá no le dio tiempo a llegar a ella, pues falleció súbitamente de un infarto de miocardio a sus cincuenta años. Lo cierto es que hay muchas semejanzas entre los hermanos, aunque el mayor en edad es menor en calidad.
 Antes de describir someramente la novela, he de hablar unas palabras sobre sus traductores al español. Una de las peores cosas que experimento al leer a Isaac Bashevis es que sus traducciones son indirectas (no del yidis, su lengua original, sino del inglés) y, al menos en España, muchas de las antiguas traducidas por el escritor Andrés Bosch, buen traductor del inglés, pero desconocedor, al parecer, de la cultura judía askenazí y la multitud de términos que estos escritores incluyen en sus textos. Como consecuencia, se encuentran muchísimas inexactitudes cuando no errores absolutos en la traducción de estos textos. En la versión de la Editorial Acantilado, por el contrario, los traductores son la pareja formada por Rhoda Henelde y Jacob Abecasís, ambos grandes conocedores de la cultura hebrea (ella, nacida en Varsovia en 1937, pertenece a una familia askenazí; él, nacido el mismo año en Tetuán, a una familia sefardita), lo que asegura una traducción correcta (diría incluso una "traducción kosher", perdón por el chascarrillo) que permite una comprensión más profunda del texto; además, claro está, ellos traducen directamente del yidis al español, sin pasos intermedios que deformen el relato.
 De un mundo que ya no está es una novela inconclusa en la que Israel Yehoshua Singer pretendía plasmar su existencia desde el nacimiento en Bilgoraj, hoy Polonia, en su época, Imperio ruso, hasta su llegada a Estados Unidos. La prematura muerte, ya dije, cercenó este proyecto, dejando una novela de tres tomos y unas mil quinientas páginas (según el propio autor) en una de apenas trescientas. La narración se interrumpe cuando el protagonista tiene trece años y sale de esa localidad para ir a vivir a Varsovia. La forma de escribir y los temas son muy parecidos a los de su hermano menor, del que creo haber leído todo lo vertido al español. Como antes dije, a pesar de narrar existencias duras en las que la muerte, la enfermedad y la pobreza eran unas presencias cotidianas, flota un aire de comicidad nostálgica muy saludable, que hace empatizar al lector rápidamente con aquella sociedad. El carácter casi de acta notarial de lo narrado  suma un mayor valor a la novela, toda vez que sirve de recordatorio de una cultura borrada del mapa europeo, desgraciadamente, a golpe de pogromos, matanzas y genocidios. A diferencia de lo narrado por su hermano menor, Israel no hace tanto énfasis en las relaciones amatorio-sexuales de sus personajes, factor siempre presente en las de Isaac; tal vez sea la diferencia de época de producción, pues Israel escribió antes del fin de la Segunda Guerra Mundial, mientras que Isaac tiene gran parte de su producción fechada en las décadas siguientes, cuando la generalidad de los lectores podían asimilar con mayor agrado frivolidades que entretenían sin alejarse un ápice de la narración verídica.
 En fin, tal vez por estar inconclusa o por la menor calidad como narrador del autor, esta novela de Israel Yehoshua Singer parece que fuera una novela menor y peor rematada de su hermano Isaac. Tiene los componentes reconocibles del Nobel del 78, pero le falta mordiente, atractivo para el lector del siglo XXI. Con todo, es una notable labor de los traductores y de la Editorial Acantilado el haber puesto a disposición del lector hispanohablante este pedazo de historia centroeuropea de principios de siglo XX.

jueves, 20 de junio de 2024