viernes, 21 de junio de 2024

"De un mundo que ya no está", de Israel Yehoshua Singer.

  Algunas familias, muy pocas, cuentan entre sus miembros a varios narradores de gran calidad; es el caso de los Singer, con tres hermanos en la más alta aptitud prosística, a saber: Esther, Israel Yehoshua e Isaac Bashevis. Una peculiaridad que les otorga más importancia es que los tres escribieron en yidis o judeo-alemán, la lengua propia de los judíos askenazíes (por cierto, los traductores siguen utilizando la denominación inglesa "yiddish" que es más cercana a su pronunciación, pero para un hispanófono, por puro descuido esa palabra se acaba pronunciando como "yidis", que es como la reconoce la RAE); el hecho de que escribieran en yidis es importante habida cuenta de que ésta es una lengua en claro retroceso, el propio Isaac Bashevis llegó a decir en su discurso de aceptación del Nobel de Literatura de 1978 "el yiddish puede ser un idioma moribundo, pero es el único idioma que conozco bien". Bien, servidor es incapaz de leer yidis (menos aún cuando lo escriben transliterado al alefato hebreo), pero considero a Isaac Bashevis Singer como uno de los mejores escritores de todos los tiempos, capaz de describir lugares y personajes como pocos, narrar hechos truculentos con una sombra de humor irónico que permite seguir viviendo y huir de la ira. Bueno, Israel Yehoshua, hermano mayor y maestro (según él mismo decía) de Isaac, no tiene su calidad, o quizá no le dio tiempo a llegar a ella, pues falleció súbitamente de un infarto de miocardio a sus cincuenta años. Lo cierto es que hay muchas semejanzas entre los hermanos, aunque el mayor en edad es menor en calidad.
 Antes de describir someramente la novela, he de hablar unas palabras sobre sus traductores al español. Una de las peores cosas que experimento al leer a Isaac Bashevis es que sus traducciones son indirectas (no del yidis, su lengua original, sino del inglés) y, al menos en España, muchas de las antiguas traducidas por el escritor Andrés Bosch, buen traductor del inglés, pero desconocedor, al parecer, de la cultura judía askenazí y la multitud de términos que estos escritores incluyen en sus textos. Como consecuencia, se encuentran muchísimas inexactitudes cuando no errores absolutos en la traducción de estos textos. En la versión de la Editorial Acantilado, por el contrario, los traductores son la pareja formada por Rhoda Henelde y Jacob Abecasís, ambos grandes conocedores de la cultura hebrea (ella, nacida en Varsovia en 1937, pertenece a una familia askenazí; él, nacido el mismo año en Tetuán, a una familia sefardita), lo que asegura una traducción correcta (diría incluso una "traducción kosher", perdón por el chascarrillo) que permite una comprensión más profunda del texto; además, claro está, ellos traducen directamente del yidis al español, sin pasos intermedios que deformen el relato.
 De un mundo que ya no está es una novela inconclusa en la que Israel Yehoshua Singer pretendía plasmar su existencia desde el nacimiento en Bilgoraj, hoy Polonia, en su época, Imperio ruso, hasta su llegada a Estados Unidos. La prematura muerte, ya dije, cercenó este proyecto, dejando una novela de tres tomos y unas mil quinientas páginas (según el propio autor) en una de apenas trescientas. La narración se interrumpe cuando el protagonista tiene trece años y sale de esa localidad para ir a vivir a Varsovia. La forma de escribir y los temas son muy parecidos a los de su hermano menor, del que creo haber leído todo lo vertido al español. Como antes dije, a pesar de narrar existencias duras en las que la muerte, la enfermedad y la pobreza eran unas presencias cotidianas, flota un aire de comicidad nostálgica muy saludable, que hace empatizar al lector rápidamente con aquella sociedad. El carácter casi de acta notarial de lo narrado  suma un mayor valor a la novela, toda vez que sirve de recordatorio de una cultura borrada del mapa europeo, desgraciadamente, a golpe de pogromos, matanzas y genocidios. A diferencia de lo narrado por su hermano menor, Israel no hace tanto énfasis en las relaciones amatorio-sexuales de sus personajes, factor siempre presente en las de Isaac; tal vez sea la diferencia de época de producción, pues Israel escribió antes del fin de la Segunda Guerra Mundial, mientras que Isaac tiene gran parte de su producción fechada en las décadas siguientes, cuando la generalidad de los lectores podían asimilar con mayor agrado frivolidades que entretenían sin alejarse un ápice de la narración verídica.
 En fin, tal vez por estar inconclusa o por la menor calidad como narrador del autor, esta novela de Israel Yehoshua Singer parece que fuera una novela menor y peor rematada de su hermano Isaac. Tiene los componentes reconocibles del Nobel del 78, pero le falta mordiente, atractivo para el lector del siglo XXI. Con todo, es una notable labor de los traductores y de la Editorial Acantilado el haber puesto a disposición del lector hispanohablante este pedazo de historia centroeuropea de principios de siglo XX.

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