jueves, 22 de agosto de 2024

"A cada cual, lo suyo", de Leonardo Sciascia.

  Otra novela policiaca del escritor siciliano. Una novela sobre Sicilia y los sicilianos (quizá extrapolable al resto de italianos y europeos meridionales, quizá). Una novela sobre la mafia. Pero una mafia sorda, callada, íntimamente imbricada en la sociedad, no la mafia de los grandes titulares periodísticos, sino la de los asesinatos de ciudadanos "anónimos" que tienen la mala suerte de mirar demasiado o escuchar cosas que no se deben conocer. La verdad es que deja una sensación desasosegante, triste y sórdida de la sociedad siciliana.
 Con respecto a la forma, la brillantez de Sciascia asegura una prosa muy cuidada, lenta, adjetivada y exquisita. Teniendo en cuenta que el siciliano trabajó muchos años como periodista, es de agradecer que su narrativa no se abaje a lo que conocemos precisamente como "prosa periodística", muy directa y explícita, pero plana y sosa como un epitafio de tercera.
 Luego están los giros argumentales que dan tanta vida a las novelas de Sciascia. Giros, normalmente al final, que lo sorprenden a uno gratamente, que lo dejan sin respiración, anhelando leer algo más del autor. No soy prono a las novelas policiacas, lo he dicho muchas veces, pero estas de Leonardo Sciascia tienen mucha enjundia, no sólo trata sobre un investigador astuto que acaba por descubrir al asesino por un detalle nimio que pasó desapercibido para los demás, Sciascia pergeña un paisaje y un paisanaje perfectamente reconocible en la isla de mayor extensión del Mediterráneo.
 Tan buena es la descripción de la sociedad siciliana, que el argumento de la novela acaba siendo secundario. Éste consiste en el asesinato de un farmacéutico rural tras una amenaza anónima aparentemente irrelevante, y, como por casualidad, la muerte del médico Roscio. La amenaza previa, con letras sacadas de un periódico parece justificar el asesinato posterior. Aquí está el primer tópico siciliano: el de la maledicencia generalizada, si el anónimo decía que "morirás por lo que has hecho" es que sin duda el asesinado había hecho algo. Es la aplicación del dicho popular "piensa mal y acertarás", que presupone culpabilidad en la víctima. Eso por no hablar del médico asesinado, Roscio, al que se lo considera un daño colateral por estar en el lugar equivocado en el momento erróneo (de caza con el farmacéutico amenazado). De manera tal, que el común de la ciudadanía cierra el caso antes que los jueces dictaminen: el farmacéutico habría cometido algún desmán, tal vez con una mujer casada o una disputa personal. Fin del caso. No hace falta ni saber quién es el asesino. Sólo un profesor de instituto, Laurana (evidente álter ego de Sciascia), no queda satisfecho con esa explicación popular y decide investigar. Y ahí comete su terrible error: querer saber. Poco a poco empieza a tirar del hilo, suponiendo lo contrario que todos pensaban: que al que querían eliminar de primeras era al médico, y que el farmacéutico, y sobre todo la amenaza previa, no era sino una cortina de humo para tapar lo anterior. La relación de la viuda del médico con un primo suyo, poderoso abogado con altísimos contactos en la isla y fuera, y los peligrosos vínculos de éste con criminales llevarán al desenlace de la novela, el giro argumental, que conlleva la desaparición (y evidente asesinato) del pacífico profesor de instituto. Aquí está el segundo estereotipo de la sociedad siciliana: la llamada "omertà" o ley del silencio, un supuesto "código de honor" que no es sino mirar hacia otro lado, no querer saber, hacerse el tonto, el desentendido... Ya se sabe, la curiosidad mató al gato.
 Y todo acaba ahí. El giro argumental final, como antes decía, dota de brillantez al texto, le da una frescura que le hace a uno ansiar la siguiente novela de Sciascia. Pero, como antes decía, el siciliano pergeña personajes y sociedades con una maestría extraordinaria; se convierte en un verdadero cronista social, uno casi cree vivir en la isla al leer sus novelas. En todo caso, Sciascia no hace un juicio de valor explícito sobre el comportamiento mafioso de la mayoría de sus habitantes, simplemente hace un retrato fidedigno de su sociedad; sin embargo, sí hay un protagonista más mimado, en este caso el profesor Laurana, y otros que son tratados con menos benevolencia. Al final queda un regusto amargo, el que da una sociedad enfangada en una violencia sorda, asumida por sus ciudadanos como algo inevitable a lo que uno tiene que evitar mirar. Es paradójico que a esa ley del silencio se la suponga un código de honor, toda vez que es el deshonor del cobarde, que, anidando en el corazón de los sicilianos, llevó a la isla al subdesarrollo económico y a la emigración masiva en tiempos pasados.

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