domingo, 7 de julio de 2024

"A Room with a View", de E. M. Forster.

  En la entrada de hace año y medio sobre Pasaje a la India de este mismo autor explicaba que a Forster no se le puede incluir propiamente entre los escritores victorianos, toda vez que nació en 1879 y, por tanto, su producción literaria no fue llevada a cabo en tiempo de la reina Victoria, sino en la de su hijo, Eduardo VII. Los anglosajones no tienen reparo en clasificar la literatura de Reino Unido en función de los reinados, con lo que a este periodo lo conocen como "eduardiano". En realidad (por mucho que les pese y aludan una y otra vez a su insularidad como muro insalvable), la vida cultural británica se vio sacudida por los vaivenes de la moda que afectó a toda Europa y, por extensión, a todo el mundo occidental. Así, Forster (y todos los escritores victorianos y "eduardianos") pertenecen al llamado Romanticismo literario, establecido desde la 1789 (la Revolución Francesa) hasta las Vanguardias culturales del siglo XX; en ellos se aprecian las características archiconocidas para el periodo: huida del Clasicismo y su extraordinario amor por la formalidad estructural; exaltación del Yo y sus sentimientos propios, en lugar de la sublimación de la colectividad; el gusto por lo desconocido, lo sobrenatural, lo oculto; la búsqueda de la libertad individual frente al rancio convencionalismo de la época anterior... Y casi todas esas peculiaridades del periodo romántico están en las novelas de Edward Morgan Forster, sobre todo las referidas a las diferencias sociales, ya sean económicas o raciales.
 En Pasaje a la India eran precisamente las diferencias étnicas entre los británicos de origen europeo y los también británicos pero de origen indio lo que daba juego a la novela, aquí, en Una habitación con vistas, serán las diferencias sociales de tipo económico, pero sobre todo las hipocresías y vicios sociales los que marquen el ritmo del texto. La novela en cuestión es, en última instancia, una denuncia de la falsedad social, que aparenta civismo y respeto por los individuos, pero que, en realidad, es maledicente, mordaz, envidiosa y destructiva. No deja de ser una novela amorosa, toda vez que se trata de un clásico triángulo amoroso entre una joven un tanto indecisa, su impetuoso amor aparentemente intrascendente en una excursión y el joven adinerado, de buena posición y anodino con el que se promete. Hoy este argumento no daría para nada, ni siquiera para una novela de las que escribía Corín Tellado, pero en aquella época en la que todo era simular "ser decente" y dominar las pasiones causó un verdadero escándalo. Supongo que las mentes más abiertas de aquel 1908 en que se publicó Una habitación con vistas ya se entendía que el comportamiento entrometido y chismoso de Charlotte Barlett, carabina de la protagonista, era inaceptable y dañino; que la superficialidad clasista de Cecil Vyse, prometido de Lucy, era anacrónica e inoperante; y que la propia vacilación y convencionalismo de Lucy Honeychurch, la protagonista principal (al punto que, antes de escoger el título definitivo, el autor la denominaba "La novela de Lucy") provocan toda la confusión y el conflicto. Pero, leído en 2024, es más evidente el cinismo, el fariseísmo, la afectación, la santurronería de esa sociedad que sólo quiere aparentar, mientras destripa por detrás a los ausentes. Bien mirado, en 2024 sigue existiendo esa gazmoñería entre la ciudadanía, aunque se empieza a imponer una sinceridad basada en la indiferencia al juicio ajeno.
 Desde el punto de vista formal, la prosa de Forster está muy cuidada, con abundantes frases subordinadas y adjetivación. No hay dominancia clara entre la narración y la descripción, la primera de las cuales aporta sentido y ritmo a la novela, y la segunda hondura y verosimilitud.
 Al igual que Pasaje a la India, Una habitación con vistas fue llevada al cine en 1985, dirigida por James Ivory, con Helena Bonham Carter en el papel de Lucy Honeychurch, Daniel Day-Lewis como Cecil Vyse, y una inconmensurable Maggie Smith como Charlotte Barlett. Es una adaptación muy fiel al texto de Forster, con un gran respeto en la elección de exteriores (Florencia y Londres), así como en el atrezo de los actores.
 Es una gran novela, una de esas que, pocos decenios después de ser escrita, es alzada a los altares de la más egregia literatura y emulada por todos los aspirantes a escritor.

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