sábado, 3 de mayo de 2014

Los verdaderos sabios del siglo XV ya conocían la futilidad de las "glorias mundanas"

Coplas por la muerte de su padre (Jorge Manrique)




I

Recuerde el alma dormida

Recuerde el alma dormida,


avive el seso y despierte


contemplando


cómo se pasa la vida,


cómo se viene la muerte


tan callando,


   cuán presto se va el placer,


cómo, después de acordado,


da dolor;


cómo, a nuestro parecer,


cualquiera tiempo pasado


fue mejor.



II

Pues si vemos lo presente

   Pues si vemos lo presente


cómo en un punto se es ido


y acabado,


si juzgamos sabiamente,


daremos lo no venido


por pasado.

-116-

   No se engañe nadie, no,


pensando que ha de durar


lo que espera


mas que duró lo que vio,


pues que todo ha de pasar


por tal manera.



III

Nuestras vidas son los ríos

   Nuestras vidas son los ríos


que van a dar en la mar,


que es el morir,


allí van los señoríos


derechos a se acabar


y consumir;


   allí los ríos caudales,


allí los otros medianos


y más chicos,


y llegados, son iguales


los que viven por sus manos


y los ricos.



IV

Invocación

Dejo las invocaciones

   Dejo las invocaciones


de los famosos poetas


y oradores;


no curo de sus ficciones,

-117-

que traen yerbas secretas


sus sabores;


   aquel sólo invoco yo


de verdad,


que en este mundo viviendo


el mundo no conoció


su deidad.



V

Este mundo es el camino

   Este mundo es el camino


para el otro, que es morada


sin pesar;


mas cumple tener buen tino


para andar esta jornada


sin errar.


   Partimos cuando nacemos


andamos mientras vivimos,


y llegamos


al tiempo que fenecemos;


así que cuando morimos


descansamos.



VI

Este mundo bueno fue

   Este mundo bueno fue


si bien usásemos dél


como debemos,


porque, según nuestra fe,

-118-

es para ganar aquel


que atendemos.


   Aun aquel Hijo de Dios,


para subirnos al cielo,


descendió


a nacer acá entre nos,


y a morir en este suelo


do murió.



VII

Ved de cuán poco valor

   Ved de cuán poco valor


son las cosas tras que andamos


y corremos,


que, en este mundo traidor


aun primero que miramos


las perdemos:


   de ellas deshace la edad,


de ellas casos desastrados


que acaecen,


de ellas, por su calidad,


en los más altos estados


desfallecen.



VIII

Decidme: La hermosura

   Decidme: La hermosura,


la gentil frescura y tez


de la cara,


la color y la blancura,

-119-

cuando viene la vejez,


¿cuál se para?


   Las mañas y ligereza


y la fuerza corporal


de juventud,


todo se torna graveza


cuando llega al arrabal


de senectud.



IX

Pues la sangre de los godos

   Pues la sangre de los godos,


y el linaje y la nobleza


tan crecida,


¡por cuántas vías y inodos


se pierde su gran alteza


en esta vida!


   Unos, por poco valer,


¡por cuán bajos y abatidos


que los tienen!;


otros que, por no tener,


con oficios no debidos


se mantienen.



X

Los estados y riqueza

   Los estados y riqueza,


que nos dejen a deshora


¿quién lo duda?

-120-

no les pidamos firmeza,


pues son de una señora


que se muda.


   Que bienes son de Fortuna


que revuelven con su rueda


presurosa,


la cual no puede ser una


ni estar estable ni queda


en una cosa.



XI

Pero digo que acompañen

   Pero digo que acompañen


y lleguen hasta la huesa


con su dueño:


por eso no nos engañen,


pues se va la vida apriesa


como sueño;


   y los deleites de acá


son, en que nos deleitamos,


temporales,


y los tormentos de allá,


que por ellos esperamos,


eternales.



XII

Los placeres y dulzores

   Los placeres y dulzores


de esta vida trabajada


que tenemos,

-121-

no son sino corredores,


y la muerte, la celada


en que caemos.


   No mirando a nuestro daño,


corremos a rienda suelta


sin parar;


desque vemos el engaño


y queremos dar la vuelta,


no hay lugar.



XIII

Si fuese en nuestro poder

   Si fuese en nuestro poder


hacer la cara hermosa


corporal,


como podemos hacer


el alma tan gloriosa,


angelical,


   ¡qué diligencia tan viva


tuviéramos toda hora,


y tan presta,


en componer la cautiva,


dejándonos la señora


descompuesta!



XIV

Esos reyes poderosos

   Esos reyes poderosos


que vemos por escrituras


ya pasadas,

-122-

con casos tristes, llorosos,


fueron sus buenas venturas


trastornadas;


   así que no hay cosa fuerte,


que a papas y emperadores


y prelados,


así los trata la Muerte


como a los pobres pastores


de ganados.



XV

Dejemos a los troyanos

   Dejemos a los troyanos,


que sus males no los vimos,


ni sus glorias;


dejemos a los romanos,


aunque oímos y leímos


sus historias;


   no curemos de saber


lo de aquel siglo pasado


qué fue de ello;


vengamos a lo de ayer,


que también es olvidado


como aquello.



XVI

¿Qué se hizo el Rey Don Juan?

   ¿Qué se hizo el Rey Don Juan?


Los Infantes de Aragón


¿qué se hicieron?

-123-

¿Qué fue de tanto galán,


qué de tanta invención


que trajeron?


   ¿Fueron sino devaneos,


qué fueron sino verduras


de las eras,


las justas y los torneos,


paramentos, bordaduras


y cimeras?11



XVII

Qué se hicieron las damas

   ¿Qué se hicieron las damas,


sus tocados y vestidos,


sus olores?


¿Qué se hicieron las llamas


de los fuegos encendidos


de amadores?


   ¿Qué se hizo aquel trovar,


las músicas acordadas


que tañían?


¿Qué se hizo aquel danzar,


aquellas ropas chapadas


que traían?

-124-


XVIII

Pues el otro, su heredero

   Pues el otro, su heredero,


Don Enrique, ¡qué poderes


alcanzaba!


¡Cuán blando, cuán halaguero


el mundo con sus placeres


se le daba!


   Mas verás cuán enemigo,


cuán contrario, cuán cruel


se le mostró;


habiéndole sido amigo,


¡cuán poco duro con él


lo que le dio!



XIX

Las dádivas desmedidas

   Las dádivas desmedidas,


los edificios reales


llenos de oro,


las vajillas tan fabridas,


los enriques y reales


del tesoro;


   los jaeces, los caballos


de sus gentes y atavíos


tan sobrados,


¿dónde iremos a buscallos?


¿qué fueron sino rocíos


de los prados?

-125-


XX

Pues su hermano el inocente

   Pues su hermano el inocente,


que en su vida sucesor


le hicieron,12


¡qué corte tan excelente


tuvo y cuánto gran señor


le siguieron!


   Mas, como fuese mortal,


metiole la Muerte luego


en su fragua.


¡Oh, juicio divinal,


cuando más ardía el fuego,


echaste agua!



XXI

Pues aquel gran Condestable

   Pues aquel gran Condestable,


maestre que conocimos


tan privado,


no cumple que de él se habla,


mas sólo cómo lo vimos


degollado.


   Sus infinitos tesoros,


sus villas y sus lugares,


su mandar,


¿qué le fueron sino lloros?


¿Qué fueron sino pesares


al dejar?

-126-


XXII

Y los otros dos hermanos

   Y los otros dos hermanos,


maestres tan prosperados


como reyes,


que a los grandes y medianos


trajeron tan sojuzgados


a sus leyes;


   aquella prosperidad


que en tan alto fue subida


y ensalzada,


¿qué fue sino claridad


que cuando más encendida


fue matada?



XXIII

Tantos duques excelentes

   Tantos duques excelentes,


tantos marqueses y condes


y varones


como vimos tan potentes,


di, Muerte, ¿do los escondes


y traspones?


   Y las sus claras hazañas


que hicieron en las guerras


y en las paces,


cuando tú, cruda, te ensañas,


con tu fuerza las aterras


y deshaces.

-127-


XXIV

Las huestes innumerables

   Las huestes innumerables,


los pendones, estandartes


y banderas,


los castillos impugnables,


los muros y baluartes


y barreras,


   la cava honda, chapada,


o cualquier otro reparo,


¿qué aprovecha?


Cuando tú vienes airada,


todo lo pasas de claro


con tu flecha.



XXV

Aquel de buenos abrigo

   Aquel de buenos abrigo,


amado por virtuoso


de la gente,


el maestre Don Rodrigo


Manrique, tanto famoso


y tan valiente;


   sus hechos grandes y claros


no cumple que los alabe,


pues los vieron,


ni los quiero hacer caros


pues que el mundo todo sabe


cuáles fueron.

-128-


XXVI

Amigos de sus amigos

   Amigos de sus amigos,


¡qué señor para criados


y parientes!


¡Qué enemigo de enemigos!


¡Qué maestro de esforzados


y valientes!


   ¡Que seso para discretos!


¡Qué gracia para donosos!


¡Qué razón!


¡Qué benigno a los sujetos!


¡A los bravos y dañosos,


qué león!



XXVII

En ventura Octaviano

   En ventura Octaviano;


Julio César en vencer


y batallar;


en la virtud, Africano;


Aníbal en el saber


y trabajar;


   en la bondad, un Trajano;


Tito en liberalidad


con alegría,


en su brazo, Aureliano;


Marco Atilio en la verdad


que prometía.

-129-


XXVIII

Antonio Pío en clemencia

   Antonio Pío en clemencia;


Marco Aurelio en igualdad


del semblante;


Adriano en elocuencia,


Teodosio en humanidad


y buen talante;


   Aurelio Alejandro fue


en disciplina y rigor


de la guerra;


un Constantino en la fe,


Camilo en el gran amor


de su tierra.



XXIX

No dejó grandes tesoros

   No dejó grandes tesoros,


ni alcanzó muchas riquezas


ni vajillas;


mas hizo guerra a los moros,


ganando sus fortalezas


y sus villas;


   y en las lides que venció,


cuántos moros y caballos


se perdieron;


y en este oficio ganó


las rentas y los vasallos


que le dieron.

-130-


XXX

Pues por su honra y estado

   Pues por su honra y estado,


en otros tiempos pasados,


¿cómo se hubo?


Quedando desamparado,


con hermanos y criados


se sostuvo.


   Después que hechos famosos


hizo en esta misma guerra


que hacía,


hizo tratos tan honrosos


que le dieron aun más tierra


que tenía.



XXXI

Estas sus viejas historias

   Estas sus viejas historias


que con su brazo pintó


en juventud,


con otras nuevas victorias


ahora las renovó


en senectud.


   Por su grande habilidad,


por méritos y ancianía


bien gastada,


alcanzó la dignidad

-131-

de la gran Caballería


de la Espada.



XXXII

Y sus villas y sus tierras

   Y sus villas y sus tierras


ocupadas de tiranos


las halló;


mas por cercos y por guerras


y por fuerza de sus manos


las cobró.


   Pues nuestro rey natural,


si de las obras que obró


fue servido,


dígalo el de Portugal


y en Castilla quien siguió


su partido.



XXXIII

Después de puesta la vida

   Después de puesta la vida


tantas veces por su ley


al tablero;


después de tan bien servida


la corona de su rey


verdadero;


   después de tanta hazaña


a que no puede bastar


cuenta cierta,

-132-

en la su villa de Ocaña


vino la Muerte a llamar


a su puerta



XXXIV

diciendo: -«Buen caballero

   diciendo: -«Buen caballero


dejad el mundo engañoso


y su halago;


vuestro corazón de acero


muestre su esfuerzo famoso


en este trago;


   y pues de vida y salud


hicisteis tan poca cuenta


por la fama,


esfuércese la virtud


para sufrir esta afrenta


que os llama.



XXXV

No se os haga tan amarga

   «No se os haga tan amarga


la batalla temerosa


que esperáis,


pues otra vida más larga


de la fama gloriosa


acá dejáis,


   (aunque esta vida de honor


tampoco no es eternal

-133-

ni verdadera);


mas, con todo, es muy mejor


que la otra temporal


perecedera.



XXXVI

El vivir que es perdurable

   «El vivir que es perdurable


no se gana con estados


mundanales,


ni con vida delectable


donde moran los pecados


infernales;


   mas los buenos religiosos


gánanlo con oraciones


y con lloros;


los caballeros famosos,


con trabajos y aflicciones


contra moros.



XXXVII

Y pues vos, claro varón

   «Y pues vos, claro varón,


tanta sangre derramasteis


de paganos,


esperad el galardón


que en este mundo ganasteis


por las manos;


   y con esta confianza,

-134-

y con la fe tan entera


que tenéis,


partid con buena esperanza,


que esta otra vida tercera


ganaréis.»



XXXVIII

[responde el Maestre]

No tengamos tiempo ya

   -«No tengamos tiempo ya


en esta vida mezquina


por tal modo,


que mi voluntad está


conforme con la divina


para todo;


   y consiento en mi morir


con voluntad placentera,


clara y pura,


que querer hombre vivir


cuando Dios quiere que muera,


es locura.



XXXIX

[Oración]

Tú, que, por nuestra maldad

   Tú, que, por nuestra maldad,


tomaste forma servil

-135-

y bajo nombre;


tú, que a tu divinidad


juntaste cosa tan vil


como es el hombre;


   tú, que tan grandes tormentos


sufriste sin resistencia


en tu persona,


no por mis merecimientos,


mas por tu sola clemencia


me perdona.»



XL

Fin

Así, con tal entender

   Así, con tal entender,


todos sentidos humanos


conservados,


cercado de su mujer


y de sus hijos y hermanos


y criados,


   dio el alma a quien se la dio


(el cual la dio en el cielo13


en su gloria),


que aunque la vida perdió,


dejonos harto consuelo


su memoria.     

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