Joseph Roth es, junto con Stefan Zweig, uno de los autores que más adhesión despierta en la actualidad; de hecho, se están publicando muchas de sus obras menores que estaban inéditas en castellano. Esta es una de ellas.
Además de su notable prosa (limpia y rápida a la par que elegante y profunda), la obra de Roth tiene algo de hipnótica, al menos, claro está, para mí. Tal vez sea su feroz individualismo, su tendencia al pesimismo más absoluto, su desencanto ante la vida, su imagen de viejo perdedor... pero lo cierto es que sus relatos, escritos hace más de setenta años tienen una modernidad absoluta, principalmente por atender al sentimiento humano por encima de coyunturas.
Fuga sin fin no es propiamente un relato al uso. Es, más bien, la narración de la vida un amigo del autor, Franz Tunda, alguien muy parecido al vienés, tan perdido como él. Incluye cartas recibidas por Roth y fragmentos del diario de Tunda. Igual que Roth, Tunda había perdido su país, Austria-Hungría; ambos habían perdido la heterogénea sociedad que amaban; ambos se sentían rechazados por los pequeños países que habían resultado de la fragmentación de aquel Imperio.
Puede que no todo lo echado en falta por Roth fuera de tipo político o social, sin duda el éxito personal (sobre todo en el ámbito profesional pero también en el amoroso) que tuvo en su juventud no volvió en su madurez, el personaje de esta breve novela es un apátrida como él, un apátrida de sí mismo.
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