Un breve relato de ese americano vestido de inglés: Henry James. Por la fecha en la que fue escrito entra dentro de la mal llamada "literatura victoriana", no así por su longitud; la prosa, sin embargo, sí está ricamente adjetivada, posee un ritmo lento que disfruta de sí mismo. Es un relato, como las mejores obras de Dickens, muy crítico con la hipócrita sociedad de su momento, todo apariencia y pomposidad. El título nos presenta el lugar de trabajo de una joven empleada pública: el cubículo de una estafeta de correos donde la protagonista recoge telegramas de la pudiente clase social que se los puede permitir; ahí está la primera crítica, pues la empleada, de origen social humilde, reflexiona sobre el coste de los telegramas que solo dicen trivialidades adolescentes y que, sin embargo, podrían alimentar a toda una familia humilde durante un día.
Pero la crítica más exacerbada es hacia las presunciones y futiles vanidades de esas damas de alta alcurnia que, no obstante, caían en todos y cada uno de los vicios que parecían propios y exclusivos de aquéllos de la working class. La protagonista, por oficio, conoce todas las miserias de aquéllos que se pavonean con ínfulas de grandeza pero orinan y defecan como cualquiera.
No todos los escritores "victorianos" eran críticos con su sociedad, la "petarda" de George Eliot, por ejemplo, legó a la posteridad insufribles novelas de vidas anodinas en las que el grave peligro que corrían era el aburrimiento y el empacho. El muy querido y admirado Marcel Proust (este no cabría ser clasificado como victoriano al ser francés, sin embargo participa de las mismas características), aquél que comenzaba a recordar al mojar una magdalena en la taza de té, nos dejó una saga de siete novelas relatando hasta la nimiedad más insignificante de una vida ociosa, vulgar y aburrida como pocas.
Así que, ¿qué tiene de especial la obra de autores como Henry James, un tipo que gracias a la fortuna que generó su abuelo quedó, dicho en sus propias palabras, leisured for life? ¡Hombre, aventuras no vamos a encontrar! Sin embargo, la prosa reposada, lenta, muy adjetivada, los argumentos anodinos y vulgares nos recuerdan la verdadera futilidad de la vida, su verdadero significado: ninguno. La vida de un "gran hombre" que luchó, conquistó, cambió su sociedad, fue admirado y odiado... es tan importante como la ridícula existencia de Proust. Simplemente ocurre que el insecto humano se da ínfulas de grandeza al considerarse "hecho a imagen y semejanza de un Dios" que él mismo ha inventado para sobrellevar el conocimiento de su propia mortalidad.
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