Extraordinariamente preclaro Marías en este artículo que apareció en "El País" el 5 de abril. También está disponible en https://javiermariasblog.wordpress.com/
Durante siglos la Iglesia Católica hizo un gran negocio de las
reliquias. Allí donde se tenía una, la gente supersticiosa acudía a
verla, daba generosas limosnas al templo que aseguraba albergarla y
beneficiaba a la ciudad en cuestión con un incremento de visitantes, que
hoy llamaríamos turistas. Así que llegó a ser asombrosa la cantidad de
reliquias existentes en todas partes, algunas de ellas milagrosamente
repetidas. Qué sé yo, cuatro o cinco lugares poseían el peroné de San
Vicente, las tibias de Santa Justa se multiplicaron; había mantos que se
habían echado a los hombros seis o siete apóstoles. Cada iglesia juraba
guardar el vaso del que bebió Santiago, el anillo romano de San
Eustaquio, la gorra de San Lorenzo o el mechero con que el Bautista
encendió su último pitillo, antes de que lo decapitaran. Cualquier cosa
valía para engañar a una población fervorosa, ingenua y atemorizada.
Allí donde se ha permitido analizar los huesecillos, se ha demostrado a
menudo que ni siquiera eran humanos, sino de liebres, perros o cabras;
lo mismo con la mayoría de objetos, pertenecientes a épocas modernas, es
decir, del siglo XVIII en adelante.
Hoy sólo los muy locos siguen creyéndose estas patrañas, y con todo
son bastantes, o bien a la gente le divierte contemplar las antiguas
estafas. Yo he visto largas colas en Turín para arrodillarse ante la
Santa Sábana o como se llamen esos trazos tan feos y chuscos. Pero
claro, la religiosidad ha ido en declive y ya no atrae a las masas como
antaño, el número de fanáticos y crédulos ha descendido
vertiginosamente. Pero la vieja lección de la Iglesia la han aprendido
bien los políticos: hoy se puede sacar dinero de las sobras de un
escritor admirado, o de un pintor, o hasta de un músico. No por otra
razón se ha tratado de sacar de Collioure el esqueleto del pobre
Machado, o se ha levantado media Granada (y lo que aún nos queda) en
busca del de García Lorca. Suponen las autoridades que los cursis del
mundo peregrinarían hasta sus sepulturas para dejarles mensajes, flores y
versos. Y probablemente estén en lo cierto: casi todos tenemos una edad
cursi, yo recuerdo haber depositado una rosa, a los veintidós años,
sobre la tumba de Schubert en Viena. Al menos el compositor llevaba allí
enterrado (creo) desde su temprano adiós al aire, y nadie había tenido
la desvergüenza de exhumarlo, trasladarlo, marear y manosear sus huesos.
Perturbar los restos de alguien me parece –además de una chorrada, como
dijo bien Francisco Rico– una falta de respeto, aunque a la persona que
fueron le dé evidentemente lo mismo.
Ahora un Ayuntamiento endeudado hasta las cejas ha gastado buen
dinero en rebuscar los de Cervantes, con el único fin de hacer caja. Los
responsables de la excavación han hallado una mandíbula y unas
esquirlas que podrían haber sido del autor del Quijote, muerto
hace 399 años: fragmentos mezclados con los de otros individuos que no
interesan lo más mínimo porque no darían un céntimo. Cuando esto se
publique no sé si los políticos habrán apremiado a los investigadores a
certificar que por lo menos una muela es cervantina. Ignoro si a esa
muela se le estará erigiendo un mausoleo para que lo inauguren la
alcaldesa Botella, el Presidente de Madrid casi cesante, quién sabe si
el del Gobierno con unos ministros, corregidores de Alcalá, Argamasilla y
otros sitios que pelean por haber sido la verdadera cuna de Cervantes o
el “lugar de La Mancha” de cuyo nombre nadie puede acordarse. Si todo
eso sucede, no será sino dos cosas: un embaucamiento comparable a los de
la antigua Iglesia y una desfachatada operación de maquillaje.
España presumirá de honrar a sus mejores artistas, cuando lo cierto
es que los ha maltratado siempre y –lo que es peor– continúa haciéndolo.
Los mismos individuos que saldrían en televisión con la muela colgada
al cuello, o se harían fotos mordiéndola como los deportistas sus
medallas, son los que envidian y detestan a los escritores actuales; los
que han presupuestado cero euros para las bibliotecas públicas en 2012
(y no sé si en los años siguientes); los que han subido el IVA al 21%
(el más alto de Europa) para el cine y el teatro; los que remolonean
para atajar la piratería cultural que arruina a muchos artistas, por si
pierden votos entre los incontables piratas; los que desde Hacienda
amenazan y persiguen a cineastas y periodistas; los que rara vez leen un
libro o asisten a una función de nada; los que suprimen la Filosofía de
los estudios secundarios y restituyen la catequesis más rancia,
contraria al saber y a la ciencia; los que reducen a lo bestia la ayuda a
la Real Academia Española y jamás ponen pie en ella (casi preferible
esto último, para que así no la mancillen); los que no mueven un dedo
para que los ciudadanos sean más ilustrados y civilizados, o lo mueven
sólo para que cada día lo sean menos y se vuelvan tan brutos como ellos.
Estos son los que ahora celebran haber encontrado, quizá, unas cuantas
astillas de una cadera de Cervantes. Alguien les habrá chivado que es un
nombre venerado y que escribió unas obras maestras aún leídas por
suficientes excéntrico.
JAVIER MARÍAS
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