Siempre me gustó pasar del dulce al salado, del frío al calor, tal vez porque así se siente más intensamente el frío, el calor, el sabor dulce o el sabor salado. Porque el cambio entre Elie Wiesel y Kurt Vonnegut no puede ser más extremo: de la crudeza realista del Holocausto en Wiesel a los relatos irónicos y descacharrantes de Vonnegut. Ahora comienzo con una obra del segundo: Galápagos.
Incluso algo tan trágico, sin vuelta cómica como la guerra o un bombardeo sobre una ciudad como Dresde, repleta de civiles inocentes es tratado por Vonnegut con un humor que no resulta irreverente o insultante, sino que le da una visión sarcástica que permite ridiculizar el supuesto honor de la guerra como hizo en Matadero 5. Algo así es Galápagos, en este caso la ironía viene por el carácter estrambótico de los personajes: un playboy que despluma viejas, seis huérfanas de una tribu caníbal o una japonesa enferma por la radiactividad de las bombas de Hiroshima y Nagasaki que se embarcan en un crucero rumbo a las Islas Galápagos.
Como no podía ser de otra manera, de Kurt Vonnegut lo que más me gusta es su desenfado, su modo alegre pero a la vez realista de ver la existencia. No, sus novelas no son "pastelotes" almibarados llenos de inefable buen humor (que, en realidad, suelen ser infumables panfletos para que los idiotas de turno -nosotros- entreguemos lo único que tenemos, la vida, para mejorar aún más las de los poderosos), las novelas de Vonnegut destilan misantropía y hartazgo vital, pero lo hacen con ese humor sarcástico que nos permite sobrellevar la pesada carga de la existencia.
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