lunes, 2 de enero de 2017

Ahora leyendo: "El maestro y Margarita", por Mijaíl Bulgákov.

 No había leído nada de Bulgákov, así que, para abrir boca, empiezo por su obra más aclamada: El maestro y Margarita.
  Apenas llevo un centenar de páginas, pero un par de cosas sí me quedan claras: es muy difícil no relacionar esta novela con el Fausto de Goethe, y, por otro lado, la "rusidad" de esta prosa es innegable. Las semejanzas con la obra inmortal del alemán estriban en que, al igual que en Fausto, el diablo entra en contacto con un pequeño grupo de tipos cualquiera de la sociedad contemporánea (contemporánea a cuando fueron escritas, claro). Lo cierto es que el demonio (Voland en la obra de Bulgákov) pone en solfa toda creencia y comportamiento humano. Aquí el demonio es un caballero con "leve acento extranjero" con un par de secuaces que se comporta con una elegancia, civismo y humanidad impropios de cualquier persona (valga la contradicción); se siente hasta admiración por la clase que tiene el anticristo... todo un caballero. Frente al exquisito comportamiento del maligno, los que le rodean son meros desequilibrados que actúan a golpe de intuición y que no parecen tener más que un comportamiento ratonil, el del animalejo que malvive apresuradamente hasta que acaba más pronto que tarde en las fauces de cualquier gato callejero. Es una bonita y realista alegoría de la vida humana: mucho engreimiento, mucho creerse hecho a imagen y semejanza de un Dios todopoderoso, pero poca más valía que cualquier bichejo que nace, crece, se reproduce y muere.
  En el mundo editorial, incluida esta edición de Alianza, se ha pretendido vender a Bulgákov como un represaliado del totalitarismo soviético... no dudo de que alguien de su talento fuera hostigado por un sistema ciego y brutal, pero, al menos en mi opinión, la crítica de esta novela no es a sistema político o socioeconómico alguno sino al conjunto de la humanidad y su fatal fatuidad.
 Con respecto a la "rusidad" de la novela (perdón por el palabro), uno no puede olvidarlo tanto por pequeñas cuestiones: el uso del patronímico (el protagonista, por ejemplo, es Iván Nikolayevich), como por aspectos formales más importantes, como la prosa lenta, la profusión de adjetivos y un "no se qué" que le ponen a uno ante la evidencia de estar ante una novela escrita más allá del río Dniester (pido perdón por incluir a los ucranianos en el mismo grupo que sus hermanos mayores).

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