Me comprometo, hombre desconocido, a mantener tu reloj en buen estado, a ponerlo en hora y funcionamiento con regularidad, a limpiarlo incluso de cuando en cuando. Sé, hombre desconocido, que tus hijos lo abandonaron sobre un contenedor de papel poco después de tu muerte. Ellos, hombre desconocido, hartos de tu mal carácter, lo hubieran tirado o incluso destruido con saña; pero les pudo el remordimiento ante tu reciente muerte, y lo dejaron a la vista para que algún paseante lo recogiera. Y así fue, hombre desconocido, como encontré tu reloj. Lo limpié, le quité algo que lo personalizaba y lo puse en orden para volver a funcionar. El reloj, hombre desconocido, volvió a su antiguo tic-tac, cuando tu corazón ya no lo hacía más.
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