Supongo que serán un cúmulo de características personales las que hacen que un individuo sea lector: carácter introspectivo, incluso solitario; gusto por las actividades tranquilas, reposadas; predominio de los intereses intelectuales sobre los físicos; necesidad de huir intelectualmente de una realidad subyugante... todo eso y probablemente algo más nos convierte en lectores. A algunos lo hace contra viento y marea, pues nacemos en familias ágrafas (y nos desarrollamos en sociedades igualmente iletradas) y recibimos todo tipo de presiones para que abandonemos la lectura desde la más tierna edad. Pues bien, a menudo he pensado que ser lector es uno de los peores defectos que puede tener una persona para conseguir un cierto éxito social. Pensémoslo bien, ¿cuántos supuestos "triunfadores" de nuestra sociedad reconocen leer al menos más de tres horas al día y tener en la lectura su hábito favorito? Pocos, poquísimos, y, evidentemente, algunos que lo afirman lo hacen por pura afectación, por postureo pseudointelectual. No me cabe duda: leer perjudica la vida social... y, sin embargo, cuando uno encuentra novelas como El desertor se alegra de haber cambiado el viperino y cambiante mundo social por la soledad del "negro sobre blanco".
Porque se podría decir que ésta es una novela global, su coyuntura espacio-temporal, aun siendo importante, no es determinante y podría ser extrapolada a cualquier lugar y época de la humanidad. Esa coyuntura espacio-temporal la sitúa en la Segunda Guerra Mundial, en Prusia Oriental, hoy Polonia, a finales del año 44, cuando el III Reich estaba ya en plena desbandada. Allí, un puñado de soldados nazis son literalmente cazados uno a uno por partisanos. El protagonista, Walter Proska, sufre una evolución psicológica tan profunda que se puede decir que muere y renace varias veces en pocos meses; finalmente, haciendo honor al título, acaba por abandonar el nacionalsocialismo por el comunismo. Pero esa sería la lectura superficial de la novela, en una lectura entre líneas se pone en solfa el funcionamiento de la sociedad humana y sus individuos en función de unos principios inamovibles... El desertor muestra la fragilidad humana que busca la supervivencia física por encima de todo compromiso político, social o nacional. Eso es lo que hace esta novela atemporal.
Y, como debe ser, todo esto es narrado sutilmente, para que solo los buenos lectores sean capaces de comprenderlo plenamente.
Me congratulo enormemente de que este gran autor, Siegfried Lenz, esté siendo traducido a nuestra lengua. Ese trípode fabuloso formado por Günther Grass, Heinrich Böll y el propio Lenz y que los críticos alemanes llamaron "Trümmerliteratur" (literatura de escombros) por enfocar la derrota alemana en la Segunda Guerra Mundial desde un punto de vista crítico, sin tapujos ni cortapisas, desnudando las miserias morales del país, es lo más interesante que ese país haya hecho por la humanidad en siglos.
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