La literatura del siglo XX y lo que llevamos de XXI está preñada de historias sobre las vidas, costumbres y culturas de una parte de Europa que fue cercenada de forma brutal en la Segunda Guerra Mundial (aunque ya empezó a ser hostigada muchas décadas antes). Me refiero, claro está, a la población judía asquenazí, estimada en varios millones de almas y que fue eliminada a golpe de Zyklon B cuando no de balas, tortura o emaciación extrema. Así, escritores extraordinarios como Joseph Roth, Isaac Bashevis Singer, Primo Levi, Stefan Zweig, Imre Kertesz Elie Wiesel y tantísimos otros quedaron marcados de por vida por la barbarie que vivieron en sus juventudes. Hoy somos (yo al menos así me considero) sus deudores, y hemos de aprender de aquel terrible periodo no por afán de morbo sino para vacunarnos contra la violencia del hombre contra el hombre. Esto ocurrió, bien lo sabemos, en Europa central y del Este, principalmente en lo que hoy es Polonia, Alemania, Ucrania, Bielorrusia, Lituania o Rusia, pero también en mayor o menor medida en el resto de Europa central. Puede parecernos lejano en lo geográfico (comprobándolo en un mapa no lo es tanto, menos en nuestro mundo globalizado) o en lo cultural; tal vez por ello esos autores que he nombrado no han dejado tanta huella en nuestro país. Porque, aparentemente, en todos los pueblos hay una tendencia a la amnesia preocupante. Hace cinco o seis siglos, el holocausto se daba en nuestro país, en nuestras ciudades, en nuestra lengua. Estoy hablando, claro, de la expulsión (previos pogromos) de los judíos sefarditas. Para no olvidar la historia valga este tipo, apodado "de Carrión", a unas pocas decenas de quilómetros de donde estoy escribiendo.
Desgraciadamente, los españoles nunca supimos lo que de verdad importa y qué hace grande a un pueblo (algunos siguen pensando que es que la selección de fútbol gane títulos), por ello autores que son estudiados con veneración en otros países, Maimónides, Ibn Gabirol o Judah Haleví entre otros, son absolutamente ignorados en el nuestro. Uno de estos es Sem Tob de Carrión (1290-1360), cuya obra más conocida son los Proverbios morales.
Los Proverbios morales son, en realidad, un elegante recordatorio al rey para que pague su deuda. El bueno de Sem Tob (valga la redundancia) pasaba por ser un erudito tanto en su comunidad como en el país en general (en aquella época, Castilla), de modo que la forma de hacerse de valer no era otra que escribir un conjunto de consejos de vida al rey y a aquéllos que supieran leer recordando un conjunto de principios morales de origen judeocristiano y natural. Así, este texto es encantador por su simpleza, por su naturalidad y franqueza; pero, eso sí, empieza y acaba recordándole al rey que tiene una deuda contraída con el poeta y que debe pagarla lo antes posible.
Los lingüistas incluyen esta obra en el conocido Mester de clerecía, aquella literatura medieval desarrollada, no tanto por clérigos, como por hombres cultos, para diferenciarlo del Mester de juglaría que, supuestamente, fue creado por gentes con menor instrucción (aquí ya parece que empezaba la famosa "titulitis" de los españoles).
Es un texto entrañable por lo humano que resulta. El castellano medieval es fácilmente entendible salvo alguna expresión perfectamente traducida y razonada por Paloma Díaz-Mas y Carlos Mota en la edición de Cátedra. Pongo algunos ejemplos:
Si omre dulce fuere, com agua lo bebrán,
e si agro sopiere todos lo escopirán.
oy bravo e cras manso; oy simple, cras loçano
oy largo, cras escaso; oy otero, cras llano;
Con todos non convién usar por un igual,
mas a unos con bien e a otros con mal.
El que quisier folgar ha de lazrar primero;
si quier a paz legar, sea antes guerrero.
Desgraciadamente, los españoles nunca supimos lo que de verdad importa y qué hace grande a un pueblo (algunos siguen pensando que es que la selección de fútbol gane títulos), por ello autores que son estudiados con veneración en otros países, Maimónides, Ibn Gabirol o Judah Haleví entre otros, son absolutamente ignorados en el nuestro. Uno de estos es Sem Tob de Carrión (1290-1360), cuya obra más conocida son los Proverbios morales.
Los Proverbios morales son, en realidad, un elegante recordatorio al rey para que pague su deuda. El bueno de Sem Tob (valga la redundancia) pasaba por ser un erudito tanto en su comunidad como en el país en general (en aquella época, Castilla), de modo que la forma de hacerse de valer no era otra que escribir un conjunto de consejos de vida al rey y a aquéllos que supieran leer recordando un conjunto de principios morales de origen judeocristiano y natural. Así, este texto es encantador por su simpleza, por su naturalidad y franqueza; pero, eso sí, empieza y acaba recordándole al rey que tiene una deuda contraída con el poeta y que debe pagarla lo antes posible.
Los lingüistas incluyen esta obra en el conocido Mester de clerecía, aquella literatura medieval desarrollada, no tanto por clérigos, como por hombres cultos, para diferenciarlo del Mester de juglaría que, supuestamente, fue creado por gentes con menor instrucción (aquí ya parece que empezaba la famosa "titulitis" de los españoles).
Es un texto entrañable por lo humano que resulta. El castellano medieval es fácilmente entendible salvo alguna expresión perfectamente traducida y razonada por Paloma Díaz-Mas y Carlos Mota en la edición de Cátedra. Pongo algunos ejemplos:
Si omre dulce fuere, com agua lo bebrán,
e si agro sopiere todos lo escopirán.
oy bravo e cras manso; oy simple, cras loçano
oy largo, cras escaso; oy otero, cras llano;
Con todos non convién usar por un igual,
mas a unos con bien e a otros con mal.
El que quisier folgar ha de lazrar primero;
si quier a paz legar, sea antes guerrero.
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