Novela floja, muy floja. Esto es lo malo de fiarse plenamente de todo lo que una editorial por que se tiene especial afición saque a la luz. Vaya por delante que considero (como creo haber escrito en otras ocasiones) que la labor de la Editorial Valdemar es muy loable, pues están resucitando a autores desconocidos o cuya obra ya está descatalogada. Eso unido a que algunas ediciones (principalmente la de "El Club Diógenes") son de precio muy asequible al ser en rústica y formato de bolsillo, consigue cumplir la función más elevada de cualquier editorial: la distribución cultural. Digo todo esto porque debo de tener en casa más de doscientos libros de Valdemar y es de justicia hacer honor a la verdad. Pero publicando tanto como lo hace esta editorial, tarde o temprano acabaría bajando el nivel de calidad. Mucho me temo que es el caso del tal Adrian Ross.
Según la propia editorial y lo poquito que se puede encontrar en internet del autor, Adrian Ross es el seudónimo literario de Arthur Reed Hopes, un catedrático de la Universidad de Cambridge de finales del XIX y principios del XX (entrando la primera parte de su vida en la época victoriana). Su obra literaria es, principalmente, una colección de guiones de comedias musicales, muy en boga en la época "eduardiana", el resto son un puñado de novelas de corte realista, y su única obra de ficción es la que tengo en las manos. Tal vez sea esa la razón de que sea difícil de clasificar: por un lado se podría decir que tiene reminiscencias de las llamadas "novelas de capa y espada", en las que un héroe henchido de virtudes se enfrenta a todo tipo de dificultades a espadazo limpio hasta resultar victorioso. Estas novelas son un subgénero de las novelas históricas, ésta en concreto está ambientada en las guerras de religión que asolaron Inglaterra en el siglo XVII (el protagonista principal es un puritano cercano al líder Oliver Cromwell, aquel personaje tan controvertido por su fanatismo religioso y su inmisericorde represión de Irlanda). Pero además, El agujero del infierno tiene un componente fantástico puesto que la acción tiene lugar en las inmediaciones de una ciénaga con un extraño lugar en el que merodea una ominosa criatura.
En fin, la novela no está mal escrita, no hay (claro está) errores de estilo ni nada grave que impida su lectura, pero es francamente anodina, le falta mordiente... Me ha costado leerla incluso en un avión para hacer que las horas pasen lo antes posible y para olvidarme de la paranoia colectiva actual. Es, probablemente, lo más soso que he leído de lo publicado por Valdemar. Lo terminaré de leer, pues no es tan abominable, pero desde luego no lo recomiendo.
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